La mujer de la montaña (Kon afer í strid) (2018) Heroínas de acción directa y desobediencia civil
5 oct 2023 - 13:34 CET
Sin la emancipación de las mujeres, sin la emancipación de los hombres,
no podemos construir una república verde no violenta ecológica y no militarista.
Petra Kelly
- Pais: Islandia
- Dirección: Benedikt Erlingsson
- Guión: Ólafur Egilsson, Benedikt Erlingsson
La mujer de la montaña es una película islandesa que nos lleva a un espacio fantástico en el que se vienen abajo los andamios del poder. Es el lugar en el que los pequeños ganan a los grandes, los pobres a los ricos, y las mujeres de más de cincuenta años atacan a las grandes industrias y sortean las fuerzas represivas de un estado. Esta es una historia de sabotaje, acción directa y desobediencia civil. Es el cuento modernizado de Pulgarcito, el niño extremadamente pequeño que manipula al ogro, o el de los indefensos hermanos Hansel y Gretel que engañan a la bruja voraz. Sus armas son la astucia, y la inteligencia, nunca la fuerza física. En los cuentos tradicionales, las batallas las ganan las mujeres o los varones “desvirilizados” porque son arteros, sagaces y avispados; pero no sólo, su mejor baza es que tienen una fantasía capaz de construir un universo ficticio que los monstruos a los que se enfrentan se acaban creyendo. Los pequeños ganan a los grandes porque les enredan con las palabras, con las historias… y es que la narrativa fantástica (y casi siempre mentirosa) es uno de los pocos recursos que les queda a los débiles para sobrevivir.
En este sentido, La mujer de la montaña tiene aire de cuento tradicional, aunque a primera vista pudiera parecer que es una historia heroica. Nada más lejos de la realidad. La Historia de la Literatura dividió las narraciones en “épicas”: aquellas que hablan de los héroes sinceros y batalladores, pero también violentos y fatuos; y las etiquetadas como “cuentos populares”: las que hablan de personajes insignificantes, sin grandes valores morales o sociales, y también mujeres. El cine ha seguido catalogando a sus protagonistas de la misma forma, pero con una matización: la gran industria de Hollywood apostó desde sus orígenes por la creación de héroes masculinos, fuertes y dominantes, personajes que consiguen sus objetivos porque son excepcionales. Hollywood dio con una fórmula exitosa para conseguir llegar al corazón del público: hacer que los héroes, fueran del tipo que fueran, sufrieran tanto o más que los humanos, para hacerlos aparecer luego como gigantes ante nuestros ojos. ¿Cómo lo consigue? Haciéndoles descender a los infiernos, para que luego puedan resurgir de sus propias cenizas como Ave Fénix del firmamento cinematográfico. Y es que nada nos gusta más a los espectadores que una buena transformación, un buen avance de un individuo (casi siempre hombre) que se eleva desde el suelo hasta el cielo. No en vano vivimos en sociedades en las que se nos vende la meritoracia y el esfuerzo personal como las claves del éxito, cuando la realidad es que el nacimiento determina nuestro destino social. La mayoría de las personas en este mundo nacemos y morimos en la misma clase.
De heroicidades femeninas y fantasmadas épicas
En La mujer en la montaña aparece, sin embargo, una heroína posmoderna, Halla, una mujer que actúa no como los héroes épicos, sino más bien como un personaje de cuento tradicional que, con sus artimañas, consigue engañar a la policía que la persigue. Nos creemos la historia porque la heroicidad en estos tiempos ya no es lo que era, y los personajes épicos y los populares sufren una confusión constante en el abigarrado mundo de ficciones audiovisuales.
Hoy en día, ¡hasta las mujeres pueden ser heroínas! Y ya no porque se sacrifiquen al modo de Juana de Arco en la hoguera, sino porque los héroes se han ido empequeñeciendo en la posmodernidad. Nuestro entorno ideológico ha ido cambiando, y desde hace más de treinta años muchos superhombres de celuloide empezaron a ser percibidos como ridículos, petulantes y presuntuosos: Chuck Norris, Ricardo Medina Jr. o Jean-Claude Van Damme son hoy sólo héroes de pacotilla. Hasta la factoría de titanes cinematográficos por excelencia que es Marvel Studios, introdujo un tono humorístico y deconstructor en sus sagas sobre todo a partir de la producción de Guardines de la Galaxia (2014). Un tono que ya no ha abandonado, porque al público le gustó mucho el toque de ironía con el que se trataba a los más fuertes. No hace mucho se estrenó Thor: Love and Thunder (2022), donde podemos ver al dios del trueno convertido en un tierno amo de casa cocinando para su hija adoptiva. Y claro está, en este grado de deconstrucción de los superhombres ¿cómo no va a poder haber mujeres heroínas ahora que la masculinidad dominante se viene abajo?
