Marina


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Marina

Flora López Castrillo (Madrid, 1878-1948)

Firmado y fechado en el ángulo inferior derecho: “FLORA CASTRILLO/1912”

1912

Óleo sobre lienzo. 98,5 x 170,3 cm

Inscripción en la parte central a la izquierda: “...LENTIA / SAEABI / EDE TA SEGOBRIGA”

Museo Nacional del Prado. Depositado en la Universidad Complutense de Madrid de Madrid

P-4016

Número de catálogo: CUC000249

 

Esta es una de las obras más representativas de la producción simbolista de Flora López Castrillo, la única discípula de Antonio Muñoz Degrain, según declaró el propio maestro.

Ambientada en una playa cuya condición urbana se revela a la derecha de la línea del horizonte, en primer término, se ordenan las dos figuras protagonistas y, junto a ellas, unos balandros varados. A pesar de que la autora desplegó una extraordinaria imaginación en los diseños de esas embarcaciones, destaca el esfuerzo que dedicó al efecto de la luz, el principal atractivo de la obra y seguramente el mayor mérito por el que obtuvo con ella una medalla en la Exposición Nacional de 1912.  

Para conseguir su efectismo lumínico, la pintora describe una espectacular aparición del sol entre nubes cargadas, que le permiten describir ráfagas y emplear colores de contraste para subrayar el sombreado de las nubes, con el que despliega una virtuosa gama entre los rosados, los anaranjados y los morados. Con delicadeza, riela la luz sobre la superficie del mar con colores dorados, que platea la playa, sobre la arena, con una factura de largos y elegantes trazos. Esta ejecución esmerada, demostrativa de sus cualidades de pintora, toma el lenguaje artístico que había aprendido de su maestro, y lo hace suyo, manejándolo a su estilo, pero sin abandonar el universo onírico y aislado creado por Degrain que ambos compartirían y que la madrileña todavía mantendría activo tras la muerte de él.

La autora ya indicó el argumento de la obra en el catálogo de la Exposición Nacional de 1912. Está inspirado por el poema Canción de Nerea, del libro tercero de La Diana enamorada, obra de Gaspar Gil, de 1564, que sitúa la escena en la desembocadura del Turia y que cuenta los lamentos del pastor Licio por el desdén de la ninfa Galatea. La sofisticada alusión a un texto literario tan concreto y singular avisa de los intereses cultos de la pintora madrileña, interesada en la literatura pastoril de los siglos XVI y XVII, que fue una fuente de inspiración para varios artistas simbolistas españoles. También expresó su deseo de participar en la creación de una iconografía exigente dirigida a un público iniciado, de la cual esta obra no es un ejemplo aislado en su producción.

Flora López colaboraría con su maestro, entre otras obras, en la creación de una serie de pinturas cervantinas que, años después, en 1920, este donaría a la Biblioteca Nacional para que decorara la llamada Sala Cervantes.