Proyectos de Investigación

Texto dramático

Eva Marina (2024)


 

PERSONAJES:

Carmen Conde (43 años)

Matilde Salvador (32 años)

La multitud

La voz de la radio

La corza

Eva

 

 

ACTO ÚNICO

 

Eva: Érase una mujer, un poema y hasta un piano. Érase un dictador implacable, un castigo y una cita.

Este es un cuento para niñas malas.

Este es un cuento para mujeres muy malas.

Este es un cuento para viejas malvadas.

 

(Canción: «Tengo una muñeca vestida de azul, con su camisita y su canesú. La llevé de paseo, se me constipó…» (REP).

Silencio, silencio, silencio metálico, silencio sin alma).

 

La multitud: Encerradas en el aire.

 

(Las bombas y la copla caen a plomo en las cocinas. En la radio, la voz).

 

Voz: Y ahora, queridas amigas, para finalizar este ratito que hemos pasado juntas mientras cumplís con vuestras obligaciones, unos breves consejos proporcionados por nuestras guías de Auxilio Social, para que vuestro hogar sea ese templo de felicidad, paz y prosperidad. En vuestras manos y espíritu recae esta enorme responsabilidad. Vuestros maridos os lo agradecerán como solo ellos saben hacerlo: con amor, respeto y devoción. En primer lugar,

ten preparada una comida deliciosa para cuando él regrese del trabajo.

Ofrécete a quitarle los zapatos.

Habla en tono bajo, relajado y placentero.

Prepárate: retoca tu maquillaje, coloca una cinta en tu cabello. Su duro día de trabajo quizás necesite un poco de ánimo y uno de tus deberes es proporcionárselo.

Durante los días más fríos, debes preparar un fuego en la chimenea, para que se relaje frente a él.

Salúdale con una cálida sonrisa y demuéstrale tu deseo por complacerle.

Escúchale, déjale hablar primero; recuerda que sus temas de conversación son más importantes que los tuyos.

Nunca te quejes si llega tarde, o si sale a cenar, o a otros lugares de diversión sin ti.

Anima a tu marido a poner en práctica sus aficiones e intereses y sírvele de apoyo sin ser excesivamente insistente.

Si tú tienes alguna afición, intenta no aburrirle hablándole de ella, ya que los intereses de las mujeres son triviales comparados con los de los hombres.

Y recuerda, querida amiga, que él es el amo de la casa.

Mujeres para Dios, para la patria y para el hogar. ¡Mujeres de España!

 

 Matilde y Carmen: ¡Presentes!

 

(Las bombas se apagan y emigran a otros territorios donde todavía queda gente a la que masacrar y muchas, muchas mujeres a las que violar, fusilar y olvidar).

 

Eva:  Érase una vez una guerra interminable. Un espacio oscuro que no admite planes, ni proyectos, ni alegrías, ni sueños de igualdad. Fe. Creías en el futuro: mujeres con bigote, mujeres artistas, mujeres equivocadas, mujeres hombres, mujeres nada. Mujeres que no tienen un espíritu de sacrificio, que no realizan una labor abnegada. Que no son suficientemente piadosas, ni perfectas hijas, hermanas, esposas o madres.

Todas ellas, expulsadas del Edén, con un futuro incierto y nunca deseado. Mujeres nadando en el triste lago del exilio.

Esta es la historia de un encuentro; la historia de dos supervivientes de esta guerra, que se rebelan. Carmen Conde, escritora, y Matilde Salvador, compositora. No se conocen. No son amigas, pero forman parte de una red secreta de apoyo, afecto y admiración. No se ven, pero se escriben y se tocan en esa distancia que provoca el dolor del desarraigo.

 

(Teclea y rasga con pluma las partituras. Vuestras palabras y corcheas viajarán veloces atravesando esta España suspendida en el tiempo).

 

Matilde:

Valencia 26 - Abril 47 

Sra. D.ª Carmen Conde. Madrid.

Muy Sra. mía:

Me tomo la Libertad de dirigirle la presente y molestar su atención, con el deseo de obtener de su amabilidad el favor que me remita la dirección de Gabriela Mistral. Soy compositora.

Valencia.

Tengo pedido Ansia de Gloria en la librería.

Muchas gracias por sus canciones, que me gustan mucho, igual que los poemas de su libro. Aunque yo no me guío más que por mi instinto, creo que Vd. tiene personalidad.

