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Blanco nuclear


Blanco Nuclear.

Antología de poesía gay y lésbica última

Coordinada por Luis Daniel Pino

Madrid, Sial, 2011

SKU: 9788415014690

Blanco Nuclear es un panorama de poetas que en algúnmomento de sus itinerarios poéticos han trabajado o lo están haciendo con la temática homosexual en el marco temporal de las tres décadas que constituyen la democracia española. Arranca, por tanto,en los años ochenta, cuando el país empieza a dejar atrás una dictadura de mas de cuarenta años y la libertad intenta instalarse en la mentalidad de una sociedad que empieza a mirar a su alrededor sin prejuicios. También están incluidos algunos autores que no aluden de manera explícita a dicha temática, si bien existe en sus textos la sutileza de una mirada versátil y gozosamente ambigua, alejada de las estrategias de ocultación que tradicionalmente han propiciado el rubor o el miedo a expresar libremente una determinada tendencia erótica.

Los textos de la antología reflexionan sobre algunas preguntas básicas: ¿dónde permanece la sexualidad que atraviesa un poema, en el escritor o en el lector?; ¿la poesía tiene sexo? Dentro de esta antología hay poetas que lo dejan claro desde el principio: en sus poemas convive el deseo de amar a una persona del mismo sexo; pero en otros casos, y aquí juega un papel importante el lector, se deja abierta esa posibilidad para que sea este último, hombre o mujer, quien intervenga para imaginar el género del amado. Hablar de identidad en esta antología es hablar de voces que reclaman su capacidad de enunciar, cuestionar y reinterpretar los códigos sociales y sexuales tradicionales. Los poetas sugieren esa perspectiva o espacio que sujeta sus contextos y sus diferentes maneras de pensar bajo una libertad absoluta donde su sexualidad se materializa en un encuentro universal. Blanco Nuclear es un homenaje a un color que no es tal, o desde otra perspectiva, es la suma de todos. [Luis Daniel Pino]

 

10 (+1) poemas escritos en el Metro de Madrid

 

No me gusta presentarme. En realidad, no sé hacerlo. Leo las antologías y siempre me asalta la rabia de no haber sido capaz de ser tan ingenioso como aquel o de haber sabido dar con la clave que explique mi poesía como leo en otra presentación. También soy sincero: en otras ocasiones me río (a veces a carcajadas) con las tonterías que otros escriben sobre sí, que suelen ser más tonterías, si cabe, de lo que otros escriben de uno mismo. Lo siento. No me conozco y así resulta un poco difícil poder presentarse. Y menos, hacerlo de manera ingeniosa. ¿Y qué decir de mi poética? Es una palabra que me queda grande, incluso cuando me toca explicarla en clase. Siempre se me escapa una sonrisa y paso al siguiente punto, que es la lectura de los poemas, el dejarme llevar por los sonidos, por las palabras, por ese hilo infinito en que los versos se van hilvanando como si se tratara de una joya universal (o un total adefesio). Y así me sucede cuando escribo, cuando me asalta el ansia de la escritura. Cuando necesito escribir como respirar. Traigo aquí unos versos escritos en el Metro de Madrid. Escritos en sus andenes, escritos en los vagones de la línea 9. Escritos en noches oscuras como sus túneles. Escritos con la tinta amarga de las cervezas y de los recuerdos. Si hay algún aspecto que se mantiene fijo, como una fotografía, en mi poesía es el concepto de viaje. Del viaje interior. Del viaje al extranjero, al otro, a la aventura y al recuerdo. Un viaje que me permite cambiar de piel y hacerlo con otras palabras. Viajes que terminan como comenzaron: con una frase y una esperanza. Viajes que empiezaron como acaban: con una desilusión y una nueva frase. Así ha sido siempre y así me he de acostumbrar que siga siéndolo, por más que los años le vistan a uno de cinismo y la distancia con la infancia cada vez sea menor. Me encantaría tener la sinceridad de un niño (y quizás aquí haya comenzado a presentarme). Pero aún me quedan algunos años y algunas canas para conseguirlo. Pero todo llegará. Mientras tanto escribo, escribo y escribo. Y lo hago para no amargarle la vida a las personas maravillosas que he tenido la suerte de conocer, a la persona maravillosa con la que comparto mis días y mis noches. Por más que muchas veces sueñe con estar lejos, con viajar, con perderme en alguno de estos viajes. Mi mejor presentación seguramente sea una tarjeta de embarque. Pero me temo que no ha llegado todavía el momento de enseñarla, de mostrar a todos el destino cierto que me depara el tiempo. Todo llegará, sin duda. Como el fin de esta presentación y de esta no-poética.

