El niño ciervo (Sweet Tooth) (2021) Hibridarnos y cooperar: ¿la puerta de entrada a un mundo nuevo?
5 oct 2023 - 15:19 CET
Nacemos del dolor y de la rabia, pero nos dirigimos
a la consecución de las visiones y los sueños.
Patrisse Cullors
País: Estados Unidos
- Dirección: Jim Mickle (Creador), Beth Schwartz (Creadora), Toa Fraser, Jim Mickle, Robin Grace.
- Guion: Jim Mickle, Beth Schwartz, Christina Ham.
- Serie de televisión. 8 episodios.
Sweet Tooth es una obra postapocalíptica que comienza diez años después de que una plaga haya desbaratado el mundo tal y como lo conocemos. En él no existe una organización político-social, sino distintos grupos de personas con objetivos individuales de supervivencia y resistencia a la enfermedad. En este nuevo escenario hay nuevos seres, híbridos entre animales y humanos, que para unos son los culpables del fin del mundo, y para otros son el germen de un mundo nuevo. Los intentos de restituir la sociedad tal como era son brutales, porque los que se denominan “Últimos Hombres” se consideran legitimados para utilizar la violencia más extrema en su objetivo de cazar a todos los híbridos nacidos en los últimos diez años. Se trata de un grupo duramente especista, que trata de salvar la “pureza” genética de la humanidad. El protagonista es un niño híbrido que despierta todas nuestras simpatías porque es amable, bueno e inteligente… y nos sitúa muy lejos como espectadores de los miedos pudiéramos sentir frente a un futuro en el que naturaleza pueda descontrolarse y desorganizarse.
Después de muchos años de pensamiento laico, ante la desastrosa gestión del cambio climático, hemos comenzado a sentir miedo de que la naturaleza, como si de una diosa antigua se tratara, se revele contra nosotros por haber abusado de los recursos de la Tierra. El terror a que el planeta se haga inhabitable es propio de nuestra era, aunque ese temor haya existido en culturas antiguas. El mejor ejemplo es El Diluvio Universal. En la historia bíblica, Dios pierde la paciencia ante la depravación humana y ahoga a humanos y animales, excepto a la familia de Noé (por hombre santo) y al menos una pareja de animales para que puedan reproducirse después. Una historia parecida se había contado antes en Mesopotamia, y también en China, en la India, en Grecia y en muchos pueblos del continente americano, lo que pone en evidencia hasta qué punto las sociedades humanas han vivido con el miedo al exterminio; un miedo que poco nos ha servido a la cultura occidental para cuidar nuestro entorno natural.
Las películas sobre fenómenos naturales que destruyen a la humanidad son el testimonio laico contemporáneo de nuestros miedos contados en clave cinematográfica: Blade Runner (1982); Waterwoorld (1995), A. I. Inteligencia Artificial (2001), El día de mañana (2004), Happy feet 2 (2011); Bestias del sur salvaje (2012); Snowpierce (2013); Interestelar (2014); Mad Max: Fury Road (2015), son historias que expresan que nuestro fin ha llegado porque “nos hemos pasado” en la depredación de los recursos naturales y en la contaminación del mundo. El dios justiciero de la Biblia se transforma en estas ficciones en una venganza de la naturaleza misma, que deja de ser percibida como inerte y susceptible de dominación, para convertirse en un ente vengador.
Sweet Tooth, sin embargo, es una serie que no habla tanto de una verdadera venganza de la naturaleza, como de la transformación que necesita la humanidad para sobrevivir en un entorno enfermo. En la serie, al mismo tiempo que se desata una pandemia, comienzan a nacer niños híbridos entre animales y humanos. Dos terrores al mismo tiempo: por un lado, a enfermar y morir por un virus letal, y por otro, a perder la identidad como “humanos” frente a una nueva forma de vida híbrida, que además es totalmente inmune a la nueva enfermedad. El conflicto está en que los híbridos que se han desarrollado durante los diez años que dura la pandemia, producen miedo y son objetos de la violencia, como lo son también las personas enfermas que son aniquiladas de forma cruel y despiadada.
