Protección de los derechos de participación política ante la desinformación
Autor: Olaya Godoy Vázquez
UCM
Modalidad: Presencial
Abstract:
El recurso a la desinformación como herramienta política, y la evidencia de su repercusión en los ciudadanos y en la calidad democrática de los Estados, no constituye un fenómeno reciente. La novedad radica en el alcance de su expansión, como consecuencia de los avances tecnológicos (auge de las redes sociales) y de la transformación experimentada por los contenidos informativos (forzados por la exigencia de inmediatez, el gusto segmentado de los usuarios y la presión de su capacidad viral para incrementar el tráfico).
El fenómeno de la desinformación es complejo, pero para poder identificarla y combatirla su concepto debe simplificarse. Los términos noticias falsas (fake news), propaganda y desinformación tienden a utilizarse como sinónimos, pero, aunque puedan compartir elementos característicos, presentan diferencias sustanciales. La “desinformación” es un concepto más complejo que los anteriores puesto que persigue un objetivo definido previamente: la adhesión incondicional del receptor final (obtención de un beneficio concreto).
La propagación de desinformación a través de internet es difícil de controlar, porque pueden generarla los ciudadanos, los Estados, las organizaciones y los regímenes políticos. Además, está directamente relacionada con el ejercicio de la libertad de expresión e información, y se beneficia de su intenso nivel de protección jurídica. En origen, ha estado vinculada, principalmente, al control de la opinión pública en escenarios bélicos y políticos (electorales). En la actualidad, se considera ya una herramienta extendida a la manipulación en todos los ámbitos: político, económico, corporativo-empresarial y mediático.
En el contexto mediático actual concurren una serie de factores que de forma indirecta han contribuido a la promoción de la desinformación: la polarización ideológica de los medios; la reducción de fuentes oficiales; la prevalencia del espectáculo político en la construcción del proceso informativo; y la proliferación de programas de distinto género con la política como elemento subyacente.
La desinformación se ha convertido en la protagonista de los debates sobre la calidad democrática, y su futuro tal y como la conocemos hoy (democracia representativa). En inicio se consideró como una herramienta más de persuasión en los procesos políticos (principalmente, en las campañas electorales). Pero tras valorarse las consecuencias de su impacto, hoy se ha dado un paso más, y se le atribuye un efecto disruptivo clave, tanto sobre las instituciones democráticas (para ocuparlas, socavarlas o paralizarlas), como sobre la opinión pública (para radicalizarla y polarizarla).
En la actualidad es comúnmente aceptado que la desinformación constituye una amenaza real para la democracia por dos motivos: erosiona el clima social y socava la confianza de los ciudadanos en las instituciones.
El impacto que se atribuyó a la desinformación en el resultado de procesos políticos relevantes celebrados entre 2015 y 2020 [referéndum sobre el Brexit (2015), referéndum sobre los Acuerdos de Paz en Colombia (2016), campañas electorales en EEUU (2016 y 2020) y en Brasil (2018)]; unido a la preocupación ciudadana sobre la desinformación en internet (el Euro barómetro de 2018 reflejó que un 85% de los ciudadanos europeos considera que la desinformación que pretende influir en los procesos electorales es un problema tanto para su país como para la democracia), ha conllevado la adopción de distintas iniciativas políticas, tanto por la UE como por los Estados a título individual, que han tenido diferente acogida por su eficacia y por la proyección que puedan desplegar sobre los derechos fundamentales de los ciudadanos.