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Antecedentes
En una carta que Ferdinand de Saussure envió al también lingüista Antoine Meillet, expresaba el ginebrino la necesidad de no perder de vista las razones últimas de su investigación:
"Preocupado sobre todo desde hace mucho por la clasificación lógica de estos hechos, por la clasificación de los puntos de vista desde los cuales los tratamos, veo cada vez más la inmensidad del trabajo que sería preciso para mostrar al lingüista lo que hace; reduciendo cada operación a su categoría prevista; y al mismo tiempo la no poca vanidad de todo lo que a fin de cuentas puede hacerse en lingüística." (Pasaje de una carta de Saussure a A. Meillet fechada el 4 de enero de 1894 [apud Benveniste 1971: 38])
No de manera muy diferente se presenta este imperativo de reflexión a los estudiosos de las demás disciplinas. De hecho, muchas son las preguntas que a menudo nos asaltan en nuestro quehacer diario. En el caso de la Tradición Clásica, pueden formularse cuestiones básicas como las siguientes: ¿por qué nos preocupamos de la lectura que un autor moderno ha hecho de otro antiguo?, o ¿qué aporta esta lectura moderna a la mejor comprensión no sólo del autor moderno, sino también a la del antiguo? En especial, hay una pregunta absolutamente clave que puede contestar otras muchas: ¿cómo se plantea la relación entre un autor moderno y otro antiguo?
El estudioso de la Tradición Clásica se viene conformando normalmente con desvelar huellas de un autor clásico en otro moderno, sin sentir la necesidad de reflexionar más allá de esta constatación. Desde su creación como disciplina, a finales del siglo XIX, la Tradición Clásica ha hecho uso tácito de un método de estudio que puede considerarse predominantemente positivista. Se trata de un marco metodológico que en otro tiempo fue común a otras disciplinas, tanto del espíritu como experimentales. Concretamente, la Literatura Comparada y la Tradición Clásica adoptaron, de manera absolutamente defectiva, el método que los teóricos del conocimiento denominan como “A en B” (Ruiz Casanova 2007). Formulaciones como “Goethe en Francia” u “Horacio en España” constituyen buenos ejemplos de este método que entiende, por lo demás, que la propia naturaleza de un autor como Goethe u Horacio es independiente de su recepción en tal o cual nación (es decir, “Horacio es Horacio” y su “Recepción” es algo añadido o marginal, en todo caso). En este sentido, el positivismo se caracteriza por considerar que los objetos de estudio son previos a cualquier método y que, por tanto, su estudio no altera la esencia de tales objetos. De esta forma, el análisis de “A” en “B” presupone dos objetos de estudio previos (“A” + “B”). Esta cuestión es, cuando menos, revisable desde otros presupuestos teóricos. En su Teoría del saber histórico, José Antonio Maravall reflexiona críticamente acerca de este axioma del positivismo que considera “la inalterabilidad del objeto respecto a su observador”, dando lugar al “conocimiento objetivo por excelencia” (Maravall 1967: 116-117).
Así las cosas, la mejor definición positivista que hemos encontrado de Tradición Clásica nos la ofrece Menéndez Pelayo. Debemos acudir a la “Advertencia preliminar” de su Bibliografía Hispano-Latina Clásica para encontrar convenientemente definido el objeto de la disciplina a comienzos del siglo XX (las cursivas son nuestras):
Tal como se presenta al público en esta primera parte consagrada a la literatura latina, comprende la historia de cada uno de los clásicos en España, las vicisitudes de su fortuna entre nosotros, el trabajo de nuestros humanistas sobre cada uno de los textos, las imitaciones y reminiscencias que en nuestra literatura pueden encontrarse. […] Sea cual fuere el destino que las aguarda, siempre tendrán para mí el recuerdo de las horas gratísimas que pasé leyendo los clásicos latinos y comparándolos con los castellanos o viceversa. (Menéndez Pelayo 1902: 5)
La palabra “historia”, el distributivo “cada uno” y la preposición “en”, así como los términos “imitaciones y reminiscencias” y el verbo “comparar”, definen a la perfección cuál es el método y alcance de esta disciplina, al menos para un estudioso de finales del siglo XIX o comienzos del XX. La palabra “historia” tiene que ver claramente con las corrientes historicistas de la época (de manera particular las historias de la literatura frente a la Poética) y sirve para definir como estudio predominantemente cronológico el de la Tradición Clásica. Se trata, por tanto, de hacer una historia de la literatura antigua en la moderna. Sin embargo, en el caso de Menéndez Pelayo, estamos ante un relato compartimentado, dado que no pretende escribir una “historia de los clásicos”, sino de “cada uno de los clásicos”. Más allá de las imposiciones técnicas dadas por el enfoque eminentemente bibliográfico de su estudio, se entiende, de manera defectiva, que la “suma” de tales historias individuales dará lugar a la historia “global” (principio muy arraigado en el positivismo, consistente en suponer que sumando las partes llegamos necesariamente al todo). Sin embargo, con el tiempo, hemos descubierto que hay ciertas propiedades holísticas o de conjunto que no se pueden explicar desde la mera adición de las partes. La preposición “en” define, como ya hemos señalado más arriba, la propia materialidad de un doble objeto de estudio, es decir, autores antiguos (A) “en” autores modernos (B), donde tan sólo se contempla una relación inclusiva de los primeros con respecto a los segundos. De esta forma, los autores antiguos se consideran como una “fuente” que hay que rastrear en los modernos (dado que aquellos están, literalmente, “en” estos), como si de un estudio arqueológico se tratara. Finalmente, el término “comparar” resume el componente metodológico de esta disciplina, nacida durante la eclosión de los comparatismos más diversos.
