Alcarràs (2022) Agricultura para un futuro posible
8 oct 2023 - 21:43 CET
Pasa lo mismo con el científico. Lee libros día y noche, forzando sus ojos y convirtiéndose en miope,
si te preguntas en que ha estado trabajando todo el tiempo ves que era para convertirse en inventor de las lentes correctoras de la miopía.
Fukuoka
- País: España
- Dirección: Carla Simón
- Guión: Carla Simón, Arnau Vilaró
Pocas películas hablan tan bien de la vida cotidiana de las familias campesinas en la España actual como lo hace Alcarràs, una producción que tiene el valor añadido de invertir la tendencia de la producción audiovisual en cuanto a la presencia femenina detrás de las cámaras. No sólo la directora, Carla Simón es también guionista, sino que la maravillosa fotografía ha sido realizada por Daniela Cajías.
La historia, interpretada por actores no profesionales, cuenta el momento crítico de una familia numerosa de agricultores que debe hacer su última cosecha de fruta porque las tierras que cultivaban van a ser dedicada a la colocación de placas solares. Más que un drama ecológico es una historia que muestra el sufrimiento y el estrés que experimentan las familias que viven del sector primario, sometidas hoy en día a la producción intensiva y a la comercialización abusiva de los productos de la tierra por las grandes distribuidoras de alimentos. Tangencialmente también la película habla de forma crítica del campesinado no es dueño de su propia tierra.
Esta película nos permite reflexionar sobre algo en lo que casi nunca nos paramos a pensar: ¿de dónde vienen nuestros alimentos?, ¿qué consecuencias tiene obtenerlos para las personas y el mundo natural? Pensamos en la comida como si fuese un maná que cae del cielo, o una cornucopia de la que surgen mágicamente flores y frutos, porque para nosotros, obtenerlos tiene que ver más con tener dinero que con un trabajo de producción vinculado a la naturaleza y a la tierra.
Agricultura, alimentación y desequilibrios
La agricultura ha sido uno de los grandes logros humanos, y no es tan antiguo como pudiera parecer. Mientras nuestra especie (Homo sapiens sapiens) tiene una antigüedad de al menos cien mil años, sólo hace unos diez mil que la agricultura se desarrolló de manera generalizada en distintos puntos del planeta. El cultivo de la tierra ha sido la actividad responsable de que los seres humanos nos hayamos podido multiplicar de forma espectacular, sobre todo desde la Revolución Industrial.
La mecanización del campo durante el siglo XX ha generado una productividad muchísimo mayor que épocas anteriores de la historia. Si antes de ese período un granjero alimentaba de dos a cinco personas, hoy puede alimentar a ciento treinta, pero a costa de producir un impacto negativo sobre el medioambiente. Cultivar alimentos de manera tan eficiente está causando una enorme deforestación. La agricultura intensiva junto con la ganadería libera enormes cantidades de CO2, metano, óxido nitroso, dióxido de carbono, etcétera, que contaminan no sólo el aire sino el agua. La manipulación genética de las semillas y las plantas, el uso sistemático de fertilizantes, insecticidas o fungidas y la forma de comercialización y distribución industrializada de los productos de la tierra, ha hecho que el campesinado tenga el control sobre lo que produce.
El desequilibrio ecológico que genera la agricultura industrializada es algo que la mayoría de la gente deseamos ignorar porque, a la hora de producir comida, parece que el fin justifica los medios. Pero, como vemos en Alcarràs, el hecho de hacer productivo un territorio no asegura una continuidad de la vida a los pequeños productores que están en manos de las grandes comercializadoras, y también de aquellos que poseen la tierra. “La tierra es para quien la trabaja” era el lema más famoso de Emiliano Zapata, que popularizó un ideal redistributivo de la tierra que, tal como indica la película, sigue siendo una asignatura pendiente para muchos agricultores.
Es significativo que ni en esta película ni en El Olivo de Icíar Bollaín que hemos comentado con anterioridad, aparece expresado uno de los principales problemas que ha influido en las últimas décadas en la producción de alimentos: la industrialización y la mecanización, que responde a la búsqueda de la rentabilidad máxima de los territorios dedicados a la agricultura. En la actualidad el uno por cierto del territorio español está degradado debido a las prácticas de la agricultura intensiva, y diversos informes alertan de que esta forma de producción es la principal causa de la deforestación del planeta.
