No mires arriba (Don’t Look Up) 2021 Del totalitarismo digital a las payasadas de billonarios
7 oct 2023 - 01:48 CET
Los políticos no son los únicos que tienen el poder de declarar una crisis.
Los movimientos de masas de gente corriente también pueden hacerlo...
La esclavitud no fue una crisis para las élites británicas y norteamericanas hasta que el abolicionismo hizo que lo fuera.
La discriminación racial no fue una crisis hasta que el movimiento de defensa de los derechos civiles hizo que lo fuera.
La discriminación por sexo no fue una crisis hasta que el feminismo hizo que lo fuera.
El apartheid no fue una crisis hasta que el movimiento anti- apartheid hizo que lo fuera.
Naomi Klein
- País: Estados Unidos
- Dirección: Adam McKay
- Guion: Adam McKay
Pensé comenzar a escribir este libro cuando se estrenó No mires arriba, porque incidía en una cuestión que me rondaba la cabeza desde hacía tiempo: ¿por qué no hay películas de ficción que traten la crisis climática? Me refiero a películas que no sean de ciencia ficción y que hablen de las consecuencias adversas del cambio climático de una forma más o menos realista. Hay muchísimas películas que parten de hechos catastróficos puntuales: inundaciones, sequías, deshielos, olas de frío… pero son sólo un punto de partida para el desarrollo de la trama de unos personajes que lucharán a brazo partido y de forma heroica por sobrevivir. Este hecho contrasta con la gran cantidad de cine documental que se produce en todo el mundo sobre el tema.
¿Por qué el cambio climático aparece sólo como punto de partida en la mayoría de las tramas?, ¿directores y guionistas consideran que tratar el tema de forma directa es “poco cinematográfico”? No mires arriba era una prueba de que esto es así porque la crisis climática simplemente no aparece, en su lugar, el argumento es que un cometa que va a impactar sobre la Tierra.
Hay muy pocas películas de ficción que hayan abordado la influencia tóxica de los seres humanos sobre el planeta de forma directa. Tal vez la más interesante es la comedia francesa La belle verte (Planeta libre), estrenada en 1996 que fue dirigida por Coline Serreau. La historia comienza en un pequeño planeta en el que muchos años antes, se habían refugiado unos cuantos humanos, que habían conseguido un gran desarrollo civilizatorio, pero no a base de tecnología, sino a base de redes mentales de empatía. Los habitantes son capaces de teletrasportarse, se comunican telepáticamente y su vida transcurre en un edén de felicidad en el que prácticamente no existe el trabajo, ni tampoco el consumo. En un momento dado, se plantean que hay que volver a la tierra, pero claro, saben del desastre humano y nadie se presta al viaje, excepto una mujer, Mila, a través de cuyos ojos, los espectadores veremos de manera crítica y distanciada el desastre cultural que está viviendo la civilización occidental en el planeta Tierra. Es una película llena de humor y espíritu libertario. No es extraño que se haya quedado reducida a un público minoritario, círculos de personas curiosas o comprometidas con el tema.
No mires arriba fue estrenada en la plataforma Netflix en plena pandemia en diciembre del año 2021. Obtuvo un éxito inmediato de público, convirtiéndose en una de las películas más vistas de forma inmediata. Sin embargo, las críticas no fueron unánimes, ya que se produjo una significativa polarización en la crítica especializada y el público. En la plataforma Rotten Tomatoes, el 77% del público la calificó como buena película, mientras que sólo obtuvo esa calificación del 56% de la crítica. ¿Qué era lo que no gustaba? Parece ser que mucha de esta gente consideraba que se trataba de una comedia “demasiado burda”, o “poco fina”. Son curiosos esos comentarios, en un cine como el hollywodiense tradicionalmente plagado de violencia y trazos gruesos, que ha educado a su público a “deconstruir” o “reinterpretar” actos brutales a través de la clave de la ironía y la parodia con una naturalidad pasmosa. En este caso, claramente estamos ante una sátira social, y ¡resulta que es “poco fina” la representación del mundo que vivimos! ¿No será más bien que la imagen que nos devuelve la película no le gusta a mucha gente por parecerse demasiado a la realidad? El comportamiento de público y crítica se merecería un análisis en sí mismo, porque muestra la polarización del mundo entre el público más progresista y aquel que se sitúa en el amplio espectro de la ultraderecha. La polarización no está en la película, sino en la realidad político-social, que se articula sobre temas controversiales (que no deberían ser tales) como el cambio climático o los movimientos migratorios.
