Algunos poemas de Mihail Eminescu
1.
Singurătate
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Soledad
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Cu perdelele lăsate, |
Y con las cortinas echadas, sentado en mi mesa de pino, el fuego crepita en la estufa, y me hundo en mis pensamientos.
Cruzan en bandos por mi mente, dulces ilusiones. Recuerdos que cantan lentos como grillos[i] entre negros y viejos muros,
o caen pesados, caen suaves y se rompen en mi alma triste, como se derrama la cera en gotas a los pies de Cristo.[ii]
En el cuarto, por los rincones se han tejido telarañas y entre los libros apilados andan furtivos los ratones.
En esta paz tan y tan dulce levanto al desván mi mirada y escucho cómo las cubiertas de mis libros las van royendo.[iii]
¡Ay! ¡cuántas veces he querido colgar en un clavo mi lira y poner fin a la poesía, y poner fin a este vacío!
Pero entonces grillos, ratones, con su leve-menudo andar, me acercan la melancolía, que de nuevo se hace verso.
A veces... demasiado pocas... a la tarde al prender la lámpara, se estremece mi corazón cuando oigo sonar el pestillo...
Es Ella. La casa desierta de pronto me parece llena, al umbral negro de mi vida se asoma un icono de luz.
Y me enoja ver cómo al tiempo no le entristece ir pasando, mientras susurro con mi amada mano en mano, boca en boca.[iv] |
[i] El canto de los grillos, ese cri-cri monótono, siempre está relacionado en el mundo poético de Eminescu con momentos de tristeza y melancolía. Compárese este ir describiendo la tristeza inicial del poeta, con el v. 31 del poema Melancolía [nº 6], en donde aparece también un grillo, un grillo que evoca la figura de un “cura”, con su traje negro, con sus monótonos cantos.
[ii] Las imágenes cristianas serán una constante en la poética de Eminescu; imágenes de interiores de iglesias, de velas que arden y dejan caer su cera junto a las estatuas de santos, de vírgenes y del propio Jesucristo, como en este caso.
[iii] En las versiones anteriores a su publicación, tantos las arañas como los ratones se presentan como “mensajeros de la tristeza tranquila”; tranquilidad que se evoca en estos versos, apoyado por la “paz” del v. 17.
[iv] Esta descripción, de rememorar la imagen de Verónica Micle y las dificultades que los enamorados encuentran para dar rienda suelta a su pasión, más parece parte de un sueño que demostración de una realidad. La amada, el amor, que triunfa por encima de la poesía, de la lira, sobre la tristeza, la soledad y la melancolía. En un folio del manuscrito 2280 (fol. 25) se han escrito unas temblorosas palabras, que vienen a mostrarnos en toda su plenitud este momento –fugaz-, pero momento, al fin de cuentas, del gozo amoroso: “Eram ferice / Te-aveam pe braţ” (“era feliz / te tenía en mis brazos”)... y más adelante: “picam de somn” (“me quedaba dormido”).
3.
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şi dacă... |
y si... |
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Şi dacă ramuri bat în geam Şi se cutremur plopii, E ca în minte să te am Şi ’ncet să te apropii.
Şi dacă stele bat în lac Adâncu-i luminându-l, E ca durerea mea s’o ’mpac Înseninându-mi gândul.
Şi dacă norii deşi se duc De iese ’n luciu luna, E ca aminte să-mi aduc De tine ’ntotdeauna. |
Si ramas golpean los cristales y si se estremecen los álamos, es para guardarte en mi mente y acercarte dulce a mi lado.
Si estrellas golpean en el lago[1] iluminando sus abismos, es para aliviar mis penas serenando mis pensamientos.
Si negras nubes se disipan, y se ve en las olas la luna, es para recordar tu imagen por toda una eternidad. |
[1] bat (vv. 1 y 5) hace alusión tanto a ‘golpear’ como a ‘reflejar’. Nos hemos limitado a uno de los significados, para así mantener el paralelismo de las acciones al inicio de las dos primeras estrofas.
63.
Luceafărul / El lucero |
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Luceafărul aşteaptă.
* Trecu o zi, trecură trei
Te ‘nalţă din călcâie; * Porni luceafărul. Creşteau * În locul lui menit din cer |
Érase una vez, como en los cuentos, érase una vez, como nunca, de una gran familia imperial, una muy hermosa doncella.
