Quiénes somos
Asunción Bernárdez Rodal
Catedrática de Periodismo de la Facultad de Ciencias de la Información. Doctorada en esa Facultad y licenciada en Filología Hispánica en la Universidad Complutense de Madrid.
Página web: https://www.ucm.es/asbernar/
Correo electrónico: asbernar@ucm.es
Creamos este espacio porque pensamos que el cine y la literatura pueden contribuir a cambiar la indiferencia por el activismo frente a la crisis ecosocial.
1.- Ecocine: formas de ‘sentipensar’ en lo que se avecina.
¿Puede el cine servir para influir en la percepción y concienciación sobre el cambio climático? Nuestra respuesta es que sí, y para esta web. Pensamos en el cine como esa gran productora de imaginario social que da forma a nuestras ansiedades culturales, y una de ellas es la sensación de que estamos al final de ciclo y necesitamos crear nuevos marcos éticos para relacionarnos no sólo con otras culturas, sino con el resto de la vida del planeta.
Queremos responder a algunas preguntas concretas: ¿por qué el cine comercial no es capaz capaz de hablar de soluciones realistas a la crisis climática desde la ficción? ¿Por qué la mayoría de las películas que se realizan sobre el tema son documentales? ¿Será que nos hemos quedado sin imaginación para cambiar la vida? ¿Será que a la industria cinematográfica no le parecen atractiva la única solución posible: el decrecimiento? No son preguntas sencillas, y su respuesta requiere la aceptación de una serie de premisas con las que, me consta, no todo el mundo está de acuerdo.
1.- Estamos viviendo un cambio climático debido a la acción humana generada en los últimos tres siglos como consecuencia de la industrialización y la quema de combustibles fósiles, lo que está provocando una nueva era denominada por el premio Nobel, Paul Crutzen, como Antropoceno. Este proceso se ha acelerado en los últimos veinte años, y ya se aprecian a simple vista los efectos más devastadores. El mundo se está calentando a gran velocidad desde la era preindustrial. Hay registros desde 1850, y las temperaturas más altas se han registrado en los últimos 22 años. Hoy sabemos que este fenómeno se debe a la quema de combustibles fósiles. El aumento de temperaturas incide en todos los seres vivos y muchos ecosistemas están en peligro, causando una gran reducción de la biodiversidad. La evaporación del mar hace que aumenten las tormentas y se produzcan lluvias torrenciales. El nivel del mar ha subido 20 centímetros en los últimos cien años, y amplias zonas como Bangladesh sufren enormes inundaciones cada año. Un tercio de los corales han muerto, las zonas boscosas disminuyen cada día y el hielo se está fundiendo en ambos polos de la Tierra. Los incendios en distintas zonas del mundo están provocando desertizaciones. Estos son sólo algunos de los efectos de los que cualquier persona hemos escuchado hablar en los medios de comunicación, pero lo trágico es que mucha gente se cree que todo esto es un invento de mentes trastornadas que engañan al resto, sin que nadie explique con qué fin.
2.- Vivimos entre el negacionismo y la indiferencia, por eso escribo este libro, con la esperanza de contribuir a desarrollar pensamiento crítico: podemos hacer muchas cosas para detener el proceso. En España, sólo un 2% de personas consideran las consecuencias del cambio climático un problema de primer orden. Es un ejemplo de manipulación a gran escala a base ocultación y de distorsión de la información respecto a la ciencia. Eso explica por qué para mucha gente el alarmismo de los ecologistas se debe a la manipulación “comunista”, que intenta detener la marcha del progreso capitalista que ha traído tanto bien a la humanidad, y los movimientos ecologistas son los enemigos de occidente.