Y que conste que el reírse de los héroes no es un invento del cine contemporáneo, ya que la risa sardónica frente a la masculinidad fatua ha estado siempre presente en nuestra historia literaria, si bien, poco o nada nos han hablado de ella en los colegios o los institutos cuando estudiamos literatura. Un ejemplo: Luciano de Somósata, fue un escritor en lengua griega del siglo II que escribió una divertida sátira novelesca llamada una Historia verdadera en la que parodia sin piedad las hazañas de los grandes viajeros y conquistadores, que eran tan del gusto del mundo griego. En este libro cuenta un fantasioso viaje a la Luna donde viven hombres que dan a luz, se ponen y se quita los ojos y beben zumo de aire, entre otras estrambóticas habilidades. Luciano inicia su obra una declaración de intenciones: “Escribo acerca de lo que ni vi, ni comprobé, ni supe de otros y, es más acerca de lo que no existe en absoluto ni tiene fundamento para existir.” Esta frase es una crítica a la pretensión de equiparar la literatura y la realidad, y también una primera aproximación a los textos que no se sitúa con admiración frente a los héroes, sino con una mirada descreída desde la ironía y la sorna que produce el engreimiento masculino. Luciano supo ver que por detrás de un personaje grandioso está siempre agazapada la risa y la ironía devaluadora, que vuelve a poner a los grandes hombres en la escala de la realidad precaria y caduca que es siembre nuestra vida real.
El cine es una maquinaria para producir dinero y, para conseguirlo, tiene que ser camaleónico, adaptándose a una sociedad como la nuestra, en la que todos los productos audiovisuales alimentan la fantasía de que la buena vida es la que nos somete a cambios continuos y emociones fuertes. Y claro, en la medida en la que las mujeres hemos pasado a formar parte del entramado productivo del capitalismo contemporáneo y hemos sido reconocidas como consumidoras, el cine ha servido el espectáculo universal de grandes heroínas de ficción bien interesantes. Lara Croft, Kill Bill, La Viuda Negra, Gamora, Wonder Woman, son personajes femeninos que pelean como hombres, sin perder, eso sí, el atractivo sexual con la que ellos siguen creándolas. En las últimas décadas, incluso algunas heroínas han ido más allá de las habilidades de matar bien y sin complejos, enfundadas en cuerpos y trajes espectaculares. Por ejemplo, el personaje de Katnees Everdeen en Los juegos del hambre, mantiene su autonomía personal, pelea como los hombres, pero es empática con el sufrimiento humano, cuida a su familia y no se deja enredar triángulos amorosos ni en tramas políticas.
Las series de televisión han tenido que ver mucho en la transformación de los tipos de heroínas que ahora abundan en la ficción. Hoy hay grandes protagonistas desde Temperance de la clásica Bones (2005-2017), Mare en la actual Mare of Easttown, Supergirl, Lagertha de Vikingos, Clarke de Los 100. Ya no es extraño encontrar mujeres llevando el peso de la narración. Y en este contexto de aparente normalización de las mujeres en los productos audiovisuales debemos interpretar a Halla, el personaje principal de La mujer en la montaña. No es ninguna heroína “fálica” en el sentido tradicional: no es violenta con las personas, no está sexualizada ni asume ningún mandato masculino. Es una mujer mayor para los estándares del cine comercial, totalmente alejada de la normatividad corporal exigida a muchas protagonistas femeninas, y sus objetivos no son conseguir pareja o amores más o menos romantizados. Las relaciones de Halla con las personas que pueblan su mundo son siempre de cooperación e interdependencia y no de confrontación.
