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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Sábado, 21 de diciembre de 2024

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El historiador John Elliott repasa la evolución de los nacionalismos de Cataluña y Escocia

El aula magna de la Facultad de Geografía e Historia ha acogido la conferencia Escocia y Cataluña. Naciones sin Estado, impartida por el historiador John Elliott, en la que ha hablado de su último libro, Catalanes y escoceses: unión y discordia. Cuenta Elliott, que el origen de este volumen comenzó en 2012 cuando publicó un relato semibiográfico, y al terminarlo buscó un nuevo reto que le permitiera sacar provecho de su conocimiento histórico y de su experiencia personal, así que "se dejó atrapar por lo que estaba sucediendo a su alrededor". En concreto por el hecho de que el Partido Nacional Escocés (SNP), tras conseguir una amplia victoria electoral, consiguió que se celebrara un plebiscito para ver si querían ser independientes o no. Y al mismo tiempo en Cataluña, "nacionalistas radicales también estaban presionando a favor de la independencia del resto de España". Añade el conferenciante que le parecía que "eso requería la atención no sólo de politólogos, sino también de los historiadores para aportar una perspectiva más amplia, para saber si el pasado podría ofrecer alguna pista sobre ese brote de nacionalismo radical".

 

Según John Elliott existen una serie de puntos de contacto obvios entre los dos movimientos, porque "tanto Escocia como Cataluña se pueden definir como naciones sin Estado propio", y para comprobar cómo ha ocurrido eso se embarcó en una comparación de los dos países desde la Edad Media hasta la actualidad.

 

Tras su largo trabajo de investigación ha visto que también hay diferencias obvias entre ambos, como "la cuestión de la lengua, la divergencia entre las respuestas del gobierno central a lo largo de la Historia, la participación en el proyecto imperial y la inestabilidad política y la represión militar en España que no tienen paralelo en Gran Bretaña".

 

La conclusión del estudio de Elliott es que "los catalanes tienen unas mayores razones históricas para el descontento que los escoceses". Una vez dicho eso, el historiador añade que "sin embargo, España desde 1978 ha concedido un alto grado de autogobierno acompañado por 30 años de prosperidad sin precedentes". Y a pesar de eso, "la demanda de secesión nunca ha sido mayor, por razones domésticas y globales, pero no hay que subestimar el profundo poder sentimental de una narrativa histórica". Tiene claro Elliott que "las naciones necesitan sus mitos para proporcionar un relato coherente, pero también hacen falta historiadores que analicen esos métodos a la fría luz de la evidencia, porque los agravios del pasado no pueden sustituir una reflexión lúcida de las realidades de hoy y de las posibilidades del mañana".

 

Historia comparada

Explica John Elliott que una dificultad inicial que tuvo es que, aunque estaba familiarizado con la historia de Cataluña, no lo estaba con la de Escocia, así que empezó "un curso intensivo de lecturas sobre esa historia, que fue una experiencia grata gracias al trabajo reciente de historiadores escoceses".

 

A raíz de eso, tuvo que pensar en el modo de agrupar a los dos países junto a un mismo marco dentro de las naciones de las que forman parte: Reino Unido y España. Reconoce Elliott que siempre ha tenido un gran interés sobre la historia comparada, porque "nos presenta una serie de problemas conceptuales y técnicos, y siempre se buscan semejanzas encaminadas a proporcionar unidad y coherencia, aunque a menudo las diferencias pueden ser más reveladoras que las semejanzas, y la teoría del historiador es la de identificar semejanzas y diferencias y buscar explicaciones para ambas. O al menos intentar encontrar esas explicaciones".

 

Opina el conferenciante que "Escocia y Cataluña tienen sus características distintivas, pero a menudo sus historiadores no han logrado ver más allá de las fronteras de su país, porque si lo hubieran hecho habrían visto las semejanzas con otras sociedades contemporáneas".

 

Monarquías compuestas

De acuerdo con el historiador los dos lugares se autoproclaman naciones sin Estado y "forman parte de monarquías compuestas, que son un desafío a la interpretación convencional de la historia europea y son un contrapunto a la nación-Estado".

