Prólogo de La madurez de Cervantes
Prólogo
(al ritmo del juego de la oca de la Filosofía cortesana de Alonso de Barros)
Desde que Alonso de Barros le regalara un ejemplar de su Filosofía cortesana, el rito se repite todas las tardes. No importa el frío o el calor que haga en la calle, no importan las labores que hay que dejar a la mitad o si se espera o no alguna visita. A las cinco de la tarde se juega una partida de la Filosofía cortesana en casa de Miguel d e Cervantes, en la recién casa alquilada en Valladolid, donde todo parece y es nuevo. La Corte, las disputas, las peleas, los pleitos y las pretensiones. Una o dos partidas.
El rito es siempre el mismo. Como debe ser entre personas habituadas al juego, a la disciplina del juego. Miguel de Cervantes despeja la mesa del escritorio. Se cierran las ventanas y se encienden las velas. El ambiente es tan importante como el propio juego. Alrededor de la mesa se reparten los asientos. Los fijos: Miguel de Cervantes y su mujer Catalina Palacios, que va comprendiendo mejor a su marido y la Corte a medida que se adentra en el juego; Andrea, que ha demostrado una gran pericia a la hora de jugar y que los dados le regalan una suerte que la vida se empeña en arrebatársela; y luego los amigos de Cervantes, eso que ha granjeado antes por su condición que por su ingenio; esos amigos que, desde hace unas semanas, se dejan caer a esta hora, sabiendo que la diversión –y alguna ganancia- está asegurada. Por supuesto, Juana Gaitán, que les ha acompañado a Valladolid abandonando sus tierras de Esquivias y que vive en el piso de arriba, y el negociante italiano Agustín Reggio y su buen amigo, Simon Méndez, financiero portugués que tenía a su cargo las aduanas marítimas de Castilla y de Galicia. Y poco más. Este es el círculo más íntimo de Miguel de Cervantes en la nueva Corte.
Las risas nerviosas se mezclan con los elogios por tan brillante juego, y todos recuerdan cómo tan solo hacía unos años había llegado a manos de su Majestad Nuestro Señor el Rey Felipe el juego de la oca, procedente de Italia. Pero el artificio de Alonso de Barros a todos aventaja. Ellos juegan a la Corte sin tener que salir de la habitación. Algunos de ellos, como Cervantes, sueñan con tener más suerte con los dados que la que tienen en la vida real, llena de promesas, de trabajos, de desesperadas esperas en las antesalas de tantos consejos.
Un suspiro compartido da la bienvenida al juego. Un suspiro que antes que ser de sorpresa es de esperanza. Todos sueñan con ganar aquella tarde como todos siguen soñando que esta victoria es un buen presagio del añorado triunfo en la vida real. Juegan a vencer en la Filosofía cortesana lo que el día a día se empeña en negarles. Los sueños de papel por unas horas pueden convertirse en sueños de verdad. ¿Por qué no será posible que la palma de la victoria en este particular juego de la oca cortesana no sea la certeza de la palma del triunfo en sus pretensiones cortesanas? Porque todos, en alguna o en otra medida, están enredados en la telaraña de sus sueños, de sus ilusiones, de sus peticiones y pretensiones. A modo de comienzo, Cervantes recuerda, con voz impostada como un verdadero maestro de ceremonias, las cuatro virtudes que todo pretendiente de la corte, que todo jugador de la Filosofía cortesana debe hacer gala: liberalidad, adulación, diligencia y trabajo.
Si hay algún jugador nuevo, algún pretendiente novel, se le pide a Cervantes que recite el soneto que le había escrito a su amigo Alonso de Barros como antesala de su obra. Y Miguel de Cervantes no se hace rogar mucho: le gusta oírse recitar, le gusta ver la impresión que sus versos suscitan en el público, esos versos que tanto adora pues, por encima de cualquier otro oficio, otro sueño, él se sueña con ser reconocido como uno de los mejores poetas de su tiempo:
Cual vemos del rosado y rico oriente
la blanca y dura piedra señalarse
y en todo, aunque pequeña, aventajarse
a la mayor del Cáucaso eminente,
tal este humilde al parecer presente
puede y debe mirarse y admirarse,
no por la cantidad, mas por mostrarse
ser en su calidad tan excelente.
El que navega por el golfo insano
del mar de pretensiones verá al punto
del cortesano laberinto el hilo.
¡Felice ingenio y venturosa mano
qu’el deleite y provecho puso junto
en juego alegre, en dulce y claro estilo!
Catalina Palacios, que casi ya se sabe de memoria los versos de tanto oírlos en la voz de su marido, vuelve la vista al tablero y recuerda las reglas haciendo acallar los aplausos y parabienes de los presentes: lo primero, establecer la cuantía de la “polla”, del premio final del juego que ha de poner cada jugador antes de comenzar; se juega con dos dados y se avanzan tantas casillas como puntos; si se cae en la casilla de los bueyes, que simboliza el trabajo, se avanzan tantas casillas como las que sacó hasta llegar ahí.
