El "caso Unamuno".
Por Mirta Núñez Díaz-Balart
La proyección de “Mientras dure la guerra”, película española de éxito (2019), acompañada de la magnífica actuación de sus actores, en especial Karra Elejalde, ha vuelto a poner de actualidad el “caso Unamuno”. El largometraje ha supuesto la extensión del conocimiento de un hecho que quedaba fundamentalmente en manos de historiadores y periodistas. Tal como nos dice la sinopsis. “España, verano de 1936. El célebre escritor Miguel de Unamuno decide apoyar públicamente la rebelión militar que promete traer orden a la convulsa situación del país (…) La deriva sangrienta del conflicto y el encarcelamiento de algunos de sus compañeros hacen que Unamuno empiece a cuestionar su postura inicial y a sopesar sus principios”.
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(La imagen que acompaña al texto es una reproducción de la página 4 de la edición del periódico salmantino El Adelanto, del 13 de octubre de 1936, en el que se informaba de la celebración del "Día de la Raza" en el Paraninfo de la Unioversidad de Salamanca).
Cuando Franco traslada su cuartel a Salamanca, donde fue nombrado jefe del gobierno del Estado de los sublevados, Unamuno acude a su palacio para rogarle clemencia para aquellos que iban a ser fusilados”[1], entre ellos, su amigo Atilano Coco, pastor protestante de Salamanca.
Unamuno llevaba una larga trayectoria de enfrentamiento contra el poder, también contra el monárquico de Alfonso XIII, pero siempre dejando la impronta de su impetuoso carácter. Podía apoyar la política liberal de José Canalejas frente al clericalismo y también criticar acerbamente la República. Los artículos que aparecieron en El Mercantil Valenciano, cargados de hiel contra Alfonso XIII, han renovado su mensaje a raíz de la citada película. En ellos, carga contra el Rey con la contundencia que le caracterizaba: “El problema de España en lo que al régimen hace no es tanto la monarquía cuando el monarca”. Por este contenido fue condenado a 16 años de cárcel que, evidentemente, no cumplió.[2]
El enfrentamiento siempre se dirigía al bloque de poder tradicional, por lo cual se encontró enfrente con la plana mayor del ejército a través de la figura del general Millán Astray, tal como lo narra magistralmente Carlos Rojas. Este se refiere al famoso manifiesto en el que el olor a extrema derecha es real y tangible.
Este enfrentamiento contra el poder establecido venía de atrás y había aflorado durante la dictadura del general Primo de Rivera, cuando Miguel de Unamuno fue expedientado y deportado a la isla de Fuerteventura, “sin preceder expediente ni proceso alguno”, y solo por acuerdo de su gobierno militar. Lo cierto es que no había sido su primer enfrentamiento desde la Universidad.
Así nos lo cuenta Rafael Alberti en sus memorias, en las que sobresale la amistad entre Miguel de Unamuno y José Bergamín, cuyo padre (el ministro) le había expulsado de la Rectoría de la Universidad. Al volver del destierro: “La entrada de Unamuno en Madrid por la estación del Norte fue triunfal. Una gran multitud lo recibió entre aplausos y al grito de ¡Viva la República!”. Una vez repuesto en la cátedra, reinició sus clases con las palabras de Fray Luis: “Decíamos ayer (…)”. [3]
La isla, que se halla a sólo 100 kilómetros de la costa africana, era entonces “el fin del mundo”, pero el escritor utilizó su estancia para escribir. La afilada lengua de Unamuno le daba un repaso continuo al dictador, del que parte afirmando: “El que cometió la vil cobardía de aceptar el Directorio... Y lo de amor a España es mentira. España no ha sido su patria, sino su patrimonio. Y, fundamentalmente, la desprecia”[4].
