La Navidad, ¿un experimento sociológico?
Como cada año, en estas fechas las calles de las ciudades de buena parte del mundo, también en España, se engalanan con luces y adornos para la Navidad, pero ¿por qué tanto brillo, tanta decoración y proliferación de buenos deseos? ¿Qué celebramos en estos días para que genere tal alborozo? Quizá lo primero que brota es la respuesta “de manual”: el nacimiento de Jesús de Nazaret. Aunque cierta, la contestación es cuanto menos incompleta. Las tradiciones, entre ellas la Navidad, son un ejercicio siempre abierto de recreación social y cultural, y por tanto constituyen un buen experimento sociológico para pensar las realidades profundas que subyacen a nuestras sociedades.
Navidad en la Plaza Mayor de Madrid. / María Milán
17 de diciembre de 2024.
Detengámonos brevemente a desagregar los diferentes elementos que forman parte de la Navidad para que podamos entender con más precisión las múltiples dimensiones de los festejos. De hecho, parte del interés y del éxito de estas fiestas descansa en que no se trata de una única cuestión, sino que en la Navidad convergen toda una serie de celebraciones.
Deconstruyendo la Navidad: orígenes
La base de la festividad descansa en dos hechos fundamentales. De un lado, el solsticio de invierno que -como hito astronómico, casi como universal antropológico- posee una indudable fuerza, siendo el momento en el que más sombra se cierne sobre el hemisferio norte de la Tierra y, por tanto, en el que la luz comienza a ganar el pulso nuevamente a la noche.
Por otro lado, la tradición cristiana situó el acontecimiento del nacimiento de Jesús de Nazaret el día 25 de diciembre, popularizándose en la comunidad de los creyentes esta celebración en el siglo IV. Es de sobra conocido que no sabemos exactamente la fecha del natalicio de Jesús, cuestión que no es señalada de modo explícito en los Evangelios. De hecho, la Navidad, sobre la que siempre pendió la alargada sombra de la “paganización”, no es conmemorada por todas las denominaciones cristianas. Sin embargo, el criterio de potencia simbólica de la fecha (la victoria de la luz sobre la sombra) parece que tuvo más peso que la precisión histórica.
A esta base se suman, además, más celebraciones que se suceden en el mismo periodo. En primer lugar, debemos añadir otras festividades importantes para el cristianismo que también se conmemoran en estas semanas, como la Presentación de Jesús (1 de enero), que en la ciudad de Palencia ha dado lugar a la tradición del “Bautizo del Niño”, o la Epifanía (6 de enero), conocida popularmente como la fiesta de los Reyes Magos. Igualmente, en nuestra medición temporal coincide con otro gran evento, el final de un año cansado que muere y el inicio fulgurante de otro nuevo, cambio de periodo que en España se canonizó con el rito de la ingesta de la docena de uvas en el tránsito entre el siglo XIX y el XX.
Continuo ejercicio de actualización de las tradiciones
Aún hay más. Tradición viene del término latino traditio, a su vez procedente de tradere [entregar, transmitir], lo que remite a un continuado ejercicio de actualización entre el pasado y presente. Y así ha sido con la Navidad a lo largo de los siglos, en los que diferentes sociedades y pueblos han ido incorporando elementos particulares a las tradiciones navideñas: el cascanueces, el caganer de los belenes o personajes que traen regalos a los niños, como San Nicolás y -su heredero- Santa Claus, o los Reyes Magos, que desde el siglo XIX comenzaron a pasearse en ostentosas cabalgatas que hacen las delicias de los benjamines.
La cultura de masas y la sociedad de consumo también han efectuado sus propias contribuciones: la Navidad significa también el tiempo de las historias entrecruzadas de amor (como en la película Love actually), un catálogo siempre en actualización de objetos con los que decorar nuestros hogares o los singles navideños que cantan a la paz y a las virtudes de estos días (permítanme que recuerde Happy Xmas. War is Over de John Lennon, cuyos acordes claman a los cielos en llamas de tantos lugares del mundo).
En muchas ocasiones estas diferentes dimensiones se retroalimentan entre ellas. Así pues, el éxito de Papá Noel en países como España sólo se puede explicar desde la influencia de la cultura de masas y de la hegemonía de los Estados Unidos en este mercado que crecientemente ha difuminado las fronteras entre lo propio y ajeno, haciendo de la Navidad una fiesta global de múltiples significados.
