La caligrafía japonesa
La caligrafía japonesa, conocida como shodō (書道, “el camino de la escritura”), tiene sus orígenes en la caligrafía china, que llegó a Japón junto con el sistema de escritura kanji alrededor del siglo V e.c. Durante siglos, los estilos caligráficos chinos fueron el modelo a seguir, especialmente el estilo kaisho (regular), gyōsho (semicursivo) y sōsho (cursivo).
A partir del periodo Heian (794–1185), Japón comenzó a desarrollar un estilo propio, especialmente con la invención del silabario hiragana, derivado de formas cursivas de kanji. Este estilo, más fluido y estético, se asoció con la literatura cortesana, como se ve en obras como El cuento de Genji, y fue cultivado en particular por mujeres de la nobleza.
Durante el periodo Kamakura y posteriores, el shodō se vinculó estrechamente al budismo zen, que influyó en un estilo más espontáneo, libre y expresivo, centrado en el gesto y el equilibrio interior.
Con el tiempo, la caligrafía se consolidó como una disciplina artística y espiritual, valorada tanto por su contenido como por la belleza formal del trazo. Hoy, el shodō es practicado tanto en contextos tradicionales como contemporáneos, y sigue siendo una forma de arte profundamente respetada en la cultura japonesa.