Me alegra la feliz casualidad del encuentro de Vd. con mi hermana.

He musicado «Desvelo» («Vete de mi casa, Sueño»).

 

Carmen: Al Sueño le llaman y el Sueño contesta, con sus ojos claros y su boca lenta que dice palabras que el Sueño se inventa.

 

Matilde: Mil gracias por el dibujo. Te imaginaba así.

 

(Radio Nacional de España, 27 de enero de 1950).

(Advertencia: Las apariciones de la corza, fugaces, entre fogaratas de magnesio).

 

Voz: Érase una princesa que vivía dentro de un hermoso castillo que tenía cien mil ventanas y mil espejos y doscientos lagos y cuatro mil cristales… Corrían los caballos jóvenes por sus jardines, sin romper las flores; se apresuraban los arroyos a llenar los estanques donde nadaban cisnes que nunca estaban quietos. Y la princesita, que siempre estaba mirándose a los espejos, a los cristales, a los lagos, a los estanques, a los arroyos, con la misma complacencia de Narciso, incurrió en el desagrado del príncipe que la amaba y quería casarse con ella. Y un día, cuando más embelesada se hallaba delante de su espejo, sonó un clarín y la princesa se vio convertida en corza. En esa corza que ahora mismo veis tristemente parada junto al lago… ¡Ah, su dolor! Corrió por los salones derribando muebles de laca, de marfil, tibores fantásticos, cajitas de música que se quejaron años y años… Y al llegar a sus jardines, los perros la persiguieron, y los caballos, generosos, hubieron de protegerla porque adivinaban en ella a la joven vanidosa del castillo. Lejos, entre las frondas, se reía el príncipe —aunque lloraba— viendo castigada a su novia.

 

Eva: Estés donde estés, solo permanece el horizonte del día siguiente, en el que tendrás que seguir ocultándote tras tu marido, tu padre, tus hijos o tus hermanos. Escondida en los patios de luces, en la habitación con el piano, en el estudio, en los transistores. Detrás de la maternidad, de las clases de música y la merienda con las amigas. ¿Cómo sobrevivir? ¿Para qué sobrevivir? Si te han vuelto a sepultar bajo la mesa camilla de la salita de tu madre.

 

Matilde:  

Valencia 14 - julio - 48 

Mi querida Carmen:

Perdona que haya tardado tanto en contestarte y enviarte la «Cancioncilla» que musiqué hace ya tiempo y hoy va por correo aparte, pero es que he estado un mes sin poder coger la pluma, pues en cuanto lo intentaba me entraba un fuerte dolor en la muñeca que no se iba hasta después de varios días. En cuanto ha desaparecido, he copiado para ti esta canción. Como verás, está dedicada a Lola Rodríguez de Aragón, a quien se la entregué por contacto de mi hermana cuando estuvieron juntas, y por cierto que ni siquiera me ha escrito. Yo también quiero que hagamos algo más serio que el Belén y me gustaría que me dieras a conocer lo que tengas de El lago y la corza (¡qué título más encantador!). He hecho gestiones para que tú vengas a dar una conferencia que yo podría ilustrar musicalmente con las nanas y desvelos, en Radio Mediterráneo, y de lo que yo trato es de que te paguen los viajes —cosa dificilísima, pues aquí en Radio no dan ni un solo céntimo a quien actúa en ella—, y como las personas concretas escasean tanto, todavía no he podido aclarar cuánto podrían darte. De todos modos, dame tú una idea, lo más recortada posible, porque no pienso dejar esto hasta que lo consiga, si es que a ti te parece bien. En este momento veo en el calendario que pasado mañana es la Virgen marinera. ¡Felicidades! Y un abrazo fuerte de tu amiga,

Matilde

U 7 MADRID DE VALENCIA 958 18 12 7: AUDICIÓN RETABLO JUEVES ONCE NOCHE RADIO VALENCIA ABRAZOS MATILDE.

 

Matilde: Me gustaría verte, me gustaría verte, pronto y con el piano.

Valencia 4 - Dic - 50 

Mi querida Carmen: ¡Por fin vamos a vernos! El próximo jueves día 7 llegaré a esa con mi marido [Vicente Asencio] en el autobús que creo llega a esa a las 10 noche. Llevaré las canciones de Retablo de Navidad, en fin, todo, para que puedas oírlo y comentarlo juntas. Busca pues un piano para no perder el tiempo, por si alguno de mis amigos que lo tiene no está ahí. Regresaré el domingo por la tarde. ¿Blanca de Seoane estudió las canciones? ¿Podríamos hacer una emisión el sábado? Yo telefonearé a casa de Amanda [Junquera] en cuanto llegue, pues no te puedo decir aún dónde me alojaré. En espera de hacerlo al vivo te abraza, Matilde.