Miguel de Unamuno era un hombre de grandes palabras y las suyas, dirigidas a Millán Astray, en el marco del paraninfo salmantino, aún se repiten como feliz expresión del enfrentamiento entre la razón y la brutalidad. Éste sonado párrafo es el mejor ejemplo:
“¡Este es el templo de la inteligencia y yo su supremo sacerdote! Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta, razón y derecho en la lucha. Me parece inútil pediros que penséis en España. He dicho”.[5]
El escritor Luciano González Egido es autor de una de las mejores biografías de Unamuno. Con buena pluma nos lleva por los críticos meses salmantinos, en los que se enfrenta a sus anteriores lealtades. Tal como nos recuerda:
“(…) Hacia mediados de septiembre, no solo estaba arrepentido de su inicial adhesión a la facción rebelde, sino que empezaba a sentir la necesidad de reaccionar contra lo que estaba viendo en la Salamanca militarizada y ahogada de sangre y de miedo (…) Por aquellas fechas, ya sólo esperaba la ocasión de saltar y organizaba con prudencia aldeana, la estrategia de su protesta (…)”[6].
Unamuno había recibido nombramientos oficiales de los rebeldes en plena guerra por su contribución al afianzamiento del golpe militar. Mientras, le llegaban cartas de mujeres que veían cómo sus maridos eran encarcelados y desaparecían. La esposa del pastor protestante Atilano Coco, gran amigo de Unamuno, fue una de ellas hasta que su marido fue finalmente asesinado en la Salamanca ocupada: “Don Miguel: soy la esposa del pastor evangélico y le voy a molestar una vez más. Se acusa a mi esposo de masón y en realidad, lo es, lo hicieron en Inglaterra el año 20 o 21 (…) Le hicieron eso porque sabe usted que en Inglaterra casi todos los pastores lo son y muchos también en España (…) y si quisiera que usted, cuando pudiera, se informase de algo, o dé alguna luz sobre esto (…)[7].
Sorprende la facilidad con que se desaparece a una persona en un ámbito totalitario fascista. Allí durante la guerra era muy difícil obtener cualquier dato fidedigno hasta la aparición tangible de un cadáver, tirado en cualquier paraje.[8]
Mientras en la zona republicana se celebraba el “Día de la Raza”, en paralelo a la celebración de los insurrectos, en El Mono Azul, portavoz de la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura, sita en el palacio de Heredia-Spínola, en Madrid, José Bergamín escribía: ”Todos a una en esta fiesta nuestra contra la esclavitud de la sangre, por la libertad de la sangre, por la verdad del hombre (…)”[9]. En el “Día de la Raza”, en zona republicana, se reafirma el hispanismo con los cánones del progresismo y del liberalismo.
“A Pemán, nos dice Egido, le traicionó selectivamente la memoria sobre el número de oradores del acto que no fueron como él atestigua (…) olvidándose de Ramos Loscertales y de Beltrán de Heredia (….) los periódicos salmantinos del día 13 de octubre de 1936, que fueron “los dos únicos discursos, sin política, de pura Hispanidad”. Por lo visto, según el citado autor, “hablar de la Anti España y del Alcázar de Toledo era hablar de Hispanidad y sin política”[10] .
“El general Franco le dio al hombre viejo (apelativo que utiliza Egido para Unamuno) de Salamanca su representación en el acto académico del día 12 en la Universidad, conmemorativo del Descubrimiento de América. Entretanto, Unamuno recibía la información de sus amigos o de los cónyuges de sus amigos, por ejemplo de la esposa de Atilano Coco, el pastor protestante de Salamanca que había sido detenido y del que no se conocía su paradero hasta que fue fusilado por los rebeldes.
Unamuno, en los meses previos al discurso, no era precisamente un crítico de los insurrectos; se había manifestado, una y otra vez, defendiendo todas y cada uno de los pilares de los sublevados: en favor de los militares, la punta de lanza del golpe que, cómo no, hacen uso de su renombre y denigran a los líderes más destacados de la República. Acudimos al portavoz periodístico de los intelectuales republicanos, El Mono Azul, para conocer esta etapa de su posicionamiento.
En este artículo sin firmar, se pretende segar bajo los pies de todo lo que sustentaba a la República, a partir de su liderazgo político, teniendo como eje fundamental la figura de Azaña. Unamuno afirma rotundamente: “Azaña ya no representa nada”[11].
En Azaña personaliza todos los males de una República en situación límite, con un poder político muy debilitado, del que dice “ya no hay ningún gobierno en Madrid, sólo hay bandas que cometen toda clase de atrocidades”. Se suma a la propaganda de los sublevados, sin alertar que había sido el golpe militar el que había desencadenado la guerra. Los problemas de orden público en la retaguardia era una coyuntura transitoria que, finalmente, se lograría controlar antes del final del año 1936.
