Por la unidad de la ciencia
20/11/2024
Resumen:
La super especialización científica en la que estamos inmersos ha llevado a que distintas ciencias se basen en principios contradictorios. Ello nos deja inmersos en un peligroso escepticismo y deja a la sociedad indefensa ante el dominio de la ciencia. Este “pluralismo equivocado” puede superarse a través de la transdisciplinariedad científica. En esta contribución, se propone introducir la teoría de los bienes comunes de Elinor Ostrom en el concepto de ciencia como recurso común, una Gestalt en que el todo es tanto el todo como la parte. Para ello, el concepto de parecidos de familia de Wittgenstein nos puede ayudar a cambiar de perspectiva manteniendo al tiempo la visión del todo y de la parte. El texto propone la físico-economía como ejemplo de Gestalt.
Estamos inmersos en un movimiento global de reivindicación de la transdiciplinariedad científica. La tan antigua idea de unidad de la ciencia vuelve a resonar, clamando que todas las disciplinas científicas tienen el objetivo de explicar un mundo común, una naturaleza que no puede ser desmembrada sin perder la visión de conjunto (Bertalanfly, 1951). Aunque el ser humano no se comporte del mismo modo que la naturaleza, sí forma parte de ella, y hay leyes científicas comunes tanto para las ciencias humanas como para las naturales. Por ejemplo, la termodinámica: todos los sistemas en la naturaleza operan sobre la base de transacciones de energía.
La superespecialización científica en la que nos encontramos ha conducido a lo que se ha dado en llamar “la muerte del hombre Renacentista” (Jones, 2009, Davis, 2019, Colander, 2000). Las antiguas disciplinas no se dejan comer el terreno, y otras nuevas se han separado del tronco común para ocupar más terreno. Esta estrategia de mantenimiento y ampliación del status quo se escuda en que la amplitud del saber actual vuelve imposible la omnipresencia del saber. Sin embargo, ello termina por convertir a la ciencia en algo insustancial. Ya no se pretende comprender el mundo, sólo vivir de la ciencia. Pero hay un peligro último: poner a la ciencia y la razón al mismo nivel de la irracionalidad y el populismo científico y social.
El hecho de que distintas disciplinas se basen en principios contradictorios sobre el hombre y la naturaleza aboca a un peligroso escepticismo y deja a la ciencia moribunda. Como decía Weber, desaparece el objetivo de la vocación científica, una dedicación apasionada por resolver un misterio. Dado que la actividad científica ya no tiene implicaciones trascendentales, surge el riesgo de que las sociedades futuras queden dominadas por la ciencia (Alfredo Macías escribe un interesante capítulo sobre este tema en el libro recientemente publicado Trincado and López Castellano 2023). Es lo que promueve el actual transhumanismo, que pretende liberar al hombre convirtiéndolo en un cyborg, transfiriendo su conciencia a una máquina. Como dice Baruc Jiménez (Trincado and López Castellano 2023), esta idea comparte con la posmodernidad la oposición a una naturaleza humana fija y universal y representa una visión contemporánea de los valores utilitarios en la que la defensa del suicidio (que hizo Hume, 1789) obtiene una nueva solución: abandonar la experiencia corporal humana a través de un conjunto de bienes tecnocientíficos. Lo que se deja en el tintero es que esta nueva estructura organizativa de la megaciencia puede convertirse en un instrumento de poder global bajo condiciones de dominación y desigualdad.
Según Jimena Canales (2023), este cisma irresoluble entre humanidades y ciencias naturales se produjo a partir de los años 20 del siglo XX, cuando surgió el debate sobre la naturaleza del tiempo. ¿Existe el Tiempo vivido, la duración de Bergson, o el tiempo es siempre relativo y externo al hombre, como planteaba Einstein?
Y es que, tras la superespecialización, se oculta que el mismo concepto de racionalidad es distinto en economía que en la sociología o la psicología (Ambrosino, Cedrini, & Davis, 2022 Jones, 2005). La economía, ya desde que fuera colonizada por el utilitarismo de Jeremy Bentham a principios del siglo XIX, ha sufrido un lento proceso de atomización que en la actualidad nos introduce en un mundo de datos sin alma dirigidos por instituciones geopolíticamente fuertes (Ambrosino, Cedrini & Davis, 2021, Cedrini, & Fontana, 2018). Ello ha llevado a un tipo de “pluralismo equivocado” (Colander, 2014, Davis, 2006) en el que el economista, más que un científico, se ha convertido en un ingeniero social o en un “fontanero” (Su, & Colander, 2021).
