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La filóloga Luna Paredes: “Si se entiende el error gramatical, es más fácil asumir la norma”

Por Manuel Tapia Zamorano

Entablar una conversación con los lectores a través de las páginas de un libro y dedicarles constantes guiños, bromas e ironías para que entiendan mejor el mensaje. Este es el patrón de Dale a la lengua (Espasa), una obra de la filóloga y actriz Luna Paredes (Madrid, 1986) que pretende aliviar la complejidad de las reglas gramaticales y ortográficas.

La autora, ganadora del Premio Nacional Miguel Delibes por su tarea de divulgación del buen uso del idioma, desarrolla esa tarea en programas como "El gallo que no cesa" (Radio Nacional) y “La aventura del saber” (La 2 de RTVE).

Foto: Moi Fernández Acosta

 

En esta entrevista para la página web del Departamento de Periodismo y Comunicación Global de la UCM, Paredes, con un tono apasionado y cercano, reconoce que aprender la gramática y la sintaxis es una tarea compleja, pero a la vez divertida.

“Todos los errores”, asegura, “tienen una explicación. No nos equivocamos por gusto y esas explicaciones son muy lógicas. Gracias a que se entiende el error es más fácil asumir la norma”.

En los últimos años se han publicado numerosos libros cuya temática tiene que ver con el buen uso y cuidado de la lengua. ¿A qué atribuye esa tendencia?

Hace treinta o cuarenta años ya teníamos grandes referentes en ese tipo de publicaciones, como Fernando Lázaro Carreter o Valentín García Yebra, y nos interesa la lengua porque nos interesa comunicarnos y aprender a hacerlo. Son publicaciones, por ejemplo, que ayudan a saber cómo son las conversaciones en familia, donde siempre hay polémica en torno a la lengua. En mi libro afirmo que todas las polémicas que surgen en torno a la lengua son síntoma de buena salud social. Debatir sobre si una palabra debe llevar o no tilde es síntoma de que estamos en una sociedad saludable.

¿Cuál cree que es la aportación o el elemento diferenciador de Dale a la lengua?

Simplemente he intentado hacer lo que vengo haciendo como divulgadora desde hace ya varios años: tratar de explicar el lenguaje para todo el mundo, para todos los niveles. Me gustaría que me entendiera igual un extranjero que acaba de llegar a España que un experto en lingüística. La mayor aportación que puedo hacer es esa, tratar de contar la lengua de la forma más amena, fácil y asequible posible. En “La aventura del saber” (La 2 RTVE) y “El gallo que no cesa” (Radio Nacional) siempre he intentado buscar el humor porque la lengua es divertida.

Pero tan cierto es que la lengua es divertida como que el conjunto de reglas gramaticales y ortográficas es complejo. ¿Está usted de acuerdo?

Claro, aprender gramática y sintaxis es complejo. Además, el castellano tiene muchas irregularidades y aprenderlas también requiere esfuerzo. En el libro trato de hacer ver que todos los errores tienen una explicación. No nos equivocamos por gusto y esas explicaciones son muy lógicas. Gracias a que se entiende el error es más fácil asumir la norma.

Voy a recordar un pasaje de su libro: “Cuando hablamos de género caminamos sobre una cuerda floja en la que tenemos que hacer equilibrios entre lo políticamente correcto, lo gramaticalmente aceptado, lo reivindicativo y lo innovador”. ¡Uf!, ¿cómo salir airosos de ese laberinto?

Creo que no podemos salir airosos de este laberinto ahora. Estamos viviendo un momento apasionante en determinadas cuestiones, y una de ellas es el género. Desde el punto de vista social, estamos descubriendo que hay nuevas realidades y nuevas necesidades para explicarnos y para contarnos. Y dentro de unos años, no sé si diez o cincuenta, ya se habrán resuelto porque habremos llegado a alguna solución.

Ahora estamos en el momento de quiebra, de choque o colisión. Estamos definiendo lo que vamos a ser, si vamos a ser una sociedad que rompa determinadas normas lingüísticas para poder decir “jueza” y hablar en femenino cuando nos referimos a una mujer, a pesar de que las normas dijeran lo contrario; o si vamos a ser una sociedad que hable con la “e” o que duplique el femenino y el masculino. Todo eso lo estamos decidiendo ahora.

Afirma en el libro que las redes sociales han traído algunas cosas buenas al lenguaje. ¿Puede desarrollar ese argumento, pensando sobre todo en quienes no comparen esa idea?