Con el gobierno en proceso de traslado a Valencia por los bombardeos indiscriminados sobre Madrid y su población civil, una nueva andanada propagandística acusa a Azaña de ”armar a gentes” y por ello, “apenas tuvieron rifles en sus manos demostraron ser bandidos”. En lo más personal, Unamuno le acusa de ser “un monstruo de frivolidad” y para sustentar esa afirmación añade: “Me lo puedo imaginar muy bien desde aquí, sentado en su palacio, pues lo conozco desde hace 30 años”. A pesar de todo, reconoce el cambio de su posicionamiento político: “Me sorprende el encontrarme hoy dando mi confianza a los militares”.
La otra cara la constituye el enaltecimiento de los militares insurrectos a los que loa: “Franco y Mola tuvieron la alta prudencia de no pronunciarse contra la República”. En otra reafirma: “El Ejército ha demostrado gran sabiduría”. A estas alturas, los insurrectos, desenmascarados tras la caída de Badajoz y la masacre que la acompañó, habían dejado una estela de sangre sobre la ciudad, que fue conocida en el mundo gracias a la labor del periodista portugués, Mario Neves, de Diario de Lisboa.
Por otro lado, el 1 de octubre, Franco había culminado los primeros pasos en su camino a la omnipotencia, al ser nombrado jefe de gobierno del Estado y generalísimo de todos los Ejércitos. Unamuno servía de altavoz de los sublevados afirmando que “el ejército es el único cimiento con el cual se puede dar una base seria a España”.
Unamuno expresa perfectamente la evolución entre una España decimonónica y una más contemporánea, propia de la Europa de los años 30, donde se encontraba entre los estados más progresistas. Unamuno es una expresión de la función social —y política- de los intelectuales. En su caso se le acusa de diletante pues dista de entregarse a una única fe y, con cierta frivolidad, oscila de un extremo a otro del abanico político del momento. Ha sido capaz de oscilar entre le crítica más acerba al poder establecido a entregarse a los representantes de este poder. Sólo la realidad de la sangre sobre la que chapoteaba Salamanca y otras ciudades tomadas por los insurrectos le empuja a cambiar.
[1] AMENÁBAR, Alejandro, Mientras dure la guerra (103 minutos), 2019. Premio Goya
[2] NAVAS, Sara , ¿Qué dijo exactamente Unamuno al rey para que le condenaran a 16 años de cárcel?, El País (Icon), 28 de septiembre de 2019
[3] ALBERTI, Rafael, La arboleda perdida. (Libros I y II de Memorias), Barcelona, Seix Barral, 1975, p. 292
[4] UNAMUNO, Miguel de, De Fuerteventura a París. Diario íntimo de confinamiento y destierro vertido en sonetos, París, Excelsior, 1925 (Reed. De Canarias, Viceconsejería de Cultura y Deportes, 1989 cit. en Mirta Núñez Díaz-Balart, “Miguel de Unamuno: contra la monarquía y la dictadura” en Cuadernos Republicanos, nº 32, octubre de 1997, pp. 41-45
[5] ROJAS, Carlos, ¡Muera la inteligencia!¡Viva la muerte! Salamanca, 1936, Barcelona, Planeta, 1995, pp. 139-140
[6] GONZALEZ EGIDO, Luciano, Agonizar en Salamanca. Unamuno, julio-diciembre de 1936, Madrid, Alianza, 1986, p. 103
[7] GONZALEZ EGIDO, Luciano, op. cit., pp. 109-110
[8] GONZÁLEZ EGIDO, L., op.cit.,129
[9] BERGAMÍN, José, “Nuestra Fiesta de la Raza”, El Mono Azul, nº 8, jueves, 15 de octubre de 1936, p. 2
[10] GONZÁLEZ EGIDO, L., op.cit., p.135
[11] “Un fantasma habla para América. Declaraciones a Unamuno a El Mercurio, (diario reaccionario de Chile)”, El Mono Azul, nº 9, 22.10.36, p.6