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Noticias - Universidad Complutense de Madrid

Escuchadores de voces en busca de la normalidad

Una red internacional aglutina espacios de seguridad compartida para quienes padecen este mal

15 jul 2015 - 16:32 CET

Miles de personas en todo el mundo escuchan voces. Un trastorno mental que para muchos tiene una solución que pasa por implementar los espacios de seguridad compartidos en la lucha contra una afección que la sociedad sigue descalificando y tachando de locura.

Entre un 10 y un 25% de la población escucha voces en su cabeza. Un trastorno ocultado por la mayoría de las personas que lo sufren por miedo a ser tachadas de locas. Una complicación que se agrava cuando los afectados le otorgan un grado de convencimiento importante y no obedece a un control voluntario. “El problema no está en escuchar o no una voz, sino en la intensidad, la frecuencia o la duración con la que aparecen esas alteraciones de la percepción”, explica la profesora de Psicopatología de la Universidad Camilo José Cela, Regina Espinosa. Una realidad que se mostró en el curso de la Complutense Los excesos de lo normal y los defectos de la cordura, organizado en colaboración con la Fundación Manantial.

Fernando, que prefiere no revelar su verdadera identidad, es una de las miles de personas que escuchan voces en su cabeza. Durante cerca de 20 años, este miembro de la Red Internacional de Escuchadores de Voces, ha convivido con esta patología. “Soy un tipo que escucha voces y eso es algo que inserto en mi vida como un experiencia humana válida”, confiesa. Un problema que, como reconoce, no se debe a un desajuste, ni a una carga genética, “ni a una maldición”, sino a un cúmulo de factores.

Desde 2007, el Movimiento Escuchando Voces, a cargo de Intervoice, reúne a personas que padecen este mal. Y es que los grupos de escuchadores de voces son espacios de seguridad compartidos con personas que escuchan lo mismo y comparten sus vivencias y también sus estrategias para acallar sus voces, o al menos controlarlas. “Hasta no reímos de nuestras voces”, comenta entre risas Fernando.

“El problema no es tener habla interna, el problema es que tú no lo reconoces como propio.  Las voces dicen cosas que son de ti, de tus puntos débiles”, aclara Carmen Valiente, profesora de Psicopatología de la Universidad Complutense. La mayoría de las voces, sostienen quienes las sufren, tienen una carga descalificadora que provoca sufrimiento psíquico y solo en escasas ocasiones, los escuchadores perciben voces positivas.

“No somos esquizofrénicos”

El reto de los escuchadores está ahora en mitigar la connotación negativa que tiene la sociedad sobre estas personas a las que el mundo ha tildado de locas. Pero la pregunta es dónde está el límite entre una acción cotidiana como puede ser escuchar tu nombre sin que nadie te haya llamado y cuándo esas experiencias se suceden sin distinguir entre lo que puede ser y lo que no. Para la profesora Valiente, “en la sociedad actual, el que oye voces es calificado de loco y esto no es así”.

Hay toda una construcción social, cultual, cinematográfica, literaria psiquiátrica y psicológica en torno a las escuchas de voces que afectan a todos los niveles a quienes, como Fernando, las padecen: “He perdido trabajos y parejas y he tenido multitud de problemas”.

En defensa de la normalidad de este tipo de excentricidades de la mentalidad, el filósofo y premio nacional de Ensayo, José Luis Pardo postuló en el curso que “no hay nadie genuinamente normal, ni nadie genuinamente excepcional”.

El periodista y escritor experto en enfermedades mentales, Ricard Ruiz, defiende a los escuchadores de voces como “personas con esquizofrenia”: “Nadie dice sidoso o canceroso, pero si esquizofrénico”. Un término peyorativo que hasta ahora sigue muy presente en el sistema de salud.

“Soy un superviviente del sistema, que te rotula y te pone etiquetas”, afirma tajante Fernando, a quien el tratamiento médico le tuvo meses encerrado en su casa, engordando 12 kilos y con “unos efectos secundarios brutales”.

El devenir de los escuchadores de voces se dirime ahora entre las dos caras de una misma moneda: la del padecimiento de su enfermedad y la de cómo esta es percibida por la sociedad como algo de locos. Una lucha a dos bandas, entre el uno mismo y sus voces, y el mundo, que aún no ha comprendido la realidad de una enfermedad que pide con voz clara ser escuchada y respetada.

 

 

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