Bagdad
Autoría: Alejandro Corpa Contreras y Carmen Díaz Lara
Año inclusión: 2021
País actual: Irak
Nº Entrada: 0003
© Derechos del texto: https://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/4.0/
Cita: CORPA CONTRERAS, Alejandro y DÍAZ LARA, Carmen (2021), “0003. Bagdad”, e-Civitas. Base de datos de Ciudades Medievales. Proyecto de Innovación Docente UCM (Innova UCM 405). Disponible en: https://www.ucm.es/e-civitas/bagdad-1
Ubicación
Bagdad se encuentra ubicada a 85 kilómetros al norte de Babilonia, más concretamente en lo que hoy pertenece a la actual capital de mismo nombre de la región de Irak. La ciudad se levanta en la orilla oeste del río Tigris (STIERLIN, 2002).
Orígenes
Antecedentes urbanos
La ciudad carece de antecedentes urbanos, pues se trata de una fundación ex novo llevada a cabo por Al-Mansur, el segundo califa de la dinastía Abasí,. Sin embargo, es sus orígenes era una zona en la que se establecían pequeños asentamientos, pero no eran permanentes, ni lo suficientemente grandes o importantes en lo político o en lo económico como para considerarlos como una ciudad (DURI, 2007: 30 y LASSNER, 1970: 14).
Debido a su emplazamiento, Bagdad logra asimilar el pasado mesopotámico del territorio, algo que queda reflejado en aspectos como la estructura o la administración.
Fundación
La ciudad es fundada por el califa Al-Mansur en el año 762, quien logra trasladar la capital del Califato de Damasco (Siria), donde se asentaba la dinastía Omeya. El principal motivo por el que el califa traslada la capital es su intención de alejarse de todo el entramado de conspiraciones políticas y acercarse geográficamente más a sus aliados, los persas. Pero, sobre todo, la nueva dinastía pretendía reafirmar su autoría a través de la construcción de grandes estructuras, en este caso, una ciudad (MICHEAU, 2008: 222)
Sin embargo, la decisión de alejarse del mundo mediterráneo y asentarse en el corazón de Mesopotamia provocó el alejamiento de los territorios más occidentales del Imperio, acelerando el proceso de disgregación política del Califato abasí (PETERSEN, 2013: 204)
La construcción de la ciudad tan solo duró unos 10 años, algo que fue posible gracias a la intervención de más de 100.000 trabajadores e ingenieros provenientes de todas las partes del mundo, así como por el hecho de tratarse de una fundación ex novo, pues no se enfrentaban a ninguna limitación territorial (STIERLIN, 2002).
Urbanismo
Desarrollo urbanístico
La ciudad destaca por su planimetría en forma de círculo perfecto de unos 2’6 kilómetros de diámetro, el cual se dividía en su interior por 3 murallas concéntricas con el fin de garantizar una mayor defensa, funcionalidad y habitabilidad (STIERLIN, 2002). Este diseño proporcionaba ventajas defensivas frente a los planos cuadrangulares de las ciudades romanas, ya que no presentaba debilidades en las esquinas del perímetro. Esta defensa se aseguraba con la ventaja del Tigris, que protegía uno de sus flacos y permitía, además, la creación de canales que dotasen a la ciudad de recursos hídricos (PETERSEN, 20013: 208).
En su interior, la ciudad queda dividida en cuatro vías principales orientadas hacia los puntos cardinales (noroeste, nordeste, suroeste y sureste). Estas llegan desde el corazón de la urbe al muro exterior, abriendo el perímetro en las puertas hacia las grandes regiones del Imperio: Basora, Kufa, Khurasan y Siria. Estas entradas, realizadas en acodo para reforzar el carácter defensivo de la urbe, organizaban a su vez todo un sistema de calles secundarias, que estructurarán la propia ciudad en diferentes barrios de viviendas, talleres, bazares y edificios administrativos (MICHEAU, 2008: 222).
