Constelación 9
El Castillo de Irás y No Volverás
Guelbenzu, José María (ed.) (2021). El Castillo de Irás y No Volverás. En 25 cuentos populares españoles (pp. 41-49). Siruela.
Érase una vez un pescador que cada día se hacía a la mar en una pequeña barca para alimentar a su familia, porque solamente vivían de lo que el pescaba. Un día echó su red y al cabo del tiempo solo consiguió sacar un pez muy pequeño, que echó al fondo de la barca. Y el pez le hablo y le dijo:
―Que vas a hacer conmigo? ¿No ves lo pequeño que soy? Devuélveme al mar y ya verás cómo el año que viene, que seré mucho más grande, podrás sacar un buen dinero por mí.
Y el pescador lo tiró al mar.
Un año después, estaba el pescador echando su red en el mismo lugar y volvió a coger al pez, que esta vez sí que era grande y daba gusto verlo. Y el pez le dijo al pescador:
―Mira, te voy a dar un consejo: que al llegar a casa me hagas ocho pedazos: dos, que serán de la cabeza, has de dárselos a tu mujer, otros dos a tu perra, otros dos a tu yegua y los dos últimos, que serán los de la cola, los metes en la huerta y los entierras.
Así lo hizo el pescador en cuanto volvió a su casa y, cuando pasó el tiempo, la perra parió dos perritos iguales, la yegua tuvo dos potrillos también iguales, en la huerta aparecieron dos espadas iguales y la mujer del pescador tuvo dos hijos que fueron gemelos y los bautizaron con los nombres de Jose y Sejo.
Y llegó el día en que, convertidos los hijos en un par de mozos, decidieron que querían salir a correr mundo. Los padres, que ya eran viejos, querían que primero saliera el uno y, a su regreso, el otro, pero no hubo manera de convencerlos y se fueron juntos, cada uno con su perro, su caballo y su espada. Pero, antes, su padre les dijo que si alguna vez se separaban y el uno veía su espada teñida de sangre, eso era que el otro hermano estaba en peligro y que debería correr en su ayuda.
Los dos hermanos anduvieron de acá para allá corriendo aventuras, siempre juntos. Un buen día se descuidaron tanto que perdieron su rumbo en un bosque muy intrincado, y para cuando se dieron cuenta de que estaban perdidos, la noche se les había echado encima. Mas no fue solo eso sino que con la oscuridad se perdieron de vista el uno al otro y aunque aún se siguieran por las voces, llegó un momento en que dejaron de oírse y cada uno hubo de continuar por su cuenta.
Y resultó que, al clarear el día siguiente, Jose se encontró ante un soberbio palacio y decidió llamar a la puerta para pedir posada en él, pues no había dormido en toda la noche. Nadie acudió a sus llamadas y ya se disponía a buscar algún hueco por el que pasar adentro cuando una mujer, que debía de ser vecina del lugar, le llamó y le dijo:
―¡Señor, no entre, que este es un palacio encantando del que nadie sale una vez ha entrado!
Pero Jose no era hombre que se arredrase fácilmente y, sin más, forzó la puerta con su espada y se metió seguido de su perro. Y allí había un princesa que estaba encantada y que, al verle, grito horrorizada:
―¡No sigas, desdichado, que aquí vive la serpiente de las siete cabezas, que te ha de matar!
En esto apareció la serpiente y Jose azuzó al perro contra ella y, mientras la serpiente peleaba con el perro, él fue y le cortó una a una las siete cabezas con su espada. Una vez que las hubo cortado, cortó además las siete lenguas y se las guardó. Y como la princesa había quedado desencantada al morir la serpiente, le dijo que deseaba casarse con él. Pero Jose aún tenía sed de aventuras, de modo que pidió que se aplazara la boda hasta su vuelta y la princesa consintió y se volvió al palacio de sus padres a esperarle.
Entretanto, se corrió la voz de que la serpiente había muerto y un príncipe, que fue el primero que se atrevió a llegar hasta el palacio encantado, recogió las siete cabezas en un saco y se presentó a pedir la mano de la princesa por haber matado al monstruo. El rey, que había hecho esa promesa a quien matase a la serpiente, aceptó, pero la princesa decía que aquel no era el que la había liberado.
El rey estaba molesto porque quería cumplir su palabra, así que obligó a la princesa y prepararon un banquete para anunciar los esponsales. Y estando en el banquete, el novio cogió un pedazo de carne para comerlo y apareció un perro que se lo arrebató y salió huyendo. Y la princesa, que había reconocido al perro, gritó:
―¡Que sigan a ese perro y traigan al dueño!
Así se hizo, y trajeron a Jose al comedor y la princesa lo reconoció al instante, mas no dijo nada. Y habló el rey a Jose:
―La princesa quiere que asistas al banquete que damos en honor del que mató a la serpiente de siete cabezas.
Jose miro al novio y dijo:
―¿Ese es? ¿Y cómo lo prueba?
―¿Qué más prueba quieres ―dijo el rey― que las siete cabezas que ha traído consigo?
Y replico Jose:
―Eso no es prueba. ¿Dónde se han visto cabezas sin lengua?
Entonces todos vieron que, en efecto, las siete cabezas carecían de lengua.
―Pues, ¿dónde están las lenguas? ―dijo el rey.
Y Jose las sacó de su bolsillo y dijo:
―Aquí están.
Entonces la princesa dijo:
―Padres, este es el hombre que mató a la serpiente y me desencantó, y con él es con quien quiero casarme.