El personaje principal es un niño de once años, Gus, con características de ciervo, que es ayudado por un antiguo cazador de híbridos (Jepperd) cuando su padre fallece. Juntos emprenden un viaje en busca de la madre del niño. En el camino que recorren, Gus se encuentra con su pasado, teniendo que encarar y asimilar una identidad personal conflictiva y dramática. Varias historias se van a intercalar en la serie: la del científico que investiga sobre la cura de la infección y su esposa enferma, la de una mujer que vive en un zoo y recoge y protege a los híbridos, y la de los niños humanos que han sobrevivido solos tras la muerte de sus padres, y que desconfían de los adultos y del mundo que les han dejado.
Bondades y maldades de la hibridación
Películas sobre pandemias hay muchas, pero pocas representan el miedo a la contaminación del cuerpo humano con todo aquello que no somos, o más bien con todo aquello que no queremos ser: animales o cosas. En nuestra cultura, la hibridación con los animales nos da más miedo que la hibridación con las cosas inorgánicas, porque se percibe como un peligroso descenso en la escala en el orden natural y jerárquico de la vida. El miedo a la hibridación con los animales se construye sobre el reconocimiento de que los animales no están tan alejados de nosotros, porque también sienten dolor y placer.
La mezcla de la carne humana con objetos inorgánicos, plasmados en la figura de los ciborgs puebla la ciencia ficción con matices positivos, empáticos, y hasta esperanzadores, porque la tecnociencia nos convence de que tenemos cuerpos naturales, somos carne, pero deseamos desesperadamente no tener que envejecer, enfermar o morir. El ciborg nos confirma nuestro deseo de ser eternos. Ejemplos de ciborgs que despiertan nuestra empatía hay muchos: en la película Ghost in the Shell (2017) podemos ponernos en el lugar de una mujer ciborg que lucha sobre todo por mantener a flote un principio de identidad personal, o en la saga RoboCop (1987) aceptamos como válido el comportamiento de un ser robótico violento, cuando descubrimos que tiene emociones parecidas a las nuestras. Estas historias son dos ejemplos de la humanización y la naturalización con la que aceptamos la posibilidad de que nuestros cuerpos sean alterados por la tecnología.
Los híbridos humano-animal, sin embargo, son extraordinariamente inquietantes porque nos sitúa en un terreno fronterizo entre los privilegios que nos concedemos a nosotros mismos en el orden universal, por el simple hecho de llamarnos “humanos”, y la situación de dominio total y violencia a la que sometemos a todos los animales no humanos del planeta. ¿Por qué los híbridos animal-humano son sinónimos de fragilización? Porque son percibidos como monstruos, y por lo tanto atacables y enfermizos. Sin embargo, en Sweet Tooth los niños híbridos no son una amenaza, sino la salvación y la esperanza de supervivencia de una humanidad enferma. Son figuras positivas y conmovedoras alejadas totalmente de todo lo monstruoso o lo deforme. Tal vez por esto la hibridación humano-animal ha estado presente en los cuentos populares y en las películas infantiles en las que se humanizan los animales y se animaliza a los seres humanos de forma poco problemática. Al ponerlos en el marco comunicativo de los cuentos infantiles, neutraliza toda la peligrosidad que pudiera tener cualquier posibilidad de hibridación, tal como ocurre en la serie.
La inquietud que genera la posible hibridación de animales y humanos es consustancial a nuestra cultura occidental, que construye sus imaginarios sobre lo que se denominan los “principios dicotómicos” que nos permiten ordenar el mundo. Un principio de la lógica aristotélica base de nuestra forma científica de razonar es: “una cosa no puede ser su contraria”, por lo tanto, podemos establecer un tipo de orden natural en pares opuestos y jerarquizados: alto/bajo, razón/pasión; humano/animal; orgánico/inorgánico; alma/cuerpo; masculino/femenino, como si cada uno de los términos no compartiese rasgos comunes con el contrario. Pero, por ejemplo, si pensamos en la dicotomía humano/animal ¿es totalmente cierto que los animales y los humanos no compartimos nada? Evidentemente no, está claro que el pensamiento dicotómico sirve sobre todo para construir jerarquías que indican dónde está el poder. Una vez construida esta forma de razonar, comienza a verse como natural que la razón es superior a la pasión o que lo masculino es superior a lo femenino. En el fondo de esa estructura comienza a dibujarse una especie de “derecho natural” basado en la lógica de lo que deben ser las cosas: la razón, lo humano, lo masculino… serán siempre superiores a la pasión, lo animal, lo femenino, etcétera. El pensamiento racionalista moderno, llevó al límite esa forma de pensar y reforzó la centralidad del hombre (varón) en el mundo natural.
