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No tienes una noticia si no tienes cómo transmitirla

Por José Ángel Castro Savoie, exprofesor del Departamento de Periodismo y Comunicación Global

Estoy seguro de que si pudiera hacer una consulta a mis compañeros periodistas de agencia sobre qué preferirían, ser el primero en dar una noticia o el mejor al escribirla, una inmensa mayoría optaría por la primicia. Sin embargo, un compañero que desarrollaba su labor en un periódico probablemente se inclinaría por la segunda opción.

A esta conclusión llegué tiempo atrás, cuando todavía estaba en activo en la Agencia EFE, al aprovechar los contactos que me deparaba el ejercicio cotidiano del periodismo, tanto en el ámbito nacional como en el exterior, para someter a mis colegas a esa escueta pregunta.

Cualquier noticia, crónica o reportaje tiene para el agenciero, en diferente grado, claro está, según el género que esté manejando, un componente de urgencia, de inmediatez, de reflexión precipitada que no suele ser el caso del escritor de periódicos. La televisión y la radio son otra cosa por aquello del directo y no quiero mezclarlas en lo que nos ocupa ahora. Me referiré a ellas más adelante.

Recuerdo que en una ocasión, no mucho después de mi entrada en EFE, en enero de 1977, mi redactor jefe me encargó una información de calle para la que, aparentemente, no tendría que salir con sirena y luces.

“¿Para cuándo lo quieres?”, tuve la imprudencia de preguntarle. Sin levantar la vista de lo que estaba haciendo, musitó simplemente: “Para ayer”. Mensaje captado. Hasta las coberturas rutinarias corren prisa en una agencia.

 

Curioso. Esto mismo le dije yo a un colega alemán de la Agencia DPA, que por cierto hablaba y escribía un excelente castellano, con el que tenía que hacer un trabajo conjunto en la Comisión de Prensa del Comité Olímpico Internacional. Que su aportación hacía falta “para ayer”.

El compañero me miró con detenimiento un rato, se fue, volvió y no pudo aguantar más. “¿Cómo va a ser para ayer si estamos en hoy?”. Lógica aplastante, propia de un alemán.

En el trabajo de agencia hay que intentar siempre ser el primero, hasta en dar el pronóstico del tiempo o los resultados de la lotería. Siempre hay quien lo quiere YA.

Por cierto, doy fe de que este tipo de información rutinaria por la que jamás recibiremos un premio periodístico fue la única que pidieron nuestros abonados cuando la plantilla de EFE hizo alguna huelga masiva por motivos profesionales y económicos. El tiempo, la lotería, la programación de televisión… Llamaban reclamando ese material, no información política ni económica. Bueno, maticemos. Eso era así cuando los móviles no tenían difusión ni el protagonismo que tienen ahora.

Antes, cuando el que ahora se dirige a ustedes empezó su aprendizaje en un periódico de provincias, El Día, de Santa Cruz de Tenerife, -lo cito por el aprecio que le guardo- su primer cometido comprendía, entre otras cosas, la relación de las farmacias de guardia en las cuatro islas que componen la provincia.

Me sorprendió que mis jefes, es decir, todos los que pasaban por allí, me advirtieran de la importancia de no cometer errores con esa información. Superado el primer momento de acatamiento -por disciplina-, osé preguntar al más afable de ellos el porqué de ese aviso, si estaban acaso tomando el pelo al plumilla meritorio recién llegado.

“Mira, mi niño (expresión habitual en Canarias), uno como tú se equivocó una vez y puso un establecimiento equivocado. La farmacia de guardia estaba en realidad a 20 kilómetros de distancia. Sólo te diré que al día siguiente apedrearon el furgón del periódico”. Recibido, jefe.

Bueno, admitamos entonces, aunque sea como animal de compañía, que un agenciero siempre quiere y debe intentar ser el primero. ¿Y para que ello sea posible, qué debe ocurrir? Pues algo que, de Perogrullo, se nos escapa muchas veces y que ahora analizaremos en esta aportación. Sencillamente, hay que conseguir transmitir la noticia. Ni más ni menos.

No se encontrarán en este artículo anotaciones a pie de página, citas bibliográficas, todo aquello, en fin, que suele acompañar a trabajos de otro nivel y estilo que el que nos ocupa ahora. Aquí, cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia, porque se describen situaciones vividas por el autor, entre otras muchas, a lo largo de más de cuarenta años de vida profesional.

Voy a basarme, para lo que aquí interesa, en la cobertura del accidente aéreo del aeropuerto de Los Rodeos (Tenerife) el 27 de marzo de 1977, la de los Juegos Olímpicos y Mundiales de fútbol en varias ediciones y, por último, los atentados en Madrid del 11 de marzo de 2004.

