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Prólogo Invitacion a una lectura


Yo sé quien soy.

Inventario de una noche. Antología poética

Madrid, Sial Pigmalión, 2018

 

Invitación a una  lectura

por

Pablo M. Moro Rodríguez

 

Empiezo a redactar estas páginas con la certeza de que me encuentro ante un reto. Una prueba difícil e iniciática que me lleva a tener que explicar alguna cosa sobre la poesía de José Manuel Lucía Megías. Algo que pueda servirte, interesado lector, al menos para acercarte a esta colección, y zambullirte y bucear por sus profundidades, frescuras y salinidades de manera placentera.

Y ante esa dificultad, esa parálisis que me resulta del tener que escribir sobre la obra de un poeta, resuelvo, como otras tantas veces a lo largo de mis días, optar por aplicar el principio de la navaja de Ockham (de una manera muy sui generis) y elegir la opción más simple, es decir, tirar por el medio, y simplemente explicar qué es lo que me pasa cuando leo estos versos.

José Manuel Lucía Megías ha logrado en los últimos veinte años construir un corpus poético sólido y propio, coherente y personal. Recientemente hemos asistido a la publicación de su poesía reunida en el volumen El único silencio (Poesía reunida, 1998-2017), publicado en Sial/Contrapunto. Contiene, prácticamente, la totalidad de su obra. Rescata textos de juventud e inéditos y permite una lectura en conjunto de su producción poética.

Estas páginas tienen similar intención y se ha elaborado la selección de textos a tal fin. Incluye sus libros publicados, incluido Los últimos días de Trotski (Calambur, 2015) que no aparece en el anterior.

Leer poesía en los tiempos de la hiperconectividad digital parece un acto de resistencia y quizás no esté desencaminada esta apreciación. Cierto es que la lectura, como proceso, como acto, disfruta en nuestros días de un alcance que no podía soñar en épocas anteriores. Los niveles de alfabetismo actuales están muy por encima de lo que históricamente se pudo lograr. Sin embargo, también resulta evidente que se lee de manera diferente porque diferente es el tiempo en el que vivimos. No creo que haya lectura posible fuera de su tiempo y cuando se extrae de su dimensión cronológica cualquier texto pasa a ser otra cosa. Algo que no tiene nada de novedad, ni de original. Pero tratándose de poesía, me pregunto si la poesía en sí misma no será un acto de resistencia o, al menos, si la poesía que me interesa es la que se plantea como tal. Y es en este sentido que quiero centrar mi lectura de la poesía de Lucía Megías: una obra atravesada por actos de resistencia que perviven a lo largo de su producción. Que mutan, que contrastan, que se repiten y evolucionan, que se proyectan pero que permanecen. Actos de resistencia que son los que le dan a su producción la solvencia y la unicidad que la convierten en heroica.

 

Primer acto de resistencia: la trascendencia de lo cotidiano.

Desde el primer libro publicado por José Manuel Lucía Megías, Libro de horas (2000) encontramos esa búsqueda de lo trascendente en los actos cotidianos. El mismo planteamiento del libro nos lleva a esa conclusión, puesto que está planificado como la expresión del pensamiento, de las emociones, vividos durante un día. Un diario poético. Formato que aparecerá en otras obras de nuestro autor, como Trento (2009), pero que atraviesa toda su poesía. El valor de la experiencia de lo cotidiano subyace en todos sus textos.

El canto al amor que es Acróstico (2005). El canto a la amistad que el Canciones y otros vasos de whisky (2006). Las descripciones de lugares y momentos de Cuaderno de bitácora  (2007). Y la presencia de la ciudad, el entorno urbano que lo tiñe todo, sobre todo un Madrid cotidiano, amable, por momentos amenazante e inhóspito, pero presente como marco, como referencia o como fin en sí mismo. Las calles, el metro, los trenes de cercanías y tantos encuentros furtivos, miradas al paso y pensamientos de un diletante que proyecta sobre el espacio el universo de su vida interior.

 

Segundo acto de resistencia: Lo místico en un mundo profano.

La forma poética sugiere un valor religioso que se manifiesta en la repetición. Como los oratorios barrocos el motivo se repite, se contrasta y se varía una y otra vez. La repetición, en todas su formas, pero muy especialmente la enorme profusión de anáforas que por momentos le confiere a los textos un tono de letanía, de mantra, que nos sumerge en la resonancia de ideas y sensaciones. Sin embargo, los temas se alejan de una visión mística del mundo. Fijémonos, por ejemplo, en Libro de horas. El título nos remite a lo religioso. Un libro de horas contiene las oraciones que se van recitando a lo largo del día, cada hora. Es un breviario. De la misma manera, el poeta nos cuenta, hora tras hora, lo que va sintiendo y viviendo a lo largo de ese día. Como un Leopold Bloom que nos adentra en el fluir de su conciencia.