 

El rasgo más significativo de esas monarquías compuestas es que están formadas por reinos y provincias que en un momento dado se han incorporado a ellas por diferentes métodos. "La más común, en el periodo moderno, fue por un acuerdo más o menos formal en el que las entidades incorporadas conservaban las instituciones que tenían antes, así que tenían un alto grado de autonomía, aunque con la desventaja de estar gobernadas por un monarca, normalmente, ausente", recalca Elliott.

 

La primera etapa clave en la historiad de los dos nacionalismos actuales es la de unión con un vecino más poderoso: 1469 en el caso de Cataluña y 1603 en el de Escocia. Elliott señala que "Cataluña jamás fue una nación Estado independiente en el sentido moderno de la palabra. Empezó como un condado, tras la reconquista de Valencia y Mallorca fue un principado de la corona de Aragón, y en la baja Edad Media se convirtió en una especie de imperio mediterráneo con Sicilia, Cerdeña, Nápoles y el ducado de Atenas". Explica el historiador que "el sistema de gobierno de esa corona era una relación contractual entre el monarca y sus súbditos, con sus propias leyes y libertades". El principado de Cataluña se incorporó luego a España, manteniendo sus libertades, constituciones y estatus de pseudo autonomía, pero en realidad fue dominada por el reino de Castilla.

 

Escocia, sin embargo, sí era un reino independiente desde la alta Edad Media, ya que con la derrota del ejército invasor inglés en el siglo XIV consolidó su figura de Estado soberano independiente. La Escocia medieval tuvo sus propias instituciones representativas, y como los ingleses no podían incorporarla por la fuerza lo intentaron por alianzas dinásticas. En 1603, el rey de Escocia ascendió al trono de Inglaterra, y así se añadió Escocia a la monarquía compuesta de Inglaterra, Irlanda y el principado de Gales, que se bautizó como Reino de Gran Bretaña. Escocia se suponía en pie de igualdad con Inglaterra, pero en la práctica quedó relegada por un vecino más poderoso.

 

Tensiones desde el XVII

La desigualdad de las naciones asimiladas y el vecino poderoso dio lugar a graves tensiones en España y Reino Unido durante el siglo XVII con sublevaciones en Escocia en 1639 y en Cataluña en 1640. La nueva república catalana que surgió ese año "sólo duró una semana y pasó a ser protectorado de Francia, lo que le permitió resistir durante 12 años hasta que se rindió a las fuerzas españolas en 1652".

 

En Gran Bretaña, Cromwell invadió y conquistó Escocia, aboliendo su parlamento, pero "en 1660 el experimento llegó a su fin y el estatus quo fue restaurado". Explica Elliott que la sublevación escocesa había sido motivada por la oposición a la política religiosa mientras que la catalana lo fue por las demandas fiscales, pero ambas son el reflejo de la determinación de dos países en mantener una identidad que veían bajo el ataque de un poder extranjero.

 

El XVIII

En la transición del siglo XVII al XVIII llegó el segundo momento clave. De acuerdo con Elliott, "Escocia estaba prácticamente arruinada por la inversión de las elites escocesas por intentar establecer una colonia en el istmo de Panamá, así que la única solución que encontraron fue buscar acceso a las colonias inglesas y al comercio ultramarino que les estaba negado a los escoceses". Los ingleses tenían preocupaciones tras la muerte del hijo de la futura reina Ana, y para asegurar el éxito de la revolución de 1688 y la sucesión protestante era necesario hacer un trato con los escoceses para que no pidiesen ayuda a Francia. El resultado de esas negociaciones fue el tratado de Unión de 1707, que abolió el parlamento escocés, pero dio acceso libre al comercio inglés, a la política británica y a las colonias, lo que no gustó ni al pueblo escocés ni al inglés, pero de todos modos esa unión se mantendría, al menos hasta hoy.

 

Mientras tanto, en 1707 se produjo en España la batalla de Almansa dentro de la guerra de Sucesión, lo que permitió la conquista de Aragón y Valencia, y en 1714 Barcelona se rindió al ejército invasor tras un largo asedio. Felipe V ya había castigado a valencianos y aragoneses y luego lo hizo con los catalanes, de hecho, "la nueva dinastía borbónica sustituyó a la monarquía compuesta por una autoritaria, gobernada centralmente desde Madrid, dedicada a la creación de una nación española".

