Día Mundial sin Tabaco
31 MAY 2016 - 12:40 CET
Hoy es el día Mundial sin Tabaco. Estas líneas, fácilmente, podrían llenarse de “clichés”, de datos y advertencias. Pero me gustaría dar por supuestos estos datos (seguro que todos los conocemos) y centrarme en lo conseguido. No es momento de triunfalismos, pero sí de mirar atrás, examinar lo logrado y reflexionar hacia dónde dirigir nuestros próximos pasos.
Enhorabuena a todas aquellas personas que se han librado del tabaco. Enhorabuena, también, a aquellas que aun fumando se están planteando dejarlo atrás. A ellas me gustaría dirigirme. Se puede, es importante y merece la pena dejar de fumar. Comencé “huyendo” de “clichés”, procuraré seguir en la misma línea. No utilizaré datos de salud, económicos o “estéticos”. Sí emociones y hábitos asociados al tabaco. Dejar de fumar asusta, en ocasiones no sabemos cómo hacerlo o si seremos capaces de reunir todas las fuerzas necesarias. Puede que tengamos miedo a fracasar, a que los demás lo vean. Cada uno tendrá sus motivos para dejar de fumar, pero también sus temores. Reconocerlos es básico, es como abrazarlos; simbólicamente es renunciar a tener miedo de sentir miedo. Pero para ello hay que librarse de determinados estereotipos.
¿Cuántas veces hemos escuchado aquello de “dejar de fumar es muy fácil”? Parece que simplemente la falta de voluntad sirve y es suficiente. Hoy sabemos que esto no es así. Esto supondría negar la genial frase de Mark Twain “dejar de fumar es muy fácil, yo lo he conseguido cientos de veces”. Dejar de fumar va más allá de una intención o la “fuerza mágica de la voluntad”. Dejar de fumar es un proceso razonado (por supuesto que no únicamente farmacológico), en el que la persona plantea sus verdaderos motivos, reconoce sus verdaderos temores y formula un plan efectivo que le permita llegar al fin último: mantenerse sin fumar, o dicho de otra manera, confirmar su libertad. Sí, su libertad. Poder decir no, saber decir no y sentirse capaz de decir no. Aprender y experimentar cómo el autobús llega a la parada aunque lo esperemos sin un cigarrillo (aunque parezca imposible), que un disgusto es más sano llorarlo que fumarlo y que la risa es más profunda sin humo.
Por último no quiero olvidarme de aquellas personas que nunca se han planteado dejar de fumar. Ánimo, todo exfumador ya ha pasado por allí. Cada uno tiene su momento, explora el tuyo sin dejar de preguntarte. ¿Te suenan las frases “no dejo de fumar porque me gusta” o “no dejo de fumar porque no quiero”? A mí también. Permíteme otra pregunta: ¿si no costara nada, absolutamente nada, pero nada, dejar de fumar, continuarías fumando? Quizá la respuesta sea un no. Si es el caso, ya hemos avanzado un pequeño gran paso. Puede que sea cuestión de pensar en medios eficaces que realmente ayuden, que hagan más llevadero el esfuerzo y que te acompañen. En este transitar siempre encontrarás ayuda, no dejes de buscarla.
Me despido desde el inconformismo de todo lo que queda por hacer. Todas las medidas socio-políticas y sanitarias tienen que verse determinadas por el conocimiento científico. Ya no son teorías, son datos (evidencia empírica). Para ayudar a dejar de fumar hay que ir más allá de una advertencia, una prohibición o una paliación de síntomas a través de un fármaco. Para dejar de fumar es necesario un proceso motivacional, racional, que acompañe y ayude a mantenernos en nuestra decisión. Que ayude a superar las dificultades, a entenderlas. En definitiva, que atienda al central componente psicológico del tabaquismo. Ojalá esto también apareciera en las cajetillas de tabaco.
Dr. Ignacio Fernández Arias
Jefe de psicólogos de la Clínica Universitaria de Psicologia (UCM)