Cultura diplomática

Los embajadores. Representantes de la soberanía, garantes del equilibrio, 1659-1748, ed. de Cristina Bravo Lozano y Antonio Álvarez-Ossorio Alvariño. Madrid: Marcial Pons Historia, 2021.

BUCM (Biblioteca de Geografía e Historia): D327(4)EMB

GABRIEL TÉLLEZ CALVÍN (UAM)

A lo largo de la Edad Moderna se configuraron en Europa un conjunto de transformaciones que marcaron la posterior evolución del continente. Uno de los cambios más reseñables acaecidos en el transcurso de aquellos siglos fue el desarrollo de la diplomacia, surgida al calor de la gestación de las nuevas dinámicas políticas y al establecimiento de las embajadas permanentes. Los representantes de las diferentes repúblicas y monarquías adquirieron un papel fundamental durante la Modernidad y llegaron a convertirse en uno de los instrumentos más valorados y utilizados por los soberanos para fijar sus acciones exteriores. Los continuos enfrentamientos bélicos que caracterizaron la realidad europea del tardío Barroco obligaron a implementar maniobras diplomáticas basadas en la negociación para lograr la conservación y reputación de las potencias involucradas. El desenlace de la Guerra de Sucesión española (1701-1714) resultó determinante para proceder a la desmembración de la antigua Monarquía Habsbúrgica y dar paso a una reordenación de esta bajo la dinastía de los Borbones y, con ello, a la instauración de un renovado equilibrio en Europa. El impulso experimentado en las últimas décadas por la Historiografía con la inclusión en los estudios diplomáticos de enfoques interpretativos multidisciplinares ha permitido reconstruir la figura de los embajadores. Es en este contexto de replanteamientos metodológicos sobre la diplomacia en la Modernidad donde debe insertarse el presente volumen.

Cristina Bravo Lozano y Antonio Álvarez-Ossorio Alvariño son los editores de un libro colectivo que, desde diversos puntos de vista, analiza la compleja realidad de los legados en el ínterin de los siglos XVII y XVIII. Para ello, cuentan con la participación de un nutrido elenco de especialistas que reflexionan acerca de las múltiples posibilidades de estudio que sugieren tales ministros. A través de cuatro bloques temáticos que permiten al lector aproximarse a las lógicas diplomáticas del Antiguo Régimen, la obra utiliza la Monarquía de España como pilar fundamental sobre la cual sostener su discurso. Cada parte incluye una serie de capítulos centrados en responder las cuestiones propuestas en los títulos de los respectivos bloques que, integrados coherentemente, tratan sobre asuntos varios. Las problemáticas que rodearon la cuestión sucesoria de la monarquía durante los últimos años del Seiscientos son una constante en el volumen y se examinan mediante la observación a diferentes representantes de los príncipes implicados en la misma, así como a los legados del rey católico en diversos puntos de Europa. Más allá de realizar trabajos prosopográficos, los autores desarrollan sugestivas investigaciones que posibilitan comprender cómo el papel de los embajadores (pero, también, de los agentes y legados de los diferentes reinos y señoríos de la Monarquía) sobrepasaba los límites de la representación. Asimismo, uno de los mayores aciertos del libro es incorporar estudios cuyo planteamiento permite analizar la intrincada red femenina aristocrática y familiar sobre la que se fundamentaban las relaciones borbónicas. Esta «óptica femenina» es utilizada para aproximarse al cosmos diplomático del Antiguo Régimen y obtener una visión más acabada de las redes de solidaridad entre mujeres que regían las relaciones dinásticas. Las nuevas perspectivas metodológicas de los últimos años también sirvieron para modificar la percepción sobre la relación sostenida desde Madrid con los territorios que conformaban la Monarquía de España. Tras abandonar la clásica dicotomía centro-periferia, los historiadores han desarrollado diversas vías de investigación cuyos resultados prueban la necesidad de entender la citada monarquía como un cuerpo político heterogéneo fundamentado en la agregación de intereses. Las relaciones con las élites y corporaciones políticas son otra de las materias tratadas en el volumen.


Defensa de estado y de justicia contra el designio manifiestamente descubierto de la monarchia universal, debaxo del vano pretexto de las pretensiones de la Reyna de Francia, de François de Lisola. Bruselas: por Francisco Foppens, 1667.