En los primeros textos de José Manuel Lucía Megías es más patente esta idea. Prometeo condenado (2004), que fue, de hecho, su primer libro (aunque se publicó posteriormente), se adentra en el mito clásico y convierte a Prometeo en imagen del ser humano. Su condena, su tragedia particular, consistirá en comprobar cómo tantos otros sufren condenas peores que la suya. Libro de denuncia, que no de proclamas, en el que nuestro poeta vuelve a recurrir a un versículo extenso, narrativo y lírico, casi sagrado, para abordar temas de la actualidad. La forma teatral, consumada en acotaciones y turnos, que remite a la tragedia griega, se enriquece con un coro de Oceánidas y con un tono de imprecación y patetismo que subyace en cada verso.

 

Tercer acto de resistencia: Lo épico en pugna con lo lírico.

Los textos de José Manuel Lucía Megías cuentan historias. Sus poemarios son proyectos cargados de intención narrativa. Seguramente fruto de su formación como medievalista, encontramos en su producción poética una búsqueda incansable por el valor épico. Hasta tal punto que podríamos decir que sus libros están compuestos por un solo poema dividido en diferentes fragmentos. Nos narra un día en la vida del poeta (Libro de horas), su particular visión del mito de Prometeo (Prometeo condenado), una historia de amor (Acróstico), una serie de viajes (Cuaderno de bitácora), un diario poético (Trento), el brutal asesinato de Mahmud y Ayaz (Y se llamaban Mahmud y Ayaz) o la muerte de León Trotski (Los últimos días de Trotski). No obstante, esa intención narrativa tiene el valor de estructurar el poemario, ya que en ningún momento se pierde el valor lírico. Cada texto, cada verso, busca transmitir un lirismo irrenunciable para Lucía Megías.

 

Cuarto acto de resistencia: Lo heroico en medio de un mundo prosaico.

La voz poética de Lucía Megías es deudora de la tradición. De esa tradición literaria que nos plantea la peripecia de un héroe envuelto en un mar de vicisitudes. Ese valor heroico se puede ver también en una cierta actitud trágica. Como hemos visto antes, en sus libros nos cuenta historias que, en muchos casos, están centradas en la caída del héroe. Fijémonos en los dos últimos libros: Y se llamaban Mahmud y Ayaz nos cuenta la brutal ejecución de Mahmud Asgari y Ayaz Marhoni, de 15 o 16 años de edad, el 19 de julio de 2005. Ahorcados en público en una plaza de Mashad, Irán, por unos supuestos actos homosexuales de mutuo acuerdo. Amnistía Internacional denunció los hechos. José Manuel Lucía Megías alza la voz para denunciar también el hecho y la complicidad de todos los que permitimos que suceda. Con la reiteración del verso nos va recordando sistemáticamente que para que sucediera fue preciso nuestro silencio. Es un texto que se plantea como denuncia pero su estructura responde al más puro sentido trágico: las voces de Mahmud y Ayaz se entremezclan en los momentos previos a su ejecución. No vamos a poder impedirlo. El pathos va en aumento. La muerte de los jóvenes se consuma y para ello fue necesario nuestro silencio.

Por otro lado, Los últimos días de Trotski. El 21 de agosto de 1940 Ramón Mercader, en su falsa identidad de Jacques Mornard (aunque usaba el nombre de Jacson), asestaba el golpe que acabaría con su vida. Trotski, sin embargo, puede girarse y gritar. Un grito que impide que el ejecutor sea plenamente efectivo, que llamará la atención de los vigilantes de la casa y que permitirá la detención del asesino. Lucía Megías se centra en ese grito que convierte al hombre en mito y nos lleva hasta ese instante en un relato trágico ordenado de manera regresiva. El final es el momento que sabíamos que iba a llegar irremediablemente.

Finalmente, no queremos cerrar estas reflexiones sin una última observación. La poesía de José Manuel Lucía Megías es fundamentalmente erótica. En su sentido más amplio. Es un gran canto al amor en todas sus formas que se concreta en la presencia constante de un otro (real o imaginario). Una poesía en la que el tú está siempre presente, en la que hay una búsqueda constante de la alteridad. Atracción y rechazo, ausencia, solidaridad, fusión y abandono, espejo, distorsión y engaño. El amor adopta formas tan diversas en sus versos que se convierte en el principal protagonista. Se puede observar una cierta variación en esa búsqueda. De la presencia desasosegante del tú en los primeros textos a una exaltación abierta, comprometida y reposada en el final. Y en medio de ese recorrido Tríptico (2009). Escrito en tres partes, nos muestra un principio de cambio, un momento de inflexión. Contiene todos los estados posibles. Desde la necesidad de los opuestos en “Ángel y demonio”, a la soledad más absoluta en “La puta vieja”. Un muestrario de todas las versiones del amor. Tríptico anuncia la voz de un José Manuel Lucía Megías que asume cada vez más que la otredad solo es posible en la exploración de uno mismo.

Si la poesía en los tiempos de la hiperconectividad es un acto de resistencia, asumir su carácter de introspección, de proceso de reconocimiento, en medio del desconcierto digital cobra más sentido que nunca. La voz de Lucía Megías recorre ese camino. Su fuerza lírica nace de una naturaleza narrativa de exploración. Un bildungsroman quijotesco que arremete contra el barullo de la inmediatez, un silencio que nos lleva al “Yo sé quien soy”. El “Inventario de una noche” en la que ponemos negro sobre blanco y distinguimos la luz en medio de la oscuridad. Espero, querido lector, que me acompañes en ese mismo itinerario.