Grupos de investigación

Viaje, tiempo y espacio

La fascinación por otros mundos

Libro del caballero Zifar, último cuarto del siglo XV. Paris, BnF Espagnol 36, detalle f. 37v.

En tiempos pasados el horizonte no sólo representaba la línea física donde el cielo y la tierra se encontraban, también simbolizaba el límite entre lo conocido y lo desconocido, entre lo real y lo fantástico. Tratar de alcanzarlo supuso un constante desafío, y motivó la búsqueda de conocimiento para quienes querían explorar otros mundos.

La idea de una vida errante y viajera estuvo presente de forma natural en las sociedades medievales a través de múltiples fórmulas y situaciones. En muchas ocasiones el desplazamiento estuvo motivado por cuestiones bélicas, en otras por temas económicos o por epidemias; sin embargo, también existieron otras razones poderosas que generaron el impulso viajero, especialmente el estímulo de experimentar en primera persona lo que se conocía a partir de leyendas y fábulas, de relatos históricos o acontecimientos religiosos. El asombro y la maravilla actuaron como un reclamo poderoso para muchos viajeros que se aventuraban en localizaciones desconocidas o remotas en las que, según algunas de estas historias, se podrían encontrar con seres míticos como los unicornios o los grifos, o razas extrañas, como los esciápodos, los cinocéfalos y otras criaturas. 

En ocasiones los viajeros ponían por escrito sus experiencias, normalmente tras realizar la travesía, retrotrayéndose a la experiencia pasada, como Il Milione o Libro de las maravillas del mundo que escribió Marco Polo (1254-1324), en el que recogió su encuentro con Kublai Khan en su viaje por el imperio mongol, o como la Rihla o El libro de los viajes de Ibn Batuta (1304-1377), en el que a lo largo de más de veinte años recorrió numerosos territorios del mundo islámico y del sudeste asiático. Otros viajeros tomarían apuntes y llevarían sus diarios a lo largo del viaje, como el Itinerarium publicado por el monje franciscano Willem van Ruysbroeck (ca. 1220-1290), qué también viajó a las tierras de los mongoles a instancia de Luis IX. En estos libros la real y lo fantástico se entremezclan una y otra vez. 

La difusión de numerosas leyendas sobre un Paraíso terrenal, estimuladas además por los pasajes orientales de la Biblia, contribuyeron a reafirmar la necesidad de llevar a cabo esos itinerarios, que se fueron filtrando en la literatura del momento. La noción misma del viaje adquirió nuevos matices y significaciones a lo largo de la Baja Edad Media. En el Libro del caballero Zifar, que podemos ver expuesto, el público lector podía viajar y enfrentarse a numerosas aventuras junto al protagonista y su familia, y participar activamente en las hazañas y logros de los personajes, también sufrir sus penurias, y obtener una enseñanza de todo ello. 

En la cartografía medieval también se mezclan esos mundos, y los mapas a menudo reflejaban una idea o un lugar, que se construía a partir de una percepción imaginativa, con trazas de información veraz. Esto podemos apreciarlo en el mapamundi del Beato de El Burgo de Osma expuesto, en el que se muestra la missio apostolorum, con los doce apóstoles representados junto al lugar que se les asignó evangelizar identificado por su topónimo, aunque sin una precisión geográfica, pero también encontramos un esciápodo que se protege del sol ardiente en la cuarta parte del mundo.

En buena parte de los casos el viajero no tenía certeza plena de su recorrido hasta que no iniciaba su travesía. Solían hacer etapas a lo largo de las rutas establecidas, o paradas en ciudades, siendo su paso por esos lugares lo que finalmente determinaba su rumbo, preguntando a locales y a otras personas en tránsito, y quedando en buena medida sujetos a las variantes del azar. No obstante, la ausencia de exactitud geográfica en determinados momentos y lugares se podía compensar gracias a la orientación a través de otros parámetros, como los proporcionados por la ubicación de los astros. En el mundo islámico los avances astronómicos favorecieron la realización de instrumentos científicos como los astrolabios - como el que aquí mostramos - que se convirtieron en piezas de gran utilidad para la orientación en el transcurso de un viaje. 