Es cierto que la ciencia y la tecnología han mejorado la vida humana en muchos aspectos, pero es curioso que, cuando es el mismo entorno científico el que anuncia el desastre, el negacionismo climático ha ganado posiciones con los gobiernos conservadores actuales. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas, creado en el año 1988, acaba de publicar su sexto informe en 2022, en el que analiza las consecuencias de que la temperatura media del planeta suba entre un grado y medio y dos grados. Como ha ocurrido en informes anteriores, el movimiento negacionista se ha puesto rápidamente en marcha a través de las redes y los medios de comunicación afines, con el objetivo de deslegitimar sus resultados, utilizando argumentos falaces (por no decir disparatados) como que el aumento de temperatura favorecerá las cosechas de cereales en los países que son menos cálidos, que no hay calentamiento global desde 1998, que no existe la deforestación, que no necesitamos las selvas para generar oxígeno en la tierra o que no están aumentando los fenómenos extremos.
El negacionismo climático está muy extendido, si bien se encarna en una gama de actitudes que van de la indiferencia, a la militancia activa en foros y sitios web, en los que podemos encontrar todo tipo de ataques a las organizaciones que luchan por la concienciación de los peligros del cambio climático. ¿Podemos interpretar estas actitudes como una respuesta al miedo de perder el dominio político y cultural sobre el resto del planeta? Sin duda, pero sabemos también que hay todo un sistema de resistencias que vienen de los poderes económicos, interesados en minimizar los efectos de sus industrias contaminantes.
Tenemos mucha información a nuestra disposición, pero ¿cómo hacemos para ignorarla?, ¿qué mecanismos mentales ponemos en marcha que impiden que hagamos algo? En primer lugar, nos decimos que hay una gran distancia temporal entre lo que estamos viviendo y los desastres que se esperan. Se trata de un “sesgo del optimismo” que nos hace pensar que a nosotros no nos va a tocar. En segundo lugar, negamos los mensajes que contradicen nuestros marcos cognitivos y nuestras creencias. Hemos sido educados, por ejemplo, en el marco mental de somos “los reyes de la naturaleza”, tenemos derechos sobre los animales, sobre las plantas y todo tipo de recursos. Creemos firmemente que lo que está en planeta Tierra está disponible para nosotros y que esos recursos además son ilimitados. A este tipo de creencias son las que apelan políticos como Donald Trump, que sitúan el marco de la “pérdida de poder” en torno a cualquier discurso razonable sobre la depredación del mundo natural.
Internet ha creado nuevas fórmulas de construcción del debate público, que es ahora inmediato, abierto, pasional y poco reflexivo. El profesor Stephan Lewandouski ha estudiado cómo las nuevas redes sociales se han convertido en alidadas en contra del cambio climático, y explica como son una fuente de lo que él llama: “argumentos zombies”, porque parece que los matas con los datos científicos, pero una y otra vez vuelven a estar presentes porque siguen vivos en entre las burbujas comunicativas, alimentadas en muchos casos con fines políticos. Por ejemplo, cuando Donald Trump anunció que Estados Unidos se retiraba de los Acuerdos de París, una gran oleada de tweets, salieron en su apoyo, pero más tarde se descubrió que un cuarto de ellos procedía de bots automatizados.
3.- El mito de que la tecnociencia nos salvará del cambio climático está contribuyendo a la inacción de los gobiernos y a la desmovilización de la población inerme. La producción audiovisual alimenta incansablemente esa fantasía a través de héroes individuales y tecnologías capaces de hacer cosas de momento imposibles, como captar todo el CO2 de la atmósfera y enterrarlo bajo tierra, o la posibilidad de construir grandes espejos que reflejen los rayos solares antes de que penetren en la atmósfera.
La realidad es más bien otra: en el momento en el que nos encontramos, parece imposible hacer una adaptación “suave” a una vida menos dependiente de los combustibles fósiles o conseguir reducir el consumo desmedido. Personas y empresas desarrollan la estrategia del avestruz, con la esperanza de que, metiendo la cabeza en la tierra, el problema desaparecerá. ¿Cómo? Mostrando confianza en los empresarios y políticos que prometen que van a solucionar en un plazo breve los problemas energéticos, o que serán capaces de mantener a los más ricos a salvo de las “invasiones” de los pobres a base del desarrollo de férreas políticas anti-inmigración.