EMILIO PÉREZ BLANCO (UCM)

François-Paul de Lisola (1613-1674), fue un diplomático y escritor procedente del Franco Condado al servicio del emperador Leopoldo I. Como diplomático, intervino en las sesiones iniciales de las negociaciones del Tratado de Westfalia en 1648 y, con más éxito, en la alianza sellada entre el elector Federico Guillermo I de Brandeburgo y el emperador Leopoldo I en la primera Guerra del Norte (1655-1660) y el matrimonio de la infanta Margarita Teresa de Austria, hermana de Carlos II de España, con Leopoldo I en 1666. En 1667, a raíz del impago de la dote concertada en 1660 por el matrimonio con la hija de Felipe IV, María Teresa de Austria, el joven Luis XIV de Francia invadió los Países Bajos españoles, conquistando en el proceso la importante plaza de Lila, entre otras ciudades fronterizas en la conocida coma Guerra de Devolución (1667-1668). Sólo el freno de la ofensiva francesa ante la resistencia de los tercios, tras la sorpresa inicial, y la formación de la Triple Alianza entre Gran Bretaña, Provincias Unidas y Suecia, obligó a Francia a sentarse en la mesa de negociaciones en Aquisgrán, en 1668.

Lisola publicó, como respuesta a la justificación del rey de Francia de que el impago de la dote invalidaba la renuncia de la infanta a transmitir derechos de sucesión en el Tratado de los Pirineos (1659), el Bouclier d’État en Bruselas, en 1667. Esta obra se tradujo inmediatamente al inglés y al español, en este caso bajo el título de Escudo de estado y de justicia. No se trata sólo de un sesudo contra-argumento jurídico a la justificación legal tras la cual se escudaba Luis XIV en su pretensión de conquistar los Países Bajos. El Escudo de estado es también un tratado diplomático que trata de poner en guardia al público lector de la amenaza que supone Francia para la integridad de sus vecinos y el equilibrio de Europa. Es una de las primeras menciones de la palabra «equilibrio» en un tratado de la época, palabra que tendrá gran trascendencia en el lenguaje y cultura diplomáticos y que se convertirá en principio rector de las relaciones internacionales, de forma más efectiva, a partir del final de la Guerra de Sucesión de España. El tratado del barón de Lisola es una de las piezas más importantes de la historia de la literatura diplomática, inscrita dentro de una corriente política que veía ahora a Francia, y no a la Monarquía Hispánica, como la principal amenaza para Europa en su búsqueda de crear una Monarquía Universal. Este argumento resultaría trascendental en los años venideros al constituir la base de las coaliciones que trataron frenar el avance de los ejércitos del Rey Sol. Precisamente, con la muerte de Carlos II de España y el acceso al trono de Felipe de Anjou, la decisión de Luis XIV de no obedecer la cláusula del testamento del último Austria que prohibía la eventual unión de las coronas de España y Francia disparó las alarmas en Europa, esencialmente en Gran Bretaña y las Provincias Unidas, y contribuyó a la formación de una nueva Gran Alianza de La Haya contra la Casa de Borbón. Años más tarde, en 1711, el acceso al trono imperial del archiduque Carlos, como Carlos VI, tras la muerte de su hermano José I, abrió las puertas de la paz ante la perspectiva de que fueran de nuevo los Habsburgo de Viena los rectores de una nueva monarquía que se extendía por medio globo, obligando a Gran Bretaña a abrir las negociaciones que culminaron en la firma del Tratado de Utrecht en 1713, con el reparto final de la Monarquía Hispánica y el surgimiento de dos ramas separadas de la Casa Borbón en Francia y España que aseguraba un equilibrio de poderes entre las potencias europeas.


Teatro Gallico, o vero La Monarchia della Real Casa di Borbone in Francia, sotto i Regni di Henrico IV, Luigi XIII e Luigi XIV ... detto Luigi il Grande, sino al fine dell' anno 1690, de Gregorio Letti. Amsterdam: por Wilhelm Jonge, 1691.