Viejos discursos y nuevas prácticas: Acción directa y desobediencia civil
En la película, la protagonista es una profesora de canto perfectamente integrada en su comunidad islandesa. De forma individual, sin ningún grupo o entorno de afinidad, se nos presenta boicoteando el tendido eléctrico que alimenta una contaminante fábrica de aluminio, armada de un simbólico arco y sus flechas. Mientras está siendo buscada por la policía, llega a su casa una carta largamente esperada que le permitirá adoptar una niña en Ucrania. La situación se resuelve a base de la ayuda de varias personas de su entorno que la apoyarán para que consiga sus objetivos. En cierto modo, este argumento es muy parecido al que se plantea en algunos cuentos populares: es una Robin Hood que roba a los ricos para dárselo a los pobres, transformado en una historia contemporánea típica de una sociedad opulenta: no se trata ahora de un problema de clases, es “la ciudadanía”, en general la que se revela frente a una empresa de modelo extractivista y contaminante.
En la narración cinematográfica se toca un tema polémico: la abundancia de información mediática y en redes ¿aumenta o disminuye nuestra acción política? En concreto, ¿qué podríamos hacer frente a los problemas de la contaminación de la tierra, o frente a un sistema político que se preocupa más por proteger las propiedades y las actividades de las empresas, que el bienestar de las personas? La respuesta que da es muy positiva y afirmativa: podemos actuar como lo harían los personajes pequeños de los cuentos, atreviéndonos a usar la acción directa no violenta, utilizando las armas de los débiles, y los que no se pueden enfrentar de otra manera: engañando a los poderosos.
Y es curioso este planteamiento en una sociedad como la nuestra, donde prácticamente ha desaparecido no sólo la conciencia de clase, sino también el respeto por las personas que luchan por la democracia, la igualdad, o la libertad de expresión. Desde hace algunos años, sobre todo a partir del crisis del 2008, distintos estados democráticos han emprendido una cruzada en contra del derecho a la protesta o a la manifestación. En España, por ejemplo, se aprobó la polémica Ley Mordaza, que es en realidad un conjunto de reformas que entraron en vigor en el año 2015 durante el gobierno del Partido Popular, cuyo objetivo era limitar el poder de movilización social que se había activado con el Movimiento 15M de 2011. Hace poco tiempo, y en respuesta a las movilizaciones climáticas, el Reino Unido ha propuesto también modificar la legislación creando una nueva Ley de policía y los manifestantes. Para los grupos que están en el poder, es siempre una tentación el intentar contener la presión de la gente de la gente de calle, pero no debemos olvidar que el derecho a la manifestación es uno de los fundamentales para todo estado democrático que se precie.
Es evidente que Europa y en otras zonas del mundo ha prendido el germen de la xenofobia, el racismo, el antifeminismo o el negacionismo climático, y para mucha gente, cualquier manifestación pública que se oponga a estos discursos de forma activa en las calles está deslegitimada. Lo vemos también en parte de la prensa, y en el discurso de políticos de ultraderecha, que utilizan la palabra ‘comunista’ como un insulto para cualquiera que reivindique servicios sociales básicos, como pueden ser la sanidad o la educación pública. Lo tremendo es comprobar cómo en muchos casos, la derecha más moderada se ha puesto a su sombra esperando recoger votos cuando el viento ultraconservador agite las ramas del árbol electoral. En este contexto adverso respecto a la movilización social, La mujer en la montaña se hace legible, aceptable y disfrutable porque nos permite reconciliarnos con el derecho implícito de todo ser humano frente a las situaciones de injusticia. Y lo hace por el bienestar colectivo. Es un personaje de cuento popular, una mujer “pequeña” que lucha con los que ahora son los poderosos: las grandes empresas y las instituciones, y nos permite regocijarnos con la posibilidad de intervenir individualmente en una maquinaria productiva y represiva.
La protagonista, Halla, realiza una acción directa a la que podemos añadir un apellido: “no violenta”. Se trata de una estrategia de lucha que muchos movimientos relacionados con la ecología están utilizando para conseguir alterar la marcha de la política, entendiendo que es justo utilizar estas tácticas cuando el sistema legal y político no es capaz de satisfacer demandas de justicia e igualdad. En los sistemas democráticos, la legitimidad para crear las leyes la tienen los parlamentes, en un poder delegado por la ciudadanía a través de sus votos. Pero ¿cómo luchan las personas o los colectivos contra las decisiones que toman sus parlamentos y que les afectan negativamente?, ¿cómo puede luchar la gente contra gobiernos que consideran injustos? La respuesta está en las prácticas políticas de la clase social más desfavorecida en el siglo XIX: las luchas de la clase obrera, que fue todo un campo de práctica social. Las acciones directas no violentas son de muchos tipos, desde las huelgas de trabajadores, a la resistencia pasiva o como en el caso de la película, el boicot a instalaciones industriales. Estas tácticas siempre se han considerado disruptivas, agresivas o perjudiciales para parte de la población y han estado criminalizadas. El valor de esta película está en cómo hace aceptable lo que en realidad sería inaceptable en la vida real, y este es el éxito de la película en la que nos gusta ver a una mujer haciendo algo que estaría mal visto y penalizado en la vida real.
