“Donde el filósofo ofrece lo mejor de sí es en un espacio de diálogo interdisciplinar con otros profesionales”
Inseguridad, exigencia, estrés y malestar son algunos de los síntomas con los que los individuos atraviesan las puertas de los especialistas buscando una solución. Entre las diferentes disciplinas que pueden acudir en su ayuda, la filosofía es una de ellas. Nuria Sánchez Madrid, investigadora del departamento de Filosofía y Sociedad apuesta por devolverle a esta rama del conocimiento una de sus funciones originales y que durante mucho tiempo ha sido apartada: la de reflexionar y contribuir a solucionar los problemas de la sociedad. Entre ellos, el del malestar laboral.
La filosofía también reflexiona sobre los problemas cotidianos. / Dakine Kane.
MARÍA MILÁN | Los problemas cotidianos de los individuos pueden analizarse desde muchos puntos de vista. El suyo llama especialmente la atención, ¿por qué la filosofía?
La filosofía viene de una tradición muy ligada a la práctica conceptual y, en principio, desconectada de la historia, de la sociedad y de los problemas del tejido social. Creo que la filosofía puede haberse recluido demasiado en un ámbito institucional, académico, museístico. La filosofía empezó siendo una actividad viva y debe seguir siéndolo. Me dedico a la historia de la filosofía y me ha inquietado siempre la pregunta por lo que la filosofía puede contribuir, qué reflexión nos puede proporcionar acerca de lo que vivimos en el presente como patología, en los focos de sufrimiento, los problemas de la sociedad y las fuentes de desigualdad.
¿Cómo relaciona el malestar, en este caso laboral, con la filosofía?
Los psicólogos encuentran en su consulta episodios de sufrimientos atroces que cortocircuitan la capacidad de los sujetos para desarrollar una vida mínimamente sostenible en el desempeño de una profesión. El famoso «factor humano» es lo más perseguido en el ámbito de trabajo, como señala el psicopatólogo francés Christoph Dejours. Aquí nos damos de lleno con algo que visualiza de manera especial el malestar laboral. Vivimos en una sociedad neoliberal en la que el mercado es lo que nos permite sostenernos sobrevivir. Creamos vínculos sociales con los otros y con nosotros mismos que nos hacen medirnos eternamente y nos hacen exigirnos eternamente. Esto a la filosofía tiene que interesarle mucho porque es discurso, porque no es hecho. No son realidades fácticas, son realidades inmateriales que se apoderan de nuestros cuerpos y colonizan nuestras mentes. A la filosofía le interesa indagar en esos discursos implícitos y tácitos que están condenando a un fracaso vital inevitable, indefectible, a tantas personas que se dedican a profesiones que uno identificaría como de desarrollo personal.
Imagen de la profesora Nuria Sánchez Madrid. / N. S. M.
¿Cuáles serían esas profesiones?
Algunos ensayistas, como Remedios Zafra y Alberto Santamaría, se han concentrado en cómo el profesional vinculado a la gestión cultural, galerías de artes y también a la creación en Internet sufre situaciones de un estrés intolerable. En ese tipo de trabajos se encuentra una elevada desregulación y una completa ausencia de límites que establezcan las fuerzas y energías sostenibles del trabajador, hasta el punto de que el sacrificio casi es la contracara de la creación. En el propio ámbito del periodismo también. Se supone que cuanto más creativo eres, menos necesitarás comer, ganar o dormir. Menos exigencias tendrás. Se produce una extraña espiritualización del trabajador.
¿Tiende a ir a más este malestar laboral?
Sí. Creo que por un lado hay una multiplicación de síntomas que ha generado, a pesar de la despolitización general de la sociedad, una visibilización de ese malestar y una pérdida de la vergüenza y el pudor a manifestarlo. Las fronteras entre la vida doméstica y la vida profesional se han puesto en entredicho precisamente porque el mercado laboral postfordista ha decidido abolir esa frontera y no volveremos a entornos del pasado. Con todo, como Sergio Bologna, debe atenderse también a que la «domesticación» del trabajo también comporta facetas positivas, especialmente si pueden emplearse para por ejemplo volver la llamada «conciliación» de las trabajadoras mujeres más sostenible y verosímil. Escuchar las recomendaciones y argumentos que Carolina del Olmo lleva años exponiendo sobre la necesaria «socialización de la maternidad» beneficiaría mucho a una sociedad como la española. En la universidad lo notamos cada vez más, trabajamos sobre todo en casa. Robas horas a la noche, a tu familia, a tu sueño. Nos damos cuenta de que la domesticación del trabajo puede ser una ventaja, pero en otras ocasiones es un lastre porque supone la quiebra entre el espacio público y privado en beneficio de una productividad que amenaza la salud mental y física del sujeto.
¿Debería la filosofía participar en la toma de decisiones sobre este tipo de temas sociales?
Veo muy interesante consultar al filósofo, pero no como se ha solido hacer, de forma individual o como comité de sabios, donde los filósofos son consultados sin necesidad de dialogar productivamente con otras disciplinas. Eso puede haber tenido cierto recorrido, pero creo que donde el filósofo ofrece lo mejor de sí, como todo intelectual, es en un espacio donde pueda establecer un diálogo interdisciplinar con otros profesionales. La idea es buscar una interdisciplinaridad saludable, que es la que lleva años enriqueciendo nuestros propios itinerarios investigadores, en la línea que preconizaba Manuel Sacristán en los ’70 del pasado siglo.
¿Con qué tipo de profesionales puede trabajar el filósofo?
Por ejemplo, con sociólogos que empleen una metodología más cualitativa que cuantitativa. O con profesionales biosanitarios, como los psicólogos que reciben en sus consultas individuos con problemas para desempeñar su trabajo porque identifican el mundo laboral con un infierno. El sujeto es consciente de los sacrificios constantes que debe hacer para tener un salario que suele ser muy inferior a décadas anteriores. El uso del sufrimiento como medio de exigencia de una mayor rentabilidad económica y profesional es una perversión de nuestro sistema. Tiene mucho de teológico, porque no es liberador ni emancipador, aunque se venda así, como relato personal que «nos liberará» de la «carga» de las limitaciones de otros. En el fondo recuerda mucho al discurso de las iglesias, al discurso cristiano de sacrificarse en nombre de realidades trascendentes a nosotros mismos.
Además del malestar laboral, ¿trabaja en algún otro tipo de sufrimiento desde el punto de vista filosófico?
Desde hace tiempo me encuentro trabajando en una línea amplia emparentada con la teoría crítica que tiene que ver con las fuentes contemporáneas de sufrimiento social. Coordino ahora mismo un proyecto de innovación educativa ubicado en este ámbito temático porque me gusta usar este tipo de proyectos para hacer este esfuerzo interdisciplinar para que la filosofía mire a la sociedad. Mi investigación gira desde hace años en torno a una historia cultural del malestar social, en la que el estudio de la precariedad y las situaciones de pobreza desempeña una función central. Parto para ello de una vieja idea de Honneth: el malestar no es una cacofonía social que nos aparta del brillo de las estructuras e instituciones sociales, sino más bien una evidencia de cómo esas estructuras e instituciones penetran en la comunidad que somos, necesaria para reformarlas con vistas a mejorar nuestras formas de vida y rebajar el sufrimiento que las atraviesa.
Referencia bibliográfica: Nuria Sánchez Madrid. “La verdad pasa a ser algo privado”. Algunas consecuencias políticas del silenciamiento del malestar laboral. Ideas y valores. Diciembre 2018. DOI: https://doi.org/10.15446/ideasyvalores.v67n168.74133
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