Las innovaciones islámicas también fueron fundamentales para el avance de los estudios astronómicos en el Occidente europeo, entre ellos los realizados en la corte de Alfonso X, que sirvió como espacio de recepción y difusión de estos saberes hacia otras latitudes. En la corte del rey Sabio se tradujo al castellano el catálogo estelar que había realizado ʽAbd al-Raḥmān al-Ṣūfī, el Kitāb ṣuwar al-kawākib al-thābita o Libro de las figuras de las estrellas fijas. Este texto sirvió como base del primer tratado del Libro del saber de astrología de Alfonso X, que también podemos ver aquí expuesto. El catálogo de al-Ṣūfī también se conoció en el entorno siciliano, donde se tradujo al latín y se combinó con los parámetros estelares del Almagesto de Ptolomeo que había sido traducido al latín en Toledo por Gerardo de Cremona, dando lugar a una peculiar obra que se conoce como Sufi latinus. Los manuscritos de este corpus, ricamente iluminados, combinan la iconografía islámica de las constelaciones con el estilo pictórico de los talleres del ámbito italiano. El testimonio más antiguo que hemos conservado del grupo es el BnF Ms. 1036, realizado en el tercer cuarto del siglo XIII, probablemente en un taller boloñés. El resto de los que se conservan se vinculan con talleres del norte de la península itálica.

Los viajes podían tener componentes físicos, pero también espirituales. Peregrinar a un lugar que se consideraba sagrado se convirtió en un objetivo vital para muchas personas. Las ciudades más frecuentadas en ese caso fueron Jerusalén, Roma y Santiago, aunque no significa que la oración, la espiritualidad y el culto se limitase exclusivamente a esos centros, de hecho eran múltiples los santuarios que actuaban como centros de peregrinación. En esos lugares se podían obtener reliquias que serían utilizadas en altares y relicarios, como el ara portátil que exponemos, u objetos vinculados al culto popular, como las ampollas de peregrinos, relacionadas con propiedades milagrosas curaciones.  

El interés y la seducción por el viaje ha estado presente en todas las culturas desde la Antigüedad. Los relatos orales, las descripciones y las imágenes de esos lugares y seres lejanos, también extraños, contribuyeron a construir los imaginarios de las sociedades del pasado, y les brindó numerosas vivencias que, ya fueran reales o ficticias, actuaron como estímulos de progreso y disfrute, al igual que sigue ocurriendo en la actualidad.

PIEZAS

Libro del caballero Zifar

[Ferrand Martínez] (primer tercio del siglo XIV), autor del texto; Juan y Pedro Carrión (act. 1450-1470), iluminadores

[Ávila/Segovia] tercer cuarto del siglo XV

Manuscrito iluminado, pergamino (1er folio) y papel

UCM, Facultad de Geografía e Historia, FAG 342-1 / París, Bibliothèque nationale de France, Ms. Espagnol 36.

A través de las aventuras de un caballero, Zifar —que en árabe significa «viajero»—, se muestran diferentes concepciones del viaje en la Edad Media con un mensaje ejemplarizante y aleccionador. Mediante una interesante hibridación de géneros literarios —al más puro estilo caballeresco, a modo de crónica, o como exempla—, esta ficción narrativa ilustra de qué forma el viaje y el camino se igualan y asemejan a la vida. La obra, vinculada al “molinismo”, generó varias copias. Este manuscrito, el más excepcional de los conservados por su programa visual, se realizó en el entorno regio de Enrique IV cuya heráldica aparece en la orla del fol. 1r.