Es muy interesante analizar cómo esta película ha sido capaz de integrar discursos cercanos a las teorías anarquistas y socialistas propias del siglo XIX que están, de hecho, totalmente criminalizadas en las sociedades contemporáneas. El personaje de Halla está bien dentro de su historia ficticia, nos gusta mucho verla actuar y sentimos una gran empatía con un personaje que lucha contra los grandes, pero la cuestión crítica es ¿tiene algún correlato con la realidad? ¿nos da posibilidades de cambiarla? Tengo la sospecha de que esta cinta, pese a todo el grado de empatía que nos produce si somos personas concienciadas con los problemas del cambio climático y la sobrexplotación del planeta, no contiene un elemento revolucionario, precisamente porque está presentada como un cuento tradicional, que eran historias en las que las gentes sin poder se contaban a sí mismas para sentirse fuertes y unidas ante los poderosos. ¿Tiene un valor movilizador ver representaciones de este tipo, o simplemente sirven para que nos conformemos? ¿Esta narración audiovisual sirve para que actuemos y emprendamos acciones que paren el desastre climático o puede que desvíe nuestra atención hacia la heroicidad individual, sintiéndonos muy satisfechas ante las tácticas de lucha y estrategias individualistas de acción que la protagonista desarrolla? Estas preguntas son demasiado complejas para ser contestadas aquí. Los cambios sociales se producen solo cuando se da una combinación entre los cambios en las situaciones reales de las personas y los imaginarios en los que creen.
Resulta en todo caso fascinante comprobar cómo se integran en la película discursos alternativos que tienen que ver con las nuevas formas de lucha en los colectivos más jóvenes, que trabajan para organizarse en contra de la no acción de los estados frente al cambio climático. Este trabajo resulta un reconocimiento a fórmulas de luchas pasadas y experimentadas por los colectivos más desfavorecidos del período moderno. El concepto de ‘acción directa’ fue formalizado por la feminista anarcoindividualista estadounidense Voltairine De Cleyre (1866- 1912) en su texto Acción Directa, que defendió la legitimidad de las clases sociales más desfavorecidas para usar esa estrategia, que en aquel momento era la clase obrera, esclavizada en los procesos de industrialización.
Es significativo que el texto de De Cleyre comience con una crítica a los periodistas que pervierten el sentido de las palabras, y enseñan al público a interpretar las acciones directas como “ataques por la fuerza contra la vida y la propiedad”, vinculándolas a la violencia, cuando en realidad las acciones directas no violentas, no atacan nunca la integridad de las personas. Quienes se ponen más en riesgo son los y las activistas que se implican hasta tal punto de que su cuerpo es el elemento más expuesto a las agresiones de todo tipo. La exposición personal es siempre admirable en estos casos:
“Cada persona que alguna vez haya planeado hacer alguna cosa, y fue y la hizo, o que haya presentado un plan a los demás y ganado su cooperación para hacerla con ellos, sin tener que dirigirse a autoridades exteriores a pedirles que por favor la hicieran por ellos, ha sido practicante de la acción directa”.
También todos los experimentos cooperativos “son acción directa”, dice De Cleyre, enlazando así las acciones individuales con las colectivas.
La cuestión de la legitimidad del uso de la violencia en las luchas sociales fue un debate muy importante en el pensamiento del siglo XIX. La autora, clasificada como anarquista individualista no niega del todo la función positiva de los estados y la necesidad de acatar sus normas, pero: “aun cuando el Estado hace cosas buenas, en última instancia depende del garrote, la pistola o la prisión para que su poder las ponga en práctica”. De Clayre era consciente del poder del Estado y su monopolio de la violencia, y también, como acabamos de decir, de la importancia de los medios de comunicación y de la circulación de la información para crear y extender las ideas revolucionarias. Son ellos los que pueden hacer espectáculo de la lucha de cualquier David contra Goliat “La acción directa siempre es la que lanza el grito de protesta, la iniciadora, a través de la cual la gran masa de los indiferentes toma conciencia de que la opresión se vuelve insoportable.” Una acción no violenta no se hace para destruir algo, sino para remover las conciencias.