Pero el miedo sigue ahí, y el miedo es peligroso. Hemos comenzado a sospechar que, si se han perdido cincuenta años en los que simplemente no se ha hecho nada, los que tienen el poder ¿van ahora a hacer algo? ¿Es posible imaginar un mundo en equilibrio y en paz en las próximas décadas? Sabemos que hoy ya no es realista pensar que se trata sólo de cambiar los combustibles fósiles por las energías renovables y ya está todo solucionado. Hoy necesitamos una transformación radical que suponga una revolución del sistema productivo y de consumo. Y para eso debemos cuestionar la mentalidad impuesta en la fase del capitalismo surgido después de la crisis del petróleo de 1973, basado en triunfo de una ideología (y por lo tanto de una ética) del individualismo feroz y depredador, que ya no nos sirve para encarar un futuro incierto. La transformación ha de ser radical en los objetivos y los fines. Las soluciones tienen que ser globales, o no arreglarán las situaciones de violencia que muchos pueblos llevan padeciendo en los sistemas coloniales.
4.- Hoy los marcos mentales son marcos poscoloniales, por mucho que los individuos y los grupos más conservadores se nieguen a reconocerlo. Durante el siglo XX se ha producido una gran revolución ideológica cuya expresión más espectacular ha sido la revolución feminista, pero también la de las llamadas “culturas subalternas”, que han conseguido una voz activa a base de luchas sin tregua por la visibilidad y el reconocimiento. Hoy las identidades de género, étnicas, sexuales, por razones de cultura no son esencias fijas, sino que responden a dinámicas complejas de interrelaciones. Y todo esto lo muestra el cine que se convierte en reflejo y al mismo tiempo elemento constructor de ese mundo cambiante.
El feminismo ha conseguido que el mundo futuro no se conciba sin incorporar la experiencia y los saberes de las mujeres. El Ecofeminismo, es un es hoy una alternativa para el pensamiento y acción ecológica que aporta un matiz crítico con las jerarquías de poder desarrolladas en las sociedades capitalistas, que siguen siendo profundamente patriarcales. Como afirman autoras como Alicia Puleo o Vandana Shiva se trata de una teoría que analiza cómo la dominación y la explotación a la que está expuesta la naturaleza, tiene mucho que ver con la explotación y sometimiento que han sufrido las mujeres a lo largo de nuestra historia. La postura ecofeminista comparte con los movimientos ecologistas actuales la necesidad de desarrollar acciones de rebeldía contra un sistema que explota el medio natural hasta la destrucción, y pretende ser toda una redefinición de la realidad. En la lucha ecofeminista están también las luchas de todas aquellas mujeres que defienden sus pueblos, sus territorios, y también sus conocimientos ancestrales sobre el sostenimiento de la vida. Y por supuesto, también involucra aquella lucha por los animales no humanos, porque su casa es nuestra casa. Todas las críticas que contienen este libro están enfocadas desde la perspectiva ecofeminista.
5.- El cine es una tecnología de creación del imaginario colectivo. Podría parecer que la ficción y el universo audiovisual desarrollado como una gran maquinaria productiva en el siglo XX, no tiene demasiada importancia frente a las realidades materiales. Hoy el cine y los productos audiovisuales se han convertido en uno de los sectores empresariales más pujantes. Pero ya no vamos tanto al cine “a vivir una experiencia” como lo hacía la gente de generaciones anteriores. Hoy la producción cinematográfica y de series de televisión está completamente banalizada, es un buffet siempre dispuesto para ser consumido a cualquier hora del día, en cualquier lugar donde estemos, a través de cualquier aparto que nos conecte a Internet. Podría parecer que, en la situación comunicativa de ver cine, ya no hay nada de experiencia colectiva, más allá de la interacción con otros usuarios que nos proporcionan las redes.
