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Prólogo a Voces en el silencio

 

Voces en el silencio

(Y se llamaban Mahmud y Ayaz)

José Manuel Lucía Megías y Carlos Jiménez

Madrid, Sial Pigmalión, 2016


Prólogo

Luis Alberto de Cuenca

 

José Manuel Lucía Megías es uno de nuestros más destacados cervantistas. La iconografía del Quijote no tiene secretos para él. Ha escarbado como nadie en el apasionante territorio de los libros de caballerías, suelo nutricio de la inmortal novela de Cervantes. Ha comisariado importantes exposiciones en la Biblioteca Nacional de España. Es un estupendo filólogo, en toda la intención y extensión de esa palabra, hoy tan olvidada en los diseños curriculares universitarios. Pero además, y acaso sobre todo, José Manuel es poeta. Un poeta amoroso, si se me permite servirme del mejor adjetivo que define su producción lírica, pues es el amor, como en Petrarca, el hilo conductor de su cancionero poético.

         No hace mucho, Lucía Megías publicó un libro sobre los desdichados amores de dos jóvenes iraníes de diecisiete años, Mahmud y Ayaz, a quienes la homofobia de la teocracia persa condujo a la horca: Y se llamaban Mahmud y Ayaz (Madrid, Amargord, 2012). Ahora ese motivo tan radicalmente comprometido con la causa de la libertad humana se despliega en un texto dramático titulado Voces en el silencio (Y se llamaban Mahmud y Ayaz), que la sabiduría teatral de Carlos Jiménez trasladó a la escena en su día, concretamente el 10 de junio de 2014, en una memorable performance que tuvo lugar en el Centro Cultural Fernando Fernán Gómez de Madrid, dentro del ciclo “Los martes, milagro”.

         Una mujer ejerce como narradora, junto a dos hombres que después, por obra y arte de la magia escénica, se transformarán en los muchachos protagonistas. Toda la pieza, ahora publicada de manera ejemplar por Sial/Pigmalión, está transida de poesía, en un tipo de teatro lírico que me evoca aquella fiesta de la poesía dramática que Foxá publicó en 1940 y que lleva el exótico título de Cui-Ping-Sing, o los arrebatados dramas simbolistas de un Maeterlinck, en los que tanto he tenido el placer de bucear desde hace más de medio siglo. Y en esa poesía íntima que alimenta toda la obra no deja de estar presente, junto a la celebración amorosa, la denuncia de un caso real como el de los jóvenes amantes iraníes, a quienes la cruel ceguera de una sentencia injusta llevó al abismo de la muerte, cuando el único delito que cometieron en su breve existencia fue amarse con una devoción sin límites.

         Se llamaban Mahmud y Ayaz. Sus nombres han quedado grabados para siempre en el catálogo de víctimas de las intransigencias y brutalidades que nutren la historia de los seres humanos a través de los siglos. Y se han convertido en exempla para todos, porque todos los que creemos en la libertad fuimos ahorcados con ellos por la barbarie fundamentalista, y todos tenemos la responsabilidad de poner nuestro grano de arena individual para que atrocidades como la que ellos padecieron no vuelvan a ocurrir en ningún lugar del planeta.

         De ello nos habla Voces en el silencio, de José Manuel Lucía Megías. Voces que fueron silenciadas y que, pugnando por abrirse paso, se han ido convirtiendo en un clamor que pide libertad y que demanda igualdad ante la ley y respeto por la diferencia en la parte del mundo que niega esos derechos fundamentales.

Madrid, 2 de diciembre de 2015