En la historia del pensamiento económico, hay pocos economistas que hayan luchado por la transdisciplinariedad. Un interesante exponente de esta propuesta es William Stanley Jevons que, aunque inicialmente se basó en los mismos principios utilitaristas de la Revolución marginal de 1871, llevó a una revolución jevoniana en Inglaterra (Trincado et al 2021a y Trincado y Vindel en Trincado and López Castellano 2023). Jevons hablaba de un novedoso cálculo de utilidad, pero al mismo tiempo hacía inútil ese cálculo subjetivo, reconociendo que los costes de producción determinan en última instancia el valor (la cadena de Jevons). En La Cuestión del Carbón, Jevons (1865) planteó la famosa paradoja de Jevons: el progreso científico y tecnológico no reduce el uso de los recursos sino, al contrario, lleva a una mayor demanda de recursos no renovables – según Jevons, la energía del carbón. En este sentido, Boulding (1966) destaca que hay una contradicción general del proceso económico que pone en duda el objetivo de crecimiento propuesto por la mayoría de los economistas (Harrod, 1965, Solow, 1974). Además, el concepto de entropía, propio de la física, muestra que el mundo económico no es mecánico, sino un proceso entrópico. El aumento de la población lleva a una dispersión y entropía cada vez mayores, con un acortamiento del número de años durante los cuales los niveles de vida actuales son sostenibles (Georgescu Roegen, 1971). Como decía Georgescu-Roegen, para que una tecnología sea viable debe tener las cualidades que caracterizan a un organismo vivo, que mantiene intacto su armazón material (su cuerpo) de un minuto a otro. Por ejemplo, la energía solar no es la solución para niveles más altos de entropía porque la radiación que llega al suelo es muy débil y se necesita una cantidad desproporcionada de materia para aprovechar la energía solar. Pero, una vez más, esta viabilidad depende de que economicemos la radiación solar. En este sentido, la transdisciplinariedad obliga a aplicar conceptos económicos a datos físicos y estos deben validarse desde la física, no de la economía. Por ello, proponemos una nueva investigación transdisciplinar, la fisicoeconomía que, introduciendo métodos económicos, logre mejoras en los procesos físicos. La economización del mundo natural es, en este caso, el objetivo fundamental que debemos buscar (ver por ejemplo Vindel et al., 2021, Trincado et al, 2021b, Trincado et al, 2024)
Muchas de las propuestas de unidad de la ciencia han sugerido su jerarquización (Oppenheim and Putnam, 1958): comenzar desde las ciencias básicas o duras para descender a las complementarias o blandas. Sin embargo, esa jerarquización no es necesaria. Y he aquí la explicación: la ciencia puede considerarse un bien público. La literatura sobre los bienes comunes o públicos observa que, en la acción colectiva, cuando alguien no puede ser excluido del consumo de un bien, y no hay rivalidad en su consumo, surge la “tragedia de los comunes” (Hardin, 1968). En particular, hay muchos incentivos a convertirse en un free-rider o un “gorrón”, no queriendo costear, pero sí obtener, los beneficios del bien (Olson, 1965). La literatura sobre el tema propuso inicialmente la solución jerárquica: la provisión del bien por parte del estado (Samuelson, 1954) o, en caso de poder aplicar el principio de exclusión, la introducción de reglas de bienes de club (Buchanan, 1965). De Jasay (1990) apuntó que la tragedia de los comunes no tiene por qué producirse si hay gente que prefiere «pechar» a que el bien no se produzca. Para ello, debe reforzarse el sentimiento de orgullo de ser el que paga, por ejemplo, con señales de patrocinio y apariencia de altruismo. Según esta perspectiva, si el bien público (o recurso de uso común) se hace privado, entonces la tragedia de los comunes desaparece. Sin embargo, Elinor Ostrom hizo una interesante crítica a estas propuestas señalando que, privatizando el bien común, se pierden los beneficios de actuar en común y se introducen conflictos, en ocasiones irresolubles.