En el centro de la Ciudad Redonda encontramos las dos estructuras más importantes: el palacio y la Gran Mezquita. Son dos edificios de planta cuadrangular que simbolizan la unión entre la religión y el Estado. Otro edificio destacado será la Casa de la Sabiduría (STIERLIN, 2002).
Como centro político del mundo musulmán, la ciudad atraía a una gran cantidad de población y además requería de numerosos edificios administrativos (LASSNER, 1970: 27). Por ello, Bagdad comenzaría a crecer extramuros, creando nuevos barrios que evolucionarán de manera orgánica. Dentro de este proceso de evolución urbanística encontramos dos dinámicas:
-El desplazamiento de mercados: En un primer momento, los zocos se insertaron dentro del trazado de la Ciudad Redonda sin tener en cuenta que eran lugares conflictivos y peligrosos. Al-Mansur, tratando de solventar este problema, decidió trasladarlos al sur, fuera del recinto amurallado, lo que permitió la articulación del barrio de al-Karkh, el más grande de la ciudad (PETERSEN, 20013: 208 y LASSNER, 1970: 177).
-La construcción de palacios: Cada califa construyó su propia residencia fuera de las murallas, lo que atraerá a la población a asentarse alrededor. Esta dinámica es la que se aprecia en el desarrollo del barrio norte (Harbiya), con la edificación del Palacio de al-Kuld; y en los barrios de la orilla este, que crecieron a partir del complejo de al-Madhi (MICHEAU, 2008: 232).
Por último, la decadencia de Bagdad estará marcada por dos hitos muy importantes. El primero fue la guerra civil entre los hijos de Harun al-Rashid en el año 814, que provocará una grave devastación que afectó principalmente a la Ciudad Redonda, la cual perdió sus murallas y se integró en la trama urbana. El segundo hito sería el brutal saqueo de los mongoles en 1258. Los conflictos de las últimas décadas en la región de Irak han contribuido a que hoy no conservemos ningún resto material de lo que fue la ciudad (GORDON, 2006: 92 y VAN RENTERGHEM, 2008a: 173)
Edificios civiles
Dentro de los edificios civiles hemos de destacar, en primer lugar, el palacio califal de al-Mansur, estructura central de la ciudad que comparte espacio con la Gran Mezquita. Este edificio era de planta cuadrangular con 200 metros de largo, siendo el elemento más característico la “al-Qubbat al-Khadra”, una gran cúpula verde recubierta de ladrillos esmaltados de unos 40 metros de alto que coronaba el palacio, flanqueada, además, por 4 iwans (STIERLIN, 2002).
El otro edificio destacado es la Casa de la Sabiduría, un centro que trataba de imitar a la Biblioteca de Alejandría, donde se reunían intelectuales y eruditos de diferentes materias a debatir y compartir ideas entre ellos. Asimismo, era un gran centro de traducción de textos clásicos (MARULANDA, 2018: 84-92). Otro lugar importante para la cultura fue la Morada del Conocimiento, una biblioteca con cientos de volúmenes que pudo haber sido parte de la administración califal, imitando el modelo sasánida (GUILLOT, 2006: 450).
En otros barrios de la ciudad, fuera del recinto redondo, encontramos más palacios califales, como como los de al-Khuld al norte, y el complejo de recreo de al-Mahdi en la orilla oriental del Tigris.
Edificios de culto
El principal edificio de culto es la Gran Mezquita, que corona la ciudad junto a la residencia califal de al-Mansur. Esta repite la misma estructura que el palacio, al que se encuentra contiguo como símbolo de la unión entre religión y Estado. Con el tiempo se fue ampliando hasta el punto de llegar a ocupar parte del espacio del palacio califal. Probablemente existiesen mezquitas más modestas destinadas a satisfacer las necesidades religiosas de los barrios más humildes de la ciudad (STIERLIN, 2002).