La realidad es que los agricultores tradicionales, no pueden competir con la maquinaria o el uso de químicos como fertilizantes o insecticidas. Hasta hace tres décadas había pequeños agricultores en todo el territorio español, incluso en las zonas limítrofes con montañas o zonas especialmente secas, pero en la actualidad, esas actividades han sido abandonadas porque ya no son rentables. Hoy se produce un alto contraste por ejemplo entre provincias como Huesca y León frente al aumento de la productividad de otras como La Rioja o Murcia. Ya no se practican técnicas tradicionales como el barbecho, mientras que ha aumentado el uso y el abuso de sustancias agrotóxicas. Este modelo no respeta el ciclo de la vida de los insectos y los animales, disminuyen las aves por el uso de fertilizantes y plaguicidas, y deja sin agua grandes zonas de territorio. La agricultura consume el 85% del agua en nuestro país, y los regadíos no han parado de crecer en las últimas décadas. Y todo esto ¿para qué? ¿es necesaria tanta productividad? El Programa de las Naciones Unidas para el Medioambiente, publicó el Índice de desperdicio de alimentos en el año 2021, y valoró en un 17% la cantidad de productos del campo que se tiran; es decir, cada persona que habitamos el planeta desperdiciamos 121 kilogramos de comida al año. Pero claro, esa distribución no es equitativa en un mundo en el que millones de personas siguen estando subalimentadas.
La agricultura ecológica
Los seres humanos somos especialistas en crearnos problemas que luego intentamos resolver con grandes esfuerzos. Así, conforme la agricultura extensiva se ha ido apoderando de las zonas productivas más ricas del planeta, algunas personas comenzaron a hacer sonar las alarmas para que los gobiernos y las instituciones impulsaran una nueva revolución agraria, no tan centrada en la productividad, sino en la sostenibilidad de la vida. La “agricultura ecológica” aglutina todas las propuestas para cultivar la tierra sin utilizar ni productos químicos ni organismos genéticamente modificados. La palabra clave es “sostenibilidad”: se trata de cultivar productos agrícolas que hagan posible una vida más sana a los consumidores, que mejoren la vida de los productores, que eliminen los tóxicos de la naturaleza y generen un comercio justo. Mucha gente se dio cuenta que había un camino que desandar, y se centraron en cómo recuperar técnicas tradicionales de cultivo desarrolladas tanto en occidente como en las culturas indígenas, que no han sufrido una asimilación total por los procesos de industrialización del campo o la ganadería. El planteamiento de la agricultura ecológica integra así de forma natural, las tradiciones en las que las mujeres han estado muy presentes como por ejemplo en el continente africano, ya que han sido ellas las encargadas de sostener la vida, al ser las depositarias de conocimientos tradicionales para producir alimentos de forma sostenible.
Varios trabajos teóricos comenzaron a publicarse en Estados Unidos en los años cuarenta en torno a la necesidad de cambiar la forma de cultivar la tierra. Jerome Irving Rodale en 1942 publicó una revista de enorme éxito Organic Farming and Gardening; Lady Eve Balfour en 1943 dio a conocer el libro The Living Soil y Albert Howard en Un testamento agrícola de 1946. Paralelamente el movimiento para fomentar la agricultura ecológica se va desarrollando en otros puntos del planeta. Uno de los más interesantes e influyentes fue el proyecto del biológico japonés Masanobu Fukuoca, narrado en su libro La revolución en una brizna de paja y la senda natural del cultivo de 1975.