Los colectivos ecologistas tienen hoy en día la acción directa como una de sus estrategias fundamentales frente a los gobiernos y las grandes empresas que manejan el mundo. En muchas ocasiones sus acciones son tachadas en los medios de “violentas”, y los y las activistas pueden pagar personalmente las consecuencias de un sistema político que es extremadamente represivo con este tipo de colectivos, al mismo tiempo que es liberal en el peor sentido de la palabra con las grandes empresas. Afortunadamente hoy vivimos en sociedades más pacificadas de lo que lo eran en la época de De Clayre, pero es problemático cuando en los medios se crea un ambiente que criminaliza toda protesta. ¿Es legítimo tirar zumo de remolacha en la escalinata del Congreso como hizo en abril de 2022 Rebelión Científica para llamar la atención sobre la no acción de los gobiernos? O mejor, ¿podríamos considerar violentas las acciones de protesta en las calles en contra de un régimen dictatorial? Esa es la cuestión: la protesta es válida sólo si cuenta con una legitimidad moral, y debe tener como objetivo movilizar la empatía del grupo, por una causa positiva para toda la humanidad. Como dejó escrito De Clayre, sólo la fuerza moral de lo que se reivindica da legitimidad a los actos de desobediencia civil.
Voltairine de Clayre no fue la primera pensadora sobre la acción directa. Seguramente había leído a Mary Wollstonekraft, y sin duda también a Henry Thoreau en el clásico La desobediencia civil (1849). El autor pasó por la cárcel por negarse a pagar impuestos al gobierno americano, alegando que no quería que su dinero financiase la guerra contra México o la esclavitud. Thoreau, que ha vuelto a ser leído por las generaciones más jóvenes, argumentó que era muy difícil luchar por la desaparición total de los estados, por eso dijo: “…solicito, que no desparezca el gobierno inmediatamente, sino un mejor gobierno de inmediato.” Un estado no es válido si se mantiene para apuntalar los privilegios de unos pocos. En la película, Halla, actúa poniendo en la película por delante su conciencia de ser humano frente a los intereses del estado. Como dice Thoreau: “Lo deseable no es cultivar el respeto por la ley, sino por la justicia.” Los gobiernos son reconocidos y respetados por la gente, en la medida en que son igualitarios y justos: “No puedo reconocer ni por un instante que esa organización política sea mi gobierno y al mismo tiempo el gobierno de los esclavos.”.
Las sufragistas americanas e inglesas lo tuvieron también muy claro: hay que desobedecer a un estado si es injusto, si mantiene a las personas en la esclavitud o no les permite ejercer sus derechos civiles. Interrumpieron al presidente Wilson en el Senado, rompieron cristales de escaparates, provocaron incendios, se encadenaron a la verja del Palacio de Buckingham, acuchillaron el cuadro de la Venus del Espejo de Velázquez, e iniciaron las huelgas de hambre como estrategia reivindicativa. De todas estas acciones disruptivas aprendieron otros pensadores y activistas como Tolstoi, Gandhi o Martin Luther King que hicieron de la no violencia el instrumento su principal de su lucha política.
Pero hoy esta estrategia da miedo: si todo el mundo puede utilizar la acción directa, ¿no abriremos la espita para que todo el mundo haga lo que quiera?, ¿no nos precipitaremos en el desorden y la violencia?, ¿qué garantiza que una causa es justa? Thoreau lo tuvo bien claro: precisamente porque “hay muy poca virtud en las masas”, debemos de dejar de ser “agentes de la injusticia”: la desobediencia civil tiene que estar vinculada a las causas justas y la responsabilidad personal. En 1963 Martin Luther King dijo lo siguiente:
“Espero que entiendan la distinción que trato de hacer. Yo no defiendo, en ningún caso, que nadie trate de evadirse de la ley o de burlarla, como haría un fanático segregacionista. Eso llevaría a la anarquía. Aquel que desobedezca una ley injusta debe hacerlo abiertamente, voluntariamente, aceptando de antemano la pena que corresponda. Yo sostengo que una persona que infringe una ley que es injusta según su conciencia, y que está dispuesta a aceptar la pena de cárcel para que la comunidad tome conciencia de la injusticia de esa ley, está en realidad expresando el máximo de los respetos por la ley”.
