Ser filósofo y mediático no es tarea fácil porque en muchas ocasiones las palabras que usan los filósofos parecen muy alejadas del mundo cotidiano. En nuestro país muy pocos lo han logrado y entre ellos destaca Jesús Mosterín. Ha pasado por la Facultad de Filosofía de la Complutense para presentar su último libro, Ciencia, filosofía y racionalidad (editorial Gedisa), y allí aprovechamos para hablar con él.
- Escritores como Antonio Muñoz Molina, científicos como Pedro Etxenike y filósofos como usted en su último trabajo, coinciden en la necesidad de romper la barrera artificial que existe entre las humanidades y la ciencia. ¿Es una corriente que tiene cada vez más seguidores?
- Yo voy incluso más allá, porque considero que el concepto de humanidades está un poco obsoleto. Está noción surgió con el humanismo, con el renacimiento, y tenía mucho sentido después de 1.000 años de Edad Media porque la gente estaba un poco hasta el coco de tanta religión, pecado e infierno. Entonces se fomentó la idea de que la antigüedad había sido una época dorada y paradisiaca donde todo era más sereno y la gente buscaba la belleza y el placer. Era una imagen idealizada pero pensaron que había que volver a eso y que lo que estorbaba era esa obsesión con la Biblia y con los padres de la Iglesia. A eso se le llamaba las letras sagradas y se llamaba las letras humanas a Cicerón y demás clásicos. Así que volver a las letras humanas se llamó humanismo y esto se concretó en aprender bien latín y leer a los clásicos latinos. Mutatis mutandis ese sigue siendo el concepto de las humanidades, es decir, algo que tiene que ver con la literatura, la historia, la filosofía... Eso está muy bien, pero es evidente que la noción se ha quedado estrecha.
- ¿En un concepto más moderno de humanidades habría que incluir entonces a la ciencia?
- Es evidente. Hace 120 años no se sabía nada del genoma, ni siquiera se había forjado la palabra gen. No se sabía nada del cerebro, ni siquiera se sabía que existiesen neuronas. No se sabía absolutamente nada de la evolución humana y no se habían encontrado fósiles. Unas humanidades que excluyen el genoma, el cerebro y la evolución son unas humanidades que se quedan muy escuálidas. Unas humanidades que estuvieran a la altura de nuestro tiempo deberían servir de puente entre la ciencia y la filosofía, y que nos indicasen todo lo que estamos discutiendo acerca de nosotros mismos en todos los ámbitos.
- ¿Hay que saber ciencia para poder conocernos a nosotros mismos?
- Si nuestro interés por nosotros mismos es sincero debería ser un interés esforzado, que trate de sacar el jugo a todos los descubrimientos que hemos hecho sobre nosotros en los últimos 150 años, y eso es lo que harían unas humanidades a la altura de las circunstancias. Por ejemplo, la secuenciación del genoma humano tuvo lugar por primera vez, y provisionalmente, en el año 2000 y luego ya de manera definitiva en 2003. Esta secuenciación era como deletrear un libro que está escrito en un idioma que no entendemos y ahora estamos embarcados en el análisis de este material, algo que nos va a llevar todo el siglo XXI. Con este trabajo estamos descubriendo muchas cosas que son muy interesantes porque afectan tanto a nuestra salud, como a nuestra conducta y a todo. Y lo mismo ocurre con el cerebro porque todo lo que ilustraba a los humanistas de la literatura y de todas las cosas espirituales se refiere, en definitiva, a los circuitos neuronales que forman nuestro cerebro. De eso no sabíamos nada y ahora empezamos a saber, aunque todavía tenemos un conocimiento muy limitado, casi de tipo topográfico.
- ¿Y con la evolución?
- Igual. Primero nuestro conocimiento venía sólo de los huesos fósiles que nos encontrábamos en el suelo, y cada vez que se encontraba un nuevo trozo se ponía patas arriba toda la teoría antropológica. Ahora, afortunadamente, disponemos de los otros fósiles, que son los genéticos que encontramos en el genoma, donde hallamos genes y porciones de DNA que provienen de nuestros ancestros y eso nos ayuda a marcar cuáles son las líneas de la evolución de nuestro linaje. A veces se habla de los transgénicos como si fueran algo especial o tremendo, pero en realidad no hay transgénico tan transgénico como nosotros mismos, que sólo tenemos entre un 1 y un 2 por ciento de genes propios, mientras que el resto son genes que hemos heredado de todos los animales que hemos sido antes de llegar a ser lo que somos. Así que escarbar en el genoma es como escarbar en el suelo.
