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Sábado, 21 de diciembre de 2024

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“Para ser contracultural hay que salirse de las redes sociales, no tenerlas o usarlas para algo que no tenga absolutamente nada que ver con cómo la usan los demás”

Texto: Jaime Fernández, - 16 SEP 2020 a las 13:47 CET

El profesor Ignacio Pajón Leyra, del Departamento de Filosofía y Sociedad, acaba de alzarse con el Premio Diderot, por su ensayo "La tinaja de cristal: cinismo, desnudez y transparencia", que publicará en el mes de noviembre Ápeiron Ediciones, la editorial que convoca el concurso. Además de ensayista y profesor, Pajón es director de la Red Iberoamericana de Estudios en Filosofía Antigua, director del Instituto de Estudios del Mundo Antiguo y dramaturgo.

 

Comencemos hablando de la obra con la que ha ganado el Premio Diderot y de ese título tan enigmático. ¿A qué hace referencia?

Llevo ya unos cuantos años trabajando sobre cinismo antiguo, sobre Diógenes, Antístenes, Hiparquia... Una serie de filósofos antiguos muy paradójicos, que son, sobre todo, conocidos por anécdotas, como por ejemplo las de Diógenes que vivía en público, en el ágora, su encuentro con Alejandro Magno y que se dice siempre que vivía en un barril, pero eso es erróneo, porque el barril es un invento muy posterior, realmente vivía en una tinaja, la del título del ensayo. En general se tiene un conocimiento muy anecdótico sobre estos filósofos y yo llevo tiempo intentando mostrar la filosofía que hay detrás de sus actos, y saber por qué hacen lo que hacen, que fundamentalmente es una crítica a la sociedad de su tiempo, es una forma de estructura de crítica social. Fueron algo así como los primeros contraculturales, el primer movimiento contracultural, se podría decir que eran los primeros punkys de la historia.

 

¿Qué hacían en concreto para que los defina así?

Pues muchas cosas, porque en esa dinámica contracultural establecieron una crítica que fue poco entendida y que con el paso del tiempo lo ha sido cada vez menos. Ya en otros textos anteriores he trabajado intentando mostrar la profundidad que hay detrás de cada uno de sus actos y eso me ha llevado hasta este ensayo, que lo escribí por puro placer, porque me apetecía, cotejando y comparando su crítica social a la sociedad antigua con la sociedad de nuestro tiempo, viendo hasta qué punto funciona y qué elementos tienen plena vigencia y cuáles se habrían quedado un poco en el pasado. Y me he centrado, sobre todo, en el tema de la transparencia, otra de las partes del título, comparando la exigencia de la transparencia en los actos de la antigüedad con la noción moderna de transparencia, que tan presente está hoy en día en el discurso. De ahí viene también la idea de Diógenes, de vivir a los ojos del público, metido en una tinaja, como si fuera una tinaja de cristal.

 

¿El concepto de transparencia en los tiempos de Diógenes era similar al actual?

Era una noción muy diferente, en cierto sentido, a la nuestra, porque los griegos y nosotros somos muy diferentes. Ellos tenían una visión muy volcada hacia la privacidad, defendían constantemente su privacidad, su esfera de recogimiento, y solamente mostraban en público aquello que consideraban que estaba hecho para lo público. Hoy nosotros hemos roto con esa dinámica, sobre todo a través de las redes sociales, que son una especie de permanente ventana digital en nuestra casa que hace que lo que sería, desde la óptica griega, el espacio de lo privado se haya convertido en el espacio público. Así que parte de la crítica de los cínicos antiguos a la sociedad, que estaba orientada a hacer en público lo que normalmente sólo se hacía en privado, hoy para nosotros ya no es contracultural, porque estamos acostumbrados a hacerlo a través de Instagram, de Facebook, de Twitter... No paramos de mostrar nuestra privacidad permanentemente hacia el exterior, vivimos de una forma, desde ese punto de vista, mucho más transparente que los griegos, pero al mismo tiempo no lo vivimos como una libertad, sino que se está convirtiendo casi en una especie de obligación, de exigencia.

 

¿Hasta ese extremo llegamos?

Sí. Vivimos permanentemente como si uno no pudiera ya irse de vacaciones sin hacer la foto y colgarla en Facebook, como si uno ya no pudiera comer sin hacerle una foto al plato y ponerla en Instagram. Estamos casi forzados por completo a una transparencia que ya va mucho más allá del tema de la corrupción política, hemos incorporado esa exigencia de transparencia a nuestra vida cotidiana.

 

¿Para ser contracultural habría que salirse de las redes sociales?

