Prólogo de La plenitud de Cervantes
Prólogo.
Del mito al hombre de papel
La biografía de Cervantes está plagada de mitos, de leyendas, de lugares comunes. Así desde el siglo XVIII y así también en nuestros días. Muchos de estos mitos, leyendas y lugares comunes nacieron de la falta de datos y documentos en sus orígenes, de la necesidad de imponer una determinada imagen sobre la vida de Cervantes para defender la genialidad y la supremacía de su Don Quijote, de esos dos textos escritos con el paréntesis de diez años, que se han convertido, con el paso de los siglos, en una de las obras más compactas y estructuradas de toda la literatura universal. Nada más lejos de la realidad.
Uno de esos mitos tiene que ver con el éxito editorial de su propuesta quijotesca frente al fracaso (total) en su faceta como poeta o como dramaturgo, y su fracaso (parcial) con el resto de sus obras en prosa. Nada que ver con lo que hoy sabemos de la primera difusión de los textos cervantinos. La primera parte del Quijote gozó de un éxito editorial considerable en el año 1605: dos ediciones en Madrid financiadas por Francisco de Robles, otra en Valencia, controlada por el mismo librero, y dos más piratas, salidas de los talleres lisboetas de Jorge Rodriguez y de Pedro Crasbeek… pero habrá que esperar a 1608 para una tercera reedición madrileña, de la que todavía quedaban 145 ejemplares en el inventario de 1623 a la muerte del librero que la impulsó. Peor suerte sufrió la segunda parte del Quijote, impresa en 1615, y que en el citado inventario de 1623, todavía quedaba constancia de 366 ejemplares sin vender. Dejando a un lado, la Galatea, de la que nunca se hizo nunca una segunda edición después de la princeps de 1585 (con 17 ejemplares en la librería de Robles en 1623), y las obras en verso (Viaje del Parnaso) o de teatro (Ocho comedias y ocho entremeses), lo cierto es que las Novelas ejemplares, con sus ocho reediciones desde 1613 y 1622 (sin ejemplares en la librería de Robles a su muerte), y el Persiles, con sus cinco reediciones en 1617 en cinco ciudades diferentes (París, Barcelona, Valencia, Pamplona, y Lisboa), gozaron de una vida editorial más exitosa en sus primeros años de difusión que las dos partes quijotescas. Todo lo contrario de lo que se ha dicho durante siglos. Los datos, una y otra vez, nos devuelven una realidad biográfica y editorial bien diferente a la que se ha instalado en nuestro imaginario. Este tercer volumen de nuestra biografía viene a mirar, por primera vez, cara a cara con el verdadero Cervantes, con el verdadero autor de un programa literario que no se agota con el Quijote. Como esta, muchas serán las sorpresas documentales que encontrarás entre sus páginas, lector desocupado.
Pero si hay una imagen romántica que ha terminado por contaminar la imagen biográfica de Miguel de Cervantes, de una persona que vivió más de 68 años en uno de los momentos más fascinantes de los Siglos de Oro, ese momento de cambio de paradigma político, económico y cultural que se fraguó desde mediados del siglo XVI y que dará sus mejores frutos en los primeros decenios del XVII, es la imagen que dibuja a un Cervantes fracasado en su tiempo, que vive a la sombra –con cierta amargura- del éxito de autores como Lope de Vega, pero que, con el tiempo, se ha alzado con el triunfo total en el Parnaso literario gracias a la genialidad de su Don Quijote, que no fue entendido, realmente, entre sus contemporáneos. Y así hasta nuestros días. Esta imagen romántica se consolida en las primeras páginas de las biografías cervantinas inaugurales, las que a finales del siglo XVIII llenaron los mitos, las leyendas y los lugares comunes de los primeros documentos, como son la de Vicente de los Ríos (1780) y la de Juan Antonio Pellicer (1797-1798). Y así los primeros biógrafos se empeñaron en rescatar del olvido al escritor Cervantes, al autor del Quijote, que ya triunfaba en Europa, olvidándose del Cervantes hombre, del Cervantes que vivió en ese momento fascinante que fueron los Siglos de Oro.
Con estas palabras comienza Vicente de los Ríos su “Vida de Miguel de Cervantes Saavedra”, en el primer tomo de la edición canónica que imprime Joaquín Ibarra en Madrid, auspiciada por la Real Academia Española en 1780:
Entre los ingenios españoles ninguno merece más aprecio que Miguel de Cervantes Saavedra. Este ilustre escritor digno de mejor silo, y acreedor a todas las recompensas debidas al valor, a la virtud y al talento, vivió pobre, despreciado y miserable en medio de la misma nación que ilustró en la paz con sus obras, y a cuyas victorias había contribuido con su sangre en la guerra, y murió sin lograr después la fama póstuma que merecía. Destino infeliz y singular aun entre los grandes hombres desgraciados, cuyas cenizas son por lo general objeto de aplauso y honor, que debía haberse tributado a sus personas.