 

Eva: El encuentro entre las dos artistas se produce en Madrid, en la calle Velintonia número 3 y 5, la casa de la poesía y la amistad. Hace mucho frío en Madrid. Las calles están heladas, como los lagos de los cuentos. Reflejan en sus espejos los rostros de las ausencias. Suena el timbre.

 

(Carmen, que está sola, abre la puerta. Se observan con la puerta aún abierta. El ruido de la calle amortigua su pudor e incomodidad).

 

Matilde: ¡Por fin nos conocemos, querida Carmen!

 

Carmen: Bienvenida, ¿has venido sola?

 

Matilde: Sí, Vicente decidió quedarse en el hotel descansando. Cada vez que venimos a Madrid es una locura, con tantos compromisos y a tantas personas a las que ver. ¿Y Amanda, está aquí?

 

Carmen: No, no. No podía quedarse, Pero pasa, pasa… No sé en qué estoy pensando.

 

(Risa de Matilde, silencio abochornado y la corza que cascabelea corriendo por el pasillo).

 

Carmen: He hecho café, ¿te apetece?

 

Matilde: ¡Qué salita tan encantadora!

 

Carmen: Yo sí que necesito uno. Tengo tanto trabajo… que, a veces, me voy durmiendo por los rincones. Siéntate, por favor.

 

Matilde: ¿Está afinado?

 

Carmen: ¿El qué?

 

Matilde: (risa) el piano, claro. A ti te veo estupenda.

 

Eva: Matilde, mientras pulsa las notas rápidas y alegres de una cancioncilla, piensa que el piano está afinado; que, tal vez, su sonido le recuerda a la melodiosa voz de Amanda. Piensa en lo feliz que está por haber logrado conocer a Carmen. Piensa en todas las cosas que tiene que hacer en Madrid. Desea que todo el mundo escuche su música y que Vicente [Asencio] logre transcribir las últimas partituras para convertirlas en viento y verbo. Cuantas cosas por hacer y qué poco tiempo. El tiempo… Piensa en su hija que crece y que quiere ser escritora, como Carmen. Carmen, tan poderosa y valiente. Como su poesía, luminosa.

Pero Carmen no sabe qué hace esa mujer en su cuarto de libros, ¿qué quiere? La escucha pulsar las notas del piano mientras ella se esconde unos minutos en la cocina. Piensa en su nuevo poemario, lleno de Amanda [Junquera]; piensa en su madre [María Paz Abellán], que la espera en la otra casa; piensa en Antonio [Oliver], tan enfermo del corazón y de amargura. Y escucha a esta mujer y su música. Llena de alegría, la alegría de una maternidad poderosa, de un marido que la ama, del mar que la acompaña. El esplendor de la juventud, el talento y la fe rotunda en sus canciones. Tan joven, tan rubia, tan guapa. Recuerda esa voluntad creadora. Ella la tuvo. Cree que continúa en ella, pero hoy solo piensa en cómo pagar las facturas y que Amanda [Junquera], por lo menos, tiene un buen café. 

 

Carmen: ¿Y qué te trae por Madrid?

 

Matilde: Verte. Es que es tristísimo que hayamos tardado tantos años en conocernos personalmente. Hemos terminado el Retablo y todo ha sido a través de las cartas. Tus cartas son bonitas, pero yo, no sé, necesito más... Más contacto.

 

Carmen:  Vives muy lejos. Aquí en Madrid nos vemos más todas nosotras. Bueno, las que siguen aquí, claro...

 

Matilde: No está tan lejos. Yo estoy muy contenta en Valencia y la nena es muy feliz cerca del mar. 

 

Carmen: Yo no puedo volver. Aquí están nuestros trabajos y buenos amigos. Hubo mucha gente que me trató muy mal. Amigos, o que yo creía que eran amigos… Hasta una denuncia anónima a los militares he sufrido. ¡Tuve que recurrir a San Antonio de Padua! El pobre, que me ayudó a convencer al tribunal de que soy cristiana, católica, apostólica y romana. Menos mal que Amanda [Junquera] y Cayetano [Alcázar] me rescataron durante el proceso sumarísimo por auxilio a la rebelión.  Un juicio por mi compromiso con la Universidad Popular [de Cartagena] y la educación de los trabajadores. Es que es todo un disparate. Este país ha perdido la cordura…

 

Matilde: Son cosas de la guerra, Carmen, pero ya se están arreglando, ¿no crees?

