Ignacio Camacho: “El obituario no debe evitar los claroscuros del personaje, pero siempre con respeto y sin acidez”
Por Manuel Tapia Zamorano
“No hay carroza más elegante para el último viaje que un obituario de The Economist”. Esta frase, recogida en un libro en el que los periodistas Ann Wroe y Keith Colquhoun muestran una selección de las mejores necrológicas publicadas en la revista inglesa, define a la perfección un tipo de comentario, glosa o columna dedicado a una persona relevante fallecida recientemente.
Algunos autores consideran al obituario como un género periodístico en sí mismo, aunque en la práctica existen muchos casos en los que se suele “castigar” a los periodistas díscolos con el encargo de piezas necrológicas, como si de un trabajo menor se tratara.
Así lo relata el dandi del Nuevo Periodismo Gay Talese en su libro Retratos y encuentros (Alfaguara): “Los editores de The New York Times creyeron castigarme encargándome la redacción de notas necrológicas. Nunca fui más feliz. La escritura de obituarios estaba en la órbita de la historia personal, de la biografía, era el resumen de la valía e influencia de un sujeto”.
En España, uno de los maestros de este género tan extendido en el periodismo anglosajón es Ignacio Camacho, quien recientemente ha publico Retratos para la eternidad (Reino de Cordelia), un volumen que recopila sus mejores artículos publicados en el diario ABC, que son testimonio de memoria cultural y sentimental de una época.
En esta entrevista, realizada mediante cuestionario, el periodista sevillano explica cómo construye sus pésames literarios y qué criterios tiene en cuenta al elaborar este tipo de textos periodísticos.
Camacho, licenciado en Filología Hispánica y profesor de Periodismo Cultural en la Universidad de Sevilla, es uno de los más prestigiosos columnistas del ABC, periódico que dirigió entre los años 2004 y 2005.
¿Está justificado catalogar al obituario o necrológica como género periodístico propio o se trata de una modalidad de columna?
Las clasificaciones de género son propias del ámbito académico, en cuya tarea entra la obligación taxonómica. La realidad periodística es mucho más porosa, los géneros se entrecruzan y mezclan: crónica, columna, artículo… En cuanto al obituario, detecto dos tendencias. Por un lado, la que sigue el canon anglosajón, un repaso de la trayectoria del difunto, a veces, como en The New York Times, con declaraciones recogidas por adelantado para un obituario que conserva el periódico hasta que se produce el óbito. Por otro, el artículo valorativo, en forma de columna o de tribuna, que es el que yo cultivo habitualmente y del que forman parte los recogidos en Retratos para la eternidad.
Como afirma José Luis Garci en el prólogo de su libro, “lo malo de los obituarios es que sus protagonistas no los pueden leer”. De todos los que ha escrito usted, ¿quién le habría gustado que leyera su homenaje fúnebre y por qué?
Sinceramente, no sabría contestar esa pregunta. Supongo que los que tratan de amigos y compañeros: Gistau, Alcántara, Burgos, Quintero, Castelo, María Teresa Campos, Oneto, Hermida, y mi maestro y profesor Julio Manel de la Rosa. También Salvador Távora, del que me pude despedir en vida, como de Santiago Castelo. Me consuela pensar que tuve ocasión de elogiarlos en público cuando vivían. Alcántara decía que había tenido el privilegio de leer sus necrológicas en vida, por los continuos homenajes que la profesión le tributaba.
Julio Camba, José María Pemán, César González-Ruano, Manuel Alcántara, Francisco Umbral, Raúl del Pozo… Todos ellos están considerados, y hago mías las palabras de Garci, como los genios del obituario. ¿Existen diferencias de contenido o estilo entre los que usted escribe y los que salían de aquellas prestigiosas plumas?
El estilo del artículo es el de cada articulista. No creo seguir un canon, por otra parte bastante difuso dado que esos grandes que usted cita tenían cada uno su propia manera de enfocar los obituarios, a menudo muy heterogénea en sí misma.