¿Qué celebramos en Navidad? Nuestras tres dimensiones
Ante esta pléyade de tradiciones superpuestas, y de nuevos añadidos, tenemos nuevamente que reformular nuestra pregunta de partida. ¿Qué es lo que estamos celebrando en Navidad? Quizá haya tantas navidades como personas: nuestras sociedades se caracterizan por el pluralismo de modos de vivir y de ver el mundo, que lejos de entrar en contradicción con la Navidad, establecen un interesante diálogo con esta celebración. Al fin y al cabo, hemos señalado antes que la Navidad posee múltiples significaciones que permiten que cada uno la viva “a su manera”, de aquí quizá el éxito y la popularidad que esta fiesta, de origen religioso, ha tenido frente a otras conmemoraciones que continúan marcando el calendario de lo sagrado en la tradición cristiana.
Sin embargo, creo que hay algo común en todas las distintas vivencias de la Navidad, y que también explica su éxito e interés como experimento sociológico. En las grandes fiestas, que adquieren el perfil de hechos sociales totales (toda la sociedad en sus diferentes dimensiones se ve involucrada en el festejo, como ha estudiado Isidoro Moreno para la Semana Santa de Sevilla) podemos con Durkheim decir que -de una manera u otra- lo que estamos celebrando es a nosotros mismos, a nuestra sociedad, en tres dimensiones distintas.
En primer lugar, se rememora lo que la sociedad ha sido. En la Navidad, como en tantas otras cuestiones, permanece la huella del peso del cristianismo en la historia de sociedades como la española. Tal es así, que elementos con significado religioso -como los belenes- son con frecuencia vividos desde claves exclusivamente culturales.
En segundo lugar, también se celebra lo que somos y desde lo que somos. Vivimos en una sociedad postsecular. Esto implica reconocer que las religiones continúan poseyendo una relevante presencia, y que un sector importante de la población seguirá viviendo la Navidad desde su religiosidad. No obstante, y a la vez, es un contexto cada vez más secularizado, en el que el significante cristiano de la fiesta ha ido difuminándose. De ahí que -no sin controversia al respecto- el más secular “felices fiestas” haya crecientemente reemplazado al considerado más religioso “feliz Navidad”. No podemos olvidar tampoco que nos encontramos en una sociedad capitalista, profundamente marcada por las lógicas de consumo. Y desde esas dinámicas nos lanzamos a seguir alimentando la mano invisible -casi metafísica- del mercado con el sacrificio -casi religioso- de nuestras tarjetas de crédito, esfuerzo que será continuado con el periodo de penitencia colectiva de la “cuesta de enero”. No andaba desacertado Walter Benjamin cuando decía que el capitalismo era una religión, que ha hecho -además- de la Navidad una fiesta muy rentable.
Sin embargo -en tercer y último lugar- las fiestas tienen algo de “liminal”, tomando los términos del antropólogo Victor Turner. Es decir, poseen un elemento de ruptura de nuestra vida diaria por el que se cuelan los anhelos, los deseos, las añoranzas de aquello que no somos, o que -al menos- queda lejos de nuestra cotidianeidad. La Navidad es la vuelta de la magia y de la ilusión, que contrasta con ese mundo desencantado de la modernidad que llega a su máximo esplendor con la inteligencia artificial; es el momento de acordarnos de las personas que más sufren, aunque sea sólo por un día o en una campaña puntual, y -frente a la segregación y a la individualización que atraviesan a nuestras sociedades- es -como nos recuerda Antonio Ariño- el tiempo la nostalgia de la comunidad, de vivir con y desde los otros, lo que intentamos -no sin desaciertos ni conflictos, claro está- en los múltiples encuentros que atravesarán estos días y que pondrán en la mesa, quizá sólo por una vez al año, a ateos y a creyentes, a izquierdas y a derechas, a los nacidos aquí y allá.
Porque, en definitiva, no solo celebraremos lo que hemos sido y lo que somos, sino que también festejaremos aquello que deseamos ser y que tantas veces queda lejos de nuestras posibilidades ante los ritmos acelerados y los tiempos de polarización social y política que vivimos; aquello que hoy resumiría con un adjetivo: un mundo y una sociedad más humanos. Quizá sea éste el anhelo secularizado de lo que la tradición cristiana conmemora en la encarnación.
El autor de este texto, Rafael Ruiz Andrés, es profesor del departamento de Sociología Aplicada de la Universidad Complutense de Madrid. Sus investigaciones y publicaciones se centran en el área de Sociología de la Religión.
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