La Casandra del mundo de la ciencia
Nuestras sociedades se mueven sobre una creencia fundamental: la ciencia y la tecnología funcionan y tiene la capacidad de mejorar nuestras vidas. Y nunca como en el siglo XX los gobiernos han invertido tanto esfuerzo en su desarrollo. Pero estamos viviendo tiempos extraños en los que se han desatado las pasiones anti-científicas: tierraplanistas, antivacunas, contactados por los extraterrestres, médicos y pacientes cuánticos, creacionistas radicales y miles grupos más en todo el mundo que creen que la ciencia es una mentira. Entre todos generan millones de horas de contenidos digitales que circulan por las redes sociales en círculos cada vez más cerrados, formando burbujas comunicativas formadas por personas que dispuestas a creer cualquier cosa porque simplemente refuerzan sus creencias.
El físico alemán de la Universidad de Harvard, Gerald Holton, lleva treinta años reflexionando sobre las imágenes sobre la ciencia y los científicos en trabajos como Las falsas imágenes de la ciencia, alertando sobre el negacionismo científico como: “Esa bestia que dormita en el subsuelo de nuestra civilización”, que toma la forma de un romanticismo absurdo a la hora de entender el funcionamiento del mundo. Y lo decía ya en los años 90, cuando todavía no existían ni las redes sociales ni la ultraderecha tan visible, que a lo largo del mundo han extendido todas las teorías anti-científicas más disparatadas con el fin de que la gente descontenta del sistema se uniera con una sensación de secta de elegidos por todo el planeta. El ejemplo más conocido, objeto de análisis e investigaciones de todo tipo, ha sido el movimiento QAnon, que extiende la idea de que existe una red de pedofilia y satanismo controla el mundo. ¿Con qué fin? Movilizar las pasiones más irracionales en contra de la democracia.
En No mires arriba los científicos son ignorados, primero por los gobernantes instalados en el populismo, después maltratados por los medios de comunicación. En el mundo real, en los informes del IPCC han participado miles de científicos en el mundo entero y, aun así, muchos políticos y políticas conservadoras o bien son abiertamente negacionistas, o simplemente ignoran en su gestión el dibujo trágico del futuro que nos espera. Muchos niegan el consenso científico con argumentos que nada tienen que ver con la ciencia: ideas conspiranoicas, falsos expertos que hablan desde el desconocimiento de una especialidad concreta, interpretaciones torticera de datos y análisis, por no hablar de falacias lógicas del tipo: es verdad que estamos en un cambio climático pero “tenemos que estar tranquilos, debemos adaptarnos” o “podemos construir diques para contener el mar” porque “los seres humanos somos tan creativos que alguna solución encontraremos”. La clase política más sensata, intenta desarrollar planes limitados y fragmentarios como puede ser la sustitución de la generación de energía eléctrica que procede de los combustibles fósiles por las energías renovables, pero sin atreverse a plantear medidas más drásticas por no perjudicar a una estructura productiva débil después de años de globalización.
Hasta los gobiernos más progresistas, que han puesto en marcha ministerios relacionados con la crisis climática, están siendo muy lentos en la toma de decisiones por la gran cantidad de intereses económicos. En abril de 2022 en España el colectivo Rebelión Científica se manifestó a las puertas del Congreso de los Diputados, arrojando tinte rojo de remolacha para denunciar la inacción de los gobiernos, porque “el retraso en la acción climática significa muertes”. Esta acción formaba parte de una serie de actos reivindicativos en 25 países del mundo, coincidentes con la publicación del informe del IPCC de Naciones Unidas, que tienen como fin conseguir que los gobiernos diseñen objetivos de acción concretos para parar el aumento de temperaturas en el planeta.
Y es que los colectivos ecologistas y el mundo científico tienen hoy serios problemas para comunicar su trabajo y sus acciones. Es paradójico, porque parece que están omnipresentes en los telediarios, en las redes, pero nadie los cree. El 6 de abril de 2022 el científico de la NASA Petr Kalmus fue detenido por la policía en Los Ángeles por encadenarse a las puertas del edificio de JP Morgan Chase, uno de los bancos más grandes del mundo, que financia los nuevos proyectos sobre extracción de combustibles fósiles. En sus declaraciones dijo: “Hemos estado intentando advertirles por décadas que nos estamos acercando a una maldita catástrofe y hemos sido ignorados”. En las fotografías publicadas en la prensa, podemos ver un cartel que dice: “We are nature defending itself” (Somos la naturaleza defendiéndose a sí misma), uno de los lemas de la llamada comunidad de los zadistas en Francia, creada en el año 2008 para defender un territorio cercano al pueblo de Notre Dame des Landes en el que el gobierno proyectaba construir un aeropuerto. El colectivo ZAD (“Zona A Defender”) se ha transformado a lo largo de estas décadas hasta convertirse en una comunidad de vida alternativa. Son la muestra de que la eficacia colectiva frente al capitalismo depredador, y también de lo difícil que es divulgar una forma de vida distinta al modelo consumista triunfante hasta la autodestrucción.
