Algunos poemas de Acróstico
Oración primera
La frente se me inunda de mariposas negras.
Las palabras son alfileres, picantes alfileres,
y mis dedos, las yemas de mis dedos, su destino:
los pensamientos me inundan de miradas
y hay quien cree, al verme, que estoy llorando;
pero mis lágrimas son monosílabos negros
y mi sonrisa una vulgar oración copulativa.
Quisiera llorar y hablo con palabras huecas;
quisiera reír y se me inundan los ojos de reproches.
La luna es una vocal abierta semidesnuda
y tu cuerpo una promesa de agua en el desierto;
mis labios están abiertos a cualquier esperanza,
pero en los bosques solo anidan aves moribundas.
Tómame de la mano y no me abandones.
Ahora no.
Ahora sí que no.
Tómame de la mano y resucítame:
me he quedado sin palabras al conocerte.
En el teléfono
Y tu voz por los hilos del teléfono,
tu voz por los siglos y por los siglos,
metálica en la miel de tus labios,
sonora en la cuenta de los dedos.
Tu voz que siempre escucha cuando callo,
tu voz que me sonríe las miradas,
ausente, como a dos mil kilómetros,
a mi lado, como el tacto de un beso.
Tu voz en el espejo disecado
de un beso que recuerdo sin aliento,
de unos labios que siento muy cercanos.
Tu voz en el espacio y en el tiempo,
cortando la distancia que me aleja
de las resurrecciones de tu cuerpo.
Obsesión
Moverme para quedarme a tu lado.
Pararme para poder alcanzarte.
Odiarte para que me sigas amando.
Amarte para que no dejes de amarme.
Hablar para quedarme con tu silencio.
Callar para poder escucharte.
Llorar para que me sigas evitando.
Gritar para que no dejes de buscarme.
Reírte para quedarme con tus labios.
Amanecerte para poder abrazarte.
Lloverme para que me sigas recordando.
Nevarme para que no dejes de recordarme.
Nevarme para quedarme a tu lado.
Lloverme para poder alcanzarte.
Amanecerte para que me sigas amando.
Reírte para que no dejes de amarme.
Gritar para quedarme con tu silencio.
Llorar para poder escucharte.
Callar para que me sigas evitando.
Hablar para no dejes de buscarme.
Amarte para quedarme con tus labios.
Odiarte para poder abrazarte.
Pararme para que me sigas recordando.
Moverme para que no dejes de recordarme.
Moverme para quedarme a tu lado.
Amor eterno
Y pensar que entre los millones de habitantes de Madrid
no estás tú,
ni en los miles que recogen los trenes en las estaciones,
que se dejan arrastrar por los vagones del metro,
que se olvidan de las líneas rectas de los atascos.
Y pensar que nadie que ahora esté por encima de las nubes
ni que se deje adormecer por la nave de las olas
tiene tu nombre,
no respondería a ninguna llamada con tu nombre.
Y pensar que en la lentitud de las manecillas del reloj,
en la interminable circunferencia de los segundos
el paraíso de tu cuerpo es el infierno de tu ausencia.
Y pensar que mis ojos siguen buscándote
entre los millones de habitantes de Madrid,
entre los que corren detrás de los trenes,
entre los que se equivocan en el laberinto del metro,
entre los que se olvidan las puertas de los garajes,
entre los que han perdido sus maletas en el aeropuerto,
las llaves de su memoria en el fondo del mar.
¿Acaso no me anunciaste amor eterno?
A vueltas de tu cuerpo
Busco palabras en el desorden del diccionario.
Te busco en las definiciones que me piden por rescate
y al azar, mientras camino, leo consolación y consolador
(‘nombre que se le da al Espíritu Santo’).
Pero, ¿por qué me ha asaltado consuelo
en la esquina oscura de una entrada?
¿Por qué no conforte, que aparenta un tono marcial,
o desahogo, o bálsamo (siempre tan quijotesco),
o báculo, o (¿por qué no?) paño de lágrimas?
De haber abierto cien páginas más allá
quizás me hubiera curado con una epítema
(‘medicamento que se aplica en forma de cataplasma’),
siempre mejor que un lenitivo nocturno,
siempre peor que el quitapesares de tu sonrisa.
Pero las palabras no se detienen ante nada:
una palabra traspasa un campo de guerra;
a unos les evoca susurros de eses siseantes,
reproches que comparten sabor con el pánico de las sirenas
(sínico, sinsorgo, sinrazón, suctorio, serpigo);
a otros, esa palabra se les ha convertido en un alegre zumbar
y se van y se pierden por los meandros del recuerdo
(zambullir, zorongo, zarabanda, se dicen a la zaga).
Los manuales de infracciones nunca se escriben con las mismas palabras.
¿Para qué sirven las palabras si no estás tú en ellas?
Si tú no estás, la noche deja de ser ese tiempo
en que, después de puesto el sol, cesa la claridad,
y la noche, la noche cerrada que no la toledana,
quisiera ser crepúsculo –vestido para los carnavales-
o vigilia, modorra, velada, sonochada o cape...