La situación política en 1977 originaba frecuentes manifestaciones en la calle, intervenciones y cargas policiales, actuaciones de grupos extremistas, tanto de derechas como de izquierdas, con el resultado de algunas personas muertas.

Entonces, las noticias se cantaban de viva voz a la Redacción, donde compañeros taquígrafos, grandes profesionales, las recogían y entregaban a las secciones concernidas.

No había, por supuesto, teléfonos móviles. Los primeros en EFE se estrenaron no mucho tiempo después, incorporados en coches -Seat 127-, con un coste de llamada tan alto que sólo estaba permitido su uso en casos de verdadera urgencia informativa. Recuerdo haberlos utilizado por primera vez en la cobertura de los extrañamientos de etarras en sus salidas de la prisión de Ocaña (Toledo).

El día a día era mucho menos relevante desde el punto de vista tecnológico. De hecho, dado que desempeñaba mi trabajo en la sección de Sucesos, los dos objetivos al salir a la calle eran, por supuesto, transmitir noticias y, no menos relevante, intentar salir indemne de las cargas policiales, en las que los informadores éramos también objetivos de los “grises”.

Para transmitir, nos dotábamos de fichas de teléfono en cantidad suficiente para poder entrar en algún bar o establecimiento y dictar la información, y hacíamos un reconocimiento previo del escenario de los acontecimientos, si éste era conocido con anterioridad, para anotar posibles vías de escape.

Los teléfonos públicos funcionaban entonces con unas fichas acanaladas que se adquirían en estancos o bares y que, creo recordar, costaban tres pesetas de entonces y servían para una comunicación durante tres minutos. El papel de los taquígrafos como receptores de noticias, a veces tan sólo datos sin redactar, seguía siendo vital.

Así pues, saquito con fichas en el bolsillo y a jugarse algún porrazo para intentar acabar la jornada sin hematomas o detenciones.

Un sistema lento pero seguro, pues las líneas teléfonicas por cable han sido siempre mucho más estables que las ertzianas. Únicamente solían fallar más de lo habitual cuando se producía una sobrecarga por saturación de llamadas. O cuando alguien cortaba la línea, como en las películas del Oeste. Ahí tuvo probablemente origen la estructura de pirámide invertida para la noticia, empezando con lo más importante y orden decreciente de relevancia, por la probabilidad de que alguien cortara el hilo del telégrafo.

Con la introducción de los primeros ordenadores -que en realidad eran unas simples máquinas de escribir con pantalla- el papel de los taquígrafos paso a ser secundario y los enviados especiales pasamos a transmitir nuestras informaciones directamente al ordenador central. Más rápido, sí, pero obligaba a ese enviado, que trabajaba la mayoría de las veces en situaciones extremas de tiempo o riesgo, a redactar el texto. Era frecuente que, al final, acabáramos pidiendo a alqún compañero que nos tomara nota de los datos y elaborara él la noticia.

Nos convirtió también en mecánicos electricistas, pues a nuestra dotación de magnetofón, fichas telefónicas -sí, siguieron operativas hasta entrados los años 80 – y camarita de fotos por si acaso, había que añadir el juego de destornilladores, alicates y cables para desguazar en muchos hoteles paneles para acceder a los cables telefónicos y empalmar el ordenador con la central del medio.

No oculto que muchos añorábamos a los taquígrafos y estenotipistas. Cuando oíamos el pitido de la señal portadora, respirábamos aliviados. Hasta el siguiente envío, claro.

La cobertura de accidente de Los Rodeos en 1977, el más grave en la historia de la aviación civil, con casi seiscientos muertos, coincidió todavía sin la incorporación de pantallas “inteligentes”, módems y no digamos satélites. Papel, lápiz y fichas de teléfono -sí, todavía- y a por ello.

En un caso como el del accidente de los aviones de Pan Am y KLM, en la tarde del domingo 27 de marzo de 1977, se juntaron para el periodista literario y el gráfico, Jacinto Maíllo, un veterano de la casa cuya compañía me aportó no poco sosiego, un cúmulo de obstáculos. El principal, conseguir llegar a una isla cuyo aeropuerto estaba lógicamente cerrado pues los aviones accidentados seguían en llamas, y luego, claro, transmitir. No hay transmisión, no hay noticia.

Lo cierto es que conseguimos billetes para llegar al aeropuerto de Las Palmas de Gran Canaria pero luego era imposible acceder a Tenerife. Recuerdo que los periodistas americanos, varios de ellos conocidos míos, ya que sus agencias se ubicaban en el edificio de EFE de Espronceda, 32, clamaban por alquilar un pesquero o un helicóptero al precio que fuera, sabedores de que las primeras fotos podían tener un valor incalculable.