Si observamos nuestro comportamiento social de forma desapasionada, podemos llegar a la conclusión de que no sirven de nada los vaticinios científicos: seguimos quemando más combustibles fósiles que nunca, utilizando plásticos, comiendo carne, consumiendo ropa y objetos para nuestras casas sin medida o construyendo edificios sin miramientos con el entorno natural. Es patético comprobar cómo a pesar de todas las informaciones de la que disponemos, la poca acción colectiva que mueve a las sociedades actuales en favor de la preservación de la naturaleza. El caso de nuestro país es preocupante. Según el barómetro del CIS de abril 2022 sobre los temas que más preocupan a la gente, el cambio climático es señalado sólo por un 2%. Lo consideran el primer problema que tenemos, sólo un 0.3% de la gente entrevistada. Mientras tanto, las elevadas temperaturas y los fenómenos extremos durante todo el año son una realidad comentada en todos los informativos a todas horas.
Ciudadanía dispersa y política alocada
Esta película es una buena sátira de dos cosas: de la sociedad mediatizada y del trumpismo (Donald Trump) que durante los últimos años ha ido ganando posiciones en distintos países del mundo. En ella, dos científicos descubren que un cometa está a punto de chocar con la Tierra. Comunican su descubrimiento a sus superiores, y son recibidos en La Casa Blanca por la presidenta de Estados Unidos. Para su sorpresa, no les creen, o más bien, no les interesa creerlos porque su historia no encaja en los planes estratégicos de gobierno, que está en plena campaña electoral. Desesperados, se van a contarlo a una televisión, pero tampoco allí encuentran quienes les crean. Sus intervenciones son objeto de burla y circulan por las redes como objeto de mofa. Por fin, el cometa se percibe a simple vista, parece que algo va a cambiar y que va a ser posible desarrollar una estrategia internacional para destruir el meteorito. Pero no hay manera de poner a los países de acuerdo, y eso hace imposible la salvación de la humanidad. La presidenta y su equipo consigue orquestar una campaña basada en el lema: “no mires arriba”, con la que consiguen manipular a la gente, que se toma todo como una mentira. La presidenta y el millonario caprichoso que ha seguido haciendo sus negocios, consiguen despegar en una nave a la búsqueda de un nuevo mundo pero al final, descubrimos que allí también encuentran la muerte.
La sociedad civil no sale bien parada, la posibilidad de desarrollar acciones políticas positivas está totalmente anulada en esta ficción, porque todo el mundo está distraído manejando muchísima información: redes sociales, juegos o atendiendo a medios de comunicación convencionales. ¿Quién establece la jerarquía en todo este mundo caótico? ¿A qué debemos prestar atención? No hay claves, no hay hojas de ruta, no hay reconocimiento a los saberes o las tradiciones. Lo que manda es lo que llama la atención por ser divertido, entretenido, morboso y banal. Es muy interesante la subtrama de la cantante Ariana Grande, que vive sus amores directamente en el plató de la televisión, romances y rupturas en directo en la televisión, al mismo tiempo que está transmitiendo a través de redes sociales. Hay una escena en la que la cantante insulta al científico que sólo pretende ser amable con ella, llamándolo “puto viejo”. En un segundo, muestra la realidad de las generaciones más jóvenes que viven presionadas para conseguir una fama efímera a base de vender una imagen construida entre la falsa emocionalidad y el puro disparate. Conseguir captar la atención durante unos seguros es una lucha feroz en la que no se resguarda nada de la vida íntima, la emocionalidad personal, o el reconocimiento de los demás.
