Encuentros húmedos
(20 fragmentos de una historia olvidada)
1.
Se me llena la boca con tu nombre,
ese que me susurran a la espalda
mientras mis manos se pierden
buceando entre los cruces de piernas.
2.
Imaginar historias de piratas
cuando descubro una cicatriz en tu frente,
la de imaginarte, pecho al viento,
luchando contra quince gigantes
o saltando las verjas prohibidas de los huertos
que esconden tesoros príapeos.
Todo, menos imaginarte niño
que se hizo una brecha jugando
a las muñecas con sus primas en el pueblo.
3.
No hablar. No mirar. No pensar. No reír.
Dejar que la lengua dibuje sonrisas de saliva
que se confunden con los gemidos sonrosados
que vierten desconocidas pasiones blancas.
4.
No hablar. No hablar. No hablar. No hablar.
No perder el tiempo con las palabras
cuando detrás de una puerta te espera
una geografía desafiante de muslos insaciables.
5.
Gemidos que salpican las nucas
de calles desconocidas y de esquinas
en las que nunca hay una farola.
Los pantalones por los tobillos,
los calzoncillos por los muslos
y un grito ahogado en la garganta.
Unos dedos que te buscan, que te intuyen.
Unos dedos que terminan por encontrarte.
Debajo del agua caliente de la ducha
buscas caricias con los dedos mutilados.
Esas que te han negado, una y otra vez,
mientras tu cuerpo buscaba posturas
en que dar y recibir fueran sinónimos.
6.
Abrirme el corazón en canal,
el de dejar caer las verdades como puños
en la alfombra roja de las sonrisas,
la de mostrarme –de vez en cuando-
cómo soy,
para así mantener –por siempre-
mi fama de hábil optimista.
7.
Verte. Lo que se dice verte, no te vi.
Pero ahí estabas.
Como siempre.
Ahí estabas: cuerpo desnudo y abierto,
espaldas anchas y crema entre las piernas,
soñando con triunfar, una noche más,
-como siempre-
en la embestida del unicornio negro.
8.
Recupero mi pierna izquierda
y el lunar del centro de mi espalda,
un dedo y los restos de vacilantes pasos.
Salgo de la sombra sin reconocerme,
sin haber recuperado del todo
la satisfecha geografía de mi cuerpo.
9.
No dejar de escribir
mientras las cervezas cierran
los ojos de este día absurdo,
lleno de acentos mal colocados
y de sílabas que brotan
de la mediocridad hecha actriz,
que al recitar antes abre
las piernas que los labios.
10.
No hablar. No hablar. Por favor, no hablar.
Nada de nombres, de calles,
nada de trabajos ni de pistas falsas.
Dejar la vida junto a los zapatos,
las preocupaciones con los calzoncillos
olvidadas dentro de esas taquillas
que nos confunden con números.
11.
Cierras los ojos
porque no quieres ver.
Cierras los ojos
porque quieres imaginar
que es Ricky Martin
quien ha hecho de tu cuerpo
su juguete favorito.
12.
Repartir tarjetas
en blanco.
Tarjetas abiertas a todas las direcciones,
a todos los nombres y puestos.
Tarjetas que hacen realidad
nuestros más secretos deseos.
13.
Meter la cabeza
en todas los nidos de avestruces.
No dejar rincón sin saliva
ni esquina sin una huella.
Buscar
tus zapatillas amarillas
debajo de todas las mesas.
14.
Sentado en un sofá,
con una fría cerveza en la mano,
las yemas de lo dedos agrietadas de pasiones
y a lo lejos el ritmo bombeante
del jacuzzi en hora punta.
Pasarela de minúsculas toallas
que vuelven del todo innecesarias
estas disputas del sexo de los ángeles.
15.
Primero un dedo, luego otro… y otro.
Sentir cómo tu corazón galopa
al ritmo lento de mi muñeca.
16.
Dejar la mente en blanco.
No pensar. No pensar. No pensar.
Estirar los brazos.
Intentar tocar el cielo
Y no pensar. No pensar… no mirar.
No conservar al final de la noche
ningún recuerdo.
17.
Seguirte
por los pasillos del metro.
Recorrer la ciudad
siguiendo el rastro
impreciso de tu espalda.
Sentarme siempre a tu lado,
compartir el estruendo
de tus auriculares.
18.
Subir las escaleras entre velas aromáticas.
Escudriñar las esquinas más inaccesibles.
Dejarte ver en las puertas entreabiertas.
Estirar los brazos hasta llegar a tocarte.
Aguantar el primer escalofrío de la tarde.
Saber que hay días de mucha sequía
y otros en los que tu cuerpo es oleaje
donde vienen los marineros a bañarse.
19.
Esperarte.
Esperar que des el primer paso,
los nervios a flor de piel
en el segundo eterno
de saberte ángel
o descubrirte hábil demonio
que me condena al infierno.
y 20.
Esperar, lo que se dice esperar…
caminas por los pasillos estrechos
intentando acariciar en un descuido
las geografías furtivas de las esquinas.
Sin intentarlo. Sin conseguirlo.
De la oscuridad surge una mano
y la toalla celeste cae por tus piernas
sembrando el suelo de estrellas.