Mandaron detener al novio impostor y en su lugar sentaron a Jose y los dos jóvenes se prometieron en matrimonio y se casaron sin más dilación. A la mañana siguiente a la boda, mientras recorrían el palacio, Jose miró por una ventana y dijo a la princesa:
―Princesa, ¿qué castillo es aquel tan hermoso que se ve a lo lejos?
Y contestó ella:
―¡Ay, amor mío, que ese es el castillo de Iras y No Volverás!
―Pues mañana voy yo al castillo ―dijo Jose, que aún quería seguir corriendo aventuras.
En vano trató la princesa, con ansiedad primero, con lloros y reproches después, de impedir que el muchacho fuera al castillo; mas no consiguió quebrar la voluntad de Jose y le dejó ir.
Se puso en camino el muchacho y en esto se encontró con una vieja. Y la vieja era bruja.
―¿Adónde va el buen mozo? ―preguntó la vieja.
―Voy al Castillo de Irás y No Volverás.
Y le dijo la vieja:
―Pues toma este bálsamo y, antes de entrar en el castillo, tú y tu perro y tu caballo debéis beber unas gotas de él.
El muchacho, así que llegó ante el castillo, hizo lo que la vieja le dijo, y apenas había traspuesto la entrada cuando él y el caballo y el perro se convirtieron en piedra.
Entretanto, su hermano había conseguido salir también del bosque cuando, a la misma hora en que su hermano quedaba convertido en piedra, vio que la espada se teñía de sangre y se dijo:
―Este es mi hermano, que debe estar en peligro. Voy a buscarlo.
De modo que volvió a internarse en el bosque en pos de su hermano y tras mucho cabalgar vio un palacio en el que decidió preguntar. Y apenas llamó a la puerta vio que los criados mostraban un gran contento al verle, y corrían a avisar a los reyes y a la princesa y la princesa le besó y abrazó con tal efusión que quedó todo confuso y resolvió no hacer nada hasta que viera qué era lo que estaba pasando.
Por fin, le preguntó la princesa:
―¿Dónde estuviste la noche pasada, que no viniste a dormir conmigo?
Y Sejo comprendió que le confundían con su hermano, pues eran gemelos, como bien sabemos.
Entonces la princesa le pidió noticias del castillo de Iras y No Volverás y Sejo comprendió que era allí donde se encontraba su hermano en peligro.
A la noche, la princesa llevo a Sejo a su habitación y se acostó con él en la cama. Pero al acostarse con su cuñada, Sejo puso su espada entre los dos, como testimonio de que no la tocaría en toda la noche. Y la princesa, sorprendida, le dijo:
―Pero, ¿cómo es esto de que pongas la espada entre nosotros dos siendo mi esposo?
A lo que él replicó:
―Es una promesa que tengo hecha y debo cumplirla. Y esta noche no me preguntes más.
Y con esto se durmieron los dos, cada uno a un lado de la espada.
A la mañana siguiente, los dos salieron a pasear a caballo y ella se extrañaba de que el perro no la reconociera, pero no decía nada. Y Sejo le preguntó, cuando vieron un castillo en la lejanía:
―¿Es aquel el castillo de Irás y No Volverás?
Y ella:
―Ese es, pero, ¿no estuviste ayer en él?
Y Sejo no contesto y solo dijo:
―Pues hoy he de volver.
Otra vez la princesa comenzó sus suplicas para que desistiera, pero como creyera que ya había vuelto una vez, no insistió tanto y Sejo tomó su caballo, su espada y su perro y se puso en camino. Y en el camino se le apareció un viejo, que le dijo:
―¿Adónde vas, hijo mío?
―Al castillo de Irás y No Volverás.
―Pues entonces atiende a lo que te digo: cuando una vieja te ofrezca un bálsamo, has de saber que es una bruia y que te lo ofrece para encantarte. Tú amenaza con matarla si no desencanta a quien buscas; y cuando lo haya desencantado, mátala.
Continuó su camino Sejo y encontró a la bruja que le había dicho el viejo.
―¿Adónde va el buen mozo? ―preguntó la bruja.
―Al castillo de Irás y No Volverás.
―Pues toma este bálsamo y, antes de entrar en el castillo, tú y tu perro y tu caballo debéis beber unas gotas de él.
Entonces Sejo le echó el perro encima mientras sacaba su espada y rompió con ella cl frasco de bálsamo y luego le dijo:
―Y ahora vas a desencantar a mi hermano o te corto la cabeza.
La bruja se asustó tanto que fue hasta donde estaba Jose convertido en piedra en el patio del castillo y los roció a él, a su caballo y a su perro con un bálsamo de desencantar. Y Sejo, así que los vio volver a la vida, tomó su espada y le cortó la cabeza a la bruja. Y la cabeza rodó por cl suelo gritando, antes de morir:
―Ahí tienes a tu hermano, que viene a buscarte después de haber dormido con tu esposa.
Y Jose le preguntó a su hermano:
―¿Es cierto lo que dice la cabeza?
Y el hermano respondió que sí. Entonces Jose, lleno de furia, tomó su espada y se la clavó en el pecho a su hermano. Y allí le dejo tendido y muerto, en el patio del castillo, y tomó consigo el bálsamo de desencantar y escapó a galope.
Así que lleg6 a casa, no dijo nada de lo sucedido y a la noche se fueron a acostar él y la princesa; y ella le dijo:
―¿Ya has cumplido tu promesa, que hoy no pones tu espada entre nosotros?
Al oír esto, Jose comprendió lo que había sucedido entre su esposa y su hermano y dijo lleno de dolor:
―¡Ay, maldito de mí, que he matado a mi propio hermano siendo inocente!