Los dos científicos son percibidos como los frikis, los extraños, los raros y aburridos. El presentador dice en un momento dado: “Cada vez que el doctor Mindy, o la estudiante de post-doctorado Kate Dibiasky intentan explicar la ciencia detrás del cometa y la urgente necesidad de actuar, se convierten en memes y los demás se ríen de ellos”. Nada queda del debate público, nada del poder transformador de las masas utilizando el lenguaje del Walter Benjamin (La obrad de arte en la era de la reproductibilidad técnica), el pensador que a principios del siglo XX pensó que la reproducción mecánica y serializada del arte y del pensamiento a través de los medios de comunicación podría suponer un elemento de democratizador del pensamiento, que dejaría ser obra de la burguesía elitista.
Hoy nuestra cultura de Internet es una cultura del meme, una composición verbo-visual anónima que juegan sobre todo con la ironía y el humor, y suelen tener una voluntad política, aunque no aparezca de forma explícita. Hoy incluso los medios convencionales fomentan la cultura del meme. Hasta los telediarios nos sirven cada día noticias tratadas con las mismas claves: la espectacularidad, el humor y una aparente ligereza y falta de trascendencia. Los memes aspiran a distribuirse de forma “viral”, y no deja de ser curiosa la expresión. Fue utilizada por primera vez por el biólogo evolutivo Richard Dawkins: “frases, conductas o melodías populares que, en cada cultura, se difunden por imitación de una generación a la siguiente”. El meme es imitación, pero ¿imitación de qué? ¿del mundo real? La información científica de los dos doctores de la película es o bien ignorada, o bien ridiculizada en informaciones fragmentadas que nadie entiende del todo.
En cuanto al mundo político, son evidentes las concomitancias con la Presidenta de Estados Unidos (Meryl Streep) y el expresidente Donald Trump. No hay ninguna alusión directa al partido que pertenece, pero sí al tipo de campaña presidencial del año 2016 con la que Trump llegó al poder. La imagen del mundo político es muy crítica y desesperanzada, como si la clase política hubieran abandonado totalmente las aspiraciones de dirigir el mundo hacia la justicia y a igualdad. Están ahí, en la Casa Blanca, pero no les importa nada la gestión de la vida pública. La presidenta y el círculo que le rodea sólo quieren sacar beneficio personal de las instituciones, hasta el punto de que un alto mando llega a cobrarle a los científicos unas bebidas que son gratuitas. La perversidad, el cinismo de la actuación de la presidenta que simplemente olvida a su hijo cuando se pone a salvo. Todo esto compone una parodia que muchos críticos han considerado exagerada, sin embargo, refleja bien la sensación que tiene mucha gente de que a las élites ya no están interesadas en la gestión o la dirección del mundo. Sólo les importa protegerse y atrincherarse en contra de un mundo que ya no consiguen manejar.
La erótica de los medios y los sesgos de género
El título de la película es una referencia al poder de los medios en la era digital: nos dicen dónde tenemos que mirar. Su poder no está tanto en lanzar consignas que la gente se crea, como en señalar lo que es importante y lo que no lo es, y en dónde se tiene que situar el debate público.
Los medios son un polo de atracción en las sociedades actuales, y una muestra significativa es el deseo de las universidades y la investigación contemporánea en “transferir” sus logros a la sociedad. En la película el estereotipo está servido: el científico (Leonardo DiCaprio) es un hombre de vida convencional y aburrida, con una personalidad obsesiva y ramplona, que va a un plató de un programa de entretenimiento en el que en principio consigue bandearse de forma más o menos apropiada. Es su joven doctorada (Jennifer Lawrence) la que pierde los papeles y hace totalmente el ridículo en uno de los programas, hasta el punto de tener que desaparecer de la escena pública. Él sin embargo consigue un romance con la famosísima presentadora, que de repente muestra más curiosidad que amor por el “animalito” científico que conoce.
¿Y qué decir de la lectura de género? Las mujeres que aparecen tienen también un papel estereotipado como el resto de los personajes. La presidenta es una mujer, pero eso no añade nada a la crítica a los estilos de gobernanza que puedan desarrollar hombres y mujeres por el hecho de serlo. El egocentrismo, la manipulación, el autoritarismo o la arbitrariedad dominan sus acciones públicas y privadas. Pero hay un detalle que descarna todavía más al personaje: la instrumentalización que hace de su propio hijo, y el hecho de que se olvide de él cuando se pone a salvo en la nave que la llevará al espacio.
