Páginas personales

Yo soy Kronen

Yo soy Kronen

(en José Ángel Mañas, Historias del Kronen)

Madrid, Bala Perdida, 2018

 


Yo soy (también) Kronen

 

 

Yo soy Kronen.

Kronen de los de antes, de los que querían comerse el mundo y que ponían una banda sonora de Kurt Cobain en el coche,

ese coche que se esforzaba en comerse los kilómetros con un hambre milenaria,

pero que sufría al subir el puerto de Navacerrada o el de Somosaguas.

Kronen de ese Madrid de los años noventa que aún se creía el mito de la movida

y que reverenciaba a artistas que han terminado escondiendo cuentas en Panamá;

de ese Madrid en que cada noche era posible gritar “Mójame, mójame”; gritos sordos y mudos, en silencio;

de ese Madrid que miraba de reojo a Barcelona y a Sevilla, y que envidiaba de la primera el mar recuperado y de la segunda la isla perdida.

 

Yo fui Kronen,

el Kronen de un joven de melena y sonrisa arrebatadora

que recogía entre tímidos aplausos el premio finalista de un Nadal que alzaba el vuelo de la literatura,

el Kronen que comenzó a leer un libro que era lo más parecido a una cámara indiscreta de lo leído hasta entonces,

un libro donde la mirada de Carlos todo lo absorbe, todo lo contamina, todo lo difumina y esconde;

una mirada que era la nuestra, una mirada coral llena de excesos y de limitaciones, de sueños y de pesadillas,

una mirada que amabas y odiabas con la misma intensidad: sin Carlos la vida hubiera sido más fácil… pero seguramente menos vida.

Todos fuimos un poco Roberto, todos queríamos ser un poco Roberto, y sentir las manos ardientes de Carlos en nuestra entrepierna, al menos una vez.

Siempre. Una única vez. Una vez eterna. Como la historia que escribió el Mañas, como la forma de narrar con el que nos sorprendió a todos el Mañas.

Todos éramos Kronen por más que nunca estuvimos cerca de aquellas barras ni nunca tuvimos entre nuestras manos el embudo del Fierro.

 

Yo soy (también) Kronen.

Y me gustaría seguir siéndolo por muchos años, vivir en una sociedad donde las historias del Kronen se pudieran volver a contar.

Con la misma crudeza.

Con la misma sinceridad.

Con el mismo cuidado en el lenguaje.

Esos diálogos que parecen transcripciones de una larga noche, esas largas noches que comienzan siempre con una inevitable resaca,

con ese teléfono en casa y ese depender de una llamada mientras uno esperaba –eternas esperas- tumbado en la cama.

Sin pensar en nada. Sin hacer nada. Sin respirar siquiera. Sin vivir.

 

Yo quiero ser (y seguir siendo) Kronen

porque quiero leer novelas, y poemas y obras de teatro que me sorprendan, que me hagan estar incómodo en la silla o en la butaca;

textos que sean radiografía de mi mundo, de nuestro mundo, el mundo que vivimos, el que soñamos, el que tememos;

textos que sean escritos al margen de los manuales de las conductas adecuadas, de los intereses creados y del lenguaje (polítivamente) correcto,

textos que hablen de gordas, de filis, de julandrones y de la mierda que uno ve perderse en el baño después de una noche de borrachera.

 

Hay textos que hay que volver a leer, una y otra vez, que crecen en las manos de la lectura,

que nos muestran en su apuesta todo lo que hemos ido perdiendo de derechos y de libertadas en estos años.

Espejo de vida. Espejo de literatura. Espejo de una época que se fue y que nunca más volverá. Nunca más.

 

Sin duda, “Historias del Kronen” del Mañas es de esos libros de los que un nunca sale indemne, un libro que te atrapa y te destroza;

por eso, hoy más que nunca, es necesario volver a leerlo.

Por eso, si me disculpan:

 

“Me jode ir al Kronen los sábados por la tarde porque está siempre hasta el culo de gente. No hay ni una puta mesa libre y hace un calor insoportable…”.