 

El siglo XVIII fue un siglo de progreso para ambos, pero mientras los escoceses se identificaron con el espíritu imperial británico, los catalanes estuvieron al margen del imperio español, dedicándose a generar riqueza, desarrollando la industria textil al mismo tiempo que los escoceses desarrollaban la suya. Se convirtieron en dos sociedades industriales pioneras con consecuencias a largo plazo de gran magnitud.

 

La búsqueda de las raíces nacionales

El tercer momento clave, de acuerdo con Elliott, se produce en torno a 1800. Los sucesos revolucionarios de Francia y Estados Unidos desencadenaron dos fuerzas ideológicas nuevas: el liberalismo, que convertía a los súbditos en ciudadanos, y el nacionalismo que ampliaba el concepto tradicional de la patria. Gran Bretaña renació como la primera potencia imperial durante la mayor parte del XIX, mientras que España era una potencia derrotada, ocupada por Napoléon, y con la mayor parte de su imperio americano perdido, pero en los dos países se generó un nuevo sentimiento de solidaridad nacional y de pertenencia a una misma nación como resultado de haber luchado juntos contra un enemigo común.

 

Ese sentimiento fue reforzado y elevado con la emergencia de un movimiento romántico que alentaba la búsqueda de raíces nacionales, y "en ese proceso llegaron a concebir a la nación como un organismo vivo, en evolución y con sus propias características distintivas. Era un nacionalismo primero cultural y luego político, que estalló en las revoluciones de 1848".

 

Además, el resurgimiento del catalán a mediados de siglo hizo que la lengua se utilizase por la nueva burguesía creada por la revolución industrial, y "eso convirtió la lengua catalana en el corazón y el símbolo del nacionalismo catalán hasta hoy".  En Escocia, el gaélico fue reemplazado por el escocés o el inglés, con sus propios símbolos de identidad como el kilt (la falda típica), pero ese símbolo "no es lo mismo que un idioma como punto de referencia nacional".

 

Dos caminos distintos

El XIX y la primera mitad del XX mantuvieron la unión en Inglaterra, mientras que en España hubo frecuentes crisis de gobierno, la pérdida de colonias, las guerras carlistas, los golpes militares... La historia del XIX británico fue de éxito, con la revolución industrial y con la expansión del imperio de ultramar y como "no es difícil identificarse con el éxito, los escoceses lo hicieron con entusiasmo, mantuvieron su identidad, pero su participación a gran escala reforzó y consolidó el patriotismo dual, moviéndose entre su lealtad a Escocia y Gran Bretaña".

 

En Cataluña, tras las guerras napoleónicas, "también ocurrió ese patriotismo dual, pero no hubo un refuerzo económico, político y social, ni con la construcción de una narrativa persuasiva, además la pérdida de los mercados americanos les dejó con los continentales y el mercado doméstico español, que no crecía a un nivel suficiente para absorber la producción catalana, así que les dejó dependiendo de las medidas proteccionistas del gobierno de Madrid".

 

En Gran Bretaña, la economía escocesa era inferior a la inglesa, mientras que en España el poder económico fundamental estaba en Cataluña y el País Vasco, y "eso creó tensiones entre Madrid y Barcelona, porque los empresarios catalanes dependían del gobierno de Madrid para las leyes, que no eran capaz de resolver los problemas sociales generados por la industrialización catalana, como la inmigración a gran escala, el crecimiento de un proletariado industrial que vivía hacinado, la proliferación de epidemias como el cólera, el aumento de desórdenes callejeros, el crecimiento del anarco-sindicalismo...".

 

Aquello llevó a "violentos enfrentamientos entre obreros y empresarios sin escrúpulos, que se resolvía con mano dura por parte de las autoridades, incluso con bombardeos como los de Barcelona en 1842 y 1849". A finales del XIX el nacionalismo catalán se transformó de uno cultural en uno político, "agudizando la distinción entre la nación catalana, de origen orgánico y natural, y el Estado español que se concebía como una construcción artificial, y esa sigue siendo la tesis central de los radicales catalanes".

 

A Cataluña le afectó la pérdida de las colonias de 1898, que además alentó un movimiento de regeneración con el que las élites catalanas querían asociarse, y poco después se fundó la Lliga, para proteger y avanzar los intereses industriales catalanes, a la vez que participaba en la vida política española promocionando la regeneración nacional con un alto grado de autogobierno para Cataluña.

