Emociones adolescentes: ¿son necesarias la ansiedad, la envidia o la vergüenza?
Muchos estábamos esperando el estreno de Del revés 2 (Inside Out 2). La primera fue una de las películas más originales e interesantes que se han hecho desde un punto de vista psicológico. Nos permitió acercarnos y entender mejor la psicología del desarrollo y los procesos de cambio. Nos enseñó algunos aspectos del funcionamiento del cerebro, de cómo se forma la personalidad y, por supuesto, del papel de las emociones. En esta segunda parte tratan uno de los temas centrales de la adolescencia: la ansiedad que producen las relaciones sociales.
Todas las emociones tienen un punto sano y todas pueden convertirse en peligrosos enemigos. / Shutterstock.
La adolescencia es la etapa de la vida en la que las relaciones sociales cobran una importancia vital. Esto ya lo sabemos. Los adolescentes necesitan sentirse aceptados, tener un grupo de iguales con el que compartir y construirse. Esta tarea social produce inseguridad porque el control es escaso. No controlamos si los demás nos aceptan o no.
En función de cómo nos hayamos construido hasta ese momento, de las creencias sobre nosotros mismos –esas cuerdas que en la película forman ese nudo esencial que es el yo, el self o la identidad– la inseguridad que experimentemos será mayor o menor, pero casi todos en la adolescencia vivimos en algún momento una situación social en la que las alarmas se disparan.
La ansiedad nos protege del peligro… sin llegar a tomar el control
La protagonista de la película entra en pánico cuando se entera de que sus amigas se van del instituto y el curso que viene estará sola. Aquí tenemos ya los dos ingredientes antes mencionados: la necesidad de tener un grupo y la falta de control sobre las situaciones sociales. Ante esta noticia intenta por todos los medios buscar otro grupo de amigas. El miedo a quedarse sola alcanza una gran dimensión y se transforma en el personaje Ansiedad.
Como aparece en la película, la ansiedad sirve para protegernos de los peligros. Nos hace estar en alerta y nos facilita poder escapar o luchar cuando nuestra vida peligra. Como dice Ansiedad al final, “yo solo quería protegerte”.
El problema es que cuando la ansiedad toma el control de nuestros pensamientos y dirige nuestras acciones estamos calibrando mal. Creemos que la situación es mucho más peligrosa de lo que realmente es y, para protegernos, hacemos cosas exageradas que no son necesarias. En esta exageración, podemos hacer daño a los demás o ponernos en situaciones difíciles.
Las otras emociones relevantes en la adolescencia
En medio de este torbellino, están también otras emociones: la vergüenza, la envidia y el aburrimiento. Realmente, ninguna de estas emociones aparecen en la adolescencia. Desde muy pequeños, los niños ya sienten y tienen que manejar estas emociones en su vida social. Sin embargo, al estar muy ligadas a la socialización, en la adolescencia cobran una relevancia especial.
La caracterización de las tres emociones es extraordinaria: la vergüenza con la capucha que todos los adolescentes querrían llevar siempre puesta, la envidia brillante y pequeñita con unos ojos inmensos por los que entra todo lo que desea de los demás y el genial aburrimiento, que es en realidad el vacío existencial de los franceses de los años 60 (“ennui”) mezclado con la tecnología de hoy, con ese jersey de cuello alto, ese gesto torcido que pone distancia con el mundo y sin dejar de mirar el móvil.
Todas ellas tienen un papel importante. Tener miedo, explotar de ira o estar muy contento delante de los demás da mucha vergüenza en la adolescencia y pone en riesgo nuestra aceptación. La vergüenza controla nuestra forma de estar con los demás y nos ajusta a lo socialmente deseable. Para no ponernos en riesgo es mejor tener una actitud desligada del mundo, apática, como si nada importara. La mezcla del aburrimiento con el vacío que provoca la tecnología ilustra perfectamente esta apatía adolescente. La apatía quita importancia a las cosas, es una coraza que nos protege frente a los disgustos y las decepciones. Y finalmente la envidia, ese motor que nos mueve a alcanzar lo que deseamos, lo que vemos en los demás y nos gustaría para nosotros.
Desequilibrio emocional y recuperación del control
Como vemos, todas las emociones tienen un punto sano y todas pueden convertirse en peligrosos enemigos. En la película, es la ansiedad la que se convierte en enemiga cuando toma el control y lleva a la protagonista a un pequeño ataque de pánico. Está estupendamente representado a través de ese personaje que ni ve ni oye, congelado en medio de un tornado hasta que, empujado por otro, suelta el mando de control.
En ese momento, la protagonista está poniendo en práctica las técnicas que utilizan la mayor parte de los terapeutas para reducir la ansiedad: convencerse de que uno es capaz de tomar el control centrándose en el cuerpo, focalizándose en la respiración y sintiendo el entorno a través del tacto para anclarse en el mundo. Hay tres segundos en los que el espectador solo ve la mano de la protagonista tocando el banco en el que está sentada.
En definitiva, el control de la ansiedad se consigue parando la mente, dejando de anticipar, planificar y prever y cambiando el foco de la atención hacia el cuerpo y las sensaciones cercanas. Una vez recuperado el control, la protagonista pone en práctica otra técnica esencial en terapia: habla con sus amigas, explica con honestidad lo que le ha pasado, pide perdón y expresa afecto por ellas.
El papel de las familias en el concepto de sí mismos y la comunicación
La película pone así de manifiesto dos cosas esenciales. Por un lado, que las creencias sobre nosotros mismos son nuestro piloto. Gobiernan y dirigen nuestras emociones, pensamientos y acciones. Los padres tienen aquí un papel esencial porque estas creencias son internalizaciones de lo que los niños van recibiendo, sobre todo de sus padres, a lo largo de la infancia. Nos manejamos en la adolescencia con lo que hemos ido recibiendo en la infancia.
Por otro, que cuando hay conflictos con los demás y queremos resolverlos es fundamental hablar con honestidad. Los padres tienen aquí otra vez un papel esencial: los niños aprenden a hablar o a callar en función del estilo comunicativo de sus familias. Cuando se sienten libres y aceptados y hay personas dispuestas a escuchar aprenden a hablar. En caso contrario callan.
Los adolescentes adoptan una actitud apática con los adultos para proteger su intimidad y cuando sienten que no necesitan ayuda. Sin embargo, cuando tienen un buen piloto y han aprendido a hablar, despliegan sus habilidades con sus amigos y recurren a sus padres solo en caso de necesidad. La escena final, de la que no haremos spoilers, muestra esto de forma brillante.
La autora de este texto, Marta Giménez Dasí, es investigadora del Departamento de Investigación y Psicología en Educación y Vicedecana de Investigación, Doctorado e Infraestructuras de la Universidad Complutense de Madrid.
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