Y sin embargo el mundo del cine sigue siendo muy importante porque es la tecnología audiovisual que nos siguen enseñando cómo debemos imaginarnos el mundo. Por ejemplo, las ideas que tenemos sobre el cambio climático que se está produciendo en todo el planeta, las hemos formado en nuestras mentes sobre todo a partir de los documentales y las películas que hemos podido ver en la televisión y el cine. Algunas imágenes pueden ser realistas, como las terribles inundaciones que han sufrido este año en Bangladesh, o pueden ser imaginarias, como la gran ola que cubre los edificios de Nueva York en la película El día de mañana. Las primeras responden a una realidad, y las segundas son una fantasía, pero ambas son una construcción de tipo narrativo de los medios audiovisuales, que han formado nuestra imaginación y nuestros valores.
Y esa imaginación sobre el mundo que viene se está prefigurando de dos formas. Una que tiene que ver con el transhumanismo y el eco-fascismo, y otra que tiene que ver con el inevitable decrecimiento económico. Las películas y series que he seleccionado tienen que ver más con la segunda opción que con la primera. No he querido introducir aquí las películas sobre ciencia ficción que plantean soluciones heroicas fantásticas que sólo sirven para engrandecer los egos individualistas, porque esas actitudes son las que nos están llevando al desastre. He preferido detenerme en obras que inciden en la importancia de crear lazos afectivos y de cuidados para construir comunidades capaces de sobrellevar la incertidumbre frente al futuro.
6.- Este trabajo es una apuesta por creaciones cinematográficas que se atreven a ficcionalizar nuevas formas de vida en e interacción humana, en las que tenga cabida la naturaleza y la vida animal. La dificultad de la producción cinematográfica para hablar de una forma realista sobre el cambio climático es un síntoma de que en el sistema capitalista no nos está permitido siquiera imaginarnos un mundo que no esté basado en la competitividad salvaje. Fredric Jameson dijo en una ocasión que “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Cambiar el mundo requiere cambiar nuestros marcos mentales, y el cine y la ficción son las principales herramientas con las que cuenta nuestro sistema capitalista para reproducirse a sí mismo. Lo que consumimos es ocio, diversión, entretenimiento y bajamos la guardia porque a la hora de entretenernos, todo está permitido.
Los medios y las redes sociales han creado una semiosfera particular en la que el neoliberalismo y la competitividad lo impregna todo: desde la educación formal a la cultura popular, desde el mundo laboral a las prácticas lúdicas y de ocio. No se trata sólo de discursos políticos que emprenden determinados personajes conservadores, sino más bien de una mentalidad difusa que hace imposible imaginar un mundo que funcione en claves de cooperación e igualdad radical. Este mecanismo es el que permite que se rueden cientos de documentales sobre cambio climático, al mismo tiempo que las ficciones que se crean sigan ancladas en historias individualistas.
7.- Este trabajo es una apuesta por el anti-heroísmo. El cine mainstream está plagado de grandes personajes (casi siempre varones) que salvan a otros en situaciones dramáticas causadas por el desastre climático como incendios, inundaciones, desplazamiento de poblaciones, desertización… y lo hacen reduciendo las temáticas a una preocupación colectiva: la naturaleza se revela y ¿cómo hacemos los humanos para sobrevivir?
