Hace poco me topé en Twitter con un quejoso de los símbolos usados en matemáticas: parecen porteros innecesarios para conceptos triviales, decía. No sé si pretendía ser sarcástico, pero recordé mis antiguos tiempos de estudiante donde me dio por acercarme a la historia de las matemáticas. Bien sabemos que donde hubo fuego, rescoldos quedan, y así miro sobre el hombro de mi antiguo amor.

El camino para llegar a la simbología que damos por sentada ha sido largo, con grandes bifurcaciones y con trabajo aún por hacer.

En un texto de 1567[1], por ejemplo, se lee “La primera quantidad d’éstas que llamamos dignidades, que assí van ordenadas en proporción, es la cosa y, por essa causa, le fue dada la unidad por denominación. La segunda es el censo, al qual cupo 2 por denominación. La tercera es el cubo, que tiene 3 por denominación. La quarta es censo de censo, que tiene 4 por denominación”  para explicar las potencias (llamadas dignidades) de la incognita (cosa). La frase citada pretende explicar x, x², x³, x⁴. ¿Cómo resolver una ecuación ax²+bx+c=0, cuando incluso escribirlo resulta complicado?

Veamos en esta imagen una carta donde Bernouilli y Leibniz [2] discuten la integración por partes cuando involucra potencias de x y de logaritmo.

La verdad es que integrar por partes con esta notación supone mucha imaginación y capacidad de abstracción. No cabe duda que una parte importante en el avance de la ciencia es saber nombrar y denotar los objetos de estudio de manera que se tenga un lenguaje universal que nos permita comunicarnos.

En música, Ugolino de Forlí (s. XV) creó el pentagrama lo que con otros símbolos nos permite oir hoy música de todos los tiempos. Así, los símbolos matemáticos nos  hacen posible dialogar con el pasado, con el futuro y con colegas de China, Rusia o Egipto.

Cuando decimos que estamos parados sobre hombros de gigantes olvidamos a aquellos que nos hicieron la vida más fácil, inventando todas esas notaciones que vemos como un hecho: habitantes inmortales de la caverna de Platón.