Los animales, en cuanto seres que pueden confundirse o hibridarse con los humanos, nos dan pánico. Tal vez ninguna película mejor que la saga de El planeta de los simios, para explicar este miedo, que no se debe tanto a la simple posibilidad de compartir una serie de rasgos genéticos con otros simios, como al reparto de poder sobre el planeta. ¿Quién mandaría en un mundo habitado por otros seres inteligentes? El amo siempre teme ser desbancado por el esclavo, los humanos por los animales, en el patriarcado los varones por las mujeres… y de ese temor surge precisamente la violencia que los que están en el poder consideran legítima para seguir disfrutando de sus privilegios. En Swett Tooth ese miedo al poder de “lo otro” está totalmente controlado, porque los niños híbridos son personajes inocentes y desvalidos, hermosos y amables, y en ningún momento se plantea una estrategia común de lucha activa para arrebatar el poder a los humanos. Son los humanos los que se dividen de forma maniquea entre buenos y malos, entre los que ayudan a sobrevivir a los híbridos y los que intentan destruirlos.
Para comprobar hasta qué punto es cosa de la cultura occidental el miedo a perder la “esencia humana” podemos pensar en la relación que existía en otras culturas entre humanos y animales. Por ejemplo, en la cultura egipcia las deidades se encarnaben en híbridos humanos-animales en una combinatoria amplísima. Las abundantes representaciones de leones, cocodrilos, carneros, gatos, ibis, escarabajos, babuinos, hipopótamos o cobras ponen en evidencia que para los egipcios la divinidad no estaba solo en un solo dios humanizado poseedor de un alma, tal como ocurre en las religiones monoteístas, porque entendía que la divinidad está repartida entre animales humanos y no humanos.
Para el mundo griego la relación con los animales fue muy distinta, existieron también los seres híbridos en su mitología, pero eran el resultado de algún tipo de desorden amenazante: el Minotauro, Medusa, las sirenas, las harpías, los centauros.
En la mitología cristiana pocos animales sobrevivieron como objetos de culto: el cordero de dios representando a Jesucristo (la imagen del Cristo crucificado no aparece hasta mediados del siglo V), la paloma al Espíritu Santo o la extraña imagen de Tetramorfos compuesto por un hombre, un león, un toro y un águila, todos ellos alados. Todos son representaciones benignas, pero el mal supremo encarnado en la figura del diablo, está representado también como un macho cabrío.
Desde los griegos, los híbridos han representado cosas terribles porque remiten al caos, al desorden del mundo, rompiendo las reglas de clasificación de la naturaleza, y dan mucho miedo porque nos hacen sentir la fragilidad de la vida humana frente a la naturaleza. Las figuras monstruosas de artistas como El Bosco, Arcimboldo o Brueghel el Viejo, son la encarnación de las trasgresiones carnales, que asustan porque no consiguen que el animal se humanice, sino que el humano se animalice. Lo grotesco en el arte tiene que ver mucho con ese vaivén entre animales y humanos, entre control y descontrol, entre razón y pasión.
Pero en Sweet Tooth los niños híbridos, sólo son monstruosos a ojos de los Últimos Hombres, los malos de la película. ¿Podemos interpretar el efecto del vínculo positivo de los espectadores con el híbrido con el triunfo del pensamiento posmoderno? Porque una forma de definir la posmodernidad ha sido como el movimiento cultural que construye objetos significativos, a base de deconstruir las categorías dicotómicas tradicionales. Por ejemplo, relativizar las diferencias entre femenino y masculino, o animales y humanos han generado grandes áreas de discurso contemporáneo vinculados en un caso con la Teoría Queer y en el otro con el Animalismo.