 

Carmen: ¿Cosas de la guerra? No. Son envidias, maldades y viejos rencores. ¿Para quién? Porque para mí, poco. Muy poco, Matilde. A lo mejor, para ti, que apenas viviste la guerra, las cosas han mejorado. ¿Sabías que en el nuevo diccionario de la Academia de la lengua no aparece la palabra «exilio»?... No paro de pensar en las razones por las que los académicos, porque son solo hombres, han «exiliado» a la palabra «exilio». Aparecen «destierro», «desarraigo», «expatriación», «aislamiento» y «expulsión». Pero no «exilio». Y lo que no se nombra, no existe. Nosotras no existimos, somos invisibles. Estamos enterradas en quintales de acciones cotidianas para sobrevivir, solo eso… La mayoría de mis amigas están fuera de España. No sabemos nada ni de Margarita, ni de Ángeles. Consuelo solo puede trabajar de traductora después de la depuración y María... María se está dejando las yemas de los dedos y las pestañas en su diccionario. Es que no sé a qué te refieres cuando hablas de que las cosas están mejorando. Yo me ahogo en Ferraz, estoy encerrada en el aire del estudio de la radio, sin poder utilizar siquiera mi nombre. ¡Mi nombre! Durante estos años he sido Eva, Constanza, Asunción, Magdalena y Florentina, que era una santa, pero poeta también.

 

Matilde: Perdona, no quería ofenderte, Carmen. Es que pienso que por lo menos tenemos nuestro trabajo y estos encuentros que…. Seguimos componiendo música, y tú, tu poesía, que me encanta y me inspira… Leí Ansia de la gracia y sabes que, para mí, fue conocerte un poco mejor. Es tan intensa, espiritual y única tu poesía. Es que le leía algunos poemas a Vicente [Asencio] y creímos que te estábamos viendo a ti, allí en mi salón…

 

Carmen: Escondidas y pidiendo perdón. Recuerda lo que ha pasado con tus ganas de ver representado el Retablo. Como todo en España, perdiste la energía, el dinero y la ilusión… ¿Quieres más café?

 

(Advertencia: Las apariciones de la corza, fugaces, entre fogaratas de magnesio).

 

Voz: Se refugió en los bosques, desesperada; y, sin embargo, en ellos siguió buscando lagos donde reflejarse, ahora como corza lindísima a la cual seguían las otras, asombradas y dominadas; ante quien las aves prorrumpían cánticos. Hasta que ahora, desde hace unos días, el invierno ha hecho este milagro de la nieve, que ha inundado de dolor a nuestra corza. ¡Se han helado los estanques, los lagos! Y ella no puede verse, no encuentra su figura deliciosa en ningún espejo de la naturaleza. ¡La corza se ha perdido para sí misma! Pero ahora está arrepentida de su vanidad; ya no se busca para adorar su propia belleza: se busca, ¿sabéis para qué?, para verse castigada con una forma que no es la suya y en la cual purga su delito.

 

Matilde: Es encantador el Cuento de invierno. Se emitió en la radio, ¿verdad?

 

Carmen: Sí, en enero. Gustó mucho.

 

Matilde: Tiene un aire muy europeo… Nada que ver con Retablo tan, tan... castellano. He traído para tocarte yo una de las canciones, a ver qué te parece… Es Nostalgia, yo creo que iría bien para cuando la doncella ya es corza y está en el lago. Sería algo así… Muy lento.

 

(Matilde toca la canción en el piano).

 

Carmen: Muy bonita….

 

Matilde: Oh, gracias. Es que prefiero tocar yo. Nunca se sabe qué «interpretación» va a hacer el pianista y, ¡uf!, te encuentras cada cosa…

 

Carmen: Tócala otra vez mientras yo recito. A ver cómo queda.

 

(Matilde toca de nuevo la canción).

 

Carmen:

La tierra no está en la tierra…

¡La tierra vive en el agua!

¿Quién anduvo por el cielo

        sin soñarla?

 

Matilde: Repite, esta estrofa… Y sigue.