La Tradición Clásica, considerada de esta manera, vendría a ser una disciplina incluida en la Literatura Comparada de la época, con la salvedad de que, en su caso, uno de los puntos de la comparación es necesariamente un autor clásico grecolatino y que su relación con el autor moderno debe ser siempre genética, es decir, una relación motivada por la influencia o la imitación. En cualquier caso, el comparatismo genético resultó ser a lo largo del siglo XIX más influyente que el meramente tipológico, como podemos ver, por ejemplo, en el desarrollo de la lingüística indoeuropea. La conocida dicotomía entre “Tradición” y “Poligénesis” planteada por Dámaso Alonso tiene en su horizonte ambos tipos de comparatismo (Alonso 1986: 707-731).
Así las cosas, para muchos cultivadores de la Tradición Clásica como disciplina el planteamiento positivista continúa siendo el argumento por antonomasia de tales estudios. La afinidad entre la Tradición Clásica y el comparatismo literario estuvo vigente hasta bien entrado el siglo XX. Sin embargo, durante la segunda mitad de esta centuria la Literatura Comparada evolucionó profundamente y cambió sus propios paradigmas. Conocida y muy representativa es la formulación que René Etiemble hizo en 1963 para combatir el viejo comparatismo de las fuentes: “Comparaison n’est pas raison”. Desde unas circunstancias personales y profesionales concretas, Etiemble sentaba el principio, acaso paradójico, de que el tradicional criterio del comparatismo entre literaturas europeas ya no era suficiente, dado que para un verdadero empeño universalista había que mirar hacia literaturas tales como la japonesa o la rusa. Asimismo, su afán como estudioso apuntaba mucho más allá de los conocidos estudios comparados del tipo “A en B”, pues pretendía llegar a una verdadera poética comparada. El giro de la Literatura Comparada desde presupuestos básicamente historicistas a los nuevos planteamientos teóricos (la dicotomía entre las llamadas “escuela francesa” y “escuela americana”, respectivamente) dio lugar, entre otras muchas consecuencias, a que la Literatura Comparada se alejase en sus presupuestos metodológicos de lo que iba a continuar siendo el fundamento de la Tradición Clásica. De esta forma, mientras el comparatismo fue cambiando su paradigma gracias a nuevas propuestas como la Estética de la Recepción, la Intertextualidad, la Mitocrítica, los Estudios Culturales o el Poscolonialismo, la Tradición Clásica se ha ido haciendo un eco tan sólo muy parcial de tales propuestas.
Transcurridos, por tanto, más de cien años desde el primer desarrollo consciente de la Tradición Clásica, consideramos que es el momento de llevar a cabo una adecuada reflexión conceptual, histórica y metodológica acerca de la disciplina. Hay quien considera que no es necesario perderse en disquisiciones de método o, simplemente, camufla su concepción positivista de la Tradición disfrazando conceptos tales como el de “fuente” con el más moderno de “hipotexto” (conceptos que, por cierto, no son equiparables, dado que responden a modelos epistemológicos distintos: el positivo y el estructural, respectivamente). En cualquier caso, hay varias cuestiones que, cuando menos, deberían plantearse desde la propia curiosidad del investigador, tan bien expresada por Saussure en el texto que abre este apartado, es decir, la necesidad de saber por qué hacemos lo que hacemos. Todo ello conlleva que a la hora de estudiar tanto la historia como la teoría de la Tradición Clásica no nos sintamos autorizados a separar ambos aspectos, pues las teorías nacen, precisamente, en el contexto de unas circunstancias históricas concretas y no en abstracto.
A partir de este estado de cosas, el I.P. del proyecto que ahora se solicita publicó en 2016 una obra titulada Teoría de la Tradición Clásica. Conceptos, Historia y Métodos. La obra ofrece por vez primera un intento de reflexión global acerca de la disciplina. Sobre esta obra, su discípulo Carlos Mariscal de Gante ha elaborado un índice analítico, supervisado por el mismo García Jurado, que intenta proponer un listado inicial y básico para la elaboración de un “Diccionario Hispánico de la Tradición Clásica” (DHTC), repartido entre entradas de tipo conceptual-metodológico y biográfico.
