Aplausos en el confinamiento: un ritual colectivo con demostrada utilidad
Es raro que alguna persona en España no tenga recuerdos intensos de la noticia anunciando que el virus del COVID-19 ya había llegado a España y estaba haciendo estragos en la salud y la vida de la población. Probablemente, muchos recordarán también cómo, durante el confinamiento, en muchísimas localidades se salía a los balcones o se abrían ventanas para participar en el aplauso colectivo de las ocho. Un aplauso que, según una investigación de la Universidad Complutense de Madrid, influyó en el fomento de conductas colectivas.
19 de diciembre de 2022.
El aplauso se había convertido en un ritual colectivo con una elevada participación, que duró en algunos lugares hasta junio. Simbolizaba una expresión de gratitud y apoyo al personal sanitario, y también la esperanza y la promesa de fuerza y resistencia colectiva. Al mismo tiempo, también le acompañó un debate sobre si aplaudir era una hipocresía colectiva al no cumplir luego las medidas de seguridad, poniendo de esta forma en riesgo a otras personas. En algunas ocasiones, el personal sanitario hizo peticiones explícitas como “no nos aplaudáis, quedaos en casa”. Entonces, ¿sirvió de algo el aplauso colectivo? Y si lo hizo, ¿qué efectos produjo?
Ante las amenazas colectivas, como la de COVID-19, las conductas (como llevar la mascarilla o no saltarse las normas del distanciamiento durante la pandemia), aunque realizadas individualmente, representan un afrontamiento y una acción colectiva para preservar el bien común. Ello implica que limitemos nuestros intereses personales y adoptemos conductas socialmente responsables. Para lograrlo, no es suficiente ni factible que las autoridades regulen el comportamiento de los ciudadanos mediante sanciones. Resulta necesario por tanto que los individuos adquieran un compromiso personal firme de actuar de una manera prosocial.
Rituales colectivos con fuertes vínculos emocionales
Durante la pandemia, muchísimas investigaciones psicosociales han buscado averiguar de qué depende que las personas realicen estas conductas prosociales, aunque ello suponga un coste, dificultad o incomodidad. Se ha demostrado que las características personales como la percepción de riesgo de contagio o ciertos rasgos de personalidad predecían estas conductas. Pero el ser humano es social por naturaleza, y es precisamente esa condición lo que puede facilitar también comportamientos que promuevan el bien común.
El aplauso se realizaba conjuntamente con otras personas, de una manera pautada (aplaudir) y de forma repetida. Esto lo convertía en un ritual: una acción sincronizada sin un propósito instrumental cuyo significado no era obvio para los no informados. Los rituales colectivos han sido parte de la vida grupal desde los albores de la humanidad, facilitan la actividad grupal coordinada y prosocial, y fomentan un comportamiento cooperativo que puede incluso implicar costes individuales. A su vez, crean fuertes vínculos emocionales entre los participantes, lo que conduce a una mayor emocionalidad y cooperación. Desde la psicología social se ha mostrado que los participantes de los rituales pueden llegar a experimentar una intensa sincronía emocional con otros asistentes, es decir, la experiencia temporal de una intensa empatía y emoción compartida, cuyos efectos pueden ser bastante duraderos y facilitar conductas prosociales.
Una investigación realizada en España por nuestro grupo de investigación de la Universidad Complutense de Madrid confirmó los efectos del aplauso colectivo en el fomento de las conductas preventivas. La investigación consistió en dos estudios. El primero se realizó al final del confinamiento. A través de una encuesta on-line a la que respondieron 528 personas (edad entre 18 y 83 años, 69% mujeres) se evidenció que el haber participado activamente en el aplauso predecía una mayor adherencia conductual a las medidas de protección.
¿Cuál es la explicación? En primer lugar, las personas que habían salido a aplaudir experimentaron este estado de sincronía emocional, consistente en una fuerte unión afectiva con otros. En segundo lugar, esta experiencia emocional les llevó a desarrollar un sentido más fuerte de obligación moral individual de actuar de forma socialmente responsable. Posiblemente, esta obligación moral ayudó a las personas a tolerar los sacrificios o esfuerzos que suponía cumplir con las medidas de prevención. Finalmente, en tercer lugar, la sincronía emocional experimentada durante el aplauso aumentó la percepción de que muchas personas ponían en práctica las conductas preventivas y defendían su importancia (normas sociales percibidas).
El segundo estudio se realizó 8 meses más tarde con jóvenes, grupo fuertemente cuestionado por supuestamente no cumplir con las medidas de prevención del contagio. Participaron 291 universitarios madrileños (18-30 años, 78% mujeres). Se obtuvieron básicamente los mismos resultados que en la primera investigación, evidenciando que el efecto de la participación en el aplauso se mantuvo durante más de medio año.
Podemos concluir que los rituales colectivos tienen un gran potencial a la hora de modelar conductas. La historia de la humanidad está llena de ejemplos de ello. En el caso de otras amenazas colectivas, que requieren una respuesta conjunta coordinada, como, por ejemplo, la emergencia climática, los rituales pueden ayudar a fomentar las acciones necesarias, aunque a veces costosas. Las intensas vivencias emocionales durante los rituales (sincronía emocional) conseguirán promover la percepción del apoyo generalizado de ciertas medidas y conductas (normas percibidas) y la necesidad moral de realizarlas uno mismo (obligación moral). Creemos que esta investigación ofrece una visión menos individualista o alienante de los seres humanos: apostar por lo social en los retos comunes no es un obstáculo, sino la solución.
Referencia bibliográfica: Zlobina, A., & Dávila, M. C. (2022). Preventive behaviours during the pandemic: The role of collective rituals, emotional synchrony, social norms and moral obligation. British Journal of Social Psychology, 61, 1332–1350.
Las autoras de este texto son Anna Zlobina y Celeste Dávila, psicólogas sociales y profesoras del Departamento de Antropología Social y Psicología Social de la UCM.
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