 

Carmen:

La tierra no está en la tierra…

¡La tierra vive en el agua!

¿Quién anduvo por el cielo

        sin soñarla?

Jardines de peces negros,

de empavonadas aulagas...

 

Matilde: Yo no sé si esta palabra, «aulagas», la va poder cantar una lírica… Aulagas, aulagas, ¡aulagaaaas!

 

Carmen: (risas) No me hagas reír, Matilde. Si rima, se puede cantar…

...de empavonadas aulagas,

en el acero del cielo

        se nos clavan.

 

¡Y algunos van por el mar,

por la tierra, preguntando

si es camino de otro mundo

        ir soñando!

 

(Risas, música, poesía y aplausos, que ellas mismas provocan, que ellas mismas se dedican, que ellas mismas se regalan).

 

Matilde: ¿Una ópera?

 

Carmen: Sí, ¿por qué no? 

 

Matilde: No sé… Hace unos años compuse La filla del rei barbut y logré estrenarla en Castellón, pero fue muy complicado. Además, a mí este cuento me suena más a los ballets rusos, como El lago de los cisnes o La bella durmiente. Creo que nos convendría más hacer un ballet. Con las corzas y las criaturas del bosque. El príncipe y el maleficio, no sé… Suena más al Bolshoi que a Puccini.

 

Carmen:  Pero esos ballets rusos van sin textos…

 

Matilde: No haríamos un ballet a lo ruso, ya sabes que no es mi estilo. No, no… Ya sabes, cómo María Lejárraga con las canciones que aparecen en El amor brujo: (Canta) «Lo mismo que el fuego fatuo, lo mismito es el querer…».

 

Carmen: (Sigue cantando) «Le huyes y te persigue, le llamas y echa a correr…» (Pausa). ¡Qué hermosas son estas letras! Me sorprende que digas María, todos sabíamos quien escribía era María, pero ya sabes cómo son las cosas aquí. En fin, Gregorio [Martínez Sierra] murió hace tres años y la verdad es que no sé qué va hacer María, ni de lo que va a comer. Esta historia me deja muy mal cuerpo siempre que pienso en ella… Renunciar a tu nombre durante toda tu vida, es…

 

Matilde: Me lo comentó Vicente [Asencio]. Me quedé helada, la verdad. Es que parece que [Manuel de] Falla tenía mucho aprecio a María [Lejárraga] y trabajaron juntos en algunas composiciones.

 

Eva: Por fin, Carmen y Matilde coinciden en un espacio radiante, donde las diferencias, las presiones y tristezas de sus vidas dejan de tener importancia. Continúa la tarde entre risas, las canciones de Matilde y los versos de la poeta. Escondidas en el aliento de las notas y de las palabras. La tarde pasa resuelta mientras el frío del invierno castellano se queda al otro lado de las ventanas.

 

Matilde: No podemos utilizar «Presentimiento», pero sí el resto de las poesías del Cancionero de la enamorada.

 

Carmen: «Cancioncilla» e «Impaciencia».

 

Matilde: «Nostalgia» y «Rapto».

 

Carmen: Qué libre voló, volaba un pájaro que voló…

 

Matilde: Tienen tanta música estas coplas, Carmen… Creo que terminaríamos con «Súplica» y «La durmiente», en el último acto o cuadro, no sé… Me suena mejor para un ballet.

 

Carmen: «La durmiente termina»:

¡Desnudadme de mis lienzos!

Si dormida me quedara,

que nadie vele mi sueño.

 

Matilde: ¡Claro! Le da el mismo espíritu de Calderón [de la Barca] que tiene tu guion y que a mí me encanta. Al final deberíamos terminar con una danza de las criaturas del bosque y con la llegada de los cazadores que se unen a la fiesta. Un final feliz de cuento, ¿no? 

 

(Advertencia: Las apariciones de la corza, fugaces, entre fogaratas de magnesio).

 

Voz: Niños, mirad conmigo a la corza: no quiere mirarse en el agua fresca, no quiere saberse mujer otra vez. Y coge su piel de corza, la besa, la acaricia… ¡Y otra vez se la pone encima! El ángel no accede a convertirla de nuevo en corza, ya está perdonada y quiere que vuelva a su palacio. ¡Ah, si viniera el príncipe aquel! Porque siempre hay un príncipe para estas muchachas que sueñan, para mí mismo, al que aman las corzas y las flores y el agua.

