Ara de Antealtares
Monasterio de San Paio de Antealtares
INFORMACIÓN BÁSICA
Ara de Antealtares
Museo de Arte Sacro del Monasterio de San Paio de Antealtares
Procedente de la primitiva iglesia de Santiago de Compostela
Placa funeraria romana reaprovechada, siglo I; soporte de Antealtares, c. 1150.
Mármol tallado, placa 68,3 x 88,8 x 6,7-7,5 cm; soporte 125 x 40 x 24 cm
El Ara de Antealtares se asocia tradicionalmente con el primitivo altar de la iglesia de Santiago de Compostela. Actualmente está considerado como una de las piezas más preciadas del patrimonio del monasterio, tanto por la antigüedad de uno de sus componentes como por la correlación que tiene con el sepulcro primitivo del Apóstol Santiago. Gracias a los testimonios proporcionados por distintas figuras ilustres a lo largo de la Historia como Ambrosio de Morales o Antonio de Yepes, podemos ubicar el altar en relación con el sepulcro de Santiago y que después de la Concordia de Antealtares de 1077, entre el obispo Diego Peláez y el abad Fagildo, se trasladó a San Paio. Es muy probable que el cambio de ubicación se realizarse tras las disposiciones de 1147 y 1152, ya que, a los monjes, como custodios del santuario apostólico les correspondía el primitivo altar de éste, mientras que en la catedral quedaba ya sólo el altar levantado por Gelmírez. Actualmente se conserva en el Museo de Arte Sacro del Monasterio Benedictino, como una de las joyas de su colección, desagregándose la placa superior tardoantigua de su soporte plenomedieval.
Elena Joven Fernández (2018)
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El Ara de Antealtares es una primitiva placa funeraria de mármol romana sobre un pedestal configurado durante el siglo XII. El ejemplo de ara resulta paradigmático, pues se piensa que fue el primitivo altar de culto al Apóstol Santiago y dicho culto fue la razón de la fundación del monasterio donde actualmente se encuentra. Servía, entre otros aspectos, para el servicio litúrgico y el culto de los primeros peregrinos.
El conjunto de la pieza consta de dos elementos bien diferenciados: por un lado, un soporte marmóreo pétreo que lleva en su parte anterior una inscripción conmemorativa datada entre los siglos XII y XIII y, por otro lado, una placa funeraria de mármol perteneciente al siglo I, reutilizada como mesa. En ella había varias inscripciones: una inscripción romana en el reverso de carácter funerario, cuya lectura ha tenido diversas interpretaciones, y que fue picada en 1601 por orden del arzobispo Don Juan de San Clemente por su contenido pagano (sustituida por otra de texto cristiano), y otra medieval en el anverso con una oración de consagración.
El sacerdote disponía sobre el altar los diferentes objetos rituales cuyas bases consagran el culto religioso y sobre las cuales se realizan ofrendas y sacrificios, desde la antigüedad pagana. El mundo cristiano incorpora el altar como mesa del sacrificio de Cristo y soporte para la consagración del pan y el vino. El altar se consagra en la ceremonia de dedicación del templo, ungiéndolo con crisma y lavándolo con agua bendita. De los primitivos altares en piedra exentos se pasa en la Plena Edad Media a los altares monumentales y múltiples. La Reforma Gregoriana del siglo XI se fue difundiendo paulatinamente por toda la Europa occidental con el fin de unificar la liturgia. Vinculada a un carácter dogmático, la integración del rito romano supuso la consagración y multiplicación de altares a partir del siglo XII.
El primer altar dedicado al Apóstol Santiago estaba situado un nivel por encima del sepulcro del santo (la actual cripta), si hacemos referencia a algún documento de finales del siglo IX. Tres siglos más tarde, en el siglo XII, el obispo Diego Gelmírez decidió instalar un inédito y suntuoso altar que iba a condenar al viejo y modesto ara a su retiro. En torno a 1152 la función de esta pieza quedó totalmente relegada de forma definitiva. Más tarde, pasaría a propiedad de un monasterio contiguo, el actual monasterio de San Paio de Antealtares, por pertenecer a los monjes que desde el descubrimiento del sepulcro se habían encargado de la custodia de las reliquias y de rendirles culto permanente oficiando sobre el viejo ara.
El Ara de Antealtares evoca un modelo de transmisión del pasado arqueológico. Hablamos de la permanencia de dos piezas yuxtapuestas cuyo significado, aunque histórico, las mantiene siempre actuales en un marco institucional o ideológico determinado, adquiriendo así cierta carga simbólica. Resulta interesante estudiar la misma debido a los caminos tan diferentes, pero entrelazados a la vez, que recorren cada una de sus partes. La combinación de ambas explica parte de la historia del culto apostólico en Santiago de Compostela.
No hay lugar a dudas sobre el origen pagano del altar, evidenciado a través de una inscripción con texto romano y ajeno al cristianismo. A comienzos del siglo XVII fue suprimida. Sin embargo, resulta lícito apuntar que la tradición jacobea, junto con algunos textos medievales, nos ha legado dos versiones sobre el origen de la pieza. Mientras que la primera interpretación sugiere que la totalidad de la misma estaría en consonancia con el espacio sepulcral del Apóstol Santiago, la segunda explica que, tanto el ara como la base, fueron traídas desde Palestina por los discípulos del propio Apóstol para levantar el altar que se le dedicó en tierra gallega. Está claro que nos movemos en el estudio de un objeto muy singular que cuya historia transita entre la realidad y el mito.
Documento confeccionado en 1077 entre el obispo Diego Peláez y el abad Fagildo que supone la fuente más antigua en la que se relata el descubrimiento del sepulcro de Santiago y los inicios de la catedral románica compostelana en 1075. La versión actual de este documento la conocemos por una copia de 1435 conservada en la Universidad de Santiago.
◊ Altar
(lat., ara) Construcción en forma de mesa elevada que se consagra ceremonialmente y donde el sacerdote realiza los ritos eucarísticos. En el centro del altar se inserta un núcleo o piedra consagrada que contiene reliquias de los mártires y santos. En los comienzos del rito cristiano se utilizaban mesas de madera más o menos trabajada que se podían desplazar para los oficios. Fue a partir del siglo IV cuando los altares empezaron a colocarse en el ábside del templo. Más tarde, en el siglo XII, el altar permanecía fijo, y para su confección se usaba tanto la piedra como otros materiales nobles. Generalmente, el altar cubría un sepulcro sellado que contenía las reliquias de los mártires.
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