Durante los años cincuenta, mientras triunfaba en Japón la introducción de la moderna agricultura americana a base de productos químicos, Fukuoka que había estudiado microbiología en Yokohama, y trabajaba como inspector agrícola de aduanas durante algunos años de su juventud, deja su trabajo y vuelve a su aldea con su padre para desarrollar un método de agricultura natural que no necesita ni productos químicos ni maquinaria, porque se basa en que no es necesario labrar ni abonar. Aunque parezca increíble la producción que consiguió fue similar a la obtenida con técnicas industrializadas. Fukuoka vivía de forma totalmente natural en una zona montañosa de Japón, y siempre rodeado de estudiantes que durante un tiempo residían con él aprendiendo cómo sobrevivir prescindiendo en todo lo posible de alimentos procesados o de combustibles fósiles. El espacio que cultivaba era muy reducido: 0’6 hectáreas de arroz, y otro tanto de mandarinos, que trabajaba con herramientas tradicionales. Fukoaka enseñó que no existe la agricultura totalmente natural, porque cultivar la tierra siempre requiere conocimientos acumulados y esfuerzo. La particularidad de Fukuoka es que, en lugar de intentar que la tierra produzca lo máximo a base de productos químicos o extensiones de monocultivo, propone una agricultura que “coopere” con la naturaleza.
En su libro cuenta que desarrolló su método a partir de la observación de unas plantas de arroz que habían crecido sanas entre hiervas malas y sin que el terreno estuviese inundado. Probó a dejar que el arroz creciera naturalmente a partir de su caída en otoño, y a controlar las malas hierbas a base de mantos vegetales. El mismo llamó a su método el de “no hacer”, que no quiere decir abandonar el campo, sino intervenir sólo de forma mínima y responsable. Las técnicas que utilizó son curiosas y muy alejadas de lo que se puede aprender en cualquier curso de agricultura tradicional. Por ejemplo, se dedicó a mezclar las especies en lugar de limitarlas y dejar de cosechar todas las plantas para que las semillas cayesen de forma natural a la tierra para el año siguiente. Con sus experiencias planteó cuatro principios de la agricultura natural: No laboreo, no arar el suelo, no utilizar abonos químicos ni compost preparado, no desherbaje. También habló de lo negativo que era matar a los animales que consideramos depredadores porque forman parte del equilibrio natural. Fukuoaka es también un sabio de lo que ahora se llama “el buen vivir”, porque considera que la agricultura es sólo un factor más entre todas las prácticas que deben cambiarse para que los seres humanos vivamos en paz.
Por su parte, Racher Carson, bióloga marina americana publicó en 1962 el libro Primavera silenciosa en la que divulgó lo terribles que pueden ser los pesticidas sintéticos en el uso agrícola. Este trabajo tuvo un éxito extraordinario y puso en marcha la posibilidad de crear organizaciones ecologistas y organismos estatales como la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos. Su obra fue crucial para conseguir eliminar el DDT y otros pesticidas que estaban acabando con la vida silvestre. Carson se pasó toda la vida escribiendo sobre la conservación de la naturaleza y el mar, libros como Under the Sea Wind (1941). Con el libro The Sea Aroud Us (1951) consiguió un gran éxito de público y estuvo 86 semanas en la lista de ventas del New York Times. Su texto The Edge of the sea (1955) llegó también a un enorme número de lectores en todo el país.
Después de realizar sus publicaciones de éxito, comenzó a investigar los efectos del DDT en la salud humana, sobre el que ya habían ido apareciendo distintos informes. En un principio el DDT se usaba en la época de forma masiva para matar mosquitos en zonas pobres en prevención de la malaria, pero enseguida comenzó a comercializarse para su uso en los hogares. Esto provocó una desaparición masiva de insectos, y en consecuencia también de pájaros y otros animales. Carson supo ver que la vida es una cadena, y que el DDT acababa afectando a la vida humana: “(…) por primera vez en la historia del mundo, todo ser humano está ahora en contacto con productos químicos peligrosos, desde el momento de su concepción hasta su muerte.”
La industria agroquímica intentó que sus trabajos no se publicaran, pero no lo consiguió. Al fin y al cabo, Carson era una escritora y científica que formaba parte de una tradición anglosajona de escritores que amaban la naturaleza, y preparado el terreno para que las mujeres naturalistas pudieran tener una voz pública. Beatrix Potter (1866-1943) conocida todavía hoy por su personaje Roger Rabbit, Susan Fenimore Cooper (1813-1894) que escribió e ilustró su propio libro Diario rural (1850), o Mary Hunter Austin (1868-1934) que describió de forma minuciosa en The Land of Little Rain (1913) el mundo natural de una región al sur de California, hicieron posible un discurso crítico y comprometido con las luchas por la soberanía alimentaria.