Otros grupos confesionales también dejaron su huella en el urbanismo a través de varios edificios religiosos. El más importante es el Monasterio de los griegos, principal centro de la comunidad cristiana de Bagdad. Sin embargo, al igual que ocurría con las mezquitas, encontramos otras iglesias más pequeñas esparcidas por el trazado urbano (KENNEDY, 2008: 80-82).
Poderes civiles
Bagdad era la sede del califa, principal figura de todo el mundo musulmán como uno de los descendientes del profeta Mahoma. Con la dinastía abasí y la unión de Estado y religión, también pasa a ser una figura por encima de los mortales, un representante de Dios en la tierra. Su deber es preocuparse por la unión y buen estado de la umma, además de velar por el correcto funcionamiento de la administración del Imperio por influencia persa. Por otro lado, los califas comprendieron que la mejor forma de obtener legitimidad era insertar el islam en la esfera pública y social, en otras palabras, que dicha legitimidad proviniese de la religión. Esto deriva en que la umma se apoyase en dos grandes pilares, la religión y el Estado, siendo Bagdad el mejor ejemplo de dicha unión, ya que quedaría reflejada en la ocupación del espacio central de la ciudad por parte del palacio califal y la gran mezquita (FIGUEROA, 2004: 58).
Dentro de esta administración política, la figura del visir también cobra gran importancia, pues es la persona de la máxima confianza del califa. En ellos recae la gran responsabilidad de dirigir la administración civil, actuando como intermediario. Por tanto, los califas delegaron en ellos la mayor parte de la gobernación del reino, mientras que ellos disfrutaban de la vida en la corte (CASTRO, 2011/12: 187). Esa progresiva cesión del poder provocó frecuentes intrigas palaciegas, desembocando tensas relaciones entre el visir y el califa que desencadenarían en el abandono de la ciudad por parte de éste entre 835 y 892, buscando refugio en Samarra (STIERLIN, 2002).
Por su parte, el gobernador militar controlaba la administración provincial con el fin de mantener el orden además de cumplir tareas hacendísticas (CASTRO, 2011/12: 187).
Otro poder civil que adquirió especial relevancia fue el brazo armado del califa, los mamelucos: tropas de esclavos turcos convertidos al islam que desde el siglo IX fueron autorizados para formar parte de la guardia real. Este grupo vivirá un proceso de empoderamiento, ya que serán quienes custodien la persona física del califa, pero a su vez, generarían multitud de incidentes entre la población árabe de Bagdad. Este aumento de poder les permitirá participar de las conspiraciones palaciegas y fomentará la decisión tomada por el califa al-Mutasin de trasladarse a Samarra, pues su autoridad dependía de estas tropas, sin ellas se vería expuesto a un más que posible golpe de estado, pero tampoco era capaz de frenar su poder (STIERLIN, 2002).
Dinastías en el poder
Durante la Edad Media en Bagdad, la dinastía gobernante sería la abasí, con la cual nace dicha capital y con la que muere en 1258. Sin embargo, la progresiva pérdida de poder de la dinastía los llevó a quedar bajo la tutela de otros grupos desde el siglo X. Los primeros en convertir a los abasíes en un gobierno títere fueron los emires buyíes, una familia chií originaria del norte de Irán que, aprovechando la debilidad política del Califato de Bagdad, tomarían el control del gobierno central a partir del año 946 de mano de Ahmad ibn Buya. Lo harán sin deponer al califa, lo que evitaría un enfrentamiento con los sunníes y problemas de legitimidad de su gobierno.
El derrocamiento definitivo de esta dinastía tuvo lugar a mediados del siglo XI, de la mano de los turcos selyúcidas, los cuales sustituyeron el domino buyí tras la toma de Bagdad por parte de Tugril en 1055. Del mismo modo, relegaron al califa abasí del gobierno sin tomar su título, prefiriendo el de “sultán” para poder legitimar su posición. Los selyúcidas se mantuvieron en el gobierno hasta la invasión del mongol Hulagu Khan en 1258, quien terminó por destruir la ciudad (COSTA y SALVADOR, 2017: 28).
