De Cristina García Rodero dice Guillermo Armengol, profesor del Departamento de Comunicación Audiovisual y Publicidad I, que es "de los fotógrafos independientes más importantes que ha habido en España. Sin su trabajo -continúa el profesor- no entenderíamos la historia de España de los últimos 40 o 50 años. Ha captado un paisaje humano que nos ha dejado con la boca abierta". Para Armengol, Samuel Aranda es uno de los muchos fotoperiodistas que se han visto obligados a buscarse la vida fuera de España y que han demostrado que son muy buenos "y en su caso, excepcional". Aranda es, a juicio de Armengol, "autor de una de las mejores fotos de la historia del fotoperiodismo. Su foto en Yemen de una mujer y su hijo se convirtió en icono de la Primavera Árabe, y resume todo lo que debe tener una fotografía: acción, contexto y significado". Esa imagen le valió el World Press Photo 2012.
Samuel Aranda llegó al mundo del fotoperiodismo casi por casualidad. De hecho, él trabajaba en Gas Natural en la zona cercana a la localidad catalana de Santa Coloma. Era a comienzos de los 2000. A Samuel le gustaba la fotografía y siempre llevaba una cámara en su mochila. Así empezó a fotografiar diferentes movimientos sociales, desde okupaciones hasta los primeros movimientos de resistencia a los desahucios. Precisamente, sus primeras fotos publicadas, en ese caso por El Periódico de Catalunya, fueron las que realizó a unos desalojos muy sonados de casas baratas.
Poco después pasó algo que ya cambió la vida de Samuel para siempre. Dos amigos, uno palestino y otro israelí le invitaron a visitar sus respectivos hogares. Primero fue a Tel Aviv y después a Ramala. "Me cogió allí la guerra y empecé a enviar fotos a Efe, primero y a France Press". Ya con un cierto nombre hecho en la profesión fue a Canarias donde captó la problemática de la inmigración y las pateras. "Eran reportajes más sólidos que la simple fotonoticia del día. Quería contar historias, algo que trabajando para agencias casi nunca puedes hacer".
Poco después Aranda volvió a Palestina, en este caso a Gaza, trabajando para France Press. El sueldo era muy bueno, los medios para estar en el lugar de la noticia eran inmejorables, pero aquello no le llenaba. "Iba a los sitios, hacia las fotografías, pero no sabía nada de aquella gente, ni quiénes eran, ni casi qué les había pasado". El detonante de su marcha de France Press fue la manipulación que hicieron del pie de foto de unas imágenes de un barco israelí disparando a la playa de Gaza causando la muerte de niños y bebés. "Volver a ser freelance es lo mejor que me ha pasado. He recuperado mi libertad".
Para Cristina García Rodero la libertad siempre ha sido algo innegociable. Lo fue cuando poco después de acabar sus estudios de pintura y disfrutar de una estancia en Florencia, recibió una beca de la Fundación Juan March para llevar a cabo un proyecto que ella misma había diseñado. Se trataba de fotografiar la España menos conocida, la España rural, la España oculta. Aunque no estaba contemplado en el primer proyecto, el trabajo de García Rodero se centró en las fiestas religiosas. Minuciosa y casi nunca satisfecha, el trabajo se prorrogó más de lo esperado. Pasó incluso del periodo de la beca y pese a su solicitud ésta no fue prorrogada. La solución fue trabajar como profesora de pintura y aprovechar las vacaciones docentes para viajar a los más recónditos lugares en los que se celebrara una fiesta popular de tinte religioso. El trabajo se prolongó durante 15 años. "Sé que tengo mejores trabajos, pero La España oculta me marcó. Me mostró la importancia de la religión en la gente y cómo la Iglesia se aprovecha de ello, y sobre todo el deseo de vivir y disfrutar de la vida por encima de todo que tiene el ser humano".
García Rodero mostró a los asistentes al I Congreso Nacional de Fotografía Contemporánea un gran número de los trabajos que han seguido a La España oculta, algunos de ellos incluso aún sin presentar en público o sin terminar de editar. En todos ellos, como destacó García Rodero, persigue ese contraste entre la espiritualidad y lo pagano, entre la religiosidad y la sexualidad, entre ceremonias espiritistas extremas como las de María Lionza en Venezuela, la fiesta del color en la India o los cuerpos mezclados en los festivales eróticos más salvajes.