Yo, que había trabajado allí, como quedó dicho antes, le dije a Jacinto: “Sabes lo que te digo, vámonos pitando a la terminal del ferry porque sólo se podrá salir de aquí en él”. Y así pasamos la noche en un banco esperando el amanecer. Muchos informadores que revolvieron cielo y tierra se quedaron eso, en tierra.

Todos ellos, Maíllo también, llevaban consigo transmisores portátiles de fotos UPI 16 S pero al no estar allí eran perfectamente inútiles. Usados durante mucho tiempo por su tamaño compacto, tardaban entre cinco y seis minutos para transmitir fotos en blanco y negro, y entre veinte y veinticinco para las de color.

Hasta nuestra llegada, se encargaron de la cobertura los corresponsales de EFE en la isla y el fotógrafo Antonio García Rueda, cuyo trabajo fue reconocido posteriormente con varios premios. Sin estos aparatos, el envío de fotos hubiera sido imposible. Una vez más, sin transmisión no hubiera habido foto.

Antonio, no crean, no lo pasó mejor. Cuando ocurrió el siniestro, llevaba consigo dos rollos de fotografía, 72 fotos, pero no tenía flash. Lo hacía siempre por prudencia profesional, pero sabía que tan pronto saliera del aeropuerto, no le iban a dejar entrar de nuevo. En todas las entrevistas que le hicieron decía lo mismo: si hubiera tenido más rollos y flash....

Lo que supuso un éxito mundial para EFE podría haberse ido al traste sin el artilugio de UPI. Que, por cierto, ¡qué lento nos parecía cuando lo precisábamos!

En los casos de grandes acontecimientos, tanto previstos como, sobre todo, inesperados, la afirmación que se emite en el título de este artículo cobra también validez. Y quiero referirme, una vez más, a la cuestión fotográfica.

En una época en la que se pretende hacer de los periodistas hombres-orquesta, y a veces simples agregadores de datos, el criterio economicista de algunos responsables gerenciales propicia el incumplimiento de la tarea informativa.

¿Conseguirán alguna vez entender muchos de ellos la diferencia entre una foto y “la foto”? Una foto: 2004. Los servicios de seguridad ayudan -y ocultan- a Castro tras su caída en Santa Clara. “La” foto: Castro cayendo al suelo. Diferencia entre ambas: oportunidad. Oportunidad y dinero, claro, palabra esta última que sí conocen bien.

Si, además, no tenemos cobertura, algo bastante más frecuente hoy de lo que parece, no hay foto. En cuanto a los grandes acontecimientos previstos, nunca se sabe cuándo y dónde puede saltar la noticia.

Juegos Olímpicos de Atlanta'96. 27 de julio, ya noche. Atentado en el Parque Olímpico del Centenario. Dos muertos y un centenar de heridos. Las autoridades cierran el acceso y la salida del Centro Internacional de Prensa. Los que quedaron en las oficinas disponían de toda la información posible en ese momento, pero hubieran tenido que citar a otros medios. Los que volvíamos a nuestro hotel regresamos a toda prisa al lugar de los hechos y estuvimos entrando en directo con todas las cadenas de radio y televisión hasta que las baterías de los móviles dijeron “basta”. Maldita sea, ¿por qué estos cacharros no funcionan también con pilas?

Lo cierto es que una combinación de factores positivos -sí, por una vez-, propició que consiguiéramos enviar nuestra información. Pero como le ocurrió al fotógrafo Rueda, si hubiéramos tenido más baterías...Aprendimos la lección para futuras ocasiones.

El atentado de Madrid -han pasado ya 18 años- se produjo en plena eclosión de medios técnicos para recibir y enviar la información.

Ahí apreciamos que tan problemática es la sobreabundancia de noticias como la carencia de las mismas. Esta vez teníamos los medios para cumplir nuestro trabajo. Estábamos “en casa”, teníamos personal suficiente para cubrir todos los frentes y la transmisión no era un inconveniente.

¿Dónde estaba el peligro? Posibles informaciones aparentemente contradictorias según su procedencia, intereses políticos, posible incapacidad de los abonados para procesar y organizar tanta información -se transmitieron más de 400 noticias sobre el atentado ese día-, posible incapacidad para responder con rapidez con nuevas acciones terroristas....

No me permito dar consejos a nadie, pero creo que la clave del funcionamiento ese día fue la designación de un mando único que coordinara toda la información. Con poder de decisión y consultas sólo puntuales a los superiores. Todo el mando y toda la responsabilidad.

Nos vamos enfrentando a nuevas realidades. De la ficha de teléfonos hemos pasado a la realidad informática de hoy día. Pongan las cifras que quieran en gigas, teras, lo que quieran. Pero, recuerden, si no se puede transmitir, no hay noticia.