Entonces cogió el bálsamo de desencantar que se había traído, montó en su caballo y cabalgó hasta el castillo de Irás y No Volverás. Allí seguía Sejo, tendido y muerto en el suelo, y Jose empezó a untarle la herida con el bálsamo y a poco volvió el color al rostro de Sejo, que revivió y se puso en pie. Y muy contentos los dos hermanos volvieron al palacio y se presentaron ante la princesa.
La princesa no salía de su asombro al ver a dos mozos iguales, con dos caballos iguales, dos perros iguales y dos espadas iguales y se preguntaba:
―¿Sera este… o será este?
Entonces dijo Jose:
―Mira, yo soy tu marido, y este es mi hermano, que durmió anoche contigo y puso la espada entre vosotros dos para no tocarte.
Y todos se admiraron mucho de lo sucedido y Sejo se fue a buscar a su padre el pescador y a su madre y los trajo al palacio con su hermano, donde vivieron ya para siempre felices y contentos.
El castillo de irás y no volverás
Versión con la que se había trabajado: José María Guelbenzu (ed.) (2021). “El Castillo de Irás y No Volverás”. En 25 cuentos populares españoles (pp. 41-49). Siruela.
Alumnos participantes: Laura Arellano, Marta Gil Ainoa Gonzalo y José Guerra (grupo 4 de Literatura y Educación, M2, curso 2023-24, profesor Miguel Ángel Martín-Hervás).
Narrador: Érase una vez una humilde familia en la que vivían dos jóvenes hermanas que eran gemelas, nadie era capaz de distinguirlas de lo iguales que eran, hasta el punto de que tenían la misma espada y el mismo pulpo de mascota. Se llamaban Ana y Mena. Un día decidieron salir a vivir aventuras.
Mena: Mucha suerte hermana, nos vemos pronto, recuerda que si alguna de las dos está en peligro nuestro pulpo se pondrá triste.
Ana y Mena: ¡Siempre unidas!
Narrador: Las dos hermanas anduvieron de acá para allá corriendo aventuras, cada una por su camino, pero teniendo siempre presente la una a la otra, observando su pulpo para comprobar que su hermana estuviera bien.
Ana: ¡Wow! ¡Qué gran palacio! Ojalá me dejen pasar aquí la noche.
Narrador: Ana recordaba las advertencias de sus padres de no fiarse de los grandes castillos ya que suelen estar encantados, pero su sed de aventuras le pudo y siguió adelante.
(Acotación: Ana llama a la puerta y allí encuentra a la princesa dormida en el suelo)
Princesa: ¿Quién eres tú? No sigas, desdichada, que aquí vive la serpiente de las ocho cabezas, que te va a querer matar!
Ana: No temas princesa, yo te salvaré, acabaré con la serpiente cortándole cada una de sus ocho cabezas.
Narrador: Ana comenzó a luchar con la serpiente y aprovechó los ocho tentáculos de su fiel pulpo para derrotar las ocho cabezas de la serpiente que cortó con su espada.
Princesa: ¡Increíble! ¡Muchas gracias por desencantarme! ¿Te casarías conmigo?
Ana: ¡Qué precipitado! Aún tengo muchas aventuras que vivir y terrenos que explorar, pero podemos hablarlo a mi vuelta.
Narrador: Entonces Ana se dió la vuelta y se fue con su fiel cefalópodo a seguir viviendo aventuras. Siguió caminando y vio un castillo a lo lejos.
Ana: ¡El castillo de irás y no volverás! No pensé que fuera real.
Narrador: Ana recordaba las advertencias de sus padres de no fiarse de los grandes castillos ya que suelen estar encantados, pero una vez más su sed de aventuras le pudo y siguió adelante.
Bruja: ¡Oh, niña!, ¿qué haces por aquí? ¿No estarás pensando en ir al castillo de irás y no volverás?
Ana: ¡Sí! Con suerte encontraré allí a mi hermana Mena.
Bruja: ¡Ten cuidado! El castillo está encantado, úntate con este bálsamo para no caer en su embrujo.
Ana: Vaya, ¡muchas gracias!
Narrador: Ana recordaba las advertencias de sus padres de no fiarse de los grandes castillos ya que suelen estar encantados pero olvidó desconfiar de los regalos de los desconocidos y se untó con el bálsamo como le dijo la bruja.
Ana: Qué raro, siento un hormigueo, ¡no puedo mover las piernas! ¡Ni los brazos! ¡Ni…!
Narrador: Ana quedó petrificada, la bruja le había engañado y ahora nunca podría ir al castillo de irás y no volverás ni volver con la princesa, pero la bruja no contaba con que Ana tenía a su hermana gemela Mena.
Mena: ¡Qué aventuras estoy viviendo! Me pregunto cómo estará mi hermana Ana.
(Acotación: Mena mira su pulpo y ve que está triste)
Mena: ¡Oh, no! ¡El pulpo está triste! ¡Ana tiene problemas! ¡Debo encontrarla!
Narrador: Mena caminó en busca de su hermana hasta que llegó al castillo en el que la princesa esperaba a su hermana Ana.
Princesa: ¡Ana! ¡Qué bien que has vuelto!
(Acotación: La princesa se lanza a abrazar a Mena sin saber que no es Ana)
Mena (para sí misma, hablando hacía el público): Qué extraño, no la conozco, debe estar confundiéndome con mi hermana Ana.
Princesa: Tenía miedo de que fueras al Castillo de Irás y No Volverás y de verdad no volvieras.
