Corina Oproae
Poeta y traductora, Corina Oproae nació en Transilvania, Rumanía. Reside en Cataluña desde 1998. Escribe en español y en catalán, traduce del rumano y del inglés al catalán y al español. Ha traducido autores como Marin Sorescu (premio Cavall Verd Rafel Jaume de Traducción Poética, 2014, premio Marin Sorescu, Craiova, Romania, 2015) Lucian Blaga, Gellu Naum, Ana Blandiana (premio Jordi Domènech de Traducción de Poesía, 2015), Norman Manea, Dinu Flamand o Mary Oliver (Premio Nollegiu, 2018). En español ha publicado Mil y una muertes (2016), Intermitencias (2018) Y Temprana Eternidad (2019), bajo el sello Caza de Libros & Ulrika Ediciones, Colombia que incluye, además de una selección de poemas ya publicados, poemas inéditos hasta esa fecha. Desde dónde amar es su último libro, en vías de publicación. En catalán ha escrito La mà que tremola (La mano que tiembla), un libro de reflexión poética sobre el hecho de escribir en una lengua que no es la lengua materna (Llibres del Segle & CafèCentral, 2020). Ha sido incluida en las antologías ¿Y si escribes un haikú? (La Garúa Poesía, 2019), a cargo de Josep M. Rodríguez, El Quadern de Versàlia, IX de homenaje a Ceclília Meireles (Papers de Versalia, 2019), El paraigua de Joan Brossa / El paraguas de Joan Brossa (Papers de Versalia, 2020), Radical 3 Dis…solucions poètiques a cargo de Jaime D. Parra (Promarex, 2020) o Alejandra Pizarnik y sus múltiples voces, edición a cargo de Mayda Bustamante (Huso Editorial, 2021). Es autora y traductora de la antología de poesía catalana actual, La hora indefensa (Escarabajo Editorial, Bogotá, 2021).
Porque no es tuyo
No sabes acabar este poema
porque no es tuyo.
Te llegó un día lleno de amapolas
calladas, exangües y ausentes.
Se te posó sobre los ojos
como una mariposa despistada
y te cegó,
pero sentías sus alas
tambaleantes, aturdidas, lejanas.
Hoy, su aleteo ilumina tu ceguera.
Te habla en una lengua extraña
hecha de un silencio infinito
como un campo de trigo verde
dormido bajo el sol.
Te confiesa que hay muertos jóvenes
que aún pueden oler la tierra húmeda,
muertos que viven abrazos en la hierba,
felicidades amargas que palpitan
bajo la piel del olvido,
últimos y sagrados deseos de inocentes
desaparecidos en alguna de tantas guerras,
o un hambre atávica que se filtra raíces abajo
junto al olor a pan recién hecho.
También te confiesa que hay muertos viejos
que ya no pueden oler ni recordar olores,
muertos que se han vuelto materia
en descenso hacia el centro de la tierra
donde toda la vida que hemos sido
se reduce a un punto ínfimo
que todo lo contiene.
No sabes acabar este poema
porque no es tuyo.
Es el poema de todos los que han vivido
muerte y vida voluptuosamente,
los que saben que la tumba
es el único espejo que siempre
te devuelve el mismo rostro.
Un poema que sube desde las entrañas de la tierra,
desanda tiempo y espacio,
se posa sobre tus ojos
—efímera mariposa cegadora,
y te pide desesperadamente que lo continúes.
(De Mil y una muertes, La Garúa Poesía, 2016)
La lengua en la que escribo
La lengua en la que escribo
es un sueño que dilata la pupila hasta que cabe el mundo,
es la fragancia de un puñado de tierra húmeda
que arrojo cada día sobre la tumba de aquel poeta exiliado,
es un cuerpo que se derrite en la incandescencia de la arena.
La lengua en la que escribo
la componen retazos de vida y recuerdos que desafían el olvido,
aquel río callado que se quedó ahí en la infancia,
un banco de madera colocado para poder conversar con estrellas,
punzantes vuelos de abejas sobre la tierra baldía de la soledad
y el eco rodado de todos los versos que jamás se han escrito.
La lengua en la que escribo
es un libro interminable que cada día renace en llamas,
un pájaro alado que mece en su vuelo la dicha y la desdicha,
una oruga impaciente que devora decepciones y esperanzas,
es una margarita enorme cuyos pétalos me arroja la vida en la cara.
(De Intermitencias, Sabina Editorial, 2018)
Podrías decir que la lengua-madre huele a fresas salvajes, a café recién hecho, a libros nuevos. Pero te das cuenta de que esta no sería toda la verdad. También huele a largas colas que no has hecho nunca para comprar el pan. A zumbido de abejas. Y a ausencias. Ya no puedes decir lengua-madre. Suprimes la palabra y solo dices lengua. Esta o aquella. Un sonido que te acune, aunque sabes que tus heridas no se cerrarán nunca.
(De La mà que tremola/La mano que tiembla, Cafè Central & Llibres del Segle, Barcelona, 2020)