EMILIO PÉREZ BLANCO (UCM)

Gregorio Leti (1630-1701) fue un polígrafo y polemista italiano afincado en las Provincias Unidas desde 1684. En 1660 se instaló en Ginebra por un tiempo y se convirtió al calvinismo. Desde entonces publicó numerosos tratados y panfletos que criticaban agresivamente el catolicismo y algunos de sus representantes contemporáneos e históricos más destacados, desde Luis XIV en La Monarchia universale di Luigi XIV (1689), hasta Felipe II en Vita del cattolico Re Filippo II. Monarca delle Espagne (1679). La curiosa vida de este escritor también incluye cierta experiencia diplomática en Venecia y París, que le permitió conocer el mundo de las relaciones internacionales que tanto protagonismo tiene en sus libros; en concreto, su experiencia parisina en la corte de Luis XIV le llevó a centrarse en una tema recurrente en su obra, el de la Monarquía Universal, como principal amenaza para la religión protestante y la armonía entre los estados europeos, un discurso que encajaba perfectamente con el expuesto por el estatúder y rey Guillermo III de Gran Bretaña. Entre 1680 y 1683, escribió para Carlos II de Gran Bretaña Teatro Britannico, obra que pretendía explicar la historia reciente del país y de la restauración de los Estuardo pero que, por su fuerte impronta anti-católica, le valió la expulsión de las Islas Británicas, encontrando finalmente  refugio en Amsterdam.

El presente tratado forma parte de una serie incompleta de 11 volúmenes que pretendía analizar las raíces profundas de la política exterior del rey Luis XIV desde la llegada al trono de Enrique IV en 1598, aunque pronto evolucionó hasta convertirse en un registro de la evolución de la Guerra de los Nueve Años (1688-1697). Lejos de ser objetiva, la obra de Leti trata de advertir a sus compatriotas de religión protestante en Europa del peligro que representaba Francia para la seguridad de los estados y el futuro de la fe protestante, del mismo modo que también llamaba la atención de la necesidad de prevenirse frente al emperador y el rey de España, cuyos afanes universalistas y fe católica podían suponer una amenaza tan seria como la de los Borbón. Se trata de una obra que ahonda en el análisis de la Monarchia universalis y su vínculo con el catolicismo en general, aunque también ofrece interesantes datos políticos, culturales y sociales de las Provincias Unidas y la Europa de la Guerra de los Nueve Años. Se trata de un interesante testimonio que recoge el debate político y religioso que se produjo en Gran Bretaña y las Provincias Unidas con el cierre del siglo XVII y el inicio de la Guerra de Sucesión Española. Una fuente que arroja luz sobre la óptica religiosa de las últimas guerras del reinado de Luis XIV y de cómo se trató de emplear la religión como un medio para movilizar recursos y opinión pública en un mundo diplomático que, poco a poco, iba abandonando las consideraciones religiosas de las relaciones internacionales tras la amarga experiencia de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648).


Ambassadeur des deux Couronnes. Amelot et les Bourbons, entre commerce et diplomatie, de Guillaume Hanotin. Madrid: Casa de Velázquez, 2018.

BUCM (Biblioteca de Geografía e Historia): D32(46)HAN

JOSÉ ANTONIO LÓPEZ ANGUITA (UCM)

La naturaleza de las relaciones franco-españolas tras el ascenso de Felipe V al trono, en noviembre de 1700, ha sido objeto en las últimas décadas de una renovada atención por parte de la historiografía, que se ha interesado, entre otros aspectos, por el papel que desempeñaron los embajadores de Luis XIV en España durante la Guerra de Sucesión. De todos ellos, Michel-Jean Amelot de Gournay (1655-1724), que ostentó el cargo entre 1705 y 1709, fue el más relevante. La obra que Guillaume Hanotin le dedica no sólo examina en profundidad la labor del diplomático, sino también el contexto en el que se desarrolló su embajada, condicionado tanto por la evolución del conflicto sucesorio como por la pertenencia de los reyes de España y Francia a una misma dinastía. La confluencia de ambas realidades permite comprender la complejidad del papel de Amelot, cuyas funciones excedieron a las que convencionalmente cabía atribuir a un embajador. En efecto, entre 1705 y 1709, el diplomático ejerció como una suerte de “primer ministro” oficioso de Felipe V y atendió a una amplia variedad de asuntos (políticos, militares, financieros, comerciales…).