Mena (para sí misma, hablando hacía el público): Allí debe estar Ana en peligro, iré mañana a buscarla.
Princesa: Ya sé que te parecía algo precipitado, pero… podríamos dormir juntas hoy, te he echado de menos.
Mena: Está bien.
Narrador: Mena se acostó al lado de la princesa, poniendo a pulpi entre ellas como símbolo de respeto a su hermana Ana y así durmieron toda la noche hasta que Mena despertó.
Mena: Princesa ahora me voy a tener que ir de nuevo al castillo de irás y no volverás, debo de hacerlo, no me intentes detener, es un deber.
Princesa: ¡No, por favor! no quiero que te vuelvas a ir, tengo miedo de que no vuelvas y de que te pase algo.
Narrador: La princesa insistió e insistió pero lo único que conseguía es que Mena tuviera cada vez más ganas de irse por el miedo de que le haya pasado algo a su hermana. Consiguió tranquilizar a la princesa y puso rumbo al Castillo, junto con la espada y el pulpi.
Mena: ¡Jo, Ana espero que estes bien!
Narrador: De camino al castillo Mena encontró a Ana petrificada.
Mena: ¡Oh, no! Hermana ¿qué te ha pasado?
Narrador: Mena miró alrededor de su hermana y encontró un tarro vacío en el suelo junto a ella.
Mena: ¿Qué será esto? ¿Cómo salvo a mi hermana de este horrible embrujo?
Narrador: Mena caminó por los alrededores buscando una solución para salvar a su hermana.
Bruja: Oh, niña, ¿qué haces por aquí? ¿No estarás pensando en ir al castillo de irás y no volverás?
Mena: Sí, lo estaba buscando, ¡tengo que salvar a mi hermana!
Bruja: ¡Vaya! Entonces llévate este bálsamo y úntate con él antes de entrar al castillo, ¡si no el castillo te embrujara!
Narrador: Mena cogió el tarro y lo miró incrédula.
Mena (para sí misma, hablando hacía el público): Qué raro, este tarro es como el que encontré al lado de Ana… Es ella, ¡esta bruja hechizó a mi hermana!
(Acotación: Mena amenaza a la bruja con su espada)
Mena: ¡Tú! Tú has embrujado a mi hermana! ¡Devuélvela a la vida si no quieres que acabe con la tuya!
Bruja: ¡Vale, vale! Lo siento.
Narrador: La bruja y Mena anduvieron hasta donde se encontraba Ana y la bruja untó con un nuevo bálsamo a Ana que la hizo salir del embrujo.
Ana: ¡Mena, hermana! Me has salvado.
Bruja: No, ¡he sido yo! Tu hermana, tan fiel a ti que crees que es, ayer durmió con tu querida princesa.
Ana: ¿¡Qué!? ¿Eso es verdad? ¿Cómo has podido?
Mena: No es verdad, no fue así.
Narrador: Mena intentó justificarse, pero Ana llena de rabia no quiso escuchar y clavó su espada en el cuerpo de su hermana, dejándola caer al suelo. Con su hermana muerta, Ana puso rumbo de vuelta al castillo para reencontrarse con la princesa.
Princesa: Ana, ¡qué bien que has vuelto! Debes de estar agotada, ¿vamos a dormir?
Ana: Sí, me alegro de estar de vuelta.
(Acotación: La princesa y Ana se acuestan en la cama)
Princesa: ¡Vaya! ¿Hoy no quieres que pulpi duerma entre nosotros?
Narrador: En ese momento Ana entendió que su hermana no la había traicionado y que la bruja le había engañado.
Ana: ¡Maldita de mí! He matado a mi inocente hermana, ¿cómo he podido ser tan estúpida?
Narrador: Ana salió corriendo al encuentro del cuerpo yacido de su hermana Mena, le untó la herida con el bálsamo y, poco a poco, volvió el color al rostro de Ana, que revivió y se puso en pie. Y muy contentas las dos hermanas volvieron al palacio y se presentaron ante la princesa.
Princesa: ¿Pero cómo es esto posible? ¡Dos iguales! ¿Quién de las dos es Ana?
Ana: Yo soy Ana, y esta es mi hermana Mena, que durmió anoche contigo y puso a pulpi entre vosotras dos para no tocarte.
Narrador: Y todos se admiraron mucho de lo sucedido. Con el tiempo, Ana, Mena y la princesa vivieron juntas en el palacio y fueron felices para siempre.
La serpiente de siete cabezas y El castillo de Irás y No Volverás
Rodríguez Almodóvar, A. (ed.) (2009). La serpiente de siete cabezas y El castillo de Irás y No Volverás. En Cuentos al amor de la lumbre. Tomo I (pp. 169-176). Alianza.
Esto era un pescador que llevaba mucho tiempo sin pescar nada. Todos los días, cuando regresaba a su casa, le decía su mujer:
―¿Traes algo hoy?
Y el pescador contestaba:
―No, mujer. Otro día será. Y así un día y otro día.
El pobre pescador llegó a pensar que dejaría aquel oficio si pronto no traía algún pez. Por fin un día, en que se fue más lejos que de costumbre, sintió que no podía tirar de la caña. Al principio creyó que el hilo se le habría enredado, pero después de mucho tirar se dio cuenta de que traía un pez muy grande. Al fin consiguió sacarlo fuera del agua. Entonces el pez le dijo:
―Pescador, pescadorcito, si me echas otra vez al agua, tendrás tantos peces, que necesitarás un carro para llevártelos.
―¡Estaría bueno! ―dijo el pescador―. Para una vez que cojo un pez tan grande, cómo quieres que te suelte.
