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María Zambrano, discípula y maestra

Poéticas del pensamiento

Homenaje de la UCM a los 30 años de su muerte



        Hay momentos cruciales en nuestras vidas a los que, sin embargo, no solemos darle el valor que merecen, acaso porque cuando llegan traen una carga de pasado cuya densidad tarda en dar paso al presente. Un ejemplo es el ingreso en la universidad. Hemos atravesado el tiempo de la educación “primaria”, fuimos estudiantes “de secundaria”, y ahora estamos en la puerta de la “educación superior”. Habremos llegado hasta allí con esfuerzos o con la naturalidad de lo que continúa, con obligaciones externas o siguiendo nuestra voluntad. Dediquémosles un instante a esas imágenes, casi oníricas, que nos pertenecen: fuimos niños y niñas que aprendieron qué es la lectura y qué es la escritura. Nada más extraordinario, aprendíamos a mirar y a escuchar, se nos entregaba el mágico hilo de Ariadna con el que entrar sin miedo en tantos laberintos inevitables. Después vinieron las memorias, las que traían hechos de antepasados, los datos, las herramientas y, a su vez, se nos desvelaba el peso del mundo y de las palabras con las que el mundo seguiría su viaje. Y las decisiones, y las sorpresas, y el asombro, y la felicidad extrema y la tristeza nueva. Ya no habitábamos la infancia, ni siquiera vivíamos ya la incertidumbre de la adolescencia…

La universidad, universal, universo… Todo esto es válido en nuestro hoy, aunque se obstinen en confundir amor al saber con cuentas de resultados y salidas profesionales. Pero pensemos en María Zambrano, cuando al hábito y a la costumbre tanto le cuestan unir “mujer estudiante universitaria”: trae una maleta de recuerdos y olvidos, de deseos y fronteras, de experiencia y de necesidad, de anhelos y de ciertas certezas irrenunciables, en una España que es Europa y es el Mundo ardiendo, pero donde brota, también, un manantial inédito de sentido.

Podríamos estar hablando de este curso 2021-2022 que aprende a sanarse de la experiencia de un acontecimiento inimaginable, que ya sentimos lejano y no lo está. Como no lo está ella, esa joven española, en los años veinte del novecientos, en la Universidad Central de Madrid y su “viejo caserón de San Bernardo”. María Zambrano va a terminar en las aulas sus estudios de Filosofía, que ha cursado “por libre” los primeros años. Atraviesa el dintel de una época que le correspondió, como a su generación, hilar con hilos de niñez y adolescencia social, de soñada juventud y madurez cívicas propias y ajenas. De desigualdad. Y de conceptos que todavía había que crear para que contuvieran un presente universalmente habitable, que le tendiera la mano al porvenir.

María Zambrano discípula a veces, alumna otras. Profesora, antes de dar ella misma clases, desde el momento en que empieza a entregar artículos en prensa, como los de la columna “Mujeres”, de 1928, en el periódico El liberal, donde dedica entusiasmo y rigor a recordar el hito histórico, transformador, que va a suponer la Ciudad Universitaria de Madrid. Y lo que supondrá para las mujeres esa nueva Ciudad, que es mucho más que una geografía, como es mucho más que una circunstancia que las mujeres empiecen a tener voz y decisión en el espacio de lo común. Maestra, más tarde, cuando vayan apareciendo sus libros que acercarán a la ciudadana y a la investigadora, a la lectora, a la filósofa entre poetas, a la mujer que mira y escucha y escribe “para conservar la soledad en que se está”. No es difícil saberla en la biblioteca, estudiando para un examen, o buscando ese libro que habrá pasado por tantas manos y tantos corazones. Toma el tranvía, recorre las calles que la regresarán a su casa de tertulias en domingo porque las mujeres todavía no tienen su sitio en las tertulias de los cafés. Pasea con algún amigo poeta depositario de secretos y esperanzas. Universitario mundo de lecturas y pensamientos, de risa y pasillos de la Facultad, de aulas recién nacidas comprometidas con su generación.

A España regresó la última exiliada, el testimonio de un lugar y de un tiempo cuya lejanía no lo era por años transcurridos, pero sí por fracaso acumulado y trabajo por hacer. Lo hacía, sin embargo, desvelando nuestro presente, sostenido por el suyo. Estas jornadas, que la hallarán discípula y maestra en la Universidad Complutense de Madrid treinta años después de su fallecimiento, quieren compartir el regreso físico y el simbólico, el cívico, el creativo, el investigador. Pues como aprendiera la discípula María Zambrano y nos enseñó la maestra María Zambrano, sabemos que una actitud cambia el mundo. Y que la vida es siempre encrucijada, cruce de caminos que la universidad ha de ayudar a recorrer con criterio. Crucial. Eso no debe olvidarse.

Marifé Santiago Bolaños