La científica está tratada también como un personaje común, amable y consecuente, pero con rasgos de la consabida y estereotipada histeria y falta de autocontrol femenino. Se desmorona ante los medios, no consigue transmitir las ideas de forma racional y acaba siendo tratada como un personaje popular en las redes, pero por algo negativo: su inestabilidad. Es ella la que ha descubierto el cometa, pero es sistemáticamente ignorada frente a su profesor. Su emocionalidad descontrolada no se debe solo al descubrimiento del comenta, sino a que la ha dejado su novio. Es patético cuando, derrotada, vuelve a la casa familiar y sus padres se niegan a recibirla. Resulta después totalmente des-investida de su condición de científica, cuando aparece como cajera de un supermercado. Y mientras que su director, es seducido por la erótica del poder que representa la famosa presentadora, ella en cambio acaba emparejada con un joven skater. El tercer personaje femenino es el de la esposa del científico, una amable y tolerante ama de casa que consigue unir a la familia a pesar del abandono de los amigos. Es la representación no problemática y acrítica del poder del hogar como núcleo de cuidados frente al mundo. No se puede decir que sea una película que tenga una visión
Esta película es además una crítica a otras muchas cosas como a la opción tecnoptimista para arreglar todos los problemas de la humanidad. Una opción controlado los billonarios con delirios de grandeza que creen tener soluciones individuales para arreglar los problemas mundiales, cuando en realidad la concentración de riqueza son una amenaza para el desarrollo mundial. El millonario capaz de predecir la muerte de la gente a base de los big data, podría ser una parodia de Elon Musk de Tesla, Richard Branson de Virgin y Jeff Bezos de Amazon y su competición por desarrollar el turismo espacial. Que acaben siendo devorados por unos animales inexistentes, los bronteroc en un planeta al que llegan con la esperanza de salvarse, resulta ser una ironía tranquilizadora.
Hoy vivimos el “capitalismo de plataformas” que ha impuesto su imperialismo tecnológico en un mundo desregulado de empresas cada vez más grandes. En los inicios de Internet había miles de compañías relacionadas con la nueva tecnología, en el año 2014 eran sólo 35, y en la actualidad son sólo cinco grandes empresas que dominan el mundo a base de los “me gusta” que los y las usuarios vamos introduciendo en la red. Y estas empresas tienen género, ya que todas ellas han sido creadas y desarrolladas por hombres jóvenes blancos americanos que en poco tiempo han conseguido ser los más ricos del mundo, al mismo tiempo que ha crecido la desigualdad entre ricos y pobres en todo el planeta.
Ocho grandes millonarios concentran la misma riqueza que la mitad de la población del mundo. Los cinco primeros son los dueños de las empresas tecnológicas, los únicos que han aumentado su negocio en tiempos de pandemia: Jeff Bezos (Amazon); Bill Gates (Microsoft) Mark Zuckerberg (Facebook), Larry Ellison (Oracle) y Larre Page (Google). La única mujer que entra en esa lista es Lauren Powell, la viuda de Steve Jobs y heredera de Apple[1]. Son datos que pudieran parecer anecdóticos, pero no lo son ya que indican hasta qué punto esta nueva forma de generación de riqueza mantiene e incluso profundiza las diferencias sociales, territoriales, raciales y patriarcales del antiguo sistema colonial.
No mires arriba es una película muy interesante, y no sólo por su argumento satírico que expresa de forma muy directa los problemas de las políticas populistas y el control de la vida por las grandes empresas tecnológícas. La política convertida en espectáculo, la emergencia de la emocionalidad sobre la racionalidad en la vida pública, la crítica a la meritocracia y a la sociedad del espectáculo y un largo etcétera son temas que nos mueven a la reflexión. Sin embargo, para mi el mayor interés de la película es el hecho de que no trate directamente el cambio climático como problema.
Adam Mckay, el director, en una entrevista que dio a la revista Vanity Fair, cuenta que cuando leyó en 2018 el informe de la ONU del IPCC, se quedó aterrado: “No puede dormir durante dos noches”, y se preguntó cómo era posible que el enorme consenso científico en torno al proceso no tuviera un correlato en las decisiones directas de los gobiernos del mundo. En la misma entrevista habla también de que fue un periodista amigo el que hizo el símil de que el cambio climático es como si un cometa se estuviera aproximando a la tierra, y todo el mundo hiciese como si esta información no fuera significativa y no se pudiera hacer nada.
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- AA.VV. (2020) El Atlas de la revolución digital. Del sueño libertario al capitalismo de vigilancia. Madrid, España: Clave Intelectual.
-AA.VV. (2021) Atlas de la emergencia climática: Qué ocurre y cómo combatirla, DK.
-Klein, N. (2019) Esto lo cambia todo: El capitalismo contra el clima, Barcelona, Planeta.