Lo primero que han traído las redes sociales es que escribimos y leemos más que nunca. Que lo hagamos mejor o peor es otro debate, pero escribimos y leemos más que nunca, nos comunicamos por escrito más que nunca en la historia. Las redes sociales tienen un lenguaje que es una mezcla de coloquialidad y formalidad, y eso ha creado un lenguaje nuevo, una nueva manera de expresarse, lo que es positivo porque siempre es interesante que surjan nuevos códigos.

Es verdad que muchas veces, dentro de las redes sociales, descuidamos determinados elementos de la escritura, pero siempre es por un acercamiento al lenguaje oral, donde nos permitimos muchos más fallos que en el lenguaje escrito. Pero, si bien es cierto que a veces descuidamos la escritura, cada vez nos preocupamos más por evitarlo. Y esto es así, sobre todo, en las cuentas oficiales, que insisten mucho en la buena escritura porque quieren dar una buena imagen.

Tenemos esas tres vertientes. Por un lado, estamos generando un lenguaje nuevo; por otro lado, ese lenguaje es muy coloquial, y también hay un cuidado de la lengua, principalmente en las instituciones. Y las redes sociales nos ayudan a todo eso.

Las redes sociales también nos aportan algo bueno y es que nos obligan a ser sintéticos y eso es positivo porque sabemos resumir más que nunca y sabemos ir más al grano de nuestras ideas.

¿Pero esa brevedad que imponen las redes no puede limitar la capacidad para reflexionar o argumentar?

Eso es cierto porque doy clases y veo las redacciones que escriben los alumnos, y es verdad que faltan conectores y argumentaciones, que los párrafos son cada vez más cortos y predomina una manera de escritura cada vez más sintética. No obstante, esto tiene que ver más bien con que no leemos tanta literatura. Estamos tan acostumbrados a las pantallas, con la inmediatez, la brevedad, los titulares y los tuits, que muchas veces nos perdemos en la reflexión. Pero, con todo, ser sintéticos también es una virtud.

¿Se atreve a hacer un diagnóstico sobre el nivel general de los periodistas al hablar y escribir? ¿Dominan más el lenguaje que sus colegas de hace unas décadas?

Los periodistas, los políticos y los profesores utilizan cada vez más un lenguaje coloquial. Estamos entendiendo la importancia de transmitir los conocimientos de la forma más asequible y llana posible. Eso tiene una parte en la que parece que se pierde un poco de la calidad lingüística. Antes se escribía con más recursos literarios, se utilizaban más metáforas, por ejemplo, y da un poco de pena que se haya perdido aquel estilo. Pero ahora se ha ganado en agilidad y se han eliminado imposturas, y eso es positivo también. Al final, lo que un periodista quiere es transmitir una información y, cuanto más al grano vaya y más objetivo sea, su labor será mejor.

¿Qué piensa cuando ve a algún reportero de televisión elaborar una crónica improvisada, con errores lingüísticos, y a sus compañeros de la redacción central, que deslizan errores en los rótulos que acompañan sus informaciones?

Básicamente, nos comen las prisas a todos y es algo que también reivindico en el libro: por favor, parémonos porque no tenemos que ir tan rápido para todo. Pensamos tan rápido y tenemos tantas pantallas abiertas en nuestro cerebro que al final eso hace que no reflexionemos. No cuesta nada parar antes de enviar un whatsapp o comprobar un rótulo en televisión para ver si lo hemos escrito correctamente. Tampoco cuesta tanto contratar a correctores en determinados medios (risas).

Precisamente, en un mundo castigado por las prisas, como señala en su libro, ¿quién se puede permitir el lujo de escribir con pausa e, incluso, de revisar y corregir lo que escribe?

No se dan las condiciones, pero en realidad no es tan difícil hacerlo. Si se trabaja en una oficina, con compañeros con los que uno se lleva bien, no cuesta tanto pedirles que te ayuden a revisar esos textos. No cuesta tanto releer algo que tú has escrito. No es una cuestión de quién se lo puede permitir porque nos lo podemos permitir todos, solo tenemos que cambiar el chip y darnos cuenta de que no es tan urgente darle a la tecla de envío.

En su libro concede mucha importancia a las interjecciones porque en el mundo de la comunicación son elementos muy breves y eficaces. ¿Por qué no han tenido históricamente el valor real que merecen?