Salirse de las redes sociales, no tenerlas o usarlas para algo que no tenga absolutamente nada que ver con cómo la usan los demás. Es decir, tratar de convertir tu vida en algo que sea una defensa de tu espacio de privacidad, defender tu derecho a no comunicar lo privado, a no ser permanentemente transparente. Los cínicos tenían una especie de exigencia de siempre decir la verdad, la parresía, estaban forzados a decir la verdad en todos los contextos, incluso si Alejandro Magno se presenta delante de ti decirle la verdad, tenga las consecuencias que tenga. Nosotros vivimos en un contexto en el que eso se ha asimilado tanto como una obligación, que casi es más revolucionario plantarse y no tener en todo momento que comunicar tus pensamientos, tus intenciones, tus sentimientos... Así que sí, hoy en día cerrarse un poco es más contracultural que abrirse, mientras que en la época griega era al revés.

 

En ese abrirse en las redes sociales, ¿no entra también el ego?

Completamente. Eso también lo trato en el ensayo, el surgimiento paulatino a lo largo de la Historia a esa tendencia a expandir el ego, a que quede tu nombre, incluso a hacerte famoso, que es algo de lo que siempre se acusó a los propios cínicos, que en parte hacían cosas tan espectaculares en la calle por afán de gloria.

 

¿Y lo hacían por eso realmente?

Es muy difícil decir dónde acababa su visión contracultural de la realidad, y donde empezaba el ego. De hecho, la propia escuela tuvo una evolución muy peculiar, en la que había una especie de lucha contra las modas, por eso vestían siempre con un manto roto y viejo, pero ellos mismos se acabaron convirtiendo prácticamente en una moda, y ese ponerse de moda fue lo que acabo finalmente con ellos, porque es muy difícil ser espectacular cuando todo el mundo lo está siendo.

 

Del título del ensayo nos queda por tanto, la desnudez.

Es muy interesante también el tema del desnudo corporal, de cómo se ve el cuerpo desnudo. Para los cínicos es una parte natural del ser humano y, por lo tanto, no tiene por qué haber vergüenza, uno no tendría por qué sentir vergüenza de mostrar lo que naturalmente uno es. Eso, fundamentalmente, tenía que ver en la época con el cuerpo desnudo de mujer, ya que era algo escandaloso mostrarlo en público. La filósofa cínica Hiparquia, muy rompedora, no tenía ninguna clase de vergüenza por mostrar su cuerpo desnudo ante la sociedad. Su forma de filosofía es muy interesante, y aunque evidentemente en esa época todavía no se puede hablar de feminismo, es un antecedente claro del feminismo, porque fundamentalmente utiliza la filosofía para poder ser una mujer libre en un contexto donde el concepto de mujer libre prácticamente no existe. Estableció unas primeras pautas de qué es eso de emanciparse, de qué es la liberación femenina, sobre todo a través de la educación, pero también a través del hecho de ser capaz de mostrar lo que es una mujer, sin ninguna clase de vergüenza, incluso en los contextos que estaban cerrados por completo a las mujeres, como por ejemplo la discusión intelectual o los banquetes.

 

¿Es cierto que en Grecia la mujer no salía apenas a la calle, solo al templo y poco más?

Sí, sí, estaba encerrada en casa, en el espacio del gineceo, convertida prácticamente en una esclava doméstica. Incluso las mujeres libres, en el día a día, casi se podían equiparar más en sus posibilidades vitales con un esclavo que con un ciudadano. No tenían ninguna clase de derecho político, de participación política y tampoco era nada habitual que tuvieran interacción intelectual con los varones. Sólo el hecho de que haya filósofas ya es enormemente revolucionario, se ha conservado el nombre de muchas, pero la obra de pocas, casi no hay fragmentos conservados y, desde luego, no se ha conservado ningún libro íntegro. Da la impresión de que la historia de transmisión de ideas ha sido más benévola con la anécdota del hecho de que hubiera mujeres trabajando intelectualmente que con la obra de esas mujeres.

 

¿Esa falta de obra se puede deber a la destrucción sistemática que hicieron los cristianos de prácticamente todo el conocimiento griego y romano, o venía ya de antes?

Yo creo que debió ser una desaparición paulatina desde el primer momento hasta el último. Por poner un ejemplo, el gran transmisor de contenidos intelectuales filosóficos de la época, que es Diógenes Laercio, cuando empieza a hablar de Hiparquia, cuenta un par de cosas sobre ella y dice que habría muchas más que contar que son muy conocidas, y pasa a otro tema. Casi sin darse cuenta, él mismo silencia a Hiparquia, porque supone que todo el mundo va a saber de qué está hablando y pasa a hablar de otra cosa, mientras que a los filósofos varones los trata con detenimiento, con calma, con detalle, cuenta todo lo que sabe sobre ellos. Evidentemente la Edad Media también tuvo que ser un factor importante en esa destrucción, porque el criterio de qué se conservaba y qué no residía, fundamentalmente, en monjes que tenían que dedicar una parte sustancial de sus vidas a copiar libros, así que lo que iba a pasar a la siguiente generación dependía de lo que valorasen y lo que no. El resultado es que hoy en día hay muy poco material de las filósofas con el que trabajar, aunque lo poco que tenemos es tan interesante que resulta necesario recuperar en los planes de estudio este tipo de figuras.

