Cada día es mayor nuestro rastro digital o, quizá mejor dicho, lo relevante es que cada vez se recoge y utiliza más la información que cada persona que utilizamos dispositivos tecnológicos vamos generando en nuestro quehacer diario. Esto, como casi todo, puede ser bueno, malo o regular; depende de la intención con que se haga. Baltasar Fernández Manjón, director de la Cátedra Telefónica-UCM de Educación Digital y Juegos Serios, señala que el escándalo de Cambridge Analytics ha "socializado unos riesgos que ya desde hace mucho tiempo sabíamos que existían". Es cierto, recuerda el profesor Complutense, que como ya se publicó hace unos años "Facebook me conoce mejor que mi pareja" y que nuestras pautas de compra, lectura, entretenimiento... son almacenadas y utilizadas con distintos fines, "pero la clave es que esto se use bien o mal". De un tiempo a esta parte a la mera utilización comercial de estos datos, se han sumado otras nuevas. Una de ellas es la educación. Ya empiezan a existir experiencias que se presentan como una oportunidad de ir hacia nuevas formas de enseñar y de aprender. La Jornada "Las TIC en la enseñanza II. Innovación en el aula", que organizaron los vicerrectorados de Calidad y Tecnologías de la Información el pasado 9 de mayo en la Facultad de Odontología, dedicaron una de sus sesiones a analizar esta posibilidad.
La mesa redonda se tituló "Big data y learning analytics: sacando partido al rastro de nuestros estudiantes". Moderado por Baltasar Fernández Manjón, el debate reunió a José Fernando García Rodenas y Óscar Sanz Martín, representantes de las dos compañías que más en serio se están planteando esta posibilidad de aplicar el big data y la inteligencia artificial en el ámbito educativo, IBM y Microsoft, respectivamente, y a la profesora de la Facultad de Informática, María Vela Pérez, quien está trabajando en ver las posibilidades que tienen este tipo de herramientas en nuestra universidad. "El reporte que nos daría su utilización sería muy beneficioso", afirmó a modo de conclusión la profesora Vela.
¿Pero exactamente de qué estamos hablando? García Rodenas lo explica. Los estudiantes, como cualquier otra persona, generan datos. Lo hacen antes de llegar a la universidad, mientras están en ella y, por supuesto, también después. Las posibilidades, por tanto, que se abren tras aplicar inteligencia artificial a esos datos son enormes: desde poder aconsejar qué estudios se adaptan mejor a sus gustos o habilidades, hasta adaptar la enseñanza que se le ofrece a su ritmo de aprendizaje. También, como añade Óscar Sanz se abre, por ejemplo, la posibilidad de hacer análisis predictivo del abandono escolar y diseñar planes personalizados para evitarlo o incluso de analizar las situaciones ambientales que favorecen el aprendizaje. La compañía de Sanz, Microsoft, ha puesto en marcha experiencias en centros escolares estadounidenses en los que, por ejemplo, se relaciona la temperatura del aula con el rendimiento escolar. Ambas compañías llevan ya un tiempo trabajando y experimentando, y los resultados, según manifiestan, son "incluso sorprendentes". "Podemos hablar de un cambio de paradigma: ahora es el aula el que va a aprender de ti", afirma García Rodenas. "Las posibilidades, como se ha puesto aquí de manifiesto, son enormes", resume Fernández Manjón.
¿Y aquí, en la UCM, hoy por hoy se puede poner algo de esto en marcha? "Algo sí se puede hacer", explica María Vela, profesora del Departamento de Estadística e Investigación Operativa II (Métodos de Decisión) de la Facultad de Informática. Moodle, la plataforma utilizada en el Campus Virtual de la UCM -en el que un cada vez mayor porcentaje de profesores tienen desarrolladas sus asignaturas y a través del que cada vez también tienen un mayor contacto diario con sus estudiantes- permite recoger algunos datos relacionados con la actividad de los estudiantes, como por ejemplo cuándo y por cuánto tiempo se conectan o si se descargan o consultan la información que tienen a su disposición. "Necesitaríamos que los profesores utilizasen más y más la plataforma para que se generasen más datos, pero hoy por hoy el principal problema que tenemos es el de la confidencialidad. Sería necesario codificar los datos para poder utilizarlos de una manera sistemática", explica la profesora Vela. Si se hiciese, se podría avanzar, según apuntó, en temas como la predicción del desempeño futuro de los estudiantes, la intervención en los casos diferenciales, la personalización de procesos de aprendizaje o la adaptación de los contenidos. "La institución debe tomar la decisión de si queremos aprovechar esto", concluyó Vela, para quien no debería haber ningún problema en compatibilizar el uso "inteligente" de los datos que generan los estudiantes con el cumplimiento de todos las normativas y estándares de protección de datos. "Está claro -refrendó el profesor Fernández Manjón- que esto son decisiones que deben adoptar las instituciones, y que deben ir acompañadas de estrategias de implantación".
Por supuesto, todo este tipo de aplicaciones tienen sus detractores. "Solo nos faltará implantar un chip en la cabeza de los alumnos para saber dónde están o lo que piensan, y situar a su lado a unos señores con porras por si no nos gusta lo que averiguamos", señaló con ironía uno de los profesores que asistieron a la jornada, durante el turno de palabras con el que se cerró el debate.