―Échame al agua ―insistió el pez―, y te daré todo lo que tú quieras.
Al fin el pescador le echó al agua y regresó a su casa a por una red y un carro. Cuando le contó a su mujer lo que pasaba, ella no quiso creerlo y se estuvo metiendo con él por lo tonto que era. Luego, cuando lo vio llegar otra vez con el carro lleno de peces, se puso muy contenta de pensar todo el dinero que podría ganar vendiéndolos. Pero no se creyó lo del pez grande.
Así ocurrió unos cuantos días, hasta que la mujer le dijo a su marido:
―Mira, si vuelves a coger ese pez tan grande, quiero que me lo traigas, a ver si es verdad.
Al día siguiente el pescador volvió a coger el pez grande y ya no quiso soltarlo, por más que el otro se lo pedía. Entonces el pez dijo:
―Está bien. Puesto que te empeñas, te diré cómo tienes que matarme y todo lo que tienes que hacer. Me cortas la cabeza y se la das a la perra. La cola, y se la das a la yegua. Las tripas las entierras en el corral. Y el cuerpo se lo das a tu mujer.
―Te podría vender por mucho dinero ―dijo el pescador.
―No ―dijo el pez―. Haz lo que te digo y saldrás ganando.
Y así lo hizo el pescador. Repartió el pez de aquella manera, y al año siguiente la perra parió dos perritos, la yegua dos potros, en el corral salieron dos lanzas, y la mujer tuvo dos mellizos.
Cuando los mellizos ya eran muchachos, el mayor dijo:
―Padre, como somos tan pobres y aquí no hago nada, quiero ir por el mundo a buscar fortuna.
―Es mejor que me vaya yo ―dijo el menor―, porque nuestros padres están viejos y tú les haces más falta.
Entonces el padre lo echó a suerte y le tocó al mayor. Éste cogió una botella de agua y le dijo al menor:
―Si el agua está siempre clara, quiere decir que no me pasa nada. Pero, si se pone turbia, es que voy mal.
Luego el padre le entregó una de las lanzas del corral, un caballo y un perro, para que se fuera por el mundo.
Después de mucho cabalgar, el muchacho entró en un pueblo donde todas las mujeres estaban llorando. Les preguntó:
―¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué lloráis?
―Mire usted ―le respondieron―, todos los años, cuando llega este día, se presenta una serpiente de siete cabezas a la que hay que entregar una doncella. Y este año le ha tocado a la hija del rey, que es muy guapa y la queremos mucho.
―¡Yo mataré a la serpiente de siete cabezas! ―exclamó el muchacho.
Las mujeres le dijeron que el rey había publicado un bando, prometiendo casar a la princesa con quien fuera capaz de librarla del sacrificio. Y le preguntaron:
―¿Está usted seguro de que puede matar a una serpiente de siete cabezas?
―Sí que lo estoy. Pero tenéis que decirme dónde se encuentra.
Las mujeres lo llevaron adonde estaba ya la hija del rey, esperando su hora. Ésta le dijo que se marchara de allí, pues, si no, la serpiente los mataría a los dos. Pero el muchacho dijo que no se iba, y al momento llegó la serpiente dando unos grandes rugidos. El muchacho gritó:
―¡Aquí mi perro, aquí mi lanza, aquí mi caballo!
El perro se abalanzó a la serpiente y se puso a darle mordiscos, mientras el muchacho, montado en su caballo, le clavó la lanza y la mató. Luego les fue cortando la lengua a las siete cabezas, se las guardó en un pañuelo y se marchó.
Las mujeres se pusieron a dar voces, diciendo que la hija del rey se había salvado. Empezaron a tocar las campanas y todo el mundo se congregó en la plaza a bailar y a cantar, y el rey mandó que se diera una gran fiesta en honor de su hija.
Un príncipe que pretendía a la hija del rey se enteró de lo que había pasado y fue al lugar donde yacía la serpiente. Le cortó las siete cabezas y se presentó con ellas en el palacio, diciendo que él había salvado a la hija del rey. La princesa decía que aquél no era, pero, como el príncipe traía las siete cabezas, el rey dijo que no tenía más remedio que cumplir con su palabra y mandó que se prepararan los torneos y las fiestas para la boda. Pero la princesa seguía diciendo que no era aquél, y estaba muy triste.
El primer día de las fiestas estaban todos en el comedor y, cuando el príncipe mentiroso se disponía a comer, llegó el perro del muchacho y de un salto le quitó el bocado que se iba a comer. Salió corriendo con él en la boca. La princesa, que reconoció al animal, le dijo a su padre que, si no mandaba seguirlo, no se casaba. Mandó el rey seguir al perro y vieron que entraba en una casa. Entraron y vieron al muchacho, y le dijeron que tenía que presentarse inmediatamente ante el rey, pero él dijo:
―La misma distancia hay de aquí al palacio que del palacio aquí.
Fueron los criados a contárselo al rey y éste se indignó. Pero la princesa le pidió que fuera a ver al muchacho, y entonces el rey fue y le invitó a comer con ellos en la fiesta para que le explicara por qué había mandado a su perro para que le quitara la comida al príncipe que se iba a casar con la princesa. Cuando ya estaban en el palacio, el muchacho dijo:
―¿Y cómo prueba usted que ése ha sido el que mató a la serpiente de siete cabezas?
El otro enseñó entonces las siete cabezas. Pero el muchacho dijo:
―Examinen ustedes las cabezas, a ver si están completas.