En occidente, con el despegar del movimiento ecologista surgieron activistas y políticas como Petra Kelly, que defendió la implantación de una agricultura ecológica en la que las familias tuvieran el control de la producción en modelos de empresas pequeñas y medianas. Pensó de una manera integral en la necesidad de un cambio en la sociabilidad humana que debe partir del pacifismo, la no violencia y el feminismo para poder sobrevivir. Trabajó por la implantación de una economía sostenible analizando de forma específica el funcionamiento del sistema agroalimentario intensivo que, junto con el consumo exagerado, son los causantes del aumento de la desigualdad en el mundo. El verdadero bienestar se garantiza manteniendo un entorno saludable, no sólo para los seres humanos, sino para los animales no humanos y todo el mundo vegetal. Kelly afirma que la ecología es un motor para cambiar la vida del planeta, y la política es el instrumento más eficaz en contra del militarismo, la sobre explotación de los recursos, y cualquier forma de desigualdad que pueda producirse entre los seres humanos. Con esas ideas completa la máxima del feminismo de segunda ola: “Lo personal es político y lo político es personal.”
La conciencia ecológica en temas agrícolas constituye hoy todo un patrimonio cultural que va siendo reconocido en el mundo entero. Cuidar la tierra está suponiendo una auténtica revolución identitaria que está devolviendo la dignidad a los pueblos originarios. Por ejemplo, Vía Campesina, fundada en 1992 es una organización que lucha por el derecho a la soberanía alimentaria. En ella participan casi doscientas organizaciones en 81 países del mundo, que defienden una agricultura familiar y sostenible. Aboga por dar por terminado el período en el que han dominado las macoroempresas en la producción de alimentos, y devolver al campesinado la capacidad de trabajar el campo con técnicas tradicionales, así como controlar la distribución justa de alimentos. En el año 2007 publicaron la Declaración de las mujeres por la Soberanía Alimentaria que puso en evidencia el papel de las mujeres en la producción agrícola. Su lema principal: “La producción alimentaria, la distribución y el consumo están en la base de la sostenibilidad ambiental, social y económica de los pueblos.”
Tenemos un gran problema con el futuro de la alimentación de la humanidad. Es imprescindible para nuestra subsistencia, pero su producción intensiva contribuye de forma letal a nuestro fin por el agotamiento y contaminación de las tierras. En occidente sigue existiendo la creencia de que el tecno-cientifismo conseguirá sacarnos de esta crisis, y se sigue investigando para hacer avanzar el modelo de producción sin que tengamos que solucionar los problemas que los crean.
Un ejemplo está en la gestión del agua, en un mundo en el que las sequías son cada vez más frecuentes. En Estados Unidos, por ejemplo, los gobiernos se muestran incapaces de intervenir en el proceso de desertización, pero mientras tanto se favorecen investigaciones sobre más químicos que solucionen los problemas. Por ejemplo, en la universidad californiana de Riverside se está trabajando sobre un producto llamado ‘quinabactin’ que hará que las plantas soporten durante más tiempo la falta de agua. Las ocurrencias sobre la comida son muchas: imprimir comida en impresoras 3D, crear nuevos alimentos ensamblando el adn de seres vivos con materia artificial, carnes artificiales cultivada mediante agricultura celular creando un tipo de alimentación que ya se ha comenzado a llamar “comida algorítmica”, y por supuesto seguir aumentando la producción de transgénicos.
Otra solución menos descabellada puede venir de prácticas agrícolas que recojan la sabiduría tradicional. La “Permacultura” es un de las propuestas más interesantes ya que el cambio que propone es integral respecto a nuestra forma de relacionarnos con la naturaleza. El término fue inventado en 1978 por los australianos Bill Mollison y David Holmgren y es un acrónimo de ‘permanente’ y ‘agricultura’. Consiste en desarrollar estrategias para evitar el agotamiento de los suelos, a base de cultivos rotativos permanentes: “es un sistema integrado y evolutivo de especies vegetales y animales perennes o que se autoperpetúan, útiles para el ser humano.” Las palabras claves: diversidad, estabilidad y resiliencia de los ecosistemas naturales. Se trata de una propuesta que integra todos los conocimientos tradicionales, pero también todas las tecnologías desarrolladas para mejorar los cultivos durante el último siglo. La permacultura se basa en cuatro mandatos éticos: cuidar la tierra; cuidar a las demás personas; establecer límites a la población y al consumo; distribuir los excedentes.