Y era la única de sus padres y maravillosa por todo, como la Virgen entre los santos y la luna entre las estrellas.
Por la sombra de grandiosas bóvedas ella encamina sus pasos hacia la ventana, allí en la esquina el Lucero está esperando.
Miraba cómo por el horizonte del mar surge y resplandece, cómo por las sendas agitadas guía negros veleros.
Lo ve hoy, lo ve mañana, y así termina por desearlo; y él, mirándola durante semanas, cae rendido ante la doncella.
Mientras ella apoyaba en las palmas, soñando, su cabeza, de amor por él su corazón y su alma se colman.
Y con qué viveza él surge en cada atardecer, hacia la sombra del negro castillo cuando ella se le aparece.
*
Y paso a paso tras sus huellas se desliza en su alcoba, tejiendo con sus fríos destellos una red de vivas llamas.
Y cuando en la cama se tiende para dormirse la niña, le roza las manos sobre el pecho, le cierra las dulces pestañas;
y la luz desde el espejo por su cuerpo se derrama, por sus ojos, que palpitan cerrados, por su rostro hacia él vuelto.
Ella lo miraba con una sonrisa, él temblaba en el espejo, pues la seguía en lo profundo del sueño para unirse así a su alma.
Y ella mientras duerme le habla, y sollozando hondamente suspira: -“¡Oh, dulce Dueño de mis noches! ¿Por qué no vienes? ¡Ven!
¡Desciende hasta mí, tierno lucero, deslizándote por un rayo, entra en mi casa, en mi pensamiento, y dale luz a mi vida!”.
Él escuchaba tembloroso, brillaba con más fuerza, y como un relámpago se lanzaba, se sumergía en el mar;
y el agua donde ha caído en círculos se agita, y del abismo desconocido surge un hermoso joven.
Ligero, como por un umbral, cruza el alféizar de la ventana, y aprieta en la mano un bastón coronado de cañas.
Parecía un joven Príncipe con cabellos de oro, suaves, un cárdeno sudario se anuda sobre sus hombros desnudos.
Y la sombra de su rostro traslúcido es blanca como si fuera cera. – Un hermoso muerto con ojos vivos que lanzan hacia fuera destellos.
-“Con esfuerzo, bajé de mi esfera por seguir tu llamada, y el cielo es mi padre y mi madre es la mar.
Para llegar a tu alcoba, para verte más de cerca, he descendido con mi claridad y he nacido de las aguas.
¡Oh, ven! mi más preciado tesoro, y abandona tu mundo; yo soy el lucero de la altura, sé tú mi prometida.
Allí, hasta palacios de coral, te llevaré por muchos siglos, y todo el mundo en el océano se someterá a tu voluntad”.
-“¡Oh, eres hermoso como sólo en sueños un ángel se revela, pero el camino que has abierto no voy a seguirlo jamás!
Extraño por el habla y la ropa, tú resplandeces sin vida, mientras yo estoy viva, tú estás muerto, y tus ojos me hielan”.
*
Pasó un día, pasaron tres y otra vez, de noche, vuelve el Lucero por encima de ella con sus rayos serenos.
Ella mientras estaba durmiendo debió de recordarlo y el deseo por el Dueño de las olas se apodera de su corazón:
-“¡Desciende hasta mí, tierno lucero, deslizándote por un rayo, entra en mi casa, en mi pensamiento, y dale luz a mi vida!”.
Cuando él la oyó desde el cielo, se apagó por el dolor, y el cielo comienza a girar en el lugar donde desaparece;
en el aire rojas llamaradas se extienden por todo el mundo, y desde los valles del caos un orgulloso rostro se materializa;
sobre su negra cabellera la corona parece que arde, se acercaba en verdad flotando bañado por el fuego del sol.
Del negro sudario salen sus brazos de mármol; se acerca triste y pensativo y con el rostro pálido;
pero sus ojos grandes y maravillosos brillan profundos como quimeras, como dos pasiones insaciables y llenas de oscuridad.
-“Con esfuerzo, bajé de mi esfera al escucharte una vez más, y el sol es mi padre y mi madre es la noche;
¡Oh, ven!, mi más preciado tesoro, y tu mundo abandona; yo soy el lucero de la altura, sé tú mi prometida.