El mundo de las interjecciones me parece muy divertido e interesante. Creo que las redes sociales han ayudado a que se expandan un poco más, igual que los hicieron antes los cómics y los tebeos. Es ahí, en el grafismo, donde aparecen sobre todo las interjecciones, y lo bueno de ellas es que son muy expresivas y divertidas. Nos permiten hacer mucho con muy poca cosa y saltar de la escritura a la oralidad, y a una expresividad muy grande.

Otra de las conclusiones que se extraen de su libro es que la caligrafía es un “animal en peligro”. ¿Qué consecuencias puede tener este hecho? ¿Por qué parece que ya no tiene mérito tener una letra bonita, fácil de leer, como ocurría hasta no hace mucho tiempo?

En otras cosas no soy tan radical, pero en esta sí. Es importante saber escribir a mano y no se debe perder esta cualidad. Las consecuencias negativas de perder este hábito son muchas, sobre todo a nivel mental, o de organización y pulcritud. Ahora, cuando estamos frente al monitor, tenemos la capacidad de borrar el texto y reescribir, pero antes, si no querías estar siempre tachando, tenías que organizarte mentalmente y hacer esquemas. Esa organización mental y la limpieza en la escritura son aspectos muy importantes.

¿Menciona en el libro el denominado “principio de cortesía”, formulado por el lingüista Geoffrey Leech en 1983. ¿Qué pena que no tenga aplicación directa en el mundo de las tertulias periodísticas, verdad?

Muchas de esas tertulias al final se han convertido en debates y enfrentamientos estériles. Sin ánimo de polemizar, es cierto que, a veces, nos falta ese referente de debate pausado en el que las personas aprenden a tomar ideas de otros. Una cosa no puede ser blanca o negra y falta capacidad de empatía y de aceptar que no todo lo que uno dice es la verdad absoluta. La otra persona nos puede estar dando una información relevante que podemos integrar en nuestro discurso. Es verdad que la polarización nos está llevando a ser un poco más inflexibles en nuestro pensamiento y eso no es saludable.

¿Cuál es su palabra favorita del diccionario y por qué?

Mi palabra favorita es “cremallera” (risas) y no sé muy bien por qué. Cuando era pequeña me hice esta pregunta y desde entonces arrastro esta palabra. Me gusta su sonido, me recuerda a una llama palpitando. Creo que es una cuestión de la infancia.

¿Le gustaría ocupar un sillón de la Real Academia y Española (RAE) y debatir con los “señoros” (término que figura en su libro) de la institución?

Sería un honor, pero hay mucha gente más preparada que yo y que lo haría seguramente mucho mejor que yo. Sí espero que la Academia cambie determinadas cosas. Yo la defiendo mucho porque hace una labor imprescindible, sus miembros debaten y proponen y dan el tiempo suficiente para que las palabras se asienten. No obstante, creo que necesita una reforma interna para decidir quién debe ocupar sus sillones. Entiendo que deben tener una trayectoria, pero ojalá veamos cada vez más a jóvenes. O a más mujeres, personas de etnias diferentes y de géneros diferentes. Ojalá pronto haya una persona trans ocupando un sillón y creo que eso acabará pasando porque hará que la institución refleje más la sociedad plural en la que vivimos.

Así como existen diccionarios normativos, etimológicos o jurídicos, ¿sería bueno contar con un diccionario periodístico que fuera más allá de los habituales libros de estilo de los medios? ¿Sería la Fundéu la más indicada para acometer el proyecto?

No existen diccionarios periodísticos, existen manuales editados por los propios periódicos. En realidad, el periodista utiliza el lenguaje común, por lo que no haría falta un diccionario específico, pero cualquier cosa especializada vendría fenomenal para su trabajo. Se lo diremos a la Fundéu para que se encargue de ello (risas).

¿Cómo convencería a un estudiante de periodismo de que le resultará provechoso leer Dale a la lengua?

Le diría que, como periodista en ciernes que es, le ayudaría a entender que cuidar la lengua es importante, usar una lengua fácil es importante y reconocer cuáles son nuestros errores y de dónde salen es importante. Leer libros como este nos permiten darnos cuenta de cosas que tenemos adquiridas y que repetimos, como por ejemplo las redundancias. Cuanto más leamos sobre nuestra lengua, más nos replantearemos cómo hablamos y comunicamos, y eso es positivo para cualquier persona y, para un periodista, mucho más.