Una de las grandes figuras de la desobediencia civil más cercanas a nosotros y al tema de la ecología ha sido la política alemana Petra Kelly, que pasó toda su vida reflexionando sobre la relación que existe entre el militarismo, el desarrollo industrial y el complejo tecno-científico con el deterioro ecológico y social. Argumentaba, por ejemplo, que la producción de productos tóxicos para mantener esas tres actividades es la causante de enfermedades en nuestra era. Para Kelly la política debe ser el instrumento que nos mantenga a salvo de la depredación industrial, y debe aportar datos transparentes a la ciudadanía para que pueda controlar qué está pasando con los recursos naturales. La ética de los cuidados debe ser la que guíe las políticas públicas, porque la violencia no sirve para solucionar los problemas que nos impiden tener una vida digna. Petra Kelly fue una gran defensora de la utilización de las acciones directas no violentas y la desobediencia civil, capaz de aglutinar a aquellas personas que no se pliegan a participar ni colaborar con las injusticias.
Las teorías y las prácticas desarrolladas durante más de un siglo de resistencia civil no violenta se han retomado con fuerza en los movimientos vinculados a la lucha ecologista de finales del sigo XX y principios del XXI. En los últimos tiempos, las organizaciones ecologistas no violentas han visto confirmadas académicamente el valor de sus estrategias, en trabajos realizados en universidades donde se estudia el cambio social. Erica Chenoweth publicó el año 2021 el libro Civil Resitence. What everyone needs to know, en el que dio a conocer un trabajo académico en el que analizaba el éxito y la continuidad 200 revoluciones violentas y 100 no violentas producidas en el mundo entre 1900 y 2019. Sus conclusiones fueron que los movimientos sociales basados en la resistencia pasiva no violenta han tenido más éxito, porque cuando hay mucha gente implicada en un proceso, eso garantiza que los logros se consoliden. En este trabajo aporta un dato muy interesante: con que un 3,5% de la población quiera realizar un cambio y se moviliza para ello, los objetivos son fáciles de conseguir. Esta idea está en la base de nuevos movimientos como Extintion Rebellion, que inició sus actividades en el año 2018 en Londres y que ha conseguido extenderse por todo el mundo o Fridays for Future creando una nueva generación de activistas que intentan empujar a la clase política. Sus acciones se crean con la voluntad de producir ningún daño físico a nadie, pero intentando conseguir la visibilidad pública, con la esperanza de alcanzar esos mínimos de conciencia frente a los desastres climáticos.
Nos gusta La mujer de la montaña por todos los hilos temáticos que sugiere: el valor de la resistencia civil no violenta, la responsabilidad personal o el apoyo mutuo. Nos gusta también por salirse de los estereotipos manidos sobre la feminidad típicos del cine comercial, y también por atreverse con el guiño antificcional a los espectadores cuando en las escenas aparecen músicos tradicionales tocando en directo. He leído distintas interpretaciones y críticas a este recurso audiovisual, y es curioso cómo muchas de ellas lo valoran de forma negativa y lo señalan como recurso problemático porque lleva al espectador fuera de la película, haciendo que “no nos creamos la historia”. A mí me parece todo lo contrario, se trata más bien de una estrategia para cuestionar precisamente el valor que tiene el cine para engañarnos: decimos que una buena película es la que consigue poner nuestras creencias en suspenso y nos metemos en ella de forma acrítica. Este recurso tan simple de ver unos músicos tocando en mitad de un campo utilizado por el director, es un acto crítico porque señala su propia obra diciendo “lo que ves aquí es imposible”, pero de lo que habla sí no lo es. ¿Acaso no tenemos conocimiento en nuestros propios entornos de fábricas que contaminan nuestras tierras o de las consecuencias del calentamiento global? ¿No sabemos de las luchas de muchos activistas por conservar el planeta a cambio de nada?
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-Bernárdez Rodal, A. (2018) Softpower: heroínas y muñecas en la cultura mediática, Madrid, Editorial Fragua.
-Chenoweth, E. (2021) Civil Resistence: What Everyone Needs to Know, Oxford University Press.
- Cleyre, V. de (2017), La acción directa, Madrid, Editorial Imperdible.
- Kelly, P. (1992), Pensar con el corazón. Textos para una política sincera. Barcelona, Círculo de Lectores.