¡O, ven!, para que en tus cabellos rubios cuelgue coronas de estrellas, para que aparezcas en mis cielos más hermosa que ellas”.
-“¡Oh, eres hermoso como sólo en sueños un demonio se revela, pero el camino que has abierto no voy a seguirlo jamás!
Me duelen por tu cruel amor las cuerdas de mi pecho, y mis ojos grandes y pesados me duelen, tu mirada me quema”.
-“¿Y cómo quieres que descienda? ¿Acaso no puedes entender que yo soy inmortal, y que tú mortal eres?”.
-“No busco palabras diferentes, ni tampoco sé cómo empezar. Y por muy claro que me hables, no consigo entenderte;
pero si quieres de verdad que termine amándote, desciende tú a la tierra sé mortal como yo lo soy”.
-“Tú me pides la inmortalidad a cambio de un beso, mas deseo que sepas sin duda lo mucho que te amo;
sí, quiero nacer del pecado, sometiéndome a otra ley; estoy encadenado a la eternidad, pero quiero que me desaten”.
Y se va... y ya se fue del todo. Por amor de una joven ha dejado su lugar en las alturas, desapareciendo varios días.
*
Por aquel entonces, Catalín, un astuto joven de la casa, el que llena las copas con vino a los invitados en los banquetes,
un paje que lleva paso a paso el manto de la emperatriz, bastardo sin padres y abandonado, pero atrevido en su mirada,
con mejillas como dos peonías rojizas, ¡oh Dios mío!- se desliza y acecha silencioso mirando a Catalina.
Pero qué hermosa se ha vuelto, ¡por Dios!, y qué orgullosa; bien, Catalín, llegó la hora de probar tu fortuna.
Y la abrazó casi sin rozarla al pasar en un rincón con mucha prisa. -“¿Qué es lo que quieres, Catalín? ¡Vete y cuida de tus asuntos!”
-“¿Qué quiero? Querría que no estuvieras pensativa durante todo el día, que antes rieras y que me dieras un beso, tan solo un beso”.
-“Pero si no sé lo que pretendes, déjame en paz, aléjate de mi vista- ¡Oh, al lucero del cielo anhelo tanto que me muero!”.
- “Si no lo sabes, te enseñaría poco a poco todo sobre el amor, pero no te enojes por esta vez, quédate aquí por tu voluntad.
Como el cazador tiende en el bosque su lazo a los pájaros, cuando yo tienda el brazo izquierdo tú rodeame con tus brazos;
y tus ojos sin moverse permanezcan bajo mis ojos... si te alzo por la cintura, tú álzate de puntillas;
cuando mi rostro se incline a ti, hacia arriba levanta el tuyo, que nos miremos con ansiedad y con dulzura toda la vida;
y para que te sea por completo el amor conocido, cuando me incline para besarte, también tú bésame”.
Ella escuchaba al joven asombrada y divertida, y avergonzada y cariñosa ya no quiere, ya se deja.
Y le dijo en voz baja: “-Desde niño yo a ti ya te conocía, y que charlatán, tan insignificante, serías muy apropiado para mí...
Pero un lucero, que ha surgido del silencio del olvido, entrega horizontes sin límites a la soledad del mar;
en secreto yo bajo mis pestañas, pues me las anega el llanto cuando pasan las olas del agua que viajan a su encuentro;
brilla con un amor inefable para ahuyentar mi dolor, pero se eleva más y más alto para que no lo pueda alcanzar.
Entra triste con sus rayos fríos desde el mundo que nos separa... Lo amaré siempre y siempre estará demasiado lejos...
Por eso los días me resultan desiertos como la estepa, mas las noches son de un embrujo santo que ya no puedo entender”.
-“Tú eres una niña, aún es así... escapémonos juntos por el mundo, hasta que nos pierdan el rastro y nadie recuerde nuestros nombres,
y así, seremos los dos sabios, seremos alegres y dichosos, olvidarás el amor de tus padres y el soñar con luceros”.
*
Partió el lucero. Le crecían en el cielo las alas, y caminos de miles de años pasaron en otros tantos instantes.
Un cielo de estrellas por debajo, un cielo de estrellas, por encima- Parecía un rayo infinito errante entre todas ellas.