Eso es lo que ha sucedido con la ciencia, una desunidad radical que hace que las distintas ramas de la ciencia se den la espalda. Ello puede tener consecuencias catastróficas: la ciencia epidemiológica no puede vivir de espaldas a la filosofía o a la ética; la ciencia económica no puede vivir de frente a la medioambiental; la informática de redes no puede pasar por alto sus consecuencias sociológicas y psicológicas.
Como dice Ostrom (2011), para lograr la sostenibilidad de un recurso común no es necesario siempre un agente externo que jerarquice y decida. Las reglas pueden respetarse o hacerse respetar libremente, a través del aprendizaje organizacional, la reciprocidad y el compromiso (Delgado, 2015). Para ello, Ostrom introduce un término de gran interés, el de holón, que simboliza un conjunto que representa el todo y las partes y que permite la movilidad en su Gestalt estructural (Ostrom, 2013, 40). La noción surge de la observación de que todo en la naturaleza es a la vez un todo y una parte. Todo holón está dispuesto a expresar dos tendencias contradictorias: expresarse o desaparecer en algo más grande. Para los humanos, esas tendencias conducen a un error en el desarrollo: creamos unidades colectivas que se basan en la opresión de algunos y en los egos de otros. Ostrom quiere construir un marco de análisis de esta acción colectiva intentando entender situaciones de acción específicas. En el caso de recurso común de la ciencia o de la búsqueda de conocimiento de la naturaleza, esta Gestalt puede permitir el libre movimiento creando reglas sin necesidad de autoridad. Lo importante es que el análisis y las variables que de él se desprenden se ordenen respecto al recurso (común) y su sostenibilidad en el tiempo con el fin de evitar la atomización de ingresos y reducir la incertidumbre y el conflicto sobre la asignación de derechos. Todo el análisis de Ostrom se basa en las instituciones, interacciones repetidas y estructuradas a todas las escalas (Ostrom, 2013, 21). Pero Ostrom pone el énfasis, no tanto en la conservación de las instituciones, sino en la sostenibilidad del recurso y, en este sentido, la supervivencia deja de ser solo de los individuos para ser también de las cosas, en este caso de la ciencia. En este sentido, la economía, la sociología, el derecho y la física se entremezclan, pero, no tienen por qué estar bajo tensión si se reconoce a la parte en el todo, tendiendo a procesos de equilibrio o desequilibrio.
Para ello, también proponemos basarnos en el concepto de “parecidos de familia” entre las distintas ramas de la ciencia. Este término tiene una famosa representación que vemos abajo en una imagen en que Wittgenstein mira a un mismo objeto, pero a la izquierda, ve un conejo, y a la derecha, a un pato.
Wittgenstein hizo famosa esa imagen al incluirla en sus Investigaciones filosóficas como un recurso para ilustrar su reflexión sobre el perspectivismo: si vemos esa figura "como un conejo" o "como un pato" es porque somos capaces de transitar entre nuestras percepciones de la imagen sin que esta imagen varíe. Wittgenstein (1953) explica que esto se debe a que lo que 'vemos' no tiene sólo una naturaleza visual, si no también mental. Ver aspectos separados de algo no es vivir su significado. Para ver el significado del conjunto, hay que ver las cosas como un todo, desde arriba. No hacerlo es dejar fuera la “individualidad”, tanto de la persona como de la cosa (Mulhall, 1993, 83). En la imagen del pato o del conejo, lo que cambia ante nuestros ojos no es la figura; sólo “caemos en la cuenta” de un “aspecto” distinto de la figura. El cambio es posible gracias a que ciertas partes de la figura que antes no iban juntas ahora van juntas. En definitiva, y como dice la psicología del Gestalt, el todo es más que la suma de las partes y, nuestra manera de ver, y de entender, es “fulgurante” (Ehrenfels, 1890). Debemos, pues, aprender a cambiar de perspectiva manteniendo la visión del todo. Debemos llegar a la comprensión del “pato-conejo”.
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