Y todos ponen en el centro el dinero estipulado del premio final, encima de la palma de la victoria y el mar del sufrimiento, que recuerda a todos lo que la letra confirma: “Quien pretende ha de sufrir / como el que nace morir”… y todos se hacen cruces antes de comenzar, mirando fijamente la puerta de la opinión. Encima de ella, un cisne que, con su pie derecho sobre una calavera, la muerte “como fin de las cosas”, grita con su trompa: “Noscete ipsum, conócete a ti mismo”. Pues, antes de comenzar en el juego cortesano de las peticiones, es necesario saber si uno se merece lo que está pidiendo, no dejarse engañar por su alta estimación o el canto suicida de los aduladores. Un pavo real al inicio del juego y una letra, que todos leen sabiendo que no es a ellos a quien se refiere:
A los pies mira Razón
y a la rueda la Opinión.
Como un rito no escrito pero aceptado por todos, Miguel de Cervantes es el primero que tira los dados… cuatro. Uno, dos, tres y cuatro… “el trabajo”:
Nunca se siente el trabajo,
sino cuando el premio es bajo…
Y otros cuatro gracias a este primer impulso, dejando en la casilla 7 al pródigo y acercándose peligrosamente a la “adulación”.
Esta vez será, esta vez sí que será, sí que llegará a la palma, sí que se llevará la cuantía del premio final, sí que se le hará merced, la tan esperada merced…
La vida es un juego… tan solo un juego.
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Nunca imaginé que la aventura editorial de la biografía de Miguel de Cervantes me llevara por campos, tierras y mares tan diversos; que me obligara a retomar temas y asuntos conocidos y cercanos (el libro manuscrito e impreso, los autógrafos, la poesía de los Siglos de Oro), y, sobre todo, que me pusiera a las puertas de otros de los que siempre había oído hablar pero a los que nunca me había acercado: desde la organización de la Corte a la forma de recaudar víveres para las galeras, del modo de gestionar un corral de comedias a los múltiples oficios que surgieron al calor de los préstamos y el dinero a lo largo y ancho de los Siglos de Oro. Si el primer tomo de la biografía cervantina, La juventud de Cervantes, estaba marcado por la aventura y la construcción, por la incógnita y la esperanza, este segundo tomo, La madurez de Cervantes, me ha llevado a los derroteros de la reflexión, de la mirada serena, del paso de los sueños a ese “no hubo nada” con que acaba uno de los sonetos más famosos y conocidos de Cervantes. La madurez de Cervantes es un nuevo viaje. Un viaje bien diferente, con ese otro tono que marcan los años. En una de esas casualidades de la vida, de las letras, le he dejado a Cervantes en este segundo tomo frisando la edad de los cincuenta años, que son justo los años que yo he cumplido en el momento de su escritura. Carambolas del destino, del tiempo.
Pero lo que no ha cambiado en nada del primero al segundo de los tomos ha sido la generosidad de tantos amigos y compañeros que me han iluminado con su sabiduría, con sus conocimientos, que han leído muchas de las páginas del libro y las han comentado, mejorado; lectores y amigos que, con enorme paciencia, han contestado a mis dudas y me ha regalado algunas de las perlas que aquí encontrarás reunidas lector en este libro. A todos ellos, mil gracias, compañeros del alma: Alfredo Alvar, Feliciano Barrios, Cristina Castillo, Mª Augusta da Costa, Daniele Cravileri, Claudia Demattè, José Díaz-Pintado Hilario, Carmen y Justo Fernández, Ruth Fine, María Antonia Garcés, Pablo Jauralde, Abraham Madroñal, Emilio Maganto Hilario, Francisco José Marín Perellón, José Martínez Millán, José Montero Reguera, John O’Neill, Francisco Peña, Vicente Sánchez Moltó, Eduardo Torres, Germán Vega García-Luengos, y ¡cómo no! a Melquiades Prieto, que ha compartido tantas horas en darle forma definitiva a este libro. Pero, entre ellos, quiero destacar a José Cabello Núñez, archivero de La Puebla de Cazalla, que ha sido uno de los regalos que me han concedido las celebraciones cervantinas en el 2016. No podré olvidar su entusiasmo y la triste historia personal que se esconde tras el descubrimiento de algunos de los últimos documentos cervantinos en Sevilla, que han permitido arrojar luz a algunos meses de silencio biográfico, y que han vinculado a Cervantes con personajes como Cristóbal de Barros. A José Cabello Núñez no solo hay que agradecerle su generosidad a la hora de compartir sus descubrimientos (como el posible significado de “en astillero” que le ha llevado a Andrés Trapiello a cambiar una línea en su espléndida traducción del Quijote al español moderno), que en nuestro libro, además de las decenas de correos compartidos, se ha concretado en la tabla que ha servido para poder (creo que por primera vez) hacer comprensible las comisiones de las que se hizo cargo Cervantes en su periplo andaluz como comisario real de abastos y como recaudador de impuestos atrasados, sino también ese entusiasmo cervantino que a nadie deja indiferente. En un mundo en que parece que se han perdido los valores de la liberalidad, la diligencia y el trabajo, ejemplos de tantos buenos amigos como los aquí convocados, demuestran todo lo contrario.
Vale.