Y de los valles del caos, en torno a sí mismo veía, igual que el primer día, cómo brillaban las luces;
cómo brotando lo rodean igual que nadando los mares... Él vuela, ansia llevada por el deseo, hasta que todo desaparece, todo;
pues donde llega no hay fronteras, ni ojos para conocer, y el tiempo intenta en vano nacer del fondo del vacío.
No hay nada y sin embargo hay una sed que lo absorbe; es un abismo semejante tan solo al ciego olvido.
-“Del suplicio de la negra eternidad líbrame, Padre querido, y alabado seas por los siglos a lo ancho de todo el mundo;
¡oh, pídeme, Señor, cualquier precio, pero concédeme otro destino, pues tú eres fuente de vida, tú eres quien otorga la muerte!
Quítame la aureola de inmortalidad y el fuego de mi mirada, y a cambio de todo concédeme tan solo una hora de amor...
Del caos, Señor, he aparecido y quiero volver al caos... y del reposo he nacido. Tengo sed de reposo”.
-“Hiperión, que de los abismos surges con un mundo entero, no me pidas signos ni milagros que no poseen rostro ni nombre;
¿tú en hombre quieres convertirte, parecerte a como son ellos? Aunque murieran todos los hombres nacerían otros hombres de nuevo.
Ellos construyen en el aire sus vanos ideales- Cuando su tumba encuentran las olas, otras olas surgen detrás de ellas.[i]
Ellos poseen estrellas de la suerte y son acosados por el destino, nosotros ni espacio ni tiempo tenemos, nunca hemos conocido la muerte.
Del seno del eterno ayer vive hoy el que se muere; si en el cielo se apaga un sol, un nuevo sol se enciende;
aunque parezca salir eternamente, le amenaza también la muerte, pues todos nacen para morir y para nacer todos mueren.
Pero tú, Hiperión, permaneces dondequiera que te ocultes... Pídeme mi primera palabra – ¿Quieres que te dé sabiduría?
¿Quieres que dé voz aquella boca, para que tras su canto vayan las montañas con sus bosques así como las islas del mar?
¿Quieres quizás mostrar por tus hechos justicia y autoridad? Te daría la tierra en pedazos para hacer de ella tu imperio.
Te doy mástil junto a mástil, armadas para que cruces a lo largo la tierra y a lo ancho el mar, pero la muerte no puede ser...
Y ¿por quién quieres morir? Vuelve y encamínate hacia aquella errante tierra y contempla lo que te espera”.
*
A su lugar destinado en el cielo ha vuelto Hiperión, y, como el día de ayer, comienza a derramar su luz.
Se pone el sol en el ocaso y la noche va a comenzar; surge con tranquilidad la luna temblando desde el agua.
Y llena con sus destellos las sendas de los bosques. Bajo una larga fila de hermosos tilos estaban sentados dos jóvenes:
-“¡Oh, deja que sobre tu pecho descanse mi cabeza, querida mía, bajo los rayos de tus ojos serenos y de inefable dulzura!
Con el encanto de tu fría luz traspasa mis pensamientos, derrama eterno silencio por mis noches de pasiones.
Y encima de mí permanece, acaba para siempre con mi dolor, pues eres tú mi primer amor y el último de mis sueños”.
Desde arriba veía Hiperión el asombro en sus caras: apenas él la ha abrazado, ella también lo abraza...
Derraman olor las flores de plata y caen, ¡oh dulce lluvia!, sobre la cabeza de los jóvenes con largos, rubios cabellos.
Ella, ebria de tanto amor, levanta sus ojos. Ve al Lucero. Y susurrando le confía sus deseos:
-“¡Desciende hasta mí, tierno lucero, deslizándote por un rayo, entra en mi casa, en mi pensamiento y dale luz a mi vida!”.
Él tiembla como en otros tiempos en bosques y por colinas, conduciendo las soledades de las olas que se mueven;
pero ya no cae como antes en el mar desde la altura: -“¿Qué te importa, rostro de luto, si seré yo o lo será otro?
Viviendo en vuestro mezquino círculo os conduce la suerte, pero yo en mi mundo me siento tan inmortal como frío”. |
[i] Esta misma imagen aparece en “Glosa” [nº 41], v. 6.