Desde la atalaya del éxito europeo del Quijote a lo largo y ancho del siglo XVIII, se impone esta imagen romántica de un autor que no fue entendido ni apreciado en su tiempo, que le marginaron sus contemporáneos, pero que, a pesar de ello, es capaz de escribir una obra genial, grandiosa, que ha terminado por iluminar la literatura de los siglos posteriores. Un autor “fracasado” que triunfa en el Parnaso del tiempo, siendo merecedor del mayor de los aprecios, del más grande de los elogios. 65 años que quedan oscurecidos, mediatizados, ensombrecidos por sus escritos publicados en los últimos tres años de su vida, sobre todo por esa segunda parte del Quijote publicada en 1615, la última de las obras que verá en letras de molde el propio Cervantes, que, junto a la primera parte de diez años antes, le dará fama mundial.
La dicotomía “fracaso” en su tiempo y “éxito” en los siglos posteriores ha terminado por imponerse a la hora de comprender a Cervantes, al autor, al hombre en su entorno, en su tiempo. Y para eso, ha sido necesario demostrar, una y otra vez, el “triunfo de su fracaso”: su paso por las tablas de los corrales de comedias como un fracaso frente al triunfo de Lope de Vega; sus miles y miles de versos como simples ensayos pues no gozó de la “gracia” que no quiso darle el cielo, al contrario de otros grandes poetas como el propio Lope de Vega o Luis de Góngora; y por último, sus empeños como escritor de novelas, que siempre quedaron eclipsada por el éxito fulgurante del Quijote, que no fue realmente ni entendido ni valorado por sus contemporáneos, incapaces de pasar de la primera capa cómica y adentrarse en la profundidad de su sátira, de su crítica a la sociedad de su tiempo, a ese imperio de luz que ha terminado por oscurecerse con el éxito de ese engendro propagandístico que es la “leyenda negra”.
Nada más lejos de la realidad.
Nada más lejos de la realidad de su tiempo y nada más lejos de la realidad de la compleja existencia de un hombre llamado Miguel de Cervantes, de un hombre que nunca buscó en la escritura un medio de vida, y mucho menos, su medio de vida: “las musas rameras”, de las que hablaba Lope de Vega, y a las que tuvimos ocasión de visitar en el segundo tomo de nuestra biografía, nunca fueron compañías cervantinas.
¿Dónde radica la comprensión del fracaso de Cervantes? ¿Un fracaso en comparación con qué? ¿Es acaso solo el reconocimiento popular, en los corrales de comedias, en las prensas, en los saraos de nobles, en los salones de los palacios o en las ventas o tabernas el aspecto que permite hablar de éxito o de fracaso de un autor? ¿Acaso estar en el “centro” de la Monarquía Literaria del momento, ser capaz de ostentar algunos de sus cargos, e incluso el cetro de rey ha de considerarse piedra de toque del “éxito”? ¿No es Lope de Vega, imagen mítica de este éxito, en realidad un esclavo de la voz del poder o del pueblo, que no se puede permitir un tiempo de silencio, un tiempo de experimentación, de buscar y de llegar a donde otros nunca habían soñado que era posible ir? ¿Acaso no es un éxito poder vivir en los márgenes, como Cervantes, y ser capaz de hacerlo en el corazón literario del mundo occidental –el Madrid del Barrio de las Musas- ofreciendo un programa literario único en su tiempo? ¿Cuántos Miguel-de-Cervantes experimentaron también en su época, viviendo también como él en los márgenes, y cuyas obras no han pasado de ser manuscritos olvidados o impresos que solo almacenan polvo en las estanterías de las bibliotecas? ¿Qué hubiera pasado con la experimentación cervantina si no hubiera triunfado la lectura inglesa del siglo XVIII que le alzó como un modelo literario digno de ser imitado? ¿Qué hubiera sido del programa literario ideado por Cervantes y que fue publicando en sus tres últimos años de vida (de los 65 a los 68), de no haber terminado la segunda parte del Quijote, la que es, sin duda, la mejor y más experimental y genial de todas sus obras, la que ha tenido más repercusión en el tiempo?
A esta y a otras tantas preguntas se dan respuesta en el tercer tomo de nuestra biografía cervantina, de estos retazos de una biografía en los Siglos de Oro. El tercer volumen que es el más literario, el que contextualiza las obras cervantinas, más allá de los primeros poemas o de la Epístola a Mateo Vázquez (primer volumen), o de La Galatea, o las primeras obras de teatro (segundo volumen), el que intenta explicar su ámbito de recepción, rescatar las sensaciones de los lectores de su momento, más allá de la construcción mítica que hemos ido entre todos construyendo en estos últimos cuatro siglos.
Cervantes que, poco a poco, se vuelve de papel.
