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Don Quijote en Azul 11. Los 126 motivos del Quijote

 

Portal de las I Jornadas Educativas Cervantinas en Azul



Los 126 motivos del Quijote: Un proyecto integrador

 

Andrea Marina y Adriana Abadie

E.P. Nº 66 y S.B. Nº 16

 

Corría el año 2007 cuando Azul recibía la distinción de Ciudad Cervantina de Argentina desde la Unesco, sede Castilla- La Mancha.

El año anterior se habían constituido la mayor parte de las Escuelas Secundarias Básicas en la provincia de Buenos Aires, separando al tercer ciclo de las E.G.B. del nivel primario. Se trataba de una etapa de transición, una de las tantas que ha atravesado nuestro sistema educativo, a mitad de camino entre la Ley Federal de Educación –que se intentaba dejar atrás porque se registraban altos índices de deserción entre un nivel educativo y el siguiente- y la actual Ley de Educación Nacional, que incluyó la obligatoriedad del nivel secundario.

Eran tiempos de compartir edificios y turnos, a menudo acomodando las instituciones y sus naturalezas a las estructuras materiales de las que se disponía. No era fácil entender la escuela de ese momento: los alumnos y los padres atravesaban un proceso que implicaba un reconocimiento paulatino de los cambios pedagógicos y administrativos dentro del sistema. Y esos cambios eran más vertiginosos que las costumbres y los instituidos del sistema. La tarea requería docentes dispuestos a hacer escuela, a ir aprendiendo quizá como nunca antes en el mientras tanto, en un trabajo que llegaría a buen puerto si se gestionaba con acuerdos y en conjunto. Teníamos a los alumnos, a los maestros, a los profesores… y un edificio común al que llegaban familias de diversos barrios aledaños. El panorama en su conjunto nos llevaba a entender que educar en ese contexto sería una tarea que alcanzaríamos si nos proponíamos fortalecer identidades y pertenencia. La escuela… las escuelas que la habitaban, debía construir un nosotros, un lugar que todos reconociéramos como el espacio que nos albergaba para enseñar y aprender.

Y el camino se abrió. O mejor dicho, fuimos abriéndolo entre todos. Hasta hacía muy poco tiempo el terreno de la escuela estaba delimitado solamente por un alambrado perimetral. No había diferencias entre el afuera y el adentro. Constantemente se invadía el patio. Se podía ingresar sin ninguna dificultad los fines de semana. La noche lo convertía en un lugar propicio donde estar sin hacer nada o haciendo lo que no corresponde a la naturaleza del edificio. Y como consecuencia de lo que a veces ocurría, otro poco de lo que se inventaba, en el imaginario se había instalado un desprestigio social que no merecía la institución escolar ni su comunidad. El prejuicio crecía con la velocidad propia del correveidile: los que vagamente sabían apenas dónde quedaba el edificio, afirmaban que se trataba de la peor escuela.

Educábamos contra el menoscabo generalizado. Nuestro desafío era lograr, en principio, que los propios se corrieran de ese estigma; luego, iríamos por más.

Concientizamos a los niños y a las familias de la necesidad de construir un paredón perimetral. El objetivo se instaló y entendimos que el proceso remarcaba la función educadora de la escuela en el barrio. Cuando era directora de la E.G.B. la señora Verónica Crisafulli, solicitó al municipio la colaboración para hacer el paredón perimetral. Poco tiempo después llegó Andrea Marina a la Dirección de la E.G.B. e inició la gestión propiamente dicha. La Intendencia hizo que una empresa azuleña se encargara de la entrega de los ladrillos necesarios y proporcionó los fondos para el resto de los materiales. La mano de obra la aportaron los integrantes de las comisiones vecinales de los barrios aledaños al edificio de la escuela: Solidaridad, San Martín de Porres y Alfonsina Storni. Muchos eran padres de alumnos; también había abuelos, tíos, hermanos mayores que, por una razón u otra, sentían esa cordialidad de vecinos que se unen para hacer el bien. Iban los fines de semana a trabajar en la construcción. Esto marcó la posibilidad de tender redes que sostuvieran tanto el sentido de enseñar y aprender como la revalorización de la familia y la comunidad escolar. La escuela somos todos cumpliendo diferentes roles: educadores que enseñan y padres que acompañan.

En mayo de 2006 el tercer ciclo se constituyó en una mitad de la S.B. Nº 16 y ahí llegó a dirigir esa secundaria que se creaba Adriana Abadie. Para entonces el paredón se estaba terminando y la escuela quedaba a resguardo. Sin embargo, mirar ese patio era encontrarse con una inmensidad blanca que nos invitaba, institucionalmente, a escribir una nueva etapa.

Recién comenzaba el año escolar 2007 cuando llegó la distinción, en abril, de Azul como Ciudad Cervantina de la Argentina. Las dos escuelas que compartíamos el edificio pensamos unirnos a toda la celebración abriendo nuestras puertas para lo que mejor sabíamos: enseñar y aprender juntos.

Se diseñó un proyecto de pintura de murales, atendiendo a que se trata de una dinámica de trabajo en la que se conjugan aspectos de la convivencia, las artes y las relaciones con la comunidad. Sobre ese paredón recién estrenado se pintarían murales alusivos a la gran novela de Cervantes. De ahí el título: Los 126 motivos, el número de capítulos que totalizan la primera y la segunda parte. Juntos armaríamos el gran motivo: un mural de todos y para todos, un formato que hace posible representar una idea de manera original y personal, valiéndose de los recursos que proporcionan los lenguajes artísticos

Se planteó como un concurso y se abrió a todos los establecimientos de nivel inicial, primario y secundario del Distrito, tanto de gestión pública como de gestión privada. Se privilegió la participación, por encima de la competencia. Teníamos una escuela que iba en busca de torcer los preconceptos: llegarían docentes y alumnos a nuestro patio y escribiríamos juntos buenas experiencias de educación en arte y en convivencia.

