Los cursos de la Escuela Complutense de Verano son realmente intensivos, con cinco horas diarias de clase. Para relajar un poco, los estudiantes pueden disfrutar de todas las iniciativas culturales de la ciudad de Madrid y del resto de España, ya sea por cuenta propia o apuntándose a alguna de las actividades programadas por los organizadores de la Escuela. Entre las excursiones están las que permiten disfrutar de las leyendas madrileñas, el entorno del Palacio Real, el Madrid literario y, entre las más concurridas, las tabernas de Madrid. Acompañamos a un grupo de veinte estudiantes en esta ruta que parte de la Puerta del Sol y acaba en la plaza de Santa Ana.
¿Por qué las tapas se llaman tapas? ¿Qué son las porras y los churros? ¿Dónde se comen los mejores callos de Madrid y, de paso, que son los callos? ¿Por qué a los madrileños se nos llama gatos? ¿Qué es un chato? A todas esas preguntas intentó dar respuesta Alfonso, el guía que acompañó a los veinte matriculados en la Escuela Complutense de Verano que decidieron apuntarse a la primera de las visitas de este año.
La idea inicial que tenía el guía era tan ambiciosa como un tanto irreal, ya que pretendía comenzar en la estatua de Carlos III en la Puerta del Sol, bajar hasta la plaza de Ópera, subir a Gran Vía, llegar hasta el Café Gijón, remontar luego hasta la Puerta de Alcalá y por último subir hasta la Plaza de Santa Ana. Todo ello en dos horas y parando en la puerta de tabernas y bares, comentando curiosidades de calles y plazas y, de paso, respondiendo a todas las preguntas que se les pasan por la cabeza a los estudiantes. Y todo ello sin parar en ningún bar a tomar nada. Como es evidente, un plan ambicioso, pero imposible de cumplir, sobre todo porque un paseo de tapas sin tapas no es lo mismo.
Tras las primeras pinceladas históricas sobre la calle Arenal (con su nombre recordando a uno de los muchos arroyos que pasaban por el viejo Madrid) y la Mallorquina y sus bollos, el grupo se traslada hasta San Ginés, el lugar más famoso de toda la ciudad para tomar churros y porras, sobre todo si uno ha trasnochado y quiere meterse algo contundente en el estómago antes de acostarse. La mayor parte de los presentes no sabe de lo que se habla con los churros, más que nada porque en cada país (y casi en cada ciudad española) tienen formas, sabores y aspecto diferente, así que se puede mirar de reojo para ver qué es lo que toman algunos extranjeros (los únicos que se atreven con unos churros a las ocho de la tarde) para ver de qué va la cosa.
Tras pasar por la Plaza Mayor, las Cuevas de Luis Candelas, la plaza del Conde de Barajas, Casa Paco y Revuelta, y escuchar los manjares que allí se comen (o no tan manjares, depende de cada paladar) va entrando un poquillo de hambre y, sobre todo de curiosidad. Así que al llegar a la calle Paz, a la Casa de las Torrijas, las colombianas Orielly y Marta deciden tomarse una de esas torrijas. Le explicamos, eso sí, que esto no es una tapa, que es más bien un postre y que se puede hacer con leche o con vino. Sea como sea, les encanta la torrija y recuperan fuerzas para seguir camino.
En Casa Labra no hay quien pare, porque la cola puede retrasar la visita durante un rato largo, así que seguimos camino hasta La Fontana de Oro, uno de esos lugares míticos, que aparecen en buena parte de la literatura del XIX, pero que hoy en día es un pub irlandés donde se puede cantar karaoke, ver la final de la superbowl y tomarse una Guinness.
Por fin, con el personal un tanto cansado, y con la noche comenzando a caer en Madrid, llegamos a La Casa del Abuelo, un bar dividido entre dos aceras y especializado en gambas y langostinos. Allí Alfonso reconoce que una parada es la mejor estrategia para mantener al público entregado, así que da permiso a los estudiantes y ninguno duda en acercarse a la barra, pedirse una caña (o lo que es lo mismo, un vasito de cerveza) y si apetece, algo de comer. Al rato, el guía vuelve a reunir a los alumnos en la puerta del bar y les pregunta si ha merecido la pena la cerveza. La respuesta es unánime y afirmativa. Surge ahora una duda casi filosófica: ¿cuál es la diferencia entre caña y chato? Aparte de ser un tema absolutamente local, porque en otros lugares de España al pedir una caña te pondrán un vaso largo de cerveza y si pides un chato nadie sabrá ni de lo que le estás hablando, la caña es de cerveza y el chato es un vasito de vino.
Frente a Las Bravas, uno de los típicos bares madrileños, Alfonso aclara que la calle Álvarez Gato se conoce simplemente como el Callejón del Gato o el paseo de los Espejos. También por allí pasaban los literatos madrileños para inspirarse en la deformidad que devolvían dichos espejos que hoy reposan rotos dentro del local de las bravas. Fuera se pueden contemplar unas réplicas sin tanta gracia.
Ya ha caído la noche en Madrid cuando el grupo llega a la Plaza de Santa Ana y el guía se despide. Preguntamos a algunas de las paseantes, como Nayeli y Fernanda, qué les ha parecido la excursión y dicen que "súper" y que "chévere", así que el resultado parece satisfactorio. Quien quiera puede ahora deshacer el camino y tomarse una cañita en cada uno de los locales visitados.