Los colores en la Edad Media
EDAD MEDIA ¿LUZ Y COLOR?
La Edad Media fue un período profundamente colorido. Esta idea contrasta con la desdeñosa imagen popularizada por la tradición popular, en la que se presenta a esta época como oscura y retrógrada. Lo cierto es que esa imagen deturpada de una Edad Media ausente de luz y color se la debemos al Renacimiento italiano y a la crítica francesa del siglo XIX. En todas las facetas de la vida cotidiana, el color está presente no solo para entregar valores semánticos añadidos a los objetos, sino también para señalar prominencia, una determinada clase social, distinción o connotaciones emotivas propias de los sentimientos.
En la Edad Media el uso del color atravesó momentos en los que era plenamente aceptado por los teólogos (cromofilia) y etapas en las que se rechazaba su uso (cromofobia). El mejor ejemplo se representa con la dualidad entre dos posturas: por una parte, el abad Suger de Saint Denis y los benedictinos de Cluny, que conscientes del valor de la luz al reflejarse en los objetos, entendían el color como una asimilación de la obra de Dios, inundando sus templos con ellos; por otra, San Bernardo y los cistercienses veían una relación entre el color y la materia en un intento inútil de ocultar la verdad. El origen de la palabra color en el verbo celare –que significa esconder, guardar– les animaba a interpretar que los colores engañaban a la vista para esconder la realidad, por lo que debían ser rechazados en sus monasterios.
LA LUZ COMO GÉNESIS DEL COLOR MEDIEVAL
Y dijo Dios: Hágase la luz. Y la luz existió. Gn 1,3.
Para el pensamiento cristiano, la luz se asocia a Dios, como uno de los primeros elementos de la creación. Para que exista cualquier cosa en el mundo tuvo que haberse creado previamente la luz. Y el color no es más que la forma en la que se refleja la luz en ciertos objetos y realidades naturales. La luz, y por extensión los colores luminosos, se asocian al orden, a la bondad y la belleza, a la perfección. Por el contrario, la oscuridad se asocia al caos y a lo demoníaco. Desde el punto de vista estético, los filósofos herméticos, herederos de la tradición platónica, consideran que la esencia de la belleza radica en la luminosidad, elemento situado en el plano de lo divino. Pensadores posteriores, como el Pseudo Dionisio Areopagita, San Agustín, San Ambrosio, Roberto Grosatesca o Maestro Eckhart o Marsilio Ficino desarrollaron algunos elementos constitutivos a la estética de la luz medieval, uniendo conceptos como divinidad, belleza, luz, oro y brillantez. La búsqueda de la luz es una constante en todo el arte medieval: por un lado, elementos naturales como el sol están presentes en toda la civilización medieval, tanto desde el punto de vista material –por su influencia en la organización del día–como desde el simbólico, por el que se asocia a las cosas divinas; por otro, surgen focos de luz artificiales para iluminar los espacios, especialmente en las horas del día menos luminosas. Los colores están íntimamente ligados a la luz, tanto de forma física como teológica, ya que en los siglos del Occidente medieval –al igual que en otras culturas– están rodeados de profundas connotaciones simbólicas.