¿Qué ritual sigue a la hora de preparar un pésame literario? ¿Se documenta sobre el personaje; recurre, si es el caso, a su álbum personal de recuerdos, habla con quienes conocían a esas personas?
Por lo general tiro de recuerdos y consulto algún dato para afinar detalles. Pero prefiero evitar en lo posible referencias personales, salvo en algún caso de personas muy cercanas. Mis artículos necrológicos se basan en impresiones generales más que en detalles biográficos concretos.
¿Cuál fue el primer obituario que escribió? ¿Qué recuerda de él?
No lo recuerdo. Pudo ser en Diario 16, pero no sería capaz de citarlo. En el libro he recogido sólo los publicados en ABC, por facilidad de acceso (hemeroteca digitalizada) y por establecer una fecha de partida redonda en el año 2000.
El exministro socialista Alfredo Pérez Rubalcaba decía que los españoles “somos gente que enterramos muy bien”. ¿Ocurre lo mismo con los obituarios periodísticos, los escribimos muy bien?
Es un género que se presta a la evocación, digamos, literaria. Incluso a un cierto lucimiento del autor. Yo creo que el obituario, como todo género periodístico, no puede desanclarse de la realidad y por tanto no debe evitar los claroscuros del personaje. Siempre con respeto y sin acidez, en lo posible con un punto de piedad. Cuando ello no es posible prefiero obviar el asunto, salvo que se trate de una personalidad de relevancia imprescindible.
De todos esos retratos para la eternidad que ha escrito, ¿con cuál se siente más satisfecho y por qué?
Debería decir que aquellos que han obtenido galardones periodísticos: los de Umbral, Lauren Bacall, Saramago o García Márquez. Sin embargo, creo que quedaron bien otros como el de Mohamed Ali, Gento (lleno de recuerdos personales), Kundera o Steiner. Y me siento satisfecho del de un personaje poco conocido, Tomás Aspiazu, que tuvo una vida legendaria como cantante en fiestas de la élite internacional. Se llama “La leyenda de las sevillanas de Sinatra”.
¿Y cuál le dolió más escribir? ¿Puede que sea el que figura en el epílogo del libro?
El epílogo, dedicado a mi madre, no es exactamente un obituario, de hecho sólo la menciono en la última palabra. Por eso lo dejé aparte como epílogo. Es más bien un volcado de emociones sobre la infancia. También me dolieron de verdad los de los amigos y compañeros que he citado más arriba, y algunos otros. Y el de Juan Pablo Colmenarejo, que no figura en el libro porque era muy corto: el dolor de la pérdida no me dejó extenderme.
En su obituario sobre Fidel Castro afirma que nunca hay que festejar la desaparición de un ser humano. ¿Sigue manteniendo ese principio, no ha dudado nunca de su vigencia?
Así es. Por eso del respeto que le decía antes. La muerte nunca debe celebrarse por mucho que en algunos casos suponga una liberación para otras personas; sería como aceptar una derrota de la especie humana. Y lo mismo pienso de los juicios demasiado negativos. Prefiero pasar de largo para que el obituario no se convierta en un “cabronario”.
De Augusto Pinochet dijo que “cuando un dictador muere tranquilamente en su cama, sin responder de sus crímenes y fechorías, siempre se debe a un fracaso de la justicia. Esto lo escribió en 2006. ¿Ha mejorado la justicia desde entonces?
En ese sentido no mucho. También fui duro con Videla por la misma razón, aunque éste al menos murió en la cárcel, leve reparación del daño causado. Creo que la justicia internacional no alcanza a muchos personajes nefastos para la Humanidad; se impone el pragmatismo político. Incluso en Nuremberg hubo muchas componendas.
¿Cuál es el obituario que nunca querría escribir?
El de cualquier amigo o persona que aprecie.