Arturo Pérez Reverte acudía este 22 de mayo a la Facultad de Ciencias de la Información para conmemorar los 25 años de la publicación de una de sus más reconocidas novelas, "Territorio Comanche", un homenaje a los reporteros de guerra ambientada en el conflicto de los Balcanes. Pero en realidad, lo que el académico de la Lengua quería homenajear no era su libro, sino a su compañero en esa guerra que cubrió para RTVE, el cámara José Luis Márquez. "Es que estoy muy orgulloso de él. Es mi amigo", dijo Pérez Reverte para justificar la cascada de elogios y anécdotas que ensalzaron el trabajo y personalidad de Márquez, a quien no en vano ya dedicó hace 25 años el libro.
"Territorio Comanche", como señaló el profesor Manuel Tapia, quien presentó el acto, sigue siendo un libro vigente, "un clásico del periodismo y la literatura", en el que Pérez Reverte supo conjugar "la precisión y contención de la buena escritura, pero sin tener ninguna contención en lo que decía, diciéndolo absolutamente todo". Sin embargo, según contaron el propio escritor y la periodista Berna G. Harbour, moderadora de la charla, si José Luis Márquez no hubiera estado cerca de Arturo Pérez Reverte en aquella guerra muy posiblemente "Territorio Comanche" no habría existido. "Escribí la novela para que Márquez tuviera su puente volado", llegó a decir el creador de Alatriste, en referencia a la vivencia que ambos compartieron en aquellos intensos días y que es esencial en la novela. Según contó el autor, la historia del puente volado en la novela es real, pero hay una diferencia: en la realidad ellos no lo vieron volar. Márquez aún echa la culpa de no poder grabar la segura voladura de aquel puente al paso de un tanque serbio a las prisas de su compañero por llegar a la emisión del telediario. El caso es que tras horas esperando la voladura decidieron marcharse -"yo me quería quedar, pero él no me quería dejar solo", protesta aún José Luis Márquez- y al volver al día siguiente el puente ya no estaba allí.
José Luis Márquez es, en palabras de Pérez Reverte, "una máquina de trabajar fría e impasible", capaz de jugarse la vida cada día por su trabajo. Según contó su amigo, no pocas veces se situó en medio del fuego cruzado para buscar la mejor toma, llegando incluso, de manera literal, a pasarle las balas entre las piernas. Tan quieto se quedaba siempre para que el plano no se le moviera, que el propio Pérez Reverte en ocasiones le empujaba "porque nadie se iba a creer que caían bombas a nuestro lado y la imagen no se movía". En palabras de Berna G. Harbour, para los reporteros de guerra como Pérez Reverte y José Luis Márquez en su trabajo hay tres prioridades: la primera, grabar; la segunda, llegar para transmitir en el telediario y la tercera, sobrevivir. "Y siempre en ese orden".
La vez que Márquez más cerca estuvo de no cumplir la tercera norma no fue en Yugoslavia, sino en Tiananmén. Sí, en efecto, allí estaba Márquez el 4 de junio de 1989. De hecho, era el único cámara que se encontraba allí, y a quien se deben las pocas imágenes que hay de la matanza de estudiantes que llevó a cabo el ejército chino. Márquez aún recuerda estar allí esperando en medio de las manifestaciones y quedarse dormido hasta que escuchó el sonido de los tanques. Consiguió salir de allí confundido entre los manifestantes y llegar a otra plaza en la que realmente se llevó a cabo la matanza. Aún no sabe bien cómo consiguió salir del lugar en una ambulancia entre cadáveres y heridos. El agotamiento le hizo dormirse hasta llegar al hotel en el que se encontraba alojada la prensa internacional. Por supuesto, la cinta de la cámara iba a buen recaudo bajo su pantalón.
La muerte, los cadáveres, los cuerpos mutilados, no son las imágenes, según contaron Pérez Reverte y Márquez, que acompañan de por vida a personas que como ellos han vivido tantas guerras. No, son otras imágenes las que quedan para siempre. Pueden ser de un perro herido en una pata que te acompaña por una carretera para que no lo abandones, pero con todo tu dolor no puedes llevar contigo, como le sucedió a Reverte, o una niña de seis o siete años que se jugaba la vida cada día para tratar de llamar a su madre por teléfono. Nunca lo conseguía. El día que lo logró, su madre, que la había abandonado y trasladado a Italia, dejándola a cargo de su abuela, no quiso hablar con ella. Esa imagen siempre perseguirá al gran José Luis Márquez. "Mi amigo", resaltó de nuevo Pérez Reverte.