Favorecer la agricultura orgánica, optar por los cultivos perennes, prescinde todo lo posible de maquinaria, transportes e insumos, recicla los nutrientes, evitar los congelados, y favorece el policultivo y el reciclado de aguas. La permacultura es especialmente útil para atender las necesidades de la gente más pobre de la tierra. Los experimentos están siendo muchos, y están salvando a muchos pueblos de la hambruna en países como Zimbabwe, Filipinas, Níger o Cuba.
¿Agricultura vs energías renovables?
En Alcarràs se plantea el problema de la ocupación de espacios de cultivo para la instalación de parques solares. El tema aparece sólo de forma tangencial como una solución al problema de la falta de productividad del campo. En España se está desarrollando una gran producción de energía fotovoltaica sobre todo desde el año 2019 asumida como la mejor medida para reducir la emisión de CO2, y el Plan MITECO tiene como objetivo que todo el sistema eléctrico en España sea cien por cien renovable en el año 2050.
Sin embargo, pese a toda la esperanza que proporciona este plan, están saltando ya las alarmas, porque como suele ocurrir en el capitalismo, si no hay un control público que vele por el bienestar de la mayoría, corremos el riesgo de que esta energía caiga en manos de los oligopolios que ahora mismo controlan la producción y distribución de los combustibles fósiles. La proliferación exagerada y desordenada de grandes plantas fotovoltaicas pueden producir impactos importantes sobre la biodiversidad, afectando sobre todo a las aves y especies amenazadas. Es una preocupación también el impacto en el paisaje, y al situarse en terrenos baratos con una cierta desertización, es posible que se produzcan zonas de calor que contribuyan a empobrecer todavía más el terreno.
Frente a este problema, se trabaja ya sobre la conveniencia de distribuir las placas también en zonas urbanas como tejados de casas, invernaderos o naves industriales, en sistemas que estén controlados por personas individuales o colectivos pequeños para el autoconsumo. Además, hay propuestas de que los grandes parques solares se limiten al máximo y se favorezca la instalación de la huerta solar: instalaciones mucho más pequeñas que pueden combinarse con explotaciones agrícolas, ya que permite seguir con los cultivos, y también compartir entre distintos agricultores las instalaciones para poder conectar las placas con la red eléctrica general.
Nuestro futuro en un mundo tal como lo conocemos pasa por emplear toda nuestra inteligencia colectiva para crear nuevas formas de cultivar la tierra menos agresivas. El mundo occidental no podrá hacerlo solo, porque confiamos demasiado en que la técnica nos ponga a salvo de la desertización y el empobrecimiento de los terrenos. Necesitamos contar con los conocimientos de todos los pueblos del planeta, con su sabiduría ancestrales y sus prácticas regenerativas. Fukuoka, lo dijo muy bien pensando en la salida para toda la humanidad: “Olvidémonos de los aspectos de dentro y fuera. Los agricultores de todas las partes del mundo son en el fondo los mismos agricultores. Digamos que la llave de la paz se encuentra cerca de la tierra”.
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-Carson, R. (2010) Primavera silenciosa, Barcelona, Editorial Crítica.
-Fukuoka, M. (2016) La revolución en una brizna de paja y la senda natural del cultivo, Barcelona, Editorial Descontrol.
-Holmgren, D. (2013) Permacultura. Principios y senderos más allá de la sostenibilidad, Buenos Aires, Kaicron.
-Sarmiento, C. (Comp.) (2022) Agroecología a la carta. Argentina, Universidad de Río Cuarto.
-Kelly, P. (1992) Pensar con el corazón. Textos para una política sincera, Barcelona, Círculo de Lectores.