Bibliografía citada
Alonso, Dámaso 1986. “¿Tradición o poligénesis?”, en Obras completas, Vol. 8, (Comentarios de textos): Madrid, Gredos: 707-731
Benveniste, Emile 1973. Problemas de lingüística general I, Buenos Aires, Siglo XXI editores
Maravall, José Antonio 1967. Teoría del saber histórico, Madrid, Revista de Occidente
Menéndez Pelayo, Marcelino 1920, Bibliografía Hispano-Latina Clásica. Tomo I, Madrid: Est. tip de la viuda é hijos de M. Tello
Ruiz Casanova, José Francisco 2007. “«La melancolía del orangután». El origen de los estudios A en B: Marcelino Menéndez y Pelayo y su Horacio en España (1877)”, 1611. Revista de Historia de la Traducción, 1 (disponible en la dirección electrónica http://www.traduccionliteraria.org/1611/art/ruizcasanova.htm)
BIBLIOGRAFÍA BREVE PERO ACTUALIZADA SOBRE EL TEMA
La fuente bibliográfica primaria para establecer la relación básica de entradas del DHTC está constituida por la siguiente obra:
Francisco García Jurado, Teoría de la Tradición Clásica. Conceptos, historia y métodos, México, Instituto de Investigaciones Filológicas (Cuadernos del Instituto de Investigaciones Filológicas), Universidad Nacional Autónoma de México, 2016
No existía hasta este momento una monografía que se hubiera dedicada completamente a establecer una teoría general de la Tradición Clásica. En esta obra se contiene, además, una bibliografía fundamental de la Tradición Clásica y varios trabajos previos, especialmente los siguientes:
Francisco García Jurado, “¿Por qué nació la juntura “Tradición Clásica”? Razones historiográficas para un concepto moderno”, CFC (Lat.) 2007, 27/1, pp. 161-192
Francisco García Jurado, “Tradición frente a Recepción clásica: Historia frente a Estética, autor frente a lector”, Nova Tellus 33/1, 2015, pp. 9-37
Vamos a indicar ahora cuáles son las referencias bibliográficas fundamentales para llevar a cabo nuestro trabajo, que podemos categorizar en torno a los siguientes aspectos:
a) Obras clásicas de la Tradición Clásica, que ahora se convierten en objeto de estudio como tales: Menéndez Pelayo, Comparetti, Highet, Curtius, María Rosa Lida, Aby Warburg.
b) Algunas monografías que aportan aspectos fundamentales para la teoría de la Tradición Clásica: Genette, Claudio Guillén, Hans Robert Jauss, Salvatore Settis, Edward Said.
c) El modelo (si bien parcial) del Diccionario Español de Términos Literarios (DETLI), dirigido por Miguel Ángel Garrido Gallardo, para la elaboración de nuestro diccionario. Otra obra que nos resulta de gran utilidad es el Diccionario de términos literarios (Madrid, Alianza, 1996) de Demetrio Estébanez Calderón.
d) Bibliografía reciente en el campo de la Tradición Clásica y la Recepción. Dentro de este apartado, contamos con un reciente manual publicado por la Universidad de Harvard que lleva el título de The Classical Tradition (Grafton et alii 2010). Además de por sus contenidos, esta obra nos interesa por su organización temática, dispuesta de manera alfabética, aunque, según sus autores, no se ha pretendido que sea un diccionario, a tenor de lo que se nos cuenta en la introducción. Asimismo, tampoco es el propósito de esta obra teorizar acerca de la disciplina. En cuanto a los estudiosos de la Tradición Clásica, echamos en falta, sin ir más lejos, una entrada acerca de Gilbert Highet, si bien se presta atención a figuras clave de la Historia cultural como la de Jakob Burckhardt o la de Aby Warburg. Con respecto al siglo XVIII, en tantas cosas precursor de la disciplina, se dedica una entrada a un autor fundamental para el estudio de la pervivencia de las letras clásicas, en especial de Homero, como es Alexander Pope. Por lo demás, y de acuerdo a lo que ya es toda una tradición bien consagrada en el mundo anglosajón, apenas aparecen referencias al mundo hispánico ni a sus estudiosos. Más allá de la organización alfabética, el carácter del DHTC que proponemos es significativamente distinto con respecto al último libro citado, tanto en lo que respecta a su propósito como en lo relativo al ámbito al que se aplica preferentemente, que es el de la Tradición Clásica vinculada al mundo hispano.
Debemos partir, asimismo, de las aportaciones y líneas de investigación de algunos de los componentes del equipo de este proyecto que justificarán los trabajos de carácter metodológico:
Carla Bocchetti (IFRA [Nairobi]): Estudios Poscoloniales y Tradición Clásica
Javier Espino (UNAM): Recepción y la línea de investigación LAEM (UCM-UNAM)
Ana González-Rivas Fernández (UAM): Mitocrítica. Estudio sobre Prometeo como precursor de Frankenstein
Laura Jansen (Bristol University): Paratextuality and Reception Studies, con especial atención a su inminente libro titulado Borges’ Classics: Global Encounters with the Graeco-Roman World.