El rol de la distribución de poder como incentivo a la competencia entre potencias en ascenso. España y Portugal entre 1479 y 1516
Autor: Carlos M. Martín González
Universidad de Salamanca
Modalidad: Online
Abstract:
La secular competición estratégica dentro de la Península Ibérica alumbró en 1479 el nacimiento de una nueva potencia en Europa Occidental. La distribución de poder entre los reinos cristianos y un nuevo status quo se dirimió a lo largo de la Guerra de Sucesión castellana. La nueva potencia debía surgir de la unión de dos coronas, formando un estado compuesto. Ya bien fuese Portugal y Castilla o Castilla y Aragón, el status quo se vería modificado, afectando no sólo a la distribución de poder peninsular sino también al sistema internacional en el que se encontraban.
1479 alumbró finalmente un estado compuesto, reconocido por la literatura de las Relaciones Internacionales como España, que proyectaría su política exterior hasta 1516, momento en el que quedaría subordinada al Sacro Imperio Romano. Esta potencia mostraba sus intereses de seguridad tanto dentro de la Península (Granada, Navarra y Portugal), como la Berbería o el Levante (el Imperio Turco Otomano).
Este alumbramiento también evidenció la posición de otros actores. Portugal reconoció que Francia suponía la alianza más evidente. Mientras que Francia evidenció sus preferencias en materia de seguridad estratégica volcada en su enfrentamiento con Inglaterra (que luego dirigiría hacia el Mediterráneo). La neutralidad del Papado, que contrastaría posteriormente con su papel como actor fundamental del sistema. Otras potencias menores (Navarra, Granada o las entidades políticas de la Berbería) buscarían mantener el statu quo buscando alianzas que les permitiesen sobrevivir.
Sin embargo, el Tratado de Alcazovas de 1479 limitó sobre el papel la capacidad de la nueva potencia para alcanzar algunos de sus intereses de seguridad. La Berbería fue, hasta 1516, el más sobresaliente de los objetivos dentro de la competición estratégica entre España y Portugal. Ya fuese el Sultanato de Fez o la proyección atlántica, España se encontraba limitada por Portugal.
Pero también Portugal se encontraba en una posición distinta. Impedida en su proyección hacia el Mediterráneo, se vio encajonada geográficamente frente a una nueva potencia. Salía beneficiada económicamente, pero veía disminuido su poder relativo. Las opciones de una potencia con una trayectoria expansiva de décadas, con una capacidad de proyección de poder inaugurada en 1415 con la toma de Ceuta y que había buscado controlar a su vecino castellano, veía mermada su posición.
Por ello, la permanente competición estratégica derivada de la distribución de poder se mantendría. Ambas potencias, que demostrarían un constante ascenso a lo largo del sistema internacional que compartían, vieron como aumentaban sus capacidades materiales mientras que eran capaces de proyectar poder más allá de sus fronteras. Este interés por las cuestiones internacionales llegó a hacerlas competir en cuanto a quien debía liderar a la cristiandad en la toma de Tierra Santa.
El presente estudio se enmarca en las tesis del realismo ofensivo desarrollado por John Mearsheimer, según el cual: el sistema internacional es anárquico; la incertidumbre sobre las intenciones es permanente; la supervivencia es la principal motivación; los actores del sistema son racionales y, por último, estos actores poseen capacidades militares para dañar o destruir al contrario.