Oligarquías urbanas
Las clases más privilegiadas dentro del califato abasí eran las que pertenecían a la corte, principalmente parientes de la familia real. Pero, dentro de esta ecuación hemos de incluir a los visires y autoridades religiosas, quienes tenían una gran injerencia en el ámbito social a través de las madrasas. Por su parte, los funcionarios de la corte se caracterizaban por algunas prácticas de distinción social reservadas exclusivamente a su grupo. Hablamos de la vestimenta, y concretamente del uso del taylasan, un velo que era entregado cuando se asumían las funciones administrativas. No obstante, sabemos que este grupo era bastante heterogéneo, pero buscaban entre ellos apoyos en los círculos de poder o en alianzas matrimoniales estratégicamente concertadas. De este modo, la ciudad quedaba en manos de un grupo reducido relacionadas entre sí que acaparaban la mayor parte de los puestos de gobierno (VAN RENTERGHEM, 2008: 233).
Por último, otro grupo que ganará gran poder e influencia dentro de la ciudad será el de los gobernadores, que fueron acumulando prerrogativas a lo largo del tiempo a medida que el califa las perdía y delegaba. Entre sus funciones destaca la recaudación de impuestos (CASTRO, 2011/12: 187).
Poder religioso
Las autoridades religiosas asociadas a las madrasas ganaron una mayor fuerza a partir de la dinastía abasí, pues se empezaron a ver como educadores del pueblo que luchaban con el fin de que su interpretación del Corán fuese la verdadera y la única. Con ello pudieron penetrar dentro de la esfera califal, ya que ofrecían un apoyo mutuo entre el Estado y la religión: el califa declaraba una de esas corrientes del islam como la verdadera, reforzando su autoridad y mostrando a esa rama como la verdadera (FIGUEROA, 2004: 58).
Estas autoridades se agrupaban en torno a los centros religiosos de sus barrios. En ellos, eran los responsables de convocar las reuniones de la comunidad para discutir y aplicar los diferentes puntos de la ley. Asimismo, en las madrasas, los ulemas eran los garantes de la instrucción de la comunidad en dicha ley. De este modo, las diferentes corrientes islámicas de la ciudad se movilizaban alrededor de sus líderes religiosos, arraigados en barrios muy señalados de la ciudad; los chiitas en la ribera occidental, y sunnitas en la oriental (MICHEAU, 2008: 239).
Sin embargo, a pesar de que las autoridades religiosas fueron ganando fuerza, el califa seguía siendo la figura más importante, pues en él se concentraba el poder político y religioso ya que era visto como un descendiente del profeta Mahoma, así como un representante de Dios en la tierra (CASTRO, 2011/12: 186).
Economía
La economía de Bagdad era diversificada y se cimentaba sobre diferentes pilares. En primer lugar, la agricultura en este área geográfica es heredera del sistema de regadío de los sasánidas, lo que se evidencia en los complejos sistemas de canales y acequias. En este sentido, la relación entre ciudad y campo permitió un abastecimiento constante de productos básicos para la dieta, como eran los cereales. Sin embargo, esta simbiosis entre ciudad y terreno que la alimentaba era frágil y parece haberse roto hacia el siglo X, provocando numerosas crisis de cereales, datadas en 934, 935, 940…, que se asocian a la decadencia del gobierno y el descuido de las infraestructuras de riego. Por otro lado, la ganadería también se alimentaba de esta relación entre campo y ciudad, y se limitaba a la cría de camellos y al ganado ovino (MICHEAU, 2008: 240).
