Constelación 8
Las señoritas del manto negro
Antonio Rodríguez Almodóvar (ed.) (2009). “Las señoritas del manto negro”. En Cuentos al amor de la lumbre. Tomo II (pp. 100-103). Alianza.
Juan el tonto vivía con su madre, que apenas tenía para mantenerlo. Un día le dice la madre:
–Anda, hijo, que vas a vender estos dos perniles de tocino.
Fue Juan con sus dos perniles para el pueblo. Pero, antes de llegar, pasó por la puerta de una finca y le salieron dos perros.
–¿Qué? –les dijo Juan–. ¿Me compráis los dos perniles?
Los perros se abalanzaron y cada uno se llevó un pernil en la boca. Dice Juan el tonto:
–Está bien. Mañana me pasaré a cobrarlos.
Volvió a su casa y le dice a su madre:
–Madre, ya vendí los perniles en una finca.
–¿Y dónde está el dinero, hijo?
–Mañana me paso a cobrar.
–Bueno, pues ahora toma estos dos chivitos y ve a venderlos también.
Fue Juan el tonto y en la primera puerta que vio abierta se metió. Resulta que era la iglesia. Se acerca al altar donde había dos santos y les dice:
–¿Me los compráis?
Con la luz de la lamparilla le pareció a Juan que los santos movían la cabeza y decían que sí. Conque agarra y les deja allí los chivitos, amarrados uno a cada santo, diciendo:
–Pues mañana sin falta paso a cobrarlos.
Vuelve a su casa y le dice a su madre que ya había vendido los chivitos a unos señores y que al día siguiente le darían el dinero.
–Está bien hijo. Pues ahora me vas a vender esta olla de miel.
Allá que va Juan el tonto con su olla de miel. Pero por el camino pasó por delante de un colmenar y, claro, todas las abejas se fueron para la olla.
–¿Queréis comprarme la miel? –les preguntó Juan, y el zumbido que hacían las abejas, zíiiiii, le pareció que decían que sí–. Bueno, os dejo la olla. Pero mañana sin falta paso a cobrar.
Volvió a su casa y le dijo a su madre que ya había vendido la miel.
–¿Sí, hijo? ¿Y a quién se la has vendido?
–A las señoritas del manto negro. Mañana voy a por el dinero.
La madre se quedó pensando quiénes serían aquellas señoritas, pero no dijo nada.
Al día siguiente Juan el tonto se levantó muy temprano y salió. Se fue derecho a la finca y otra vez le salieron los perros y se pusieron a ladrarle.
–¡Ah, conque no queréis pagarme! ¡Pues ahora veréis!
Cogió un palo y se lió a garrotazos con ellos. A esto se asomó el amo de los perros y le preuntó que por qué pegaba a los perros. Entonces Juan le dijo:
–Porque ayer me compraron dos perniles y no me quieren pagar.
–¿Y cuánto valían, hombre? – preguntó el amo y le pagó, para no tener líos.
Siguió adelante Juan el tonto y entró en la iglesia. Se va para los santos y les dice:
–Aquí estoy.
Como los otros no decían nada, le pegó un garrotazo a uno de los santos y lo rompió. Con el ruido salió el cura y dice:
–¡Pero qué estás haciendo, Juan!
–Nada. Que ayer estos dos me compraron unos chivitos y hoy no me quieren pagar.
El cura comprendió lo que había pasado y de muy mala gana le pagó a Juan los veinte duros que pedía por los chivitos.
Pues siguió adelante Juan con su recaudación y se dice:
–Ahora toca cobrar la miel.
Se fue para las colmenas y al momento las abejas le salieron con muy malas intenciones. Juan se dio la vuelte y les dice:
–¡Pues si no queréis pagarme, ahora mismo doy parte al alcalde!
Se fue para el ayuntamiento y le dice el alcalde:
–¿Qué te trae por aquí, Juan?
–Pues mire usted. Que las señoritas del manto negro me compraron ayer una olla de miel, y hoy no me quieren pagar.
–¿Y quiénes son las señoritas del manto negro, si puede saberse?
–Venga usted conmigo y se las enseño –dijo Juan.
El alcalde acompañó a Juan hasta el colmenar y le dice:
–Mira, Juan, esas señoritas poco es lo que te van a pagar. Yo que tú le daba un garrotazo a todas las que viera. Y en diciendo esto se le posa al alcalde una abeja en la cabeza, y dice Juan:
–¡Ah, sí! ¡Pues así va la primera! ¡Pum!
Y le pegó un garrotazo que dejó al alcalde en el sitio.
Las señoritas del manto negro
Versión con la que se había trabajado: A. Rodríguez Almodóvar (ed.) (2009). “Las señoritas del manto negro”. En Cuentos al amor de la lumbre. Tomo II (pp. 100-103). Alianza.
Alumnos participantes: Vanesa Guerrero, Bianca Popa, Alison Encalada, Laura Martín y Luis Jiménez (grupo 4 de Cuento y poesía, A, curso 2023-24, profesor Miguel Ángel Martín-Hervás).