- ¿Qué papel jugaría la filosofía en esas nuevas humanidades?
- Platón decía que el filósofo es el que tiene la visión de conjunto. Actualmente todo es tan amplio que ningún individuo lo puede abarcar, así que para que la ciencia progrese hay que especializarse, aunque cuando uno se especializa mucho, ya sea un erudito o un científico, sabe cada vez más sobre cada vez menos, hasta que al final lo sabe casi todo sobre casi nada. Se dice que la ciencia, el saber y la filosofía forman como un espejo de la realidad, pero con esta especialización es como un espejo que se ha caído al suelo y se ha roto en mil añicos. Cada trocito de espejo refleja una cosa, pero así no obtenemos una visión de conjunto. Una de las misiones de la filosofía consistiría en recoger esos añicos y pegarlos de tal manera que volvamos a formar una imagen unitaria de la realidad, que es lo que llamamos la cosmovisión, la visión del mundo.
- ¿No es eso lo mismo que la divulgación científica?
- La filosofía y la divulgación científica se diferencian en el sentido crítico. Hay dos cosas que son como escollos en los que puede encallar la nave de la filosofía, que son el cientifismo y el anticientifismo. El cientifismo es, sencillamente, creer todo lo que digan los científicos, cuando en realidad no hay más razón para creer lo que dice un científico que lo que dice un no científico, porque ciencia no es lo que dicen los científicos, sino que es lo que corresponde al método científico. Los científicos dicen muchas cosas, pero sus opiniones no tienen más valor que las de cualquier otro a no ser que estén hablando de su propia especialidad y de cosas que han sido estudiadas y probadas.
- ¿Eso deja fuera teorías que todavía no han sido corroboradas?
- Por ejemplo, en la física teórica hay gente inteligentísima trabajando, haciendo unas teorías formidables, matemáticamente muy sofisticadas, pero que no han tenido la más mínima comprobación científica y experimental hasta el momento. Estas teorías son un poco como la teología, como la poesía o, mejor dicho, como la matemática pura. Son teorías que hacen estudios muy finos y matemáticamente muy elegantes, que construyen modelos que pretenden ser representaciones de la realidad, pero son representaciones sin presentaciones. Si yo hago un mapa de Madrid al menos tendré que ir a algún barrio, coger mi mapa y andar por las calles para comprobar que coincide, pero si hago un mapa aleatorio que nadie ha comprobado que corresponde con nada, puede ser un mapa muy bonito como cuadro, pero no es un mapa de la realidad. Aquí entran los filósofos, que tienen que escuchar lo que dicen los científicos, pero deben tener una mayor obligación de aplicar la crítica y ver si las teorías son consistentes y ver si lo que predicen no se conocía con anterioridad.
- ¿No hay científicos que también son críticos?
- Hay muchos científicos con preocupaciones filosóficas y desde luego las tenían todos los grandes científicos desde sir Newton hasta Einstein. Todos ellos son también medio filósofos o filósofos enteros con un sentido crítico grandísimo. Lo que no puede haber, en ningún caso, es un filósofo que sea anticientífico, como hacen los posmodernos y otros que piensan que la filosofía se reduce a un juego de palabras. Pero tampoco debe haber un filósofo que se deje llevar por un cientifismo un poco papanatista de creerse todo lo que dicen los científicos. Lo ideal es una cosa intermedia y todos debemos prestar mucha atención a lo que va diciendo la ciencia, pero tratando constantemente de separar el grano de la paja.
- En el libro Ciencia, filosofía y racionalidad asegura que la filosofía que es mera palabrería ya no le interesa a nadie y añade que habría que inventar una nueva filosofía. ¿Cómo sería?