Por su parte, el comercio es el sector más importante, dado que Bagdad controlaba las grandes rutas comerciales que permitían unir el mercado oriental y occidental. La capital del Califato actuaba como un eslabón comercial entre el Océano Índico, la Europa Oriental, la estepa asiática y el Mediterráneo. El comercio se veía dinamizado por las necesidades suntuarias de las élites y de la corte, quienes demandaban tejidos, joyas y esclavos. Asimismo, el mercado del papel parece haber sido importante dentro de estos grupos. Mientras tanto, la artesanía ejercida en la ciudad se concentraba en talleres especializados, principalmente relacionados con la manufactura textil. Pero también existía una artesanía estatal enfocada a elaborar productos suntuarios para dichas élites. Todo este dominio comercial de Bagdad permitió desarrollar en la ciudad un sistema primitivo de banca (GORDON, 2006: 93).
Minorías
Con la dinastía abasí comienza un periodo de ortodoxia islámica a raíz de la proliferación de diferentes ideas y escuelas político-religiosas. Los califas comprenden la importancia de que estos se adscriban a una corriente del islam para convertirla en la única y verdadera, posicionarse, lo que les permitiría reafirmar su poder y tener un mayor control sobre los movimientos religiosos (FIGUEROA, 2004: 58).
Pero también encontramos otros grupos confesionales diferentes en la ciudad, los dimmíes, población no convertida al islam que tributaba para poder mantener el ejercicio de su fe, como fueron los judíos o los zoroastristas (MICHEAU, 2008: 236). No obstante, la comunidad cristiana fue la más numerosa, ya que provenía, sobre todo, de Bizancio. Poseían una gran cantidad de iglesias y monasterios repartidos por todos los barrios de la ciudad. El más importante fue el conocido como Dayr al-Rum (“el monasterio de los griegos”), epicentro de la vida cristiana en Bagdad hasta la conquista mongol de 1258 (KENNEDY, 2008: 80-82).
Sociedad
Conflictos sociales
Respecto a los conflictos sociales, la dinastía Abasí tuvo un comienzo y un final bastante agitado. En primer lugar, los abasíes lograron llegar al poder gracias a su alianza con otros pueblos y culturas enemistadas con los Omeyas, pero cuando llegaron al poder no contaban con los apoyos suficientes, algo que preocupaba al segundo califa abasí, Al-Mansur. Éste temía que Abdallah ibn Ali, miembro de su propia familia, lograse imponerse como sucesor del anterior califa dado que contaba con el apoyo de los chiitas. Como resultado, las tensiones y enfrentamientos entre las diferentes corrientes del islam fueron constantes en la historia de la ciudad. En este sentido, encontramos un periodo de importantes disturbios tras la llegada de los selyúcidas, quienes impulsaron una intransigente política chiita (GORDON, 2006: 93).
Los disturbios y demandas populares se intensificaron con los problemas de la política exterior. Los siguientes califas tuvieron que hacer frente a otras potencias como Bizancio e incluso Persia, quienes trataban de arrebatar territorio a los abasíes. La debilidad del gobierno central empezaría a debilitarse a partir del asesinato de Musa al-Hadi (764-786), lo que abrió un proceso de problemas sucesorios que sería aprovechado por las potencias vecinas para ganar territorios. La inseguridad frente a estos avances, parece haber sido particularmente grave en la primera mitad del siglo X, cuando numerosos dirigentes abandonaron la ciudad y se cerraron mercados para que los comerciantes pudieran organizar guardias nocturnas. El proceso cesó con el sometimiento de la dinastía abasí al mando de los buyíes, quienes frenaron el ataque de las otras potencias, y cuyo gobierno fue sustituido posteriormente por la dinastía turca de los selyúcidas (MICHEAU, 2008: 242).
Dentro de todo este panorama de conflictividad dentro de la ciudad, el grupo de los ayyarum, gente pobre y con oficios temporales, cobra una especial importancia como elemento desestabilizador. Al ser un grupo marginal, aprovecharon los momentos de inestabilidad y caos para saquear y desvalijar la urbe. Su presencia se constata en la guerra civil de 814, así como en los altercados entre sunnitas y chiitas del periodo buyí. Para los ayyarum tenemos gran cantidad de información entre los siglos X-XIII (MICHEAU, 2008: 241).
Bagdad
Bibliografía
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