 

Hablando de esos planes de estudio, parte de sus escritos se caracterizan por la reivindicación de la enseñanza de la Filosofía. ¿Qué cree que podría aportar esa disciplina a este mundo en el que vivimos?

La Filosofía tiende a fomentar el espíritu crítico. Uno entra en la carrera muy seguro de casi todo y sales mucho menos convencido, casi más desaprendes, aprendes a dudar más que a creer, y eso hoy en día es algo cada vez más importante. Vivimos en un contexto muy problemático, tanto social como políticamente y la presencia de Filosofía no sólo en el ámbito académico, sino en la sociedad, en la calle, me parece que es vital. Por ejemplo, con fenómenos como el de la posverdad y las teorías de la conspiración constante sobre casi cualquier cosa, la falta de un criterio con el que distinguir qué es verdad y qué es mentira en parte se está produciendo por el abandono de la Filosofía. Un ciudadano occidental contemporáneo tiene menos contacto con el ámbito filosófico en su etapa formativa y cada vez acaba creyéndose más de lo que debería dudar y duda más de lo que debería creerse. Eso poco arreglo puede tener más allá del hecho de intentar recuperar el espacio social que tenía la Filosofía, más en la cafetería que en el aula, porque es cuestión de volver a discutir en profundidad en ámbitos sociales cotidianos, tomando un café con alguien, volver a recuperar el interés por temas filosóficos profundos, y leer Filosofía no sólo para un examen, sino para poder pensar.

 

¿Eso de leer hoy en día no es casi también contracultural?

Sí, y el hecho de la pandemia además ha sido otro lastre, porque nos ha encerrado en nuestras casas, ha hecho que tengamos mucha menos interacción cotidiana con nuestros vecinos, estamos cada vez más aislados... Y al mismo tiempo, a pesar de estar encerrados, no nos hemos volcado a ponernos todos a leer, al contrario, porque las ventas en las librerías han descendido muchísimo, los editores están notando mucho el  peso de la crisis de la pandemia y está siendo un momento muy complicado, pero de algún modo tenemos que intentar salir de ello.

 

Algunos análisis dicen que con la pandemia no ha crecido el pensamiento crítico, sino el religioso, el pensamiento mágico.

Es algo parecido a lo que ocurrió con otras crisis como la peste negra del siglo XIV, que también supuso un repunte del fervor y la pasión religiosa como búsqueda de una salida, sea cual sea, a una situación que parece muy oscura. Pero quizás tenemos a nuestra mano salidas mucho mejores y por ejemplo está habiendo cierta tendencia a recuperar el pensamiento estoico, que es un tipo de pensamiento cuya intención no es ayudar en situaciones de crisis, pero sirve en esas situaciones, porque recupera el ánimo y permite afrontar con serenidad incluso los momentos más difíciles de tu vida. Han salido muchos libros sobre el tema y se están viendo en redes sociales comunicaciones de análisis de por qué determinadas figuras públicas viven contextos de crisis con una serenidad especial y suele tener que ver con esa filosofía estoica.

 

Dramaturgo

Ignacio Pajón fue el ganador de la edición de los Premios Literarios Complutenses 2011, en concreto en la categoría de teatro, con su obra El troquel, pieza que llevó a las tablas tres años después. "Fue un éxito, giró por varios teatros y estuvo más de dos años en escena, y de vez en cuando sigue habiendo compañías de teatro que contactan para representarla, tanto aquí como en Hispanoamérica".

 

Cuenta el profesor que está ahora mismo acabando una nueva obra, y como en sus trabajos anteriores no puede evitar que se le entrecrucen los intereses y los géneros, y si "El troquel ya tenía mucho trabajo filosófico, mucho que ver con el escepticismo filosófico antiguo, a pesar de ser una obra situada en el mundo contemporáneo, a esta obra nueva le pasará lo mismo, pero con el cinismo". Confiesa Pajón que es inevitable que cada tema que está trabajando a nivel teórico se le mezcle con el interés literario y al revés, porque la tendencia a escribir literariamente se le mete en los libros de Filosofía y acaba teniendo "mucho interés por cómo suena el texto escrito aunque no vaya a pronunciarlo un actor en una escena".

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