Cervantes que, poco a poco, deja de buscar en este mundo para adentrarse en la originalidad de un programa literario coherente, al que dedicará los últimos años de su vida. Una nueva mirada sobre la obra cervantina, más allá de la simple constatación de la publicación de sus textos a lo largo de los años. Un programa literario que se adentra en los géneros de su tiempo, y que no se deja llevar por los cantos de sirena de las interpretaciones de siglos posteriores, interpretaciones que están en su obra, que la justifican, pero que no corresponde ahora, en una biografía cervantina, su análisis ni comentario. Para eso hay otros géneros y otros momentos, para eso hay otras metodologías. Ese ha sido una de las grandes obsesiones que me han guiado en estos años de escritura, lector curioso, y que hacen que esta biografía de Cervantes, sobre todo este tercer tomo, sea una nueva mirada frente a todo lo escrito anteriormente: no caer en el “pecado original” biográfico cervantino, que instauró Mayans y Siscar en 1738, al intentar comprender, analizar, entender y difundir la vida de Cervantes desde la única perspectiva de comprender dónde radica la genialidad del Quijote, de defender, por encima de cualquier otro aspecto, la trascendencia del Quijote en la cultura mundial.
Aquí te ofrezco una nueva mirada de papel sobre uno de nuestros autores más exitosos en todos los tiempos, incluso durante su tiempo: un autor que fue capaz de vivir en los márgenes, de mantener una cierta libertad de escritura, que le permitió experimentaciones que, no siendo comprendidas en su tiempo, se han convertido en piedras angulares, en principios ortodoxos de nuestro modo de entender la literatura y el hecho literario en los últimos siglos.
Comienza aquí la última de las aventuras de Miguel de Cervantes, su aventura más conocida, la de su vida en papel. Aquí te la ofrezco para que lo puedas disfrutar, al menos, tanto como yo lo hecho escribiendo, siendo una pieza más en esta maquinaria de papel genial que es la literatura, que es la investigación humanística.
El tercer volumen de mi biografía cervantina está dedicado a los biógrafos cervantinos que viven y de los que tanto he aprendido: Jean Canavaggio, Antonio Rey Hazas, Krzysztof Sliwa, Alfredo Alvar, Javier Blasco y Javier García López. A los que bien podrían añadirse tantos y tantos biógrafos que han sido mis compañeros en los últimos años, con lo que he hablado, discutido y a los que he admirado y sigo haciéndolo, comenzando por el pionero Mayans y Siscar, y siguiendo por Vicente de los Ríos, Juan Antonio Pellicer, el gran Martín Fernández de Navarrete, Jerónimo Morán, etc. etc. Llega al final este largo y proceloso esfuerzo que comenzó hace cuatro años gracias a la confianza que puso en mí la editorial EDAF y el empeño continuo y compañero de Melquiades Prieto, que no solo ha sido el responsable de la magnífica edición de los tres volúmenes, sino también amparo y sostenedor del proyecto, incluso en los momentos más complicados y oscuros. Un camino que ha sido mucho más cómodo y placentero por contar con tantos colegas y amigos que me han acompañado con sus lecturas, comentarios y críticas. Este, sin duda, es un libro que nace leído y discutido en muchos de sus capítulos y epígrafes. A todos ellos quiero dar las gracias: Rosario Aguilar Perdomo, Eduardo Aguirre, José Cabello Núñez, Cristina Castillo, Mª Augusta da Costa Vieira, Daniele Cravileri, Claudia Demattè, José Díaz-Pintado Hilario, Carmen y Justo Fernández, José Ramón Fernández, Ruth Fine, Javier Krahe, Lucía Laín, Abraham Madroñal, Emilio Maganto Hilario, Francisco José Marín Perellón, José Martínez Millán, Alfonso Mateo Sagasta, José Montero Reguera, Pablo Moro, Francisco Peña, Caterina Ruta, Vicente Sánchez Moltó, Aldo Ruffinatto, Eduardo Torres, Andrés Trapiello y Germán Vega García-Luengos.
Y entre todos, para terminar, me gustaría destacar también a Luis Mª Anson, a quien va dedicado también este tercer tomo de la biografía cervantina, por haber apoyado este proyecto desde un inicio, por las amables y cariñosas palabras que siempre tiene dispuestas cuando habla del libro, y por su generosidad sin límites. Sin duda, este tercer tomo no llegaría a tus manos, lector ocioso, como lo está haciendo en estos momentos sin su apoyo y sus ánimos.
A ellos les debes lo mejor que encontrarás en él. A mí solo me queda seguir leyendo, seguir aprendiendo, seguir indagando en los archivos en búsqueda de nuevos hilos que nos permita tejer el verdadero tapiz del hombre Miguel de Cervantes, ese que tenemos la obligación se seguir iluminando con nuestras investigaciones y lecturas.
Vale.