¿Y por qué no conticinio, tiempo en que sobrevivo
lejos de ti? En todas las horas del día hay silencio.
¿Qué son lejos de ti los atascos sino una palabra
que se siente desgraciada porque le toca compartir columna
con ataúd, ataxia, atardecer, atacar o ateísmo?
¿Acaso podrías vivir rodeado de atarjeas inmundas
cuando en la siguiente columna compartirías juegos con los atenienses?
Viajo a través de las autopistas de tres carriles del diccionario
mientras adelanto al ateniense alfeñique que aterrado
alaba mis anémonas sin acordarse de su acepción apurada
‘planta ranunculácea’. ¿Quién podrá ahora alabarlas?
Viajo por el diccionario buscando definiciones de tu cuerpo,
adjetivos que me sirvan para vestir de carnaval tu ausencia,
apellidos con que colgar los carteles de las horas que no pasan:
cuerpo compuesto, quizás; siempre mejor que cuerpo de bomba,
cuerpo del delito, de ejército, de guarda o de la batalla;
cuerpo glorioso, que es el de los bienaventurados en la gloria,
siempre mejor que cuerpo muerto, cuerpo simple o sin alma.
En cuerpo y alma, a cuerpo de rey, cuerpo a cuerpo,
pedirle al cuerpo que no deje tomar cuerpo a la tristeza.
Todos los cuerpos se han quedado sin palabras;
sin palabras, sin ninguna palabra,
porque, lejos de ti, ¿para qué sirven los cementerios de palabras
donde nunca te encuentras de cuerpo presente?
Lejos de ti,
ninguna de las palabras del diccionario tiene sentido:
busco ausencia, y leo ubicuidad, existencia y asistencia;
busco distancia, y leo proximidad, cercanía, vecindad;
busco amor y encuentro como definición las sílabas de tu nombre.
¿Para qué sirven las palabras cuando tu nombre inunda el diccionario?
Decálogo de torturas
Y verte y no verte,
mirarte y no mirarte,
sentirte y no sentirte
nada más que en mi recuerdo.
Abrazarte y no abrazarte,
besarte y no besarte,
acariciarte y no acariciarte
nada más que a tus recuerdos.
Verte y no abrazarte,
mirarte y no besarte,
sentirte y no acariciarte.
No conozco mayor tortura,
¿no se inventó mayor angustia
que amarte y no amarte?
El poeta se despide de su amor, que es una nube
(homenaje a Federico García Lorca)
Esa nota que queda suspendida
-relámpago que ignora el arco tenso
que dibuja la curva del segundo
en la geometría del pentagrama.
Ese tubo de neón que no avanza
por las esquinas de los aeropuertos
-trueno que se dilata consumiéndose
en los carteles de las autopistas.
Esos abrazos que recibo huérfanos
de labios que inventan horizontes
-gotas de lluvia que inundan el sueño.
Todo se vuelve cinematográfico
en el adiós, dejando a su paso
pronósticos de nubes disecadas.
Quedarse en el Hotel Mediodía
Quedémonos esta noche en el Hotel Mediodía,
a medio camino de cualquier parada.
Engañemos con falsas direcciones al taxista,
que nos deje entre la estación y el Reina Sofía.
Firmemos con nombres falsos el libro de registro,
inventándonos un origen más allá de los Cárpatos.
Y dejemos correr el champán y la imaginación
entre las cuatro esquinas de una cama de matrimonio.
Que las paredes de los hoteles están insonorizadas
y los gemidos en el amanecer se confunden con las sirenas,
con los trinos de los pájaros de los árboles del Retiro,
con los gritos que se escapan de otras habitaciones insonorizadas
Un poema de amor
Esta noche de luciérnagas revoloteando alrededor de la luna,
esta noche de presagios y sueños de meteoritos suicidas,
esta noche, en fin, de luna llena y satélites sin cabeza,
me siento capaz de parar un ejército con mi dedo meñique,
de firmar un acuerdo de paz entre el norte y el sur,
de acabar con las banderas que confunden de colores las aduanas,
de quemar tantos inútiles acuerdos de órdenes mundiales.
Esta noche que no es realmente noche porque tú me iluminas,
esta noche sin más estrellas que la luna de tus recuerdos,
sin más luz que el sol ardiente de los dedos de tus caricias,
me siento capaz, incluso, de escribirte un poema de amor,
uno de esos poemas –casi sin palabras- que se cierran con un te quiero.
El poeta imagina un mundo perfecto
En esta tierra no hay hirientes lanzas
de jabalí y las gaviotas de saludos
se agitan en los balcones –rojos, negros-
de la esquina deshabitada del deseo.
En esta tierra los besos no cotizan
en las bolsas de los dedos encendidos
y no existen carteles por las calles
prohibiendo abrazos en los corazones.
En esta tierra, calles cuadriculadas
se confunden con los nombres de las flores,
y de los árboles se cuelgan murciélagos
hartos de tanta sangre de la nostalgia.
En esta tierra tu nombre es una plaza,
tu sonrisa, la avenida en que me pierdo.