El análisis de su trayectoria por Guillaume Hanotin revela a un Amelot que actuaba desde la discreción, sistemático en sus métodos de trabajo y capaz de colaborar tanto con figuras consolidadas en el entorno del monarca (José Grimaldo, Francisco Ronquillo, la princesa de los Ursinos y algunos grandes de España ligados a la dama), como de apreciar la valía de sujetos cuyas carreras comenzaban (o comenzarían) a despuntar al socaire del primer reformismo borbónico (por ejemplo, los hermanos Baltasar y José Patiño, Rafael Melchor Macanaz o Luis Félix de Miraval). Habituado, como buen diplomático, a negociar y alcanzar consensos, fue sin embargo un firme defensor de la autoridad monárquica, lo que dejó patente en su implicación en la abolición de los fueros de Aragón y Valencia tras la batalla de Almansa (1707). Si los estrechos vínculos dinásticos entre los reyes de España y Francia avalaron la innegable proyección de Amelot sobre la escena política española, el desfavorable discurrir de la Guerra de Sucesión para la Casa de Borbón, con la consiguiente tensión entre Madrid y Versalles que ello entrañó, así como la dificultad del diplomático para conciliar los intereses de ambas monarquías en materia de comercio, aspecto fundamental, según advierte Hanotin, durante el desarrollo de toda su embajada, explican su regreso a Francia en septiembre de 1709. Sus más inmediatos sucesores circunscribirían su papel, ahora así, al ámbito puramente diplomático y al estricto servicio de los intereses de Luis XIV.


Miscellanea politica sacada de los papeles que dejò escritos Don Juan Carlos Bazan, Marquès de San Gil. La Haya: por Antonio van Dole, 1741.

EMILIO PÉREZ BLANCO (UCM)

Juan Carlos Bazán Fajardo y Villalobos, I marqués de San Gil, fue una de las figuras diplomáticas más desconocidos e interesantes del reinado de Carlos II de España (1665-1700). Su larga y discreta trayectoria como enviado en Génova, Turín y Venecia, entre 1684 y 1701, hicieron de él un testigo ocular y también protagonista privilegiado de algunos de los acontecimientos bélicos y diplomáticos más importantes de Europa en los últimos años de los Habsburgo madrileños, desde el bombardeo francés de Génova (1684) hasta la Guerra de los Nueve Años (1688-1697) y el traspaso dinástico de la Monarquía a la Casa de Borbón. Su gestión diplomática tuvo que lidiar con el mantenimiento de la neutralidad de Génova y su asociación con la Monarquía Hispánica así como con la planificación de la estrategia militar en el Piamonte con las fuerzas de la Liga de Augsburgo. La presente miscelánea, dedicada a José Patiño, fue reunida y publicada por el nieto de Juan Carlos, Joaquín Bazán y Melo, en su período como embajador de España en las Provincias Unidas en 1741, durante un período igualmente complejo, el de la Guerra de Sucesión Austríaca (1740-1748).

La Miscellanea, como su nombre indica, es un conjunto desordenado de escritos de Juan Carlos Bazán y obras que llevó consigo durante su larga carrera diplomática y que, sin duda, ayudaron a conformar una sólida formación cultural. Especialmente interesante resultan los ejemplos que presenta sobre cómo conducirse como embajador y el modo en que se deben seguir e interpretar las instrucciones, así como la reproducción de algunas cartas intercambiadas con destacados personajes de la diplomacia y política del reinado de Carlos II, como el IX duque de Medinaceli, embajador en Roma y virrey de Nápoles, Alonso Carnero, secretario de Estado, la esposa del conde de Oropesa o el cardenal Portocarrero. A modo de epílogo, la Miscellanea incluye una tabla con resúmenes y algunas reflexiones de los principales tratados concluidos por la Monarquía Hispánica desde 1448 hasta 1736. La obra aquí presente supone un curioso cajón de sastre del diplomático español del reinado de Carlos II y los primeros años de Felipe V. Su estudio no sólo permite acceder a las lecturas y reflexiones que formaron y moldearon la mente de uno de los diplomáticos más destacados y desconocidos del último Austria. También es de gran utilidad como fuente a la hora de combinarla con su abultada correspondencia conservada en varios archivos, pues también permite inscribir a Bazán como pensador y receptor de una  corriente de pensamiento europea, de la que sus contemporáneos Abraham de Wicquefort y François Callières fueron sus más destacados representantes, que pretendía definir racionalmente la idea del perfecto diplomático y el arte de negociar y que alcanzó, en el siglo XVII, su edad dorada contribuyendo, de este modo, a abrir el lento camino de la formación del diplomático profesional que conocemos en la actualidad.