Las examinaron y dijeron que estaban bien, pero él se acercó, fue abriendo las bocas, y dijo:
―¿Han visto ustedes alguna vez bocas sin lenguas? Pues aquí están.
Y se sacó del bolsillo el pañuelo, lo abrió y enseñó las siete lenguas.
Inmediatamente cogieron al otro, le dieron una paliza y lo echaron del palacio. El rey dijo que se casaría el muchacho con la princesa, y se casaron.
Al poco tiempo de estar casados, salieron un día a pasear, y el joven se fijó en un castillo muy grande que se veía a lo lejos.
―¿Qué castillo es aquel? ―le preguntó a la princesa.
―Ese es el castillo de Irás y no Volverás ―contestó ella―. No se te ocurra por nada del mundo acercarte, porque todo el que va no vuelve.
Pero el príncipe se resistía a no ir, y un día salió con su caballo, su perro y su lanza, diciendo que iba a cazar. Después de atravesar un bosque, subió al castillo, que tenía unas puertas muy grandes con argollas de hierro. Llamó una vez y no le contestó nadie. Llamó otra vez más fuerte y salió a abrirle una vieja hechicera, que le preguntó:
―¿Qué deseas, muchacho?
―¿Se puede entrar? ―preguntó él.
―Claro que sí. Pero tienes que dejar el caballo en la puerta ―contestó la hechicera.
―Es que no tengo con qué atarlo.
―No importa. Toma un cabello de mi cabeza ―dijo la hechicera.
El muchacho se echó a reír, pero la vieja le dio un cabello de su cabeza, que al momento se convirtió en una soga. El muchacho ató su caballo y entró en el castillo. Inmediatamente quedó encantado en forma de perro y las puertas se cerraron luego detrás de él.
Al ver que su marido no regresaba, la princesa supuso que había ido al castillo de Irás y no Volverás.
El agua de la botella que el muchacho le había dejado a su hermano se había puesto turbia y el hermano dijo:
―Mi hermano debe de estar en un gran peligro, porque el agua está cada vez más turbia. Padre, no tengo más remedio que irme.
Y el padre le entregó la otra lanza, el otro caballo y el otro perro. Y el muchacho se fue.
Después de mucho cabalgar llegó al pueblo donde su hermano se había casado con la princesa. Al verlo venir, todos creyeron que era el príncipe que al fin regresaba, y salieron a recibirlo muy contentos. Tanto se parecía a su hermano, que hasta la princesa creyó que era su marido y se echó a sus brazos diciendo:
―¡Hombre, qué intranquilos hemos estado! ¿No te dije que no fueras al castillo de Irás y no Volverás?
Él no la abrazaba. Comprendió lo que había pasado y nada dijo.
Por la noche, al acostarse, puso la lanza entre los dos, y ella dijo:
―¿Por qué haces esto?
―Es que he hecho una promesa, y hasta que no la cumpla no te puedo abrazar.
Al día siguiente salieron a pasear, y él hizo la misma pregunta que había hecho su hermano, cuando vio el castillo a lo lejos. Y la princesa dijo:
―¿Pues no te lo dije el otro día? Ese es el castillo de Irás y no Volverás. ¿Cómo es que no te acuerdas?
Entonces él pensó que allí seguramente estaría su hermano y determinó ir al día siguiente, sin decirle nada a nadie.
Al día siguiente, cuando llegó al castillo, llamó a la puerta una vez y no contestó nadie. Llamó otra vez más fuerte y al fin salió la vieja hechicera, que le dijo:
―¿Qué deseas, muchacho?
Y él preguntó:
―¿Se puede entrar?
―Claro que sí ―contestó la vieja―. Pero tienes que dejar el caballo a la puerta.
―No, que no lo dejo ―dijo el muchacho.
Y subido como estaba en su caballo, se echó sobre la vieja hechicera, de manera que esta tuvo que apartarse para dejarle paso. El muchacho le dijo:
―Ahora mismo me dirás dónde está mi hermano y cómo tengo que desencantarlo. Si no, te mato.
Como la amenazaba con la lanza, la vieja no tuvo más remedio que decírselo:
―Has de entrar y clavarle la lanza en un ojo al león que hay abajo.
En seguida fue el muchacho y le clavó la lanza al león, que quedó muerto, y su hermano quedó desencantado.
Cuando iban de vuelta al palacio, el hermano menor le dijo al mayor que había dormido con su mujer, pensando explicarle cómo había sido. Pero el otro no le dejó terminar y le clavó su lanza en el pecho. Creyendo que lo había matado, salió corriendo hacia el palacio. Cuando llegó, le dijo la princesa:
―Poco has tardado esta vez, de lo que me alegro.
Por la noche, al acostarse, vio que su marido no ponía la lanza entre los dos, y le dijo:
―¿Es que ya has cumplido tu promesa y no pones la lanza entre los dos?
Entonces el marido comprendió lo que había pasado, regresó corriendo al lugar adonde había dejado a su hermano, que sólo estaba malherido, se lo llevó al palacio en sus brazos, de modo que al entrar nadie podía creer lo que estaba viendo. Explicó lo que había pasado y después de muchos cuidados se recuperó el hermano menor. Y todos se pusieron muy contentos y vivieron felices durante muchos, muchos años.
El castillo de Irás y No Volverás
Versión con la que se había trabajado: José María Guelbenzu (ed.) (2021). “El castillo de Irás y No Volverás”. En 25 cuentos populares españoles (pp. 41-49). Siruela.