 

1.

Dejo que el viento de la tarde

me arrastre por las aceras

del encuentro.

De tu encuentro.

De ese fugaz romperse los ojos

en la cuenca de las despedidas.

De ese fugaz encuentro en el metro,

mientras los vagones multiplican

los bostezos y la aburrida laca

de los peinados madrugadores.

Dejo que el vendaval de la tarde

me empuje detrás del rastro

de la línea puntiaguda de un perfume.

Joder,

pienso,

¿qué hago yo aquí esta tarde?

Yo que estaba llamado a llenar

los calendarios de primaveras;

yo que iba a recibir los laureles

en la cresta de los elogios.

¿Qué hago arrastrado por el viento

del anonimato y del desprecio,

este viento ridículo, infantil,

como la sonrisa que me devuelve

el espejo

policíaco de las esquinas de la estación?

Joder,

eres ridículo. Absurdo y ridículo.

Sombra de tus sueños.

Sombra de la sombra de esas pesadillas

que te sacudían entre las sábanas

mojadas de tu infancia sin dientes.

Estás jodido, amigo,

me digo a mí mismo.

Mírate.

Atrévete a mirarte en el espejo

cotidiano de tu presente.

Estás realmente jodido.

Te gustaría haber comenzado con estos versos:

«Dejo que el viento de la tarde

despeine mi melena de rojo fuego».

Estás jodido.

Algún día aprenderás que también los calvos

tienen su atractivo,

que cumplir años no es una maldición…

siempre que se mantengan lejos los espejos.

 

2.

¡Has estado tan cerca de mí!

Aún conservo el olor de tu espalda

en la cuenca húmeda de mi tacto.

Tan cerca, tan cerca…

Pero…

Pero…

Jodidos peros.

Jodida educación de confesionario.

¿Quién habría de contar tus años?

¿Quién habría de saberlo?

¡Te he tenido tan cerca!

¡Y por tan poco te he dejado escapar!

Con lo bien que hubiéramos

tú y yo

follado juntos,

sin descubrir el color de tus ojos

bajo esas inmensas gafas negras…

esas que reflejan mi deseo,

esas que esconden tu indiferencia.

 

3.

Oye, tío,

no te equivoques conmigo.

Dejemos las cosas claras.

Aunque las apariencias engañen

y mi corbata te parezca ridícula,

no entiendo tu sonrisa homicida

ni esa mano abierta delante de mi cara.

¿Acaso crees que somos tan diferentes?

No es que ya me atreva –lo confieso-

a hacer el salto del tigre

sin miedo al fracaso y al ridículo.

No es que ya no pueda aguantar

más de tres polvos seguidos

-como has podido comprobar hace un rato-,

o pasarme una noche de borrachera

sin estar una semana maldiciendo

el puto garrafón que me han colado.

Lo confieso.

Me gustan más los restaurantes

que multiplican los tenedores en la mesa

que las bandejas del McDonalds,

el embrujo de los platos franceses

que las ofertas que siempre terminan en nueve,

que mi espalda huye de las mochilas

como el gato otoñal del agua,

que donde haya un buen colchón

que se quiten los asientos traseros

o las butacas sin número de los cines.

Quizás, al final, tengas razón, tío.

Quizás me haya convertido en un burgués,

en uno de esos de corbatas en el armario

y pago al día de todos sus impuestos.

Un puto y aburrido burgués,

uno de esos cabrones que madrugan

para llegar justo a tiempo al trabajo.

Pero, tío, dejemos las cosas claras:

¿Qué tiene que ver eso con que te debo

cincuenta euros,

que me haces rebaja por esta noche,

sin que esto sirva de precedente?

 

4.

Te vi.

Justo en el momento de cerrarse las puertas

del vagón del metro, te vi.

Sentado con tu camiseta verde,

tus vaqueros, tu pelo corto y esa mirada ausente

con que ayer te descubrí en medio del bar.

Solo un instante.

Solo el instante de un instante.