La llama no tardó en encender. Obtuvimos excelente respuesta a la convocatoria. Se leía el Quijote en casi todas las aulas de la ciudad. A partir de ahí, otras escuelas y también las nuestras presentaron sus bocetos. Se distribuyeron los espacios en función de las dimensiones de las propuestas. En cuanto a tamaños y diseños, desde las bases se ofrecieron dos alternativas posibles, entendiendo los grados de complejidad del trabajo de acuerdo con las edades de los niños. Una vez registrados los inscriptos, comenzó el trabajo en los horarios escolares en que funcionábamos: mañana y tarde. Mientras se dibujaba y pintaba, niños y jóvenes estudiaban en las aulas, jugaban en los recreos y conversaban. La práctica del muralismo promovía la iniciativa y la imaginación, daba lugar al despliegue de la creatividad al mismo tiempo que enseñaba a respetar las formas de pensamiento y expresión. Fue apareciendo naturalmente otra instancia de integración: profesores, maestros, alumnos de diferentes escuelas compartiendo el patio, la tarea, el arte, los sueños y las huellas inspiradoras que en cada uno deja la lectura.

Fueron meses de trabajo en un proyecto colectivo donde todos pudieron intervenir sin exclusiones. La experiencia se convertía en un lazo de unión entre todos los miembros de la comunidad. Los medios de comunicación de la ciudad también nos visitaban y ayudaban a difundir la tarea. El proyecto iba entusiasmando a otras instituciones a las que les pedimos colaboración. Como dueños de casa y destinatarios del producto artístico final, asumimos el compromiso de proveer las pinturas. Estas surgieron de la donación que fuimos a pedir a los distintos bloques del Concejo Deliberante y a pinturerías que siempre están dando una mano. Recibimos también colaboración de comercios locales para los premios: hubo primero y segundo en dos categorías. A los ganadores se les entregaron cajas con materiales para las clases de Plástica: otro gesto para poner en valor la escuela y el trabajo compartido.

Las actividades abarcaron desde el fin del invierno hasta mitad de la primavera. Se fijó un plazo de culminación y se reunió el jurado para dar su veredicto. Como proyecto educativo que fue, estuvo conformado por la Inspectora Jefe Distrital Anahí Carbone y profesores de Plástica que no se desempeñaban como docentes en los niveles educativos participantes. En noviembre, coincidiendo con la fecha del Festival, se hizo la ceremonia para entregar los premios y presentar en sociedad el paredón de los murales.

Bien mirado, nuestro friso nos hacía acordar a la Catedral de Monreale, ésa que normandos, griegos y árabes construyeron en Sicilia durante los siglos XII y XIII. En ella aún hoy podemos ver la representación de pasajes de la Biblia sobre sus inmensas paredes. De esas imágenes se valían para transmitir a los cristianos las enseñanzas de Jesús, de una manera sencilla y a la vez impactante. Desde lo visual, el patio de nuestra escuela contribuía a divulgar memorables pasajes del Quijote, cuya trascendencia no tiene fecha de caducidad.

Realizar un mural plantea en todo momento una situación singular, en la que se ponen en juego las particularidades y las fuerzas de cada uno de los que intervienen. Hay una presencia constante del otro, al que se lo reconoce y a la vez se lo necesita.

Así, la pintura en nuestro paredón se convirtió en una herramienta de transformación social y cultural. La imagen quedó y es, a la vez, producto y causa. Nadie se la queda, pero todos se la apropian.

Para valorar en su justa medida las repercusiones de este proyecto sobre la comunidad, es necesario el paso del tiempo y mirar en perspectiva las huellas en los protagonistas. Han transcurrido doce años de la concreción de esta inolvidable experiencia. Quienes venimos a relatarlo estamos retiradas de la actividad. Sin embargo, seguimos haciendo docencia desde otros sitios, porque el alma de un maestro nunca se jubila. En estas sociedades medianas o pequeñas, es frecuente el reencuentro, el contacto con quienes fueron los alumnos destinatarios. Ellos tienen hoy entre 20 y 28 años y cuando se les pide el relato de alguna experiencia escolar que los haya marcado, muchos se remiten a la historia del paredón y sus murales.

La huella de ese trabajo permanece hoy en el patio, y esto es indicador del respeto y el cuidado que por él se ha tenido. Nadie ha dejado marca destructiva en ninguno de los trabajos. Hay un solo responsable de su deterioro material: el paso del tiempo, que está haciendo estragos en esas imágenes. Tal vez sea momento de pensar en su rescate y que otros protagonistas escriban ese capítulo. Como ejemplo de que esto es posible, tenemos la experiencia de recuperación del mural con la historia de los personajes de Azul que en el XII Festival Cervantino realizó el artista plástico Omar Chirola Gasparini…

Los 126 motivos del Quijote llegan hoy convertidos en el relato de un aprendizaje significativo, del que solo somos mediadoras y puente. La implicación de tantas personas en esta experiencia nos hizo a todos destinatarios del mejor premio: servir como modelo y ejemplo para el desarrollo de nuestro entorno educativo y social.

 

Palabras clave: Quijote. Interinstitucionalidad. Identidad. Transición. Murales. Comunidad.