Alumnos participantes: Paula Álvarez, Fernando Crespán Fontenla y Lucía Villarroel Rubio (grupo 2 de Literatura y Educación, MBL, curso 2023-24, profesor Miguel Ángel Martín-Hervás).
Texto para ensayos
A continuación, exponemos el “guion” que hemos seguido y en el que nos hemos basado para la reescritura y posterior narración oral. En primer lugar, presentamos la distribución de los personajes de la versión final y, posteriormente, mostramos el texto que nos ha servido de base para ensayar.
*Lo escrito en cursiva se refiere a cambios de escenario, atrezzo y movimientos, está escrito de forma que nosotros entendamos lo que debemos hacer.
PERSONAJES |
¿Quién hace de qué/quién? |
Narrador 1 |
Paula |
Narrador 2 |
Fernando |
Narrador 3 |
Lucía |
Princesa Georgina |
Paula |
Elon |
Lucía |
Tomás |
Fernando |
Tomenos |
Lucía |
Pescador |
Atrezzo |
Pantalla |
Atrezzo |
Escenario de fondo. Barca con pez pequeño y grande. Casa.
Lucía: Érase una vez, hace no mucho tiempo, en un reino apacible y aislado, conocido como reino Imaginación (señala el fondo), nos encontramos a un humilde pescador, que trata de pescar algo para alimentar a su familia. Tras pescar un pez diminuto (señala pestaña con pez pequeño) se rindió y decidió volver cuando este creciera. Al año siguiente, volvió a pescar el mismo pez, que era enorme (cambia pestaña), y este, mágicamente, le sugirió que lo cortara en dos y se lo comiera para llevarse una grata sorpresa.
(Tomás y Tomenos están preparados, uno a cada lado de la narradora).
Paula: Y sí que fue una sorpresa: tuvo dos hermosos hijos que pronto se convirtieron en hombres con ansias de conocer el mundo más allá de la desconexión que vivían en su reino. Se llamaban Tomás (gesto identificativo) y Tomenos (gesto identificativo). Tales eran sus ansias de explorarlo que no dudaron en viajar juntos y vivir grandes aventuras en el resto de reinos (caminan juntos). El padre, que no estaba muy de acuerdo con la idea, no tuvo otra que aceptarlo, pero, para su tranquilidad, hizo que una daga mágica llegara a las manos de cada uno. En caso de que una de ellas se manchara de sangre, el otro hermano estaba en peligro. (Tomenos va al lugar donde esté el interruptor de la luz). En una de esas arriesgadas aventuras en el Reino Snapchat, en una lúgubre cueva (se apaga la luz), los hermanos se separaron por accidente y Tomás llegó a la capital (se cambia escenario al reino Snapchat), un castillo gobernado con un aterrador fantasma. Según una posible fake news, había una princesa extranjera secuestrada en el interior (Tomenos se esconde detrás de la mesa).
Lucía: Tomás quiso entrar para salvarla pero, de pronto, salió el fantasma Snapchat (princesa saca a fantasma), que tenía retenida a la princesa. Tomás, con valentía, decidió sacar su daga (saca la espada) y enfrentarse al espectro sin temor (luchan y el narrador hace una breve pausa). La princesa, en cambio, parecía darle igual lo que estaba sucediendo, de hecho, parecía no enterarse porque estaba muy ocupada con su móvil, pues lo acababa de recuperar (usa el móvil con ansias). El fantasma pensó que no merecía la pena proteger a la princesa y decidió huir y evitarse problemas (se lanza al fantasma por los aires).
Princesa: ¡Ay, Dios mío! ¿Quién eres?
Tomás: (trata de contestar)
Princesa: (Le interrumpe) Muchas gracias por la ayuda, pero no hacía falta que me salvaras. Las mujeres podemos salvarnos solitas.
Tomás: (trata de contestar)
Princesa: Espera, vamos a sacarnos un selfie (ella posa, él parece no entender la situación). Vente conmigo al castillo Instagram. Voy a llevarte en mi coche, seguro que llegamos en un nanosegundo en el metaverso.
Cambio de escenario a coche. Tomás y Georgina delante.
Fernando: Tomás, con algo de miedo, se vio forzado a entrar y recibió una charla interminable por parte de la princesa, mientras ella miraba más al móvil que a la carretera.
Princesa: es que durante el secuestro no he podido estar activa en redes, mis números están bajando (enseña móvil), no lo entiendo. Me tengo que poner al día, ¿qué van a pensar de mí mis amados seguidores?..
Lucía: Tras hacer unas averiguaciones, Tomás descubrió que Elon y Musk, padre y novio de la princesa, estaban hartos de ella. No podían ni verla. Por eso, recurrieron a los servicios de Snapchat, para que la secuestraran y dejaran que el Reino Instagram viviera en paz. Tomás había arruinado su plan.
Fernando: Musk estaba indignado porque la foto de Georgina con Tomás había causado un gran revuelo mediático. Así que publicó unas stories en las que confirmó su ruptura definitiva con la princesa (llora y enseña móvil). Elon también tenía que engañarla para librarse de ella nuevamente. Cuando la princesa llegó al castillo encontró a su padre muy preocupado porque su popularidad en redes había bajado mucho, los manager crisis insistían en que ahora debía casarse con ese nuevo desconocido (señala a Tomás).
Paula: Y así fue, Tomás se encontró frente a frente con su futuro suegro que, sin preguntarle nada y mirándole con muy mala cara, le agarró la mano a traición y le puso un anillo (Elon pone alianza a Tomás).
Fernando: El rey hizo lo mismo con su hija (Elon pone alianza a Georgina), que parecía estar más pendiente de cómo aumentaba el número de seguidores que de la ceremonia forzada en sí. Su enlace se estaba haciendo viral (princesa feliz).