Ana vivía en una aldea con muy pocos habitantes. Era una niña muy nerviosa y con mucha imaginación. Le gustaba mucho salir y hablaba con los animales en cada una de sus salidas. Un día, su padre le dice.
-Anda, hija. ¿Por qué no vas a la aldea a vender estos dos peces?
En ese momento Ana recordó los diferentes animales que veía en sus salidas, y decidió acudir a ellos para vender lo que le había dicho su padre. El primer sitio al que se le ocurrió ir fue al río, donde se encontraban dos cocodrilos.
-Hola! - dijo Ana - ¿Me compráis estos dos peces?
En ese momento, los cocodrilos se comieron los peces sin mediar palabra.
¡Perfecto! Mañana me pasaré a cobrarlos.
Volvió a su casa y le dijo a su padre:
-Padre, ya vendí los dos peces
-¿Y dónde está el dinero, hija?
-Mañana me lo darán.
-Muy bien, pues toma estos gusanos y véndelos también.
Vuelve a salir de casa y se encuentra con un nido en un árbol. Sale un petirrojo y se lleva sus gusanos.
-¡Genial, mañana me pasaré también a cobrarlos!
Al regresar a casa le dice a su padre que también le traerá el dinero mañana.
-¡Estupendo hija! Por último, ve a vender estas sardinas.
-Vale papá, en seguida voy
Salió muy alegre a hacer el recado que le habían mandado, cuando, de repente, ve al gato de su vecina Karen, Bigotes, subido en el tejado. El gato al verla baja y se lleva las sardinas de un zarpazo.
- Eh! No te olvides de pagar mañana.
Al día siguiente Ana se despierta muy temprano para salir a cobrar los productos. Lo primero que hizo fue ir derechita al río en el que se encontraban los cocodrilos. Pero resulta ser que a la entrada del río había un guarda forestal cuidando que nadie entrara. En un descuido de este, Ana logró entrar al río para cobrar a los cocodrilos lo que le debían. Y les dijo:
-Hola cocodrilos, ¿me pagáis los peces que os vendí?
Los cocodrilos la miraron fijamente y no respondieron.
-¿Ah, si? pues os vais a
En ese momento apareció el guarda forestal que cuidaba el río y al ver a Ana tan cerca de los cocodrilos fue corriendo y le dijo:
-¿Qué haces Ana? ¿No ves que te pueden comer?
-Es que no me quieren pagar, ayer les vendí dos peces y no me lo devuelven.
-Está bien Ana, ¿cuánto te deben? ¿si te lo doy te marcharás de aquí?
-Supongo que sí, son 6 duros
-Aquí tienes Ana, pero no te quiero ver más aquí.
Tras no obtener ninguna respuesta de los cocodrilos, Ana fue directa a cobrar al petirrojo, pues le había vendido unos cuantos gusanos.
-Hola Petirrojo, vengo a cobrar los
El Petirrojo la miró y salió volando a otro árbol. Ana fue detrás de él, cuando escuchó un disparo y se asustó. Ana asustada pegó un grito y el cazador se acercó para ver qué había ocurrido.
-¿Quién eres tú y qué haces aquí, muchacha?
-Soy una vendedora que ayer vendí un par de gusanos al petirrojo que acaba de salir volando y vengo a cobrárselos.
-Pero niña, no ves que es un animal que ni siquiera habla. No te va a pagar.
La niña empezó a preocuparse porque tampoco iba a obtener respuesta del petirrojo. Al ver su cara, el cazador le dijo:
-Tranquila muchacha, yo te lo pagaré. ¿Cuánto es?
-Son 12 monedas
-Aquí tienes muchacha, no vuelvas a venir a este lugar y menos tú sola, que es muy peligroso.
Ana se marchó. Después de eso solo le quedaba cobrar las sardinas, de modo que con paso decidido se fue derecha a casa de su vecina. Al llegar a casa de su vecina llamó a la puerta y abrió la dueña del gato, Karen.
Para Karen, Ana siempre le resultó un poco rara, de modo que ya estaba preparada para escuchar algo propio de ella.
-Hola buenas, vengo a ver a Bigotes para que me de el dinero que me debe de las sardinas de ayer.
-¿Perdona? Ah… si, claro, espera que ahora hablo con él.
-Está bien.
- Pero muchacha, de verdad te crees que voy a hablar con él. Le dijo riéndose - Los animales no hablan,entiéndelo. En esta casa nadie te debe nada, puedes irte por donde has venido.
-Pero… pero yo sí puedo y mi padre se va a cabrear mucho si no llevo el dinero. (Llora).
La vecina, al ver que Ana no paraba de llorar, sintió mucha pena, de modo que decidió darle el dinero que le debía por las sardinas y de mala forma le cerró la puerta en la cara. Ana, feliz, se fue a su casa canturreando de emoción y le entregó a su padre todo el dinero.