Sufi Latinus 

ʿAbd al-Raḥmān al-Ṣūfī, (siglo X); Gerardus Cremonensis (siglo XII)

Norte de Italia, ca. 1400

Manuscrito iluminado, pergamino

UCM, Facultad de Geografía e Historia, FAG 440-01 / Berlín, Kupferstichkabinett, Ms. 78 D 12

Durante la Edad Media los astros adquirieron un papel fundamental para la orientación terrestre. La Estrella Polar, ubicada en la constelación de la Osa Menor, marcaba el extremo del eje de rotación de la Tierra, el Norte, y servía, a su vez, como guía en viajes y travesías. Este manuscrito forma parte del corpus conocido como Sufi latinus, en los que se fusiona el catálogo estelar del astrónomo persa al-Ṣūfī y la traducción latina del Almagesto de Ptolomeo de Gerardo de Cremona, con un magnífico programa visual que mezcla la iconografía islámica de las constelaciones y el estilo y la moda de las cortes europeas.

Beato de El Burgo de Osma

Petrus, copista; Martinus, iluminador (act. último tercio del siglo XI)

1086

Manuscrito iluminado, pergamino

UCM, Facultad de Geografía e Historia, FAG 192-2 / Burgo de Osma, Archivo Histórico Diocesano, Cod. 1. 

Este mapamundi del Comentario al Apocalipsis realizado en el monasterio de San Facundo y San Primitivo de Sahagún, ilustra la misión evangelizadora de los apóstoles, representados con sus bustos, alrededor del mundo. Orientado hacia el Este, con el Paraíso en la parte superior, detalla continentes, océanos y lugares destacados de la topografía cristiana del momento. En la península ibérica, delimitada por una línea roja, se le otorga gran protagonismo al apóstol Santiago. Sorprende la inclusión de un ser monstruoso en la cuarta parte del mundo, el esciápodo, muestra de cómo lo real y lo imaginario se mezclaba en estas cartografías.

Ara de San Isidoro

1144

Conglomerado de minerales y marco de plata nielada sobredorada con alma de madera

León, Museo de San Isidoro

 Este ara portátil donada por la infanta Sancha Raimúndez (ca. 1095-1159) a la basílica de San Isidoro alberga reliquias de importantes episodios cristianos, como el pesebre de Cristo, el Santo Sepulcro, la mesa de la Última Cena o un fragmento pétreo del monte del Calvario. Esas reliquias, a ojos del fiel, habían recorrido un largo viaje desde los santos lugares hasta diferentes centros del Occidente europeo, viaje que el propio fiel podía realizar mentalmente de manera inversa a través de su contemplación.

Astrolabio andalusí

Ibrahim Ibn Saîd al–Sahlì (ca. 1050-1090)

1067 (459 de la Hégira)

Latón fundido y grabado

Madrid, Museo Arqueológico Nacional, inv. 50762

Este astrolabio planisférico, firmado y datado en caracteres cúficos, fue fabricado en Toledo durante la época taifa. Este instrumento posibilita el cálculo de la posición del sol y las estrellas, además de servir como calendario y reloj solar, y para la medición de altitudes y distancias. Está constituido por una caja “la madre”, donde se encuentran cinco láminas grabadas en ambas caras, mostrando la representación estereográfica del firmamento para once latitudes. En su araña aparecen la eclíptica con los doce signos del zodiaco. Los astrolabios andalusíes fueron piezas muy preciadas, tanto por su diseño, su precisión, como por su refinada factura.

Ampolla de peregrino

Siglo XII

Bronce fundido y esmaltado

Madrid, Museo Arqueológico Nacional, MS-O 10075

A partir del siglo IV, la ampolla de peregrino se vinculó con la capacidad de obrar milagros, convirtiéndose así en reliquia de contacto. Estas ampollas o eulogias fueron muy populares especialmente entre las clases populares. Se creía que adquirían poderes taumatúrgicos que derivaban en funciones terapéuticas y apotropaicas, liberando a quien las portase de cualquier daño físico. En ellas se depositaban aceites de las lámparas de los santuarios visitados, o agua de manantiales próximos a la tumba de un mártir. Además, la ampolla englobaba todo un sentido simbólico, que conecta con las peregrinaciones y la búsqueda de protección.