La hibridación es una palabra clave en las sociedades contemporáneas. Hoy la empleamos como sinónimo de mestizaje o intercambio cultural de forma positiva. La humanidad es toda una, y el racismo no es más que una invención colonialista que ha permitido explotar a los pueblos oprimidos. Cuando hablamos de mestizaje cultural, hablamos hoy de igualdad y justicia social. En esta serie, cuando se habla de hibridación se habla de un futuro utópico en el que la categoría de “humano” pueda e incluso deba disolverse y mezclarse con otros seres vivos de la tierra para poder sobrevivir.
¿Apoyo mutuo o darwinismo social ante la catástrofe?
En Seweet Tooth es interesante observar la caricatura de dos posturas ante los desastres sociales: la de aquellas personas que creen que las situaciones adversas fomentan los lazos de solidaridad, y la de aquellas que piensan que las situaciones límites sacan el egoísmo y la violencia que llevamos dentro de forma innata. Todos nosotros tenemos un tipo de creencia que afirma una u otra postura, y que habremos incorporado de una forma más o menos inconsciente en la familia, en la educación formal o en el contexto social a lo largo de nuestras vidas. Esa creencia se transforma en una especie de profecía que se auto-cumple, y las personas que viven convencidas de que “el hombre es un lobo para el hombre” como enseñaba por ejemplo Thomas Hobbes, son aquellas que más fácilmente pueden reaccionar de forma violenta y antisocial frente a los demás, porque consideran previamente que tienen que defenderse ante una agresión imaginaria, que está siempre antes en sus cabezas que en la realidad.
Estas dos posturas están bien representadas en la serie, en dos ejes narrativos, contados a través de dos historias cada uno. El primer eje podríamos llamarlo de la “Ayuda mutua” en el que se desarrollan dos narraciones: la relación entre el ex asesino de híbridos Jepper y Gus, el niño ciervo. Ambos acaban protegiéndose y amándose a pesar de conocer la identidad del otro. En la segunda historia se cuenta la relación de la ex terapeuta Aimee Eden con los hijos adoptivos, instalada y aislada en un viejo zoo, donde consigue crear un espacio seguro para los híbridos, con los que se relaciona de forma maternal y protectora.
El segundo eje, que podríamos denominar de “darwinismo social”, está representado en la historia del doctor Adyta Sing y su esposa Rani, que viven en una comunidad cerrada de vecinos que se defienden de la enfermedad, quemando vivos a los vecinos a la mínima sospecha de padecer un síntoma de la enfermedad. Es una sociedad aparente autocontrolada, pero basada en la vigilancia y la violencia extrema. La segunda historia darwinista sería el más caricaturesco de todos el del genera Abbot, líder de los Últimos Hombres que creen que la culpa de la plaga la tienen los híbridos y se dedican a matarlos. Abbot se considera un elegido, el encargado de salvar al mundo con las armas más peligrosas que pueden tener los que se consideran salvadores de las costumbres o la moral: la violencia física y el poder de las armas.
Las ideas que giran en torno al darwinismo social y a la ayuda mutua, nacieron prácticamente al mismo tiempo. Charles Darwin publicó El origen de las especies en 1859 con un enorme éxito. Se trataba de un libro que explicaba la evolución biológica, pero que fue aprovechado por otros pensadores para construir una teoría sobre el desarrollo social de tinte conservador, que afirmaba que los más fuertes e inteligentes (y despiadados) eran los que conseguían más éxito social. Esas ideas traspasadas de forma poco científica a la explicación del devenir humano se convirtieron en un arma terrible que vino a reforzar el racismo, el sexismo y el clasismo en un momento de enorme expansión de un colonialismo atroz.