- Se puede distinguir históricamente entre la gran filosofía y la pequeña filosofía. La grande es la que hacían Aristóteles, Descartes, Leibniz o el mismo Kant. La pequeña es la que está enredada con juegos de palabras y con ideologías. También hay que saber que no es lo mismo ser filósofo que licenciado en Filosofía, porque esto es básicamente una dimensión humana y no una profesión o un título. Si Aristóteles resucitase ahora y se presentase al rector de la Complutense para pedirle trabajo, le pondría en un aprieto porque no sabría en que Facultad ponerle, porque Aristóteles hablaba de la lógica y la ética, pero también de derecho, biología, astronomía... Podrían ponerlo prácticamente de catedrático en cualquier Facultad, y lo mismo a Descartes o a Leibniz, que era ingeniero de minas e inventaba máquinas para extraer el carbón. Kant mismo propuso la primera hipótesis, que todavía vale, acerca de la formación del sistema solar. A ese modelo de filósofo es al que habría que ir de nuevo.
- En su libro sorprende la importancia que da a la teoría antrópica, que sitúa al hombre en el centro del universo. ¿Realmente hay filósofos y científicos que todavía piensan así?
- Para darte un detalle, una semana después de esta entrevista estaré en Oxford, donde me han invitado a una especie de seminario sobre este tema. Estaremos astrónomos, físicos y filósofos hablando sobre este principio antrópico que es una majadería financiada en gran parte por una fundación americana de un señor muy carca y muy católico que se llama John Templeton, que da dinero a diestro y siniestro para organizar actos con la esperanza de que se cuelen algunos temas religiosos, creacionistas y antropocéntricos. Es deseable que los filósofos hagamos ciencia y los científicos hagan filosofía, pero eso no quiere decir que no podamos decir tonterías como esta del principio antrópico.
- También hay filósofos como el italiano Umberto Galimberti que en su libro Los mitos de nuestro tiempo asegura que la especie humana está más allá del resto de los animales porque no tiene naturaleza ni instintos. ¿Qué le parece esa postura?
- Eso tampoco tiene sentido porque la naturaleza humana está en el genoma. Las demás cosas son variables. Por ejemplo, yo cada día aprendo algo y olvido algo, mi cultura va cambiando cada día, pero no mi naturaleza. Mis genes no cambian y a no ser que haya una mutación rarísima me muero con los mismos genes con los que nací. Además el aprendizaje siempre está determinado por nuestras capacidades congénitas de aprender y si estas capacidades están limitadas esa limitación a veces se puede superar tecnológicamente, pero es evidente que la naturaleza humana siempre estará ahí.
- Esta opinión suya parece sacada del libro El gen egoísta, de Richard Dawkins. ¿Qué opina de su teoría sobre los memes, que postula que los rasgos culturales se replican como los genes?
- Podemos comer con la mano, con palillos o con cuchara y tenedor. Todo esto son memes, rasgos culturales que ejercen la misma función pero que son alternativos en diferentes lugares o culturas. En el acervo génico humano para cada gen tenemos los alelos, es decir versiones alternativas de este gen, que en los humanos son solo dos, mientras que en el caso de la cultura tenemos mucho más donde elegir y precisamente por eso la cultura es muy diferente en cada uno. No sólo entre la cultura que tengo yo y la que tiene un campesino chino, sino también entre la que tengo yo ahora y la que tenía con 15 años. Todo es variable en el mundo de la cultura, pero no en el mundo de la naturaleza que a corto plazo es muy estable, aunque es cierto que también varía a lo largo de millones de años.
- Buscando información para realizar esta entrevista he comprobado que tanto yo como miles de españoles ya le leían a usted cuando éramos niños. Me refiero en concreto a su colaboración en la enciclopedia Fauna. ¿Cómo se metió un filósofo en esa aventura?
- A mí me interesan mucho los animales y su mundo y el de la naturaleza me parece muy bonito, es como una especie de fiesta constante. Aparte de eso yo en aquella época estaba complementando mis parvos ingresos académicos con mi actividad en la editorial Salvat. En ese momento estaba empezando la venta de colecciones por fascículos y eso coincidió con los programas de la televisión de Félix Rodríguez de la Fuente, que tenían un gran éxito. En Salvat pensamos que sería interesante conjugar las dos cosas para hacer una obra sobre los animales así que lo pusimos en marcha y yo incluso estuve en África y otros sitios con Félix Rodríguez de la Fuente, que era uno de los hombres más vitales, atractivos y dinámicos que yo he conocido. La gente no suele saber que Fauna es la obra española que más se ha vendido de todos los tiempos, incluso más que el Quijote. Se ha traducido a idiomas como el hebreo, el afrikaans, el finlandés y el japonés, aparte de los habituales inglés, francés y alemán. Se han vendido millones y millones de volúmenes e incluso en Alemania la introducción de la obra la escribió, sin cobrar, Konrad Lorenz.