Casi todos los argumentos de las producciones de ficción parten del momento en el que se produce un desastre natural, y unas personas concretas luchan duramente contra el riesgo de morir. Son historias de aventuras, muchas de ellas enmarcadas dentro del género de la ciencia ficción con todas sus variantes. En Waterword (1995) el mundo se ha inundado y la tierra ha desaparecido; en la saga Mad Max (1979, 1981, 1985, 2015) los principales recursos como el agua y la gasolina son escasos y eso desencadena una lucha despiadada entre seres humanos sin ninguna empatía entre ellos; en Snowpierce (2013) el planeta se ha congelado y los únicos supervivientes que quedan viven en un tren con movimiento eterno; en El día después (2004) se produce una gran tormenta que puede acabar con la civilización, en Interestellar (2014) las cosechas de la tierra están destruidas, y hay que buscar un planeta nuevo que habitar. Al cine se le da muy bien imaginar formas de muerte colectiva: enfermedades, catástrofes naturales, subida del nivel del mar, accidentes nucleares, invasiones alienígenas, meteoritos, alteraciones genéticas… toda una panoplia de desastres de los que conseguimos salir triunfantes gracias al sacrificio, la audacia, y cómo no, la competitividad. Casi todas estas películas son una exaltación del individualismo más feroz, por mucho que, en casi todas, se haga guiños a la trascendencia humana en su conjunto.
Y todas ellas tienen al menos un rasgo común: son historias heroicas de seres que emprenden una lucha denodada por la supervivencia una vez que el desastre se ha producido. Se desplaza así el núcleo del problema: estamos viviendo ya los efectos del calentamiento global que intensifica el efecto invernadero, y ¿lo único que la industria del cine imagina de forma masiva, son historias de cómo podemos sobrevivir unos cuantos? La sospecha es que, en los ambientes creativos, se considera que no es “cinematográfico” plantar que aquí y ahora podemos hacer cosas para no precipitarnos en el desastre. Parece más fácil inventar soluciones fantásticas en las que el dios de la tecnología nos salve como, por ejemplo, en la película Geostrom (2017), en la que los gobiernos mundiales se unen para construir una red de satélites que puedan controlar el clima, o en Una vida a lo grande (2017), la solución a la contaminación por la acción humana sobre la tierra está en reducir el tamaño de las personas a 12,7 centímetros a través de técnicas médicas. ¿Por qué no se da un planteamiento menos espectacular? ¿Por qué la ficción reproduce y refuerza la espectacularización de los egos enfermos de la política y la economía internacional?
8.- La imposibilidad de la cultura mainstream de ficcionalizar otro mundo posible alejado de las distopías y las soluciones tecnológicas fantásticas es la muestra de que que necesitamos cambiar todo nuestro pensamiento sobre el lugar que ocupamos los seres humanos en el planeta Tierra. Pensarnos y sentirnos como animales entre animales, como seres vivos entre otros seres vivos es la única clave para que exista un futuro de paz.
Este trabajo surgió cuando, hablando con un grupo de gente muy joven, recién salidos de la adolescencia, comentaron desalentados en una charla sobre cambio climático que ya todo eso lo sabían y que no sabían qué podían hacer frente a un fenómeno tan grande. Además, estaban cansados del tema, porque la vida continúa y la presión que sentía iba más bien por el rendimiento académico que les asegurara un futuro próspero. Aquello me dio mucho que pensar. ¿A caso no sentimos todo el mundo un poco lo mismo? ¿Y por qué? Porque todo en nuestro entorno nos distrae de lo importante. Vivimos momentos en los que nuestra atención es la moneda más valiosa para la mayoría de las empresas de Internet. ¿Cómo vamos a pensar en el cambio climático cuando hay tantas cosas que comprar, tantas incertidumbres que afrontar, tantos futuros por construir en lo personal y cotidiano? Ante el grupo de gente joven pensé que algo tenemos que hacer con el tema de lo que llamamos alfabetización audiovisual, debemos enseñar a leer de forma crítica los medios. Está bien responder con pasión a los tirones que nos dan los nuevos medios de nuestra atención, pero tenemos que aprender también que no debemos olvidar que hay que pensar sobre el mundo que viene. Sentipensar es una palabra que hemos incorporado a nuestro vocabulario que resume muy bien a mi juico el tipo de trabajo que tenemos que hacer para afrontar un mundo nuevo, un mundo en el que las normas patriarcales y eurocéntricas poco nos van a servir. Necesitamos ideas nuevas que favorezcan el trabajo colectivo la cooperación