 

Según Elliott, el programa de la Lliga tenía una gran semejanza con un movimiento irlandés que copiaron en parte los escoceses, pero el movimiento de autogobierno en principio de la Lliga obtuvo un mejor resultado que el escocés. En 1914 la Lliga negoció un grado de autonomía para Cataluña, con una serie de poderes otorgados por el gobierno central, que le permitieron desarrollar la Mancomunintat, pero el ejército manifestó su disconformidad y en 1923 Primo de Rivera disolvió tanto las cortes españolas como la de la Mancomunitat, al tiempo que prohibió el uso del catalán en organismos oficiales.

 

El siglo XX

Los acontecimientos actuales, de acuerdo con el historiador, no se pueden comprender sin tener en cuenta tanto el contexto nacional como internacional. La Primera Guerra Mundial reforzó los vínculos de unidad entre escoceses e ingleses, al tiempo que la neutralidad española hizo que no hubiera ese refuerzo y el boom de las exportaciones aumentó los conflictos obreros. Además, "la entrada de Estados Unidos en el conflicto añadió una nueva dimensión, con el concepto del derecho de autodeterminación nacional de Woodrow Wilson, que fue algo que no pasaron por alto los nacionalistas catalanes".

 

La llegada de la segunda república española les brindó la oportunidad de aumentar su autonomía. Lluis Companys proclamó la república catalana en 1931, pero dio marcha atrás y la república le concedió la autonomía. Aquello no fue suficiente para ciertos sectores nacionalistas, que dieron un golpe fallido en 1934, y esa violencia dio una excusa a las fuerzas de la derecha para dar otro golpe en nombre de la unión nacional. Como es conocido "la victoria de Franco acabó con la Generalitat, con el uso del catalán y con cualquier rasgo de nacionalismo, que emergió reforzado tras la dictadura".

 

Considera Elliott que "la Constitución de 1978 fue más allá de lo que quizás era necesario, al reconocer la pluralidad de España dividiéndola en 17 regiones semi autónomas con sus instituciones representativas". En octubre de 1979 se celebró un referéndum para el estatuto de autonomía de Cataluña, que se aprobó con una amplia mayoría, con la elección de Jordi Pujol que estuvo luego más de 20 años en la presidencia.

 

En esos tiempos, Escocia también votaba en un referéndum sobre si quería llegar a una devolución. Años antes, en los 50, la economía escocesa estaba en declive, y la vuelta al poder del partido laboralista dio alas al Partido Nacional Escocés, que en 1967 consiguió una abrumadora victoria en unas elecciones locales, lo que llevó a la devolución de una asamblea escocesa en Edimburgo.

 

Desde entonces, "ambos países experimentaron un fuerte crecimiento nacionalista y hoy encontramos en Cataluña a nacionalistas con suficiente fuerza para implementar referéndums en contra de la Constitución y en Escocia una gran parte de la población que desea un segundo referéndum que revoque el resultado del de 2014".

 

Hoy

En Cataluña, según Elliott, era bastante predecible el crecimiento de nacionalismo de línea dura, porque "Pujol trabajó para transformar una Cataluña bilingüe en una nación de lengua catalana, con sus propias radios y televisores, así que una generación entera ha sido expuesta a una narrativa que pone a los catalanes en el papel permanente de víctimas".

 

En Escocia el nacionalismo ha crecido de manera muy rápida y era menos predecible, aunque "sí hubo algunos elementos como el descubrimiento de pozos petrolíferos en sus aguas, la entrada de Reino Unido en la Unión Europea, la idea de la devolución al estilo de Canadá con un referéndum en 1999... Hasta llegar al referéndum de 2014, que generó tal entusiasmo que resurgió el nacionalismo de línea dura en Escocia".

 

Tiene claro Elliott, que no surgieron aisladamente estos nacionalismos, sino que la era digital, la globalización, el cuestionamiento de los valores tradicionales... han contribuido a crear nuevos e inesperados modelos políticos y culturales, como separatismos sin tapujos, aunque no hay que olvidar que "los defensores de la independencia todavía no han conseguido lograr la mayoría del electorado, ni en Cataluña ni en Escocia".

John Elliott ha hablado de su último libro Catalanes y escoceses: unión y discordiaLa conferencia se tuvo que trasladar al aula magna de la Facultad de Geografía e Historia para poder acoger a todos los que quisieron escuchar al historiador
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