Elon (se dirige al público). Prensa, tengo una exclusiva, sacad los móviles: yo, Elon, rey de reyes, vengo a declarar el casamiento forzado de Tomás, un absoluto desconocido del reino Imaginación, con la princesa de Instagram, Georgina. Yo os declaro marido y mujer, podéis haceros un selfie (se hacen foto).
Lucía: Pasaron los días, las semanas y los meses. Tomás ahora tenía un móvil real y debía mantener activas sus redes, como todos los demás, pero muchas veces le costaba encontrar inspiración. Una tarde, por casualidad, levantó la vista de la pantalla y observó a lo lejos un castillo misterioso, que resultó ser del reino TikTok, el más peligroso de todos.
Paula: La princesa le comentó que no era nada aconsejable ir allí, pues nadie que lo hubiera intentado había podido regresar jamás. Ese lugar se llamaba el castillo de Irás y No Volverás. Tomás recordó sus antiguos días de aventuras con su hermano y decidió que merecía la pena correr el riesgo. La princesa ni se enteró de su partida, porque estaba muy ocupada respondiendo comentarios y gestionando sus redes.
Se cambia escenario al Castillo TikTok.
Paula: En la entrada del castillo, Tomás encontró una pantalla parlante, que le pedía que aceptara unas “cookies”. Instantáneamente, Tomás recibió una notificación en el móvil con un críptico mensaje y un botón verde que ponía “pulsar” (enseña el móvil). Así lo hizo Tomás y, de golpe, las puertas del castillo se abrieron.
Añadir pantalla con fotos en el escenario.
Lucía: Tomás avanzó por un largo pasillo, hasta llegar a un gran patio abierto, donde miles de personas se agolpaban alrededor de una interminable pantalla que cubría por completo el cielo. Tomás no podía creer lo que veía en ella: veía infinitas versiones de sí mismo, llevando infinitas vidas diferentes, a cada cual más alocada y más divertida. Todos sus datos estaban allí, expuestos, mejorados y a su alcance. Tomás se quedó allí parado entre la gente, mirando la pantalla, sin poder moverse.
Castillo Instagram.
Fernando: Tomenos, su hermano, observó que la daga comenzaba a sangrar. Al sostenerla en alto, sentía que alguna clase de magia le guiaba hasta donde se encontraba Tomás (camina por el escenario en dirección a la princesa). Llegó al castillo de Instagram, donde estaba la princesa Georgina, que resultó ser su cuñada. Al ser gemelos, la joven no los distinguió, pero resultaba imposible hablar con ella, por sus constantes interrupciones.
(Diálogo)
Fernando: La princesa grabó un directo de instagram para comunicar a sus seguidores que su supuesto marido había conseguido regresar del castillo de Irás y no Volverás, del Reino Tik Tok. Cambio de escenario a Reino TikTok. A la mañana siguiente, Tomenos fue hacia allá y se encontró con la misma pantalla que, al no disponer de un móvil, no podía obligarlo a aceptar las cookies pero, tampoco podía entrar a por su hermano, por lo que trató de convencerla: si liberaba a su Tomás de la adicción a la pantalla, ellos le ofrecerían a alguien mejor que capturar y, a cambio, la compraría Google y se haría asquerosamente rica.
Paula: Las puertas se abrieron ante Tomenos, que avanzó por el largo pasillo hasta llegar al gran patio. Allí solo encontró a miles de personas prisioneras, mirando una gigantesca pantalla apagada sin pensar y sin moverse. En ese momento, todas las imágenes infinitas de la pantalla que Tomás veía se convirtieron en una sola, la de su hermano, en el directo con la princesa, Tomenos le había sustituido. Se sintió traicionado, furioso y cuando se volvió y lo encontró allí, caminando entre la gente, se abalanzó sobre él y empezaron a pelear (lucha entre ambos). Tomenos no entendía qué estaba pasando, no reconocía a su hermano, ese lugar le había cambiado. Trataba de apaciguarlo mientras se defendía, pero él solo se enfadaba más. Finalmente, lo entendió, le dio un fuerte puñetazo, lo agarró del brazo y lo arrastró fuera del castillo.
Lucía: La mente de Tomás pareció cambiar entonces, volvió a mirar a Tomenos, sintiéndose todavía algo aturdido. Los dos hermanos se dieron cuenta de que no necesitaban ni una princesa, ni un teléfono móvil. Se habían cansado ya de correr aventuras, ya conocían el resto de reinos, pero echaban de menos la desconexión y la creatividad de su hogar. Tomás y Tomenos volvieron al Reino de la Imaginación, donde fueron felices el resto de sus vidas.
Fernando: La princesa Georgina estaba perdiendo seguidores porque su marido había vuelto a desaparecer. Intentaba subir otro contenido, pero su vida dejó de estar en tendencias (triste). Fue entonces cuando, de pronto, en su móvil apareció un aviso igual al que Tomás había visto en el Reino TikTok. La princesa, desesperada, decidió aceptar todas las cookies y cayó en la trampa. La diferencia es que, en lugar de quedarse petrificada frente a una pantalla, todos sus datos se recopilaron en un currículum, que la condenó a volverse una adicta al trabajo en el Reino LinkedIn. Pasó de coleccionar bolsos a venderlos (da su bolso a alguien del público y coge un billete), pero el Reino Instagram y todos los que habían transitado por él alguna vez vivieron felices para siempre.
Los tres: Y colorín, colorado, este directo se ha acabado.