- ¿Cree que aquello sirvió para crear una conciencia más animalista, o al menos más preocupada por la naturaleza, en nuestro país?
- Pienso que el intelectual que más ha contribuido a cambiar la cultura española, sin duda ninguna, ha sido Félix Rodríguez de la Fuente. Antes de él existía la España negra, ese mundo de la sangre, la inquisición, los toros, y ese mundo siniestro y cruel del absolutismo y del viva las cadenas que estaba totalmente alejado de la naturaleza. Yo por ejemplo hice la mili, que era obligatoria, y estuve en un campamento cerca de la Sierra de Guadarrama que se llamaba el Campamento del Robledo, y se llamaba así porque estaba en un robledal. Cuando estaba allí les preguntaba a mis compañeros y a los oficiales: "¿Estos árboles qué son?". Y ninguno sabía responderme, aunque por el nombre del campamento era obvio. Y no tenían ni idea porque aquí no se sabía nada de la naturaleza ni le interesaba a nadie, y sólo se pensaba en los animales para torturarlos, matarlos o cazarlos. Todo esto lo cambió Félix Rodríguez de la Fuente, que además de saber mucho y ser muy entusiasta, sabía manejar a la gente. Por ejemplo, se hizo amigo del que es ahora el rey Juan Carlos, que desde que se murió Félix se dedica a la caza y a cosas extrañas aparte de romperse piernas, pero cuando estuvo en relación con Félix se controlaba y este incluso trató de convertirle en una especie de animalista.
"La tradición tiene valor nulo como justificación ética"
Los humanos tenemos una serie de capacidades congénitas, que si no las desarrollamos se quedan anquilosadas, como pueden ser "la capacidad lingüística o la compasión". Explica Mosterín que a eso de los dos años los niños humanos tenemos un periodo que en cuanto oímos unas cuantas oraciones en un idioma el cerebro nos permite construir una gramática de esa lengua y a partir de entonces somos capaces de expresar ideas nuevas y de decir cosas que nunca hemos oído. "Y esto pasa de manera semejante con otro tipo de capacidades y la compasión es una de ellas. Por ejemplo, los seres vivos y sobre todo los machos de los mamíferos y de algunas aves son muy propensos a pelear entre ellos, y los que son más agresivos en general tienen ventaja y son los que se reproducen más, pero al mismo tiempo también hay mecanismos que inhiben esa agresividad". En la mayor parte de los casos cuando dos machos luchan en una pelea que parece a muerte, y uno de ellos se da cuenta de que el otro es más fuerte, automáticamente deja de luchar, se inclina y ofrece su cuello para que le muerda y le mate. El otro, cuando ve que le está ofreciendo el cuello nunca muerde, se echa para atrás y se va. Una vez que el otro reconoce la superioridad no hay ningún interés en recrearse en su victoria haciéndole sufrir. Eso le pasa por ejemplo al toro que ha sido torturado por el sádico picador y por los banderilleros. En ese momento el torero se pone de rodillas delante de él, y el toro entiende que ese ser agresivo se está humillando, y aunque no comprende qué está pasando le deja tranquilo, y así el torero puede presumir de valentía con su actuación.
Mosterín dedicó un libro entero al tema de la tauromaquia, titulado A favor de los toros (al que la editorial añadió una faja aclarando "Contra las corridas"), en el que desmonta todos los banales argumentos de la "caterva taurina", entre ellos el tan manido de la tradición, porque como afirma también en Ciencia, filosofía y racionalidad, "la tradición tiene valor nulo como justificación ética".
Añadía Mosterín en ese libro que "es curioso que todavía se escuchen entre nosotros llamadas al etnocentrismo acrítico y troglodita, invitándonos a cerrar filas en defensa de los aspectos más siniestros de nuestra tradición colectiva, como si lo tradicional y étnico estuviera por encima de toda crítica y racionalidad". Otras cosas que también son o han sido tradicionales "y no por son eso defendibles son la quema de herejes, la ablación del clítoris o sacar los ojos a los prisioneros de guerra".