 

La corza: Yo no quiero ser princesa… Quiero seguir en el bosque, sola, corriendo entre los bosques del agua, viéndome seguida por otras corzas que nada saben de mi pecado.

 

Carmen: A veces pienso que yo me quedaría en lago. ¿Para qué volver? ¿Por qué no hacer del exilio tu casa y tu refugio? Esta casa podríamos convertirla en agua donde poder mirarnos en su espejo. Sin puñales, ni príncipes, ni padres condescendientes que nos obligan a esconder los que somos y queremos. No sé… Es un cuento que castiga la vanidad de la doncella y esto me hace gracia, porque parece ser que son solo las doncellas las vanidosas. Ya desde los griegos no hay Narcisos, sólo padres protectores y príncipes amantes.

 

Matilde: ¡Ay, Carmen! ¡Se me ha ido el santo al cielo! Ya llego tarde, como siempre.

 

Carmen: Sí, ya es noche cerrada. Abrígate, que hace mucho frío ahí fuera. Espera…

 

 Matilde:  Bueno, qué bien que nos hayamos encontrado. Espero que nos podamos ver pronto. 

 

Carmen: Toma, unos regalos para tu niña, para que se acuerde de mí. Adiós, Matilde, y saludos a Vicente [Asencio].

 

Matilde: Gracias por tu hospitalidad y dale un fuerte abrazo a Amanda [Junquera] de mi parte.

 

(Advertencia: Las apariciones de la corza, fugaces, entre fogaratas de magnesio).

 

Voz: (riéndose) ¡Já já já! El príncipe sueña; pero al fin se van juntos, dichosos, y ya no hay nieve, y ha salido el sol, y la noche no existe en el bosque, solamente la vemos nosotros… Volvamos a la ventana, saltémosla de nuevo y abrid los ojos. Así. Todo se fue. ¿Lo soñamos?

 

(Música final).

 

Matilde: 

Muy Sr. mío:

Tengo el gusto de enviarle las ilustraciones musicales de El lago y la corza para su edición en compañía del texto de Carmen Conde, conforme me pedía Vd. en su carta de fecha 23 de junio pasado. Espero que, para formalizar la autorización de la edición, me enviarán Vds. un contrato, sobre el cual no le hago ninguna sugerencia, puesto que estoy dispuesta a aceptar las condiciones que Vds. pongan, siempre que no incluyan la pérdida de mis derechos de propiedad ni de autor.

Entretanto, le saludo muy cordialmente.

Matilde Salvador

Querida Carmen: Yo estoy pasando el peor momento de mi vida. Matilde.

 

Voz: Las mujeres nunca descubren nada, les falta el talento creador reservado por Dios para las inteligencias varoniles. La vida de toda mujer, a pesar de cuanto ella quiera simular —o disimular—, no es más que un eterno deseo de encontrar a quien someterse. ¡Mujeres de España!

 

Carmen y Matilde: ¡Presentes!

 

Matilde:

Valencia 13 - 2 -7 8  

Querida Carmen:

¡Enhorabuena! Estoy muy contenta de que seas precisamente tú la primera académica. 

Un fuerte abrazo, Matilde.

Querida Carmen:

Hace un siglo que no sé de ti directamente. Te debe pasar como a mí, que vamos a trompazos con el tiempo. Un fuerte abrazo. Matilde.

Querida Carmen: ¿Qué es de tu vida?

No sé nada de ti.

No sé nada de ti.

No sé nada de ti.

 

Eva: Matilde y Carmen nunca se volvieron a encontrar. El lago y la corza no llegó a ser un ballet, pero fue otras muchas cosas: canciones, libros y programas de televisión. Las dos se negaron a ser borradas por la historia, del mismo modo que lucharon María [Lejárraga], Matilde [Ras], Concha [Méndez], la otra María [Zambrano], Josefina [De la Torre], Rosa [Chacel], Ernestina [De Champourcín], Consuelo [Berges], Elena [Fortún], Margarita [Gil Roësset], Delhy [Tejero], María Teresa [León], Luisa [Carnés], la otra Margarita [Manso], Silvia [Mistral], Maruja [Mallo]...

Ayer, hoy y siempre: ¡Libres!

Esta es una de las muchas historias posibles del exilio y que, como todos los cuentos, tiene un final feliz, ¿o no?

 

Tengo una muñeca vestida de azul, con su camisita y su canesú….

 

FIN

 

 

 

Volver atrás