Allí estabas, como ayer, sin estar,

como si el vagón fuera demasiado pequeño,

diminuto el pasillo oscuro de aquel bar.

 

Te vi,

como ayer,

un instante. El instante de un instante.

Con tu camisa negra,

y esos vaqueros ajustados, desgastados

por donde tu sexo anunciaba

resurrecciones sin límite.

 

Te vi.

Pasé a tu lado

y a mi paso sentí el rastro ácido

del anonimato.

El de todos los días. El de todas las noches.

Ese que me vuelve transparente.

 

5.

A veces recuerdo aquella tarde

cuando, escondidos en el cuarto de baño,

follamos entre susurros amordazados.

No fue necesario ni mirarnos,

ni los gestos multiplicados en los espejos.

La coreografía se había escrito con whisky

y como el whisky me derramé

por tu pecho intuido bajo la camisa.

Casi ni nos desnudamos.

Sin tocarnos siquiera. Sin besarnos.

 

A veces recuerdo aquella tarde

y cómo dentro de ti, en silencio,

sentí entonces estar en el paraíso.

 

6.

No pasan los años por ti,

le mintieron.

Estás igual que siempre,

volvieron a mentir,

con la frescura de la insidia.

Y allí estaban ellos,

con su media sonrisa sin dientes,

apoyados en el bastón de sus enfermedades,

derramando el líquido de las copas,

esperando una mentira semejante.

 

Pero aquella noche estaba demasiado cansado

-o todavía no lo suficientemente borracho-

como para dejarme arrastrar por la misericordia.

 

7.

Me están cambiando el horizonte.

Me están robando el paisaje

de los recuerdos infantiles,

los campos que se llenaban de rastrojos

bajo el ritmo acompasado de las carreras.

Horizonte borrado por los edificios.

Horizonte escondido, ausente, vacío.

Me están cambiando las fotografías

que aún conservo en la caja de plata

de los recuerdos, de esos recuerdos

en que, aún sin conocerte,

ya había comenzado a echarte de menos.

 

8.

Quisiera ser lo que no soy,

reconocerme en los espejos

que me asaltan en las esquinas

de la cotidianidad.

Ver más allá de mi altura.

Desentrañar los misterios de ese cuerpo

que marca el ritmo del deseo

bajo la toalla inmaculada y húmeda,

inventarte gestos en la oscuridad

y cantarte las cuarenta a la cara.

 

Quisiera ser lo que no soy…

siempre, siempre, siempre…

menos cuando estoy entre tus brazos.

 

9.

Tus ojos

no son de perro azul,

ni incluso son los del emperador,

tan azules,

tan lejanos,

tan soñados.

Ojos sin color.

Ojos sin pasado.

Ojos que me miran entre las sombras.

Ojos que me sonríen

mientras mi mano acaricia tu mano

y me pierdo entre las convulsiones

del volcán de otro cuerpo.

Tus ojos

no son los míos,

por más que entre las sombras

compartamos una misma caricia,

el agrio sabor de los besos robados

a otros ojos,

a los ojos de perro azul de otros deseos.

 

10.

Tacho mis versos

con la voracidad del náufrago;

líneas en que salpico el rencor

con que un día se escribieron.

No eran tuyos

por más que hablaran de ti.

Siguen siendo míos

por más que nunca los haya escrito.

Rompo las hojas del cuaderno

y con las cenizas ensucio mi cuerpo.

Áspero murmullo en la noche.

Áspero mundo y ásperas las cosquillas.

Cierro los ojos

y los versos vuelven a escribirse.

Pesadilla que no me abandona.

Años que multiplican los espejos

en la confusa danza de la muerte.

 

 

y 11 (a modo de poética)

 

Quizás diez poemas sean suficientes.

Diez gritos.

                        Diez susurros.

                                               Diez confesiones

que hablan de otros, de ese otro

al que nunca llego a atrapar

por más que su sombra comience

en el gesto huidizo de mi sombra.

 

Quizás no valga la pena seguir escribiendo,

escribiéndote,

en este monólogo en que se han convertido

nuestras escondidas caricias nocturnas.

Quizás haya llegado el momento

de cerrar los ojos y poner fin

a tantos horizontes prometidos.

 

Pero lo cierto, lo único cierto

es que no puedo dejar de escribir,

es que no puedo dejar de amarte.