El desarrollo de la teoría del darwinismo social que iba a favorecer el éxito del fascismo a principios del siglo XX, motivó también otra serie de ideas críticas que provenían del entorno de la biología. Piotr Kropotkin, un príncipe ruso que rechazó la carrera militar y en su lugar viajó incansablemente por tierras siberianas hasta convertirse en un gran naturalista, contestó las observaciones de Darwin respecto al mundo natural, pero sobre todo a la extrapolación que hicieron otros de sus teorías a lo social. En 1902, se publican de forma conjunta los artículos que había escrito entre 1890 y 1896 bajo el título El apoyo mutuo, en el que habla de sus experiencias en Siberia. Sus observaciones le permiten llegar a unas conclusiones distintas al reduccionismo de los darwininanos. La observación más importante que hace es que por muchos animales que ha observado en el contexto natural, nunca encontró a individuos de la misma especie compitiendo entre sí:
“… -a pesar de haber buscado atentamente sus rastros- aquella lucha cruel por los medios de subsistencia entre animales pertenecientes a una misma especie que la mayoría de los darwinistas (aunque no siempre el mismo Darwin) consideraban como el rasgo predominante y característico de la lucha por la vida y el principal agente de evolución”.
Más bien, lo que observó fue la ayuda mutua entre los congéneres de la misma especie, ya que ninguna sobrevive si no cooperan sus individuos. A los seres humanos organizados en sociedades, nos ocurre lo mismo, cooperamos, si bien, no hay que explicar esa cooperación como si fuesen lazos amorosos, porque lo que sí existe es el instinto de supervivencia:
“(…) la sociedad, en la humanidad, de ningún modo se ha creado sobre el amor ni tampoco sobre la simpatía. Se ha creado sobre la conciencia -aunque sea instintiva- de la solidaridad humana y de la dependencia recíproca de los hombres.”
Parece más aceptable la idea de que ha sido cooperando y cuidándonos unos a otros como hemos sobrevivido teniendo unos cuerpos tan frágiles y la crianza más larga en el tiempo de nuestros cachorros. Necesitamos un año entero para ponernos de pie y caminar, y varios años más para conseguir una completa autonomía.
Frente a este dilema, la historia que se cuenta en Sweet Tooth es una metáfora de la necesidad de cooperar para poder sobrevivir en un mundo futuro en el que la crisis climática va a incidir de forma negativa en las organizaciones sociales. En el libro Un paraíso en el infierno. Las extraordinarias comunidades que surgen del desastre, la escritora Rebeca Solnit, analiza como en el cine mainstream triunfan las ficciones conservadores que favorecen la lucha individualista en la que los lobos solitarios son los que sobreviven cuando surge un desastre; pero que ese planteamiento está resultando ser un insulto a nuestra inteligencia, porque es precisamente esa creencia la que ha provocado un capitalismo depredador y contaminante sobre la tierra, al ignorar que todos estamos conectados con el todo del planeta.
Solnit realiza un análisis muy interesante sobre cinco grandes desastres del siglo XX. Su hipótesis principal es que de las situaciones límites surgen también grandes utopías, porque la gente comienza a cooperar: “Si el paraíso surge del infierno es porque, al suspenderse el orden habitual y precipitarse la mayoría de los sistemas, nos sentimos libres de vivir y actuar de otro modo”. Al estudiar los desastres se da uno cuenta de que la forma de ser de las personas es muy variada, pero que lo primordial es que nuestra naturaleza es “generosa, empática, resolutiva, valiente y capaz de sobreponerse” ¿Qué falla entonces en ocasiones en que se desencadena la violencia cuando ocurre un desastre? El problema está, dice Solint en que las élites que están en el poder, cuando hay una catástrofe trabajan en beneficio propio, poniendo en marcha un sistema de violencia y terror para intentar restaurar el mundo tal como era, perpetuando así las injusticias y las discriminaciones que siempre han existido en nuestras sociedades jerarquizadas. A las élites les interesa difundir que el desastre traerá el caos y la destrucción, haciendo creer a la gente que, si ellas no tienen el control, la sociedad llegará a su fin. Esta es la justificación de las medidas represivas que se toman en contra de las personas que se organizan de forma autónoma, tal como pasó con el Huracán Katrina en 2005 en Estados Unidos, cuando las medidas represivas crearon “desastres secundarios” como dice Solint que incidieron sobre todo en la población racializada que tuvo que soportar la violencia extrema tanto de la policía como de la población blanca.
