Javier Mariscal es una bocanada de aire fresco. Lo son sus trabajos, siempre sorprendentes, y lo es él. Camuflado en la constante provocación, se esconde un niño que ya es un viejo, que nació -todo esto, por supuesto, lo dice él- "muy estropeado, muy disléxico, lo que no descubrí hasta los 50, por lo que hasta entonces creí que era idiota". Un niño que no quiere dejar de serlo, que siempre vive el hoy como si no hubiera mañana, y tampoco ayer. Que quiere sorprenderse, exclamar, gritar, saltar, caerse, llorar y levantarse. Esa es la vida y él ha pasado por todas las etapas, del oropel de Barcelona'92 a la ruina de hace pocos años. El truco es reinventarse. Él lo ha hecho a lo largo de sus ya 67 años de vida. ¿Cómo? El viernes 21 de abril lo explicó, a su manera, por supuesto, en la Facultad de Bellas Artes, al ritmo de la música, las imágenes y su voz. Como se dice ahora: imperdible.
"Toda una vida, yo estaría contigo". El bolero suena y Mariscal lo entona. Las imágenes son de finales de los 80, cuando casi todo estaba empezando. Desde entonces hasta ahora, Mariscal ha hecho de todo. Él se presenta como un diseñador multidisciplinar, aunque bien pudiera decir mega o tera-disciplinar. El vídeo lo muestra y él lo va comentando. Ha reinventado bares, restaurantes, tiendas; ha diseñado sillones, sillas, lámparas y hasta macetas; ha creado iconos, seres queridos y hasta personajes de dibujos animados; ha confeccionado tipografías de abecedarios enteros y hasta se ha atrevido a proponer el cambio de nombres de ciudades. Como ese MonteYouTuve que sustituiría a Montevideo, él siempre ha querido ir con los tiempos. Dice que nunca quiso pagar por aprender, que las universidades le parecen cárceles, que prefirió ser un friki solitario descubriendo poco a poco lo que quería ser. Por eso de su Valencia natal se fue a Barcelona. Allí le sorprendió el color, los Beatles, los 600, los Levi´s, el rock and roll y las francesas. Sus referencias van desde el cubismo, Matisse y Picasso, hasta los cómic, da igual súperheroes que de Tin Tin. Ama el cine de Buster Keaton y Chaplin, y los dibujos animados de Disney, tanto como a Velázquez, "las estatuas rotas" de Grecia o las mujeres, a las que ama sobre todas las cosas.
El vídeo (o YouTube) sobre el que Mariscal va dictando (es un decir) su conferencia, va repasando los momentos más destacados de su trayectoria. Primero, presenta ese carácter multifacético con el que se presenta, y después se centra en esos momentos que han hecho de él uno de los grandes. Por supuesto, ahí está Cobi. Lo vemos desde que nace como un perro peludo que anda a cuatro patas hasta convertirse en unas pocas líneas llenas de alegría y optimismo, que han logrado que por él nunca pase el tiempo. Su incursión por el mundo del cine, de la mano de Fernando Trueba, también merece un aparte. Chico & Rita fueron para él una experiencia inolvidable que por fin, según anuncia, pronto volverá a repetir, de nuevo con Trueba a los mandos. Esta vez los ritmos de La Habana, darán paso a la bosa nova de Río de Janeiro. Ha hecho muchas cosas, miles, pero todas tienen su sello, desde "sillas para tirarse pedos y que se ventilen" hasta cortos que se proyectan a diario en los cines de Nueva York.
La visita de Mariscal a Bellas Artes se enmarcó en una nueva sesión de la Cátedra Autric Tamayo, que en apenas unos meses de existencia ya se ha convertido en una actividad indispensable de la Facultad. Su patrono, Adolfo Autric, considera a Mariscal un genio. "Los artistas copian; los genios roban", afirma. El diseñador ha robado todo lo que ha podido a lo largo de su vida, aunque después, eso sí, a todo le ha dado la vuelta como un calcetín. Dice Mariscal que su secreto siempre ha sido ser él mismo, "ser muy natural, ser tal cual eres, no creerte nadie y sobre todo disfrutar". Es en ese punto cuando habla de su perenne mirada de niño, del vivir sin ayer y sin mañana. A los estudiantes que le escuchan boquiabiertos, con una sonrisa en la cara y un brillo en los ojos de admiración, les aconseja que no hagan nunca lo que no les guste, que huyan de los jefes, que procuren no ser nunca funcionarios. También que sean capaces de admitir sus defectos, y que ya puestos aprendan a mentir, a engañar, porque aunque no está bien hacerlo "siempre hay algún idiota que se lo cree y te lo compra". Lo dicho: imperdible.