La crisis climática está teniendo ya duras consecuencias en muchas partes del mundo, y es previsible que, en pocos años, ante la inacción política, las cosas van a ir a peor. Tal vez sea tiempo de pensar cómo nos vamos a comportar en un mundo en crisis, ¿seremos capaces de optar por la creencia en el altruismo y la generosidad de los seres humanos ante el sufrimiento generalizado? El mayor peligro no está en lo que va a venir, sino en que triunfe la creencia en que nos vamos a salvar de forma individualista restituyendo un mundo pasado que nunca va a volver a existir tal cual es. Sweet Tooth alerta contra el poder totalitario, el militarismo, contra el miedo a lo diferente, contra el miedo a “lo otro”. Lo que llega no tiene por qué ser malo, puede ser una oportunidad para crear un mundo más equilibrado y justo. Pero hay que mantener a raya a aquellos que creen que es posible mantener el mundo injusto que ahora tenemos. Vamos a tener que mezclarnos, hibridarnos y cooperar. La historia es una metáfora de las resistencias individuales frente al discurso del miedo a lo diferente, a lo que no conocemos del todo, y un cántico a los valores del amor y el respeto por la vida.
No hagamos caso al cine o a la política que nos sigue vendiendo el discurso conservador de que “el hombre es un lobo para el hombre” y espectacularizan la maldad humana en los momentos de desastre envolviéndonos en textos salvíficos de individuos brutales. No olvidemos la máxima de que aquellas personas que creen que los demás son malos y egoístas son los que más se legitiman a sí mismos para ejercer la brutalidad y la violencia.
De simbiosis y futuros utópicos
Quiero terminar este texto dando un salto a los discursos sobre los orígenes de la vida de la mano de la investigadora Lynn Margulis, porque sus teorías nos permiten apostar por el altruismo, la cooperación y la hibridación no como resultado de una utopía social, sino como la explicación científica de cómo ha evolucionado la vida sobre el planeta.
En la actualidad, el debate sobre el darwinismo sigue abierto, pero se ha transformado y enriquecido de forma significativa con figuras como Margulis, que afirma que Darwin tenía razón en que existe una evolución y selección natural, pero que “aún no se ha establecido cuál es la fuente de esa innovación que da lugar a nuevas especies”. Lo fascinante de su trabajo es que otorga más importancia a los individuos que al genoma en sí. Es decir, son los individuos los que dejan marcas en los genes, y no al contrario. Para Margulis, la simbiosis es el motor de la vida. La evolución no se ha producido por alteraciones genéticas aleatorias, sino por “simbiogénesis”:
“Conjunto de genes, e incluso organismos completos con su propio genoma, que son asimilados e incorporados por otros. Es más, demostraremos también que el proceso conocido como simbiogénesis es el camino principal para la adquisición de genomas”.
Margulis trabajó con James Lovelock, un químico que en 1969 formuló lo que se ha llamado Hipótesis Gaia: la idea de que de que todo lo que hay sobre el planeta se comporta como un sistema único en el que la vida se autorregula. Es decir, la vida no existía antes de que el planeta fuera habitable, sino que el desarrollo de la propia vida ha sido lo que ha hecho posible la variedad, la diversidad y el equilibrio en el planeta. El sistema está siempre desarrollando procesos de homeostasis. Si Margulis y Lovelock tienen razón, tal vez la humanidad que sobreviva a esta crisis lo haga no a base de intentar mantener sus “esencias”, sino hibridándose con lo mejor de la naturaleza para mantener la vida.
**********
-Bateson, G.; Lovelock, J., Margulis, L. et alt. (1989) GAIA. Implicaciones de la nueva biología, Barcelona, Kairós,
-Kropotkin, P. (2021) El apoyo mutuo: un factor de evolución, Logroño, Pepitas de calabaza.
-Margulis, L. (2002) Planeta simbiótico: un nuevo punto de vista sobre la evolución, Madrid, Editorial Debate.
-Solnit, R. (2020), Un paraíso